Maese Belban miró a su alrededor, desolado. Contempló lo que quedaba de Kelan; a Yunek, cuya cabeza reposaba sobre el regazo de Cali; la puerta por la que maese Saidon se había llevado a la taimada profesora de Arte, y murmuró:
—Yo no quería esto. Si lo hubiese sabido…
Maese Maltun se inclinó junto a él.
—Tenemos mucho de qué hablar, maese Belban. Aún no comprendo qué ha pasado, ni quién o qué es esa extraña criatura que habéis traído con vos. Pero nos queda mucho trabajo por delante y mucho que reconstruir, si queremos que regrese la paz a la Academia.
Él negó con la cabeza.
—Ignoro si yo llegaré a encontrar la paz algún día, maese Maltun. Ellos, sí —añadió, señalando a Tabit y Cali, que seguían abrazados junto al cuerpo de Yunek—. Son jóvenes; superarán esto, y todo lo que se les ponga por delante, si permanecen juntos. Ellos son el futuro de la Academia. Y un buen futuro, no me cabe duda. A los viejos ya solo nos queda hacernos a un lado y dejar que sean los jóvenes quienes carguen con el peso de nuestros errores y, con suerte, consigan legar a sus descendientes un mundo mejor que el que recibieron.
»Y está en nuestras manos transmitirles nuestros conocimientos y confiar en que sepan darles un uso mejor que el que nosotros les dimos —añadió, contemplando, pensativo, el grueso volumen del que nunca se separaba.
En la cubierta de cuero, ajada por el peso del tiempo, el anciano profesor había escrito, mucho tiempo atrás:
«Ningún medidor Vanhar puede hallar las coordenadas que conducen a la felicidad.»
Anotación anónima al margen de la página 233 del ejemplar de
Cómo utilizar un medidor de coordenadas. Manual práctico para estudiantes
,
de maese Adsen de Rodia,
que se halla en la biblioteca de la Academia de los Portales
Maese Tabit de Vanicia llegó a la granja cuando el sol ya se ponía por el horizonte.
Había pasado mucho tiempo desde su última visita, de modo que se detuvo un instante y la contempló con interés. La propiedad parecía más próspera; habían retechado el edificio principal, plantado un pequeño huerto a la entrada y construido un nuevo establo junto al granero. Tabit evocó su primer viaje a la granja, cinco años atrás, y clavó la mirada en la valla; una parte de él esperaba descubrir allí la silueta de Yunek aguardándolo, igual que en aquella ocasión.
El corazón le dio un vuelco al descubrir que, en efecto, sí había alguien esperando junto a la puerta. Una figura joven, alta y espigada.
Tabit apretó el paso; al acercarse más descubrió que, obviamente, no se trataba de Yunek, sino de su hermana Yania. Cuando llegó a su lado la contempló, sonriente.
—Yania —saludó—. Me alegro de verte. Has crecido mucho.
Ella le devolvió la sonrisa. La avispada niña de diez años se había convertido en una muchacha de tez morena y gesto reflexivo. Sus trenzas habían desaparecido, sustituidas por una melena rizada de color castaño claro.
—Ha pasado mucho tiempo, maese Tabit —dijo, con una inclinación de cabeza—. Sed bienvenido de nuevo a nuestro hogar.
—Por favor, llámame Tabit —le pidió él, aunque hacía ya años que se había ganado el derecho a peinar la trenza y llevar el hábito de los maeses.
Ella sonrió de nuevo, pero no dijo nada. Lo invitó a pasar al interior de la casa, y Tabit se alegró de poder refugiarse del calor del sol poniente. Descargó su compás y su macuto junto a la puerta y aceptó agradecido el taburete que Yania le acercó.
—¿Y tu madre, Yania?
—Está en el campo, dirigiendo a los jornaleros —respondió ella—. Pero no tardará en regresar.
Tabit se mostró conforme. Extrajo de su zurrón un rollo de papel y se lo enseñó a la muchacha. Ella lanzó una exclamación de asombro.
—¿Es… nuestro portal? —preguntó, tras un instante de vacilación.
Tabit asintió.
—Es el diseño de vuestro portal —corrigió—. Pero sí, lo que voy a pintar en vuestra pared tendrá un aspecto muy parecido a este.
Yania sostuvo el documento como si se tratara de una joya de gran valor.
—Es… es precioso.
Tabit sonrió con orgullo. Se trataba de un diseño muy innovador, porque no reflejaba ninguna forma que pudiera adscribirse a los modelos tradicionales. Al contrario: en el interior de un círculo perfecto, el entramado de adornos, volutas, rizos y espirales dibujaba claramente un ave rapaz alzando el vuelo, orgullosa y libre.
—No es mío —respondió—. Lo ha diseñado maesa Caliandra de Esmira.
Yania alzó la cabeza, asombrada.
—Pero… pero nuestra casa es demasiado humilde como para…
—Ella lo ha querido así —cortó Tabit—. Y a Yunek le habría gustado.
Yania calló. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Sí —coincidió—. A Yunek le habría gustado.
La puerta principal se abrió entonces, y la joven se secó los ojos rápidamente.
—¡Madre! —la llamó—. ¡Mira, ha venido maese Tabit para pintar nuestro portal!
Bekia se detuvo en la entrada y saludó al pintor de portales con una cansada sonrisa. Parecía como si por ella hubiesen pasado veinte años, en lugar del lustro que había transcurrido desde su último encuentro con Tabit.
—Bienvenido seáis —dijo.
Yania fue a mostrarle el diseño.
—¡Mira, madre! ¿No es hermoso? ¡Lo ha hecho nuestra benefactora, maesa Caliandra!
Bekia cerró los ojos un instante.
—Bendita sea la dama de Esmira —murmuró—. Pero ya ha hecho mucho por nosotras, y no sé si…
—Ella lo ha querido así —repitió Tabit—. Está feliz de poder ayudar a la familia de Yunek.
Bekia asintió, pero no dijo nada. Salió de la habitación y momentos después la oyeron trajinar en la cocina.
—Por favor, no se lo tengáis en cuenta —susurró Yania—. Ella nunca ha estado bien del todo, y después de lo de Yunek… —Hizo una pequeña pausa, reuniendo fuerzas para continuar—. Pero está muy agradecida a maesa Caliandra. Igual que yo. De no ser por ella…
No terminó la frase, pero no hizo falta. Tabit asintió, porque conocía bien aquella historia.
El padre de Caliandra le había prometido el regalo que ella escogiese cuando aprobase su proyecto final. Tras ser investida como maesa, lo único que Cali solicitó fue una granja perdida en los confines de Uskia.
La propiedad estaba cargada de deudas, pero no era nada que el poderoso Enrod de Esmira no pudiese pagar. Después, a petición de su hija, había invertido en mejorar las instalaciones y en comprar algunas tierras más. También había desembolsado una generosa suma para liberar a la hija de los granjeros de una asfixiante promesa de matrimonio contraída cuando ella no era más que una niña. El ofendido pretendiente había amenazado con presentar una dura batalla legal al respecto, pero después se demostró que, según las leyes de la ciudad, el contrato que conservaba no era válido sin el consentimiento de la chica, aunque las costumbres de las zonas rurales obviasen esta circunstancia a menudo.
Una vez hecho todo aquello, Cali había regalado la granja y todas las nuevas propiedades a los inquilinos, un gesto que su padre nunca comprendió, y que le echaría en cara a menudo.
Por tal motivo, años más tarde la joven maesa había pagado de su propio bolsillo el portal que Tabit se disponía a dibujar, y también la matrícula de Yania en la Academia de los Portales.
—Cali se siente feliz de poder ayudaros —dijo Tabit—. Apreciaba mucho a Yunek… igual que yo. Una vez le dije, de hecho, que me sentiría muy honrado de poder pintar su portal cuando la Academia lo autorizara. Y me alegro de corazón de que ese día por fin haya llegado.
Yania no dijo nada, pero asintió, pensativa.
Durante la cena hablaron de cosas intrascendentes. Tabit era incómodamente consciente de que su presencia traía penosos recuerdos a aquella familia. Después de su segunda visita a la granja, Yunek había resuelto acudir a Maradia a exigir su portal… y jamás había regresado a casa.
Tabit sabía que no era culpa suya, en realidad. Pero no podía evitar sentirse responsable en cierto modo.
Después de la cena, Tabit se situó ante la pared desnuda que albergaría el nuevo portal. El círculo de tiza que había dibujado cinco años atrás había desaparecido ya; sin embargo, sobre el muro destacaba una cruz pintada recientemente, en el lugar exacto en el que el estudiante enviado por la Academia días atrás había colocado el medidor para anotar las coordenadas. El joven maese abrió su compás, situó la punta sobre la señal y trazó un círculo nuevo. Entonces asintió para sí mismo, abrió un bote de pintura de bodarita y lo depositó sobre una mesita baja. Escogió un pincel, lo mojó con cuidado y lo acopló a uno de los extremos del compás.
Después, con un hábil movimiento de brazos, trazó en la pared una perfecta circunferencia de color granate.
Tras él, Yania ahogó una exclamación de asombro.
—¡Entonces, es cierto! ¡Vais a dibujar el portal!
Tabit cerró el compás y lo apoyó cuidadosamente contra la pared.
—¿Acaso lo dudabas?
Ella bajó la cabeza.
—Hace un par de semanas —dijo en voz baja— vino un maese y anotó las coordenadas de la pared. Dijo que venía de vuestra parte, pero luego se fue sin más explicaciones. Como ya era la segunda vez que hacían eso y seguíamos sin tener el portal…
—Ah, sí —asintió Tabit—. Me hubiese gustado venir personalmente a hacer la medición, pero tenía mucho trabajo pendiente en la Academia. Así que, en cuanto me enteré de que teníamos el visto bueno del Consejo, os envié a uno de mis mejores estudiantes a tomar nota de las coordenadas para ir acelerando las cosas.
Yania no dijo nada. Se limitó a observar al pintor de portales mientras montaba un marco de madera y encajaba en él el diseño de Caliandra para utilizarlo como referente.
Momentos después, estaba pintando.
Yania lo contemplaba en silencio mientras Tabit, sentado en un taburete, reproducía el dibujo de Cali con esmero y meticulosidad. Aquellos trazos eran tan complejos y delicados como el más fino encaje, pero la mano de Tabit, que se desplazaba lenta y segura sobre la pared de piedra, obtenía un resultado que no solo era fiel al original, sino que incluso lo mejoraba, dotándolo de mayor claridad y pulcritud.
Al cabo de unos instantes, Yania se atrevió a romper el silencio.
—¿Qué le pasó a Yunek, maese Tabit?
Él se detuvo para mirarla.
—¿Qué os contaron?
La joven se encogió de hombros.
—Algo sobre una pelea con unos contrabandistas, o algo así. No lo entendimos muy bien, y nadie nos habló claro. Trajeron el cuerpo por los portales. No tenía heridas. No nos explicaron qué había pasado en realidad.
Tabit se quedó mirándola. Se parecía mucho a Yunek, con aquel gesto obstinado y aquel callado orgullo. Pero en sus ojos no había desafío ni resentimiento; tan solo una mirada limpia, sincera e inusualmente sabia y madura para una muchacha de su edad.
—Es una historia muy larga —dijo finalmente—. Pero creo que mereces saber la verdad. Y dejo en tus manos la decisión de contarle a tu madre lo que creas conveniente —añadió, bajando la voz, señalando con un gesto hacia la estancia contigua, donde Bekia hacía rato que dormía ya.
—Escucharé —le aseguró Yania—. El tiempo que necesitéis.
Tabit sonrió y contempló, pensativo, el pincel embadurnado de pintura de bodarita.
—Hagamos una cosa —propuso—: yo tengo trabajo aquí para una semana por lo menos. Estaré pintando todo el día y parte de la noche. Puedo contarte la historia mientras tanto, y seguro que no necesitaría tanto tiempo, pero tú tendrás cosas que hacer en el campo, ¿verdad? —Yania asintió, un tanto decepcionada—. No te preocupes —la consoló Tabit—. Por las noches, después de cenar, podemos reunirnos aquí un rato, tanto tiempo como puedas quedarte sin que eso te robe demasiadas horas de sueño…, y así, cada día, te iré hablando poco a poco de Yunek y de todo lo que sucedió. ¿Te parece bien?
Yania dijo que sí.
A lo largo de los días siguientes, Tabit pintó el portal para Yania, que antes había sido el portal de Yunek, siguiendo el diseño que había creado Cali. Por el día estaba prácticamente a solas con el portal, pero por las noches, después de la cena, Yania se sentaba junto a él en silencio. Tabit pintaba y hablaba, y Yania escuchaba.
Así, el maese le relató todo cuanto le había sucedido desde que le encargaran pintar el portal para Yunek, cinco años atrás. La cancelación del proyecto, la elección de Caliandra como ayudante de maese Belban, la desaparición del portal de los pescadores, el posterior asesinato de Ruris, su guardián, y la investigación de Rodak… La llegada de Yunek a la Academia y la amistad que había iniciado con Cali… Tabit habló también de la búsqueda de maese Belban, de Tash y la bodarita azul y de los portales temporales. Cuando le contó a Yania cómo habían encontrado la forma de activarlos y cómo él mismo había viajado al pasado en busca de maese Belban, Yania abrió mucho los ojos, fascinada. Se estremeció al escuchar el relato de cómo el Invisible les había seguido los pasos hasta Belesia gracias a la intervención de su propio hermano, y lanzó una exclamación de asombro cuando Tabit le describió aquel extraño mundo que maese Belban había calificado de «basurero cósmico» y le descubrió la existencia de criaturas como Yiekele.