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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (70 page)

BOOK: El libro de los portales
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—No tienen contraseña —murmuró—. Probablemente los apagan borrando algún trazo para volver a repintarlo cuando quieren activarlos. Es más rápido que tener que escribir una contraseña y esperar a que el portal se apague de forma espontánea, pero también es peligroso: el portal podría no reconectarse correctamente con su gemelo, y entonces…

—Lo hemos entendido, Tabit —cortó Cali—. Pero me gustaría saber qué es este sitio, y por qué estamos aquí.

—¿No está claro? —Yunek rió amargamente—. Es una prisión. Dejaré que adivines por ti misma qué estamos haciendo aquí. Después de todo, eres una chica muy lista.

—No lo suficiente, al parecer —replicó ella, cruzándose de brazos—, ya que me dejé engañar por un encantador uskiano que me hizo creer que sentía algo por mí.

Yunek acusó el golpe. Abrió la boca para replicar, pero no encontró palabras. Hundió los hombros y desvió la mirada.

—No vale la pena que discutamos por eso ahora —intervino Tabit, que seguía examinando los portales, con la nariz casi pegada a la pared—. Yo sé por qué estamos nosotros aquí, pero ¿qué hay de ti, Yunek? ¿Por qué te han encerrado? ¿No les dijiste todo lo que querían saber?

El joven lo miró fijamente, pero en el tono de Tabit no había reproche; solo curiosidad. De modo que suspiró y dijo:

—Bueno, me volví contra ese tal Kelan en la pelea que hubo en la isla, no sé si lo recordáis. Solo intentaba daros un poco de margen para que pudierais escapar, pero no le sentó bien. Dice que me comprometí a llevarlo hasta vuestro maese Belban, pero yo estoy bastante seguro de que solo tenía que darles la información que pudiera conseguir, y nada más. Y los acompañé hasta Belesia, donde se suponía que estaba ese profesor al que todos andáis buscando. Lo de mataros y todo eso… no estaba en el trato. Ni de broma.

Cali se quedó mirándolo, sin saber qué pensar de él. Tabit movió la cabeza.

—Ay, Yunek, Yunek —murmuró—. Siempre haces igual. A estas alturas ya deberías haber aprendido a desconfiar de los tratos que prometen soluciones fáciles.

Cali se inclinó junto a él y colocó la mano sobre su brazo.

—Yunek —dijo ella a media voz—. El otro día, cuando viniste a verme a la Academia… ¿lo hiciste solo para poder robarme el papel con las coordenadas o…?

El joven negó con la cabeza.

—También quería despedirme. Y era verdad que necesitaba verte por última vez. Supongo que en el fondo era consciente de que después de aquello no querrías volver a saber nada más de mí. —Cali no dijo nada—. Lo he fastidiado todo, ¿no? —preguntó él, con una torcida sonrisa.

—Un poco —comentó Tabit.

—Bastante —corrigió ella; se puso en pie y se separó de él—. Pero eso no explica por qué te han encerrado aquí. Si Kelan estaba molesto contigo, se me ocurren formas más prácticas de demostrarlo. A no ser, claro… que sea otro truco.

—Más o menos —admitió Yunek—. Él dijo que, si no encontraban a maese Belban por sus propios medios, siempre podría preguntarte a ti. Y que estarías más dispuesta a colaborar si creías que yo podía estar en peligro. Pero está claro que se equivoca —añadió, observando con atención a Tabit y Cali, que cruzaron una mirada—. Ah, vamos —resopló él—. Lo he visto. Estáis juntos, ¿verdad?

Ninguno de los dos vio la necesidad de negar lo evidente.

—Pero eso no significa que tengamos interés en verte muerto —dijo Tabit, frunciendo el ceño—. Después de todo, somos amigos… o lo éramos, en cierto modo.

—Yo sigo sin entender por qué busca Kelan a maese Belban, y qué pinta maesa Ashda en todo este asunto —planteó Cali.

—Es lo que trataba de advertirte. Me di cuenta justo después de despedirme de ti. Si hubiese caído en ello tan solo un momento antes…

—Entonces, ¿lo decías en serio? ¿Piensas que maesa Ashda es el Invisible?

—¿Cómo? —intervino Yunek con incredulidad—. ¿Una profesora de la Academia?

Tabit asintió.

—Ignoro los motivos por los cuales alguien como ella querría liderar una organización que se dedica a traficar con bodarita, borrar portales en desuso y pintar otros para enriquecerse a espaldas de la Academia. Pero el hecho de que todo el mundo diera por sentado que el Invisible era un hombre de los barrios bajos de Maradia o alguna otra ciudad capital le resultó muy conveniente para mantener su secreto y operar con total impunidad. Por supuesto, Kelan era su mano derecha. Supongo que lo reclutó en clase, y lo escogió como ayudante por esa razón.

»Pero, en realidad, su actividad comenzó hace muchos años, cuando aún era estudiante en la Academia. Por lo general, los futuros maeses no suelen tener problemas de dinero, pero ¿y si alguien hubiese querido ganarse unas monedas haciendo un trabajo no del todo limpio?

—¿Te refieres al mercado negro?

—Con Invisible o sin él, cosas como la pintura de bodarita o los medidores de coordenadas siempre se han pagado muy bien en todas partes —explicó Tabit—. Pero es difícil conseguirlos fuera de la Academia. Para un estudiante, sin embargo, sería relativamente fácil sustraer cosas de vez en cuando del almacén de material para venderlas a los traficantes.

»Imagina que eso es lo que hacía maesa Ashda en aquella época. Además, maese Adsen, el encargado, era ya muy anciano y probablemente no llevaba un control muy exhaustivo del material.

—¡Y la noche en que el ayudante de maese Belban fue al almacén, sorprendió allí a maesa Ashda! —comprendió Cali.

—Bueno, entonces no era maesa, sino solo una estudiante bajita, idealista y cordial. Supongo que el pobre chico se debió de llevar una buena sorpresa cuando ella se puso a golpearlo con el medidor de coordenadas. El castigo por robar material es la expulsión, pero si además se descubría que vendía esos objetos a gente de fuera de la Academia… las consecuencias para ella serían mucho más graves.

—Pero ¿de verdad habría podido hacer algo así? —A Cali todavía le costaba imaginarlo—. ¿Golpear a otro estudiante hasta matarlo?

—Es una cosa que me intrigó: que el asesino se había ensañado mucho con él. Pero tiene su explicación, si piensas que Ashda atacaba a alguien más alto y fuerte que ella, y por tanto quiso asegurarse de que no volvía a levantarse. Quizá lo engañó para que se agachara y entonces… —Cali se estremeció. Tabit prosiguió—. Cuando maese Belban y yo llegamos desde el futuro, ella ya no estaba en el almacén… pero tampoco podía regresar a su habitación con las manos literalmente manchadas de sangre, así que salió al patio para lavarse en la fuente. Y cuando volvió, se tropezó conmigo, se asustó y gritó. Yo salí corriendo al patio por la puerta que ella había dejado abierta y escapé por los portales… poniéndole en bandeja un culpable perfecto para acusar ante los alguaciles. Jamás sospecharían de una chica aterrorizada por la presencia de un feroz intruso.

Cali había escuchado aquella historia conteniendo el aliento.

—Entiendo —asintió—. Aunque sigo sin comprender qué tiene que ver maese Belban con todo esto. ¿Crees que él la vio también? Acuérdate de que nos dijo que, a pesar de haber viajado al pasado, no había logrado descubrir quién asesinó a su ayudante.

—He estado pensando en ello —prosiguió Tabit—. Tengo la teoría de que, mientras se dirigía al patio para asearse, Ashda vio a maese Belban desconsolado, con las manos ensangrentadas. Probablemente él también la vio a ella, pero quizá no la reconoció en aquel momento, porque estaba muy confuso. De hecho —añadió—, cuando yo mismo acudí a su encuentro en la escalera tampoco me reconoció al principio. Y ella… no sé si relacionaría a aquel hombre desolado y envejecido con el enérgico profesor que conocía. Quizá… —Tabit se pellizcaba el labio inferior, pensando intensamente—. ¡Quizá nos vio conversar a ambos en la escalera! —exclamó de pronto—. Tal vez nos espiaba desde las sombras… tal vez me oyó llamar a maese Belban por su nombre… pero, en cualquier caso, no podía comprender qué estaba pasando, claro. Seguramente permaneció oculta hasta que los dos nos marchamos corriendo por el pasillo. Entonces fue cuando salió al patio y, al entrar de nuevo, se topó conmigo… cuando me dirigía hacia el círculo exterior en busca de un lugar discreto para dibujar mi portal de regreso. No me extraña que se asustara, después de lo que había visto. Por otro lado, al día siguiente el maese Belban más joven presentaba un aspecto normal, afirmaba que no había salido de su habitación y no parecía recordar nada de lo que había sucedido la noche anterior. ¿Cómo explicar aquello? Probablemente, Ashda se guardó para sí lo que había visto, pero nunca lo olvidó. En aquel momento, no tenía modo alguno de adivinar que el maese Belban más viejo era en realidad un visitante del futuro. Eso no lo ha descubierto hasta hace poco… veintitrés años después del asesinato.

—¡Claro! —exclamó Cali—. Maesa Ashda forma parte del Consejo. Seguro que asistió a la reunión sobre los usos de la bodarita azul y, cuando le encargaron la investigación a maese Belban, ató cabos y…

—Y fue entonces cuando comprendió que él había regresado, o regresaría en algún momento al pasado para tratar de evitar la muerte de su ayudante. Y lo que había visto aquella noche, veintitrés años atrás, cobró sentido para ella. Por eso envió a Kelan a matar a maese Belban antes de que tuviera ocasión de averiguar más cosas sobre aquel asesinato. Pero Kelan fracasó, maese Belban se fue de la Academia y entonces…

—… Entonces maesa Ashda descubrió que nosotros estábamos investigando sobre la desaparición del portal de Serena… que había sido obra del Invisible.

—Obra de Kelan, en realidad —corrigió Tabit—. Quizá quiso asegurarse unos ingresos extra y se confabuló con Brot y con Ruris para aceptar un encargo de los pescadores belesianos y borrar el portal de la lonja de Serena. Y eso, en un momento en que la verdadera identidad del Invisible podía quedar al descubierto a causa de los experimentos de maese Belban… no sentó nada bien a maesa Ashda.

Cali se estremeció.

—¿Crees que ella mató a Ruris y a Brot?

—Sí y no. Creo que esas muertes fueron obra de los piratas belesianos, o quizá de Redkil o de algún otro esbirro, pero en cualquier caso ellos actuaban siguiendo órdenes de maesa Ashda. Obviamente, ambos fueron asesinados porque la habían traicionado. Pero en tal caso Kelan… Kelan debería haber muerto también —murmuró, frunciendo el ceño, pensativo.

—Yo tampoco le tengo cariño —apuntó Cali—, pero… ¿de verdad crees que maesa Ashda…?

—Sí —respondió Tabit con rotundidad—. La creo capaz de eso, y de mucho más. Pero ¿por qué castigó a Brot y Ruris por su traición y, sin embargo, Kelan sigue con vida?

—Bueno, supongo que siempre puedes contratar a un matón en cualquier parte —dedujo Cali—, pero no es tan sencillo encontrar pintores de portales competentes y dispuestos a traicionar a la Academia. Además, que yo sepa, ahora mismo no nos sobran expertos en Restauración.

—Entiendo que Kelan sea una pieza valiosa en la organización del Invisible —asintió Tabit—. Una pieza tan cualificada y especializada que le habría costado mucho sustituir. Aun así, no dejaba de ser un traidor que, al borrar el portal de Serena, los había puesto a todos en evidencia. Y no puedes asegurarte de que alguien que actúa por libre no vaya a volver a hacerlo en el futuro.

—Sí puedes —intervino de pronto Yunek—: lo amenazas, lo intimidas y le metes el miedo en el cuerpo, mostrándole lo que le pasará si se le ocurre volver a traicionarte.

—«Muerte a todos los traidores» —comprendió Tabit de pronto—. Por eso la ejecución de Ruris no fue tan discreta como la de Brot. Maesa Ashda la aprovechó para hacer creer a los alguaciles que los asesinos habían sido los propios pescadores de Serena, y también para advertir a Kelan de lo que le sucedería si volvía a actuar a espaldas del Invisible.

Cali se estremeció. Tabit seguía reflexionando.

—Pero, a cambio del «indulto» —prosiguió—, Kelan tuvo que ocuparse de las tareas que normalmente llevaba a cabo Brot, como contactar con los clientes… y de ahí que se reuniera contigo en Kasiba, Yunek. Por otro lado, para entonces maesa Ashda ya debía de saber que andábamos tras la pista de maese Belban, incluso que podíamos viajar al pasado. Así que aprovechó que Yunek era un cliente potencial para su organización y al mismo tiempo amigo nuestro, más o menos, para obtener información sobre nosotros… información que pudiera conducirla hasta maese Belban.

Los dos estudiantes se volvieron hacia Yunek, pero él no les devolvió la mirada.

—Sin embargo, Tabit —dijo entonces Cali—, tú también viste a maesa Ashda aquella noche. ¿Crees que ella… se acordaba de ti? Quiero decir… si yo hoy conozco a un chico misterioso que desaparece y veinte años después lo descubro entre los alumnos de mi clase, exactamente igual…

—Veinte años es mucho tiempo —hizo notar Tabit—. Probablemente no recordaba mis rasgos con claridad y, aunque lo hubiese hecho, cuando se reencontró conmigo años más tarde le resultaría más lógico pensar que yo era un pariente de aquel intruso, quizá su hijo o su sobrino… No que en el futuro me convertiría en un viajero del tiempo.

»En cualquier caso, si maesa Ashda se ha preguntado alguna vez si soy o no un estorbo, no me cabe duda de que a estas alturas ya ha tomado una decisión al respecto. Si estamos aquí ahora, y no muertos, es porque sabe que podemos revelarle el paradero de maese Belban.

—¿Ah, sí? —preguntó Yunek, alzando la cabeza—. ¿Lo sabéis de verdad?

—Sí —sonrió Tabit—, pero, obviamente, no te lo vamos a decir.

Yunek se encogió de hombros.

—Tampoco me interesa. Solo me estaba preguntando qué le vais a decir a él —añadió, señalando el segundo portal, que acababa de activarse, como si el joven lo hubiese invocado con su comentario.

Tabit se enderezó.

—¡Cali, mira! —exclamó—. ¡Quizá podamos atravesarlo antes de que…!

Pero no tuvo tiempo de intentarlo siquiera. Varias figuras se recortaron contra la luz rojiza, bloqueándoles la salida.

Cuando la luz del portal menguó, los tres descubrieron que se trataba de Kelan, acompañado por cuatro de sus matones.

—Queridos amigos —los saludó ampulosamente—. Me alegra comprobar que habéis regresado sanos y salvos de dondequiera que estuvieseis.

—Pues nosotros no nos alegramos de verte a ti —gruñó Cali—. Así que escupe de una vez qué es lo que quieres y no nos obligues a seguir soportando tu nauseabunda presencia.

La sonrisa de Kelan se esfumó.

—Cal, tú siempre tan agradable —murmuró—. Está bien, nos saltaremos los preámbulos. Cogedla —ordenó.

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