Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
Pero los muertos pueden ayudarte, Harry
—insistió ella—.
Alguien que en este instante trata de comunicarse contigo tiene parte de la respuesta
.
¿Sería Möbius? Su madre seguramente se refería a Möbius.
No, no es él
—respondió ella, y Harry sintió su gesto negativo—.
Es otro, mucho más cercano a ti. Sólo que… ya no queda mucho de él, Harry, y no le oirás en medio de esta barahúnda. Aguarda, que haré que se callen
.
Ella se retiró, habló con los otros, pasó un mensaje que se extendió como los círculos concéntricos en el agua calma de un estanque cuando cae una piedra, hasta que llegó a todo el mundo. La cháchara mental calló rápidamente y a continuación sobrevino un extraordinario silencio. Y en medio de él…
¿Harry?
Quienquiera que fuese, su voz, en la lengua de los muertos, era tan débil que al principio el necroscopio pensó que era algo que imaginaba.
¿Me estás buscando?
—respondió al fin—.
¿Quién eres?
Soy nada
—suspiró el otro—.
No soy ni siquiera un gemido, ni siquiera un fantasma. O, en el mejor de los casos, soy el fantasma de un fantasma. ¡Si hasta a los muertos les resulta difícil oír mi voz! Mi nombre era George Vulpe, y hace cinco años, mis amigos y yo descubrimos el castillo Ferenczy
.
Y él te mató, ¿no es así?
¡Hizo algo aún peor! —gimió
la voz, frágil y quebradiza como el crujir de las hojas muertas—.
Se apoderó de mi vida y de mi cuerpo y me dejó… sin nada. No tengo ni siquiera un lugar en el que descansar en paz
.
Harry tuvo la intuición de que esto era algo muy importante.
¿Puedes explicarte?
—preguntó.
He hablado con numerosos hombres de la tribu de los Zirras en el Lugar de los Huesos
—le dijo George Vulpe—.
Cuando Ferenczy yacía en su urna, ellos le alimentaban y le daban fuerzas con su sangre. Pero yo era diferente, porque en mis manos sólo había tres dedos y el pulgar
.
¡Tú eras el elegido!
—Harry sofocó una exclamación de asombro.
Él tiene mi cuerpo
—dijo el otro—.
Y yo no puedo descansar. Y no podré nunca
.
¿Y qué era él?
—quiso saber Harry—.
Quiero decir, ¿cómo pudo usurpar tu cuerpo, desalojarte de él?
El otro se lo explicó.
Mi sangre le sacó de su urna. Yo era un hijo de sus hijos, de la tribu Zirra. Pero yo lo ignoraba. Sólo mi sangre lo sabía
.
¿Y él salió de la urna?
—insistió Harry—.
¿Bajo la forma de sales esenciales?
Mi sangre lo transformó
.
Harry necesitaba ayuda para comprender, y liberó a Faethor de su cobertura.
¡Maldito seas, Harry Keogh!
—se enfureció el incorpóreo vampiro.
¡Tranquilo! Y explícame lo que me está diciendo este hombre.
Faethor oyó la historia de Vulpe, y dijo:
¡Pero si todo está muy claro! Janos había tomado precauciones. Cuando yo reduje su cerebro y su vampiro a cenizas, sus fieles Zirras lo escondieron en un lugar secreto hasta que él pudo ejecutar su metempsicosis. Pero no se trató simplemente de una transferencia de mentes: la sanguijuela de Janos revivió de sus cenizas, y penetró en el cuerpo de este hombre. Y ahora…
Pero Harry ya lo cubrió de nuevo.
George
—dijo el necroscopio—,
gracias por tu ayuda. No sé muy bien de qué me servirá, pero muchas gracias
.
La única respuesta fue un tenue suspiro, que se desvaneció muy pronto sin dejar rastro…
Harry se esforzó por salir de la inconsciencia, por volver a la vida, por despertar. Y cuando estaba a punto de conseguirlo, llegó Möbius.
¡Harry!
—gritó Möbius—.
¡Tenemos la solución! ¡Pensamos que la tenemos!
—El matemático entró en la mente del necroscopio, y un momento después, éste le oyó musitar:
—Sí, sí, debe de ser esto. Pero ¿está preparado?
¡Nunca estuve tan preparado!
—respondió Harry.
No es eso lo que quiero decir
—dijo Möbius—.
Le preguntaba si está preparado mentalmente
.
¿Preparado mentalmente? August, ¿qué es todo esto?
El continuo de Möbius, Harry. Yo puedo abrir esas puertas, pero sólo si usted está preparado. Allí hay un universo diferente, puertas que se abren a lugares ni siquiera soñados. ¡Y no me gustaría que usted fuera absorbido dentro de su propia mente, Harry!
¿Absorbido?
—Harry hizo un gesto de negación—.
Lo siento, no le entiendo
.
Mire…, ¿resolvió el problema que le planteé?
¿Problema?
—De repente, Harry se sintió hervir de furia y frustración—,
¿Su maldito problema? ¿Le parece que tengo tiempo de resolver jodidos problemas?
¿Pensó siquiera en él?
No… ¡Sí, sí que pensé!
¿Y…?
Nada
.
Harry, voy a abrir una de esas puertas…, ¡ahora!
El necroscopio no sintió nada.
¿Ya está?
Sí, ya está
—respondió Möbius—.
Y si usted tiene las ecuaciones, debería ser capaz de hacer usted mismo lo que falta
.
Pero… no me siento distinto
.
¿Acaso se sintió distinto alguna vez? Antes, quiero decir
.
No, pero…
Voy a abrir otra puerta. ¡Ya está!
Pero en esta ocasión Harry lo notó. Una aguda y blanca lanza de dolor que encendió fuegos de artificio en su mente. Era algo semejante al dolor que su hijo Harry había dispuesto que sintiera si intentaba utilizar la lengua de los muertos, pero como ahora aún estaba inconsciente, el efecto era menor. Y el sufrimiento servía a un objetivo muy diferente.
Y en lugar de hacerle perder la conciencia, lo devolvió al mundo de la vigilia.
¡Y despertó en medio de una situación de pesadilla!
Un líquido frío le quemó la cara, se le metió en la garganta y le hizo toser. ¿Era alcohol? Por cierto, era volátil. Humeaba, y alrededor de Harry todo estaba envuelto en una nube de vapor. Y Harry yacía medio sumergido. Luchó por levantarse, intentando no respirar los vapores, que se alzaban en una especie de columna directamente encima de su cabeza…, una columna ennegrecida… ¡ennegrecida por el fuego!
Harry se arrodilló en una cuenca o depresión excavada en la roca, en medio de un lago de líquido volátil. Debía encontrarse en las entrañas del castillo, en una gran cueva en el basamento rocoso de la montaña…, y contra el muro de enfrente se veían unos escalones que llevaban hasta los niveles superiores… ¡Y allí estaba Janos contemplándolo! Tenía en la mano una tea ardiente, y el fuego se reflejaba en sus ojos escarlata.
Los ojos de Harry se encontraron con los de Janos, y éste enseñó sus dientes monstruosos en una horrible mueca.
—De modo que estás despierto, necroscopio. Me alegro, porque deseaba que sintieras el fuego que te hará mío para siempre.
Janos miró primero la antorcha que tenía en la mano, y luego el suelo. Harry también miró en la misma dirección. Hacia un desaguadero o canal que había sido horadado en la roca. Iba desde los pies de Janos, por el suelo, hasta el borde de la cuenca.
¡Jesús!
—Harry intentó torpemente llegar hasta el borde del charco; se revolcó en el líquido, puso una mano en el borde y se impulsó hacia arriba, escuchó la demente risa de Janos y vio que acercaba lentamente la tea al suelo.
¡Mi problema, Harry!
—Möbius, horrorizado, se desesperó.
Harry luchó con el terror para imaginarse el problema, convirtiendo automáticamente las circunferencias de Möbius en diámetros:
Y su talento matemático instintivo, que por fin recuperó, hizo lo demás.
¿Qué soy yo?
—aulló Möbius mientras el fuego de la antorcha de Janos descendía hasta la líquida mecha.
¡Luz! —exclamó Harry—. ¿Qué otra cosa podría ser? Sólo la luz se expande al doble de la velocidad de la luz… desde nada hasta un diámetro de 1.197.096 kilómetros en dos segundos.
El fuego se extendió por el suelo de la cueva en un resplandor azul.
¿Qué luz?
—Möbius estaba frenético.
—Usted no era nada hasta que comenzó a existir —gritó Harry—. Por consiguiente… ¡Usted es la luz original!
¡Sí!
—Möbius bailó en la mente de Harry—.
Y mi fuente era el continuo de Möbius. ¡Bienvenido, Harry!
Cuando la cuenca se convirtió en un infierno, en la mente de Harry se abrieron pantallas de ordenador. El fuego líquido le chamuscó el cabello y la barba e hizo arder sus ropas. Aquello duró quizá una décima de segundo, hasta que Harry conjuró una puerta de Möbius y salió por ella. Sabía donde ir: conjuró una segunda puerta, y salió del continuo de Möbius y entró en una tormenta de nieve en el techo del mundo. Estaba chamuscado, sí, pero vivo. Vivo como nunca se había sentido antes. Le invadió una sensación de euforia, y más que de euforia. Su risa —tan histérica como la de Möbius— se apagó rápidamente, se convirtió en un gruñido amenazador en las profundidades de su garganta…
Janos le había visto desaparecer, y en ese momento se había dado cuenta de que Harry Keogh era invencible. El necroscopio se había ido…, ¿dónde? ¿Y cuándo volvería? ¿Y qué terribles poderes traería con él? Janos no se atrevió a esperar para descubrirlo. Subió las escaleras que unían los distintos niveles de las laberínticas entrañas del castillo y finalmente llegó hasta los salones abovedados donde guardaba las urnas, las vasijas y los
lekythoi
. ¡Y descubrió que Harry se le había adelantado! Harry, Bodrogk y sus tracios.
Janos se agazapó contra una pared, furioso, y luego se irguió dispuesto a volver al ataque.
—¡Tú eres polvo! —rugió señalando a Bodrogk.
El gigantesco jefe tracio y dos de sus capitanes retrocedieron y salieron de la habitación, pero el tercer hombre quedó preso en el estallido del conjuro de Janos.
OGTHROD AI', GEB'L-EE'H
YOG-SOTHOTH, NGAH'NG AI'Y,
ZHRO
El tracio alzó los brazos, emitió su último suspiro… y cayó convertido en una nubecilla de elementos químicos de un color gris verdoso.
Janos lanzó una demencial carcajada, y se lanzó a coger la espada del guerrero caído. Después avanzó hacia Harry, la espada en alto…, pero el necroscopio sabía muy bien qué tenía que hacer. Porque Harry era un mago, un hechicero entre hechiceros, y en su mente mil voces muertas que salían de las urnas donde estaban prisioneras sus cenizas, le enseñaban las palabras del poder.
Harry señaló hacia las urnas, y girando en un círculo pronunció la runa de la invocación:
¡YAI'NG'NGAH, YOG-SOTHOTH,
H'EE-L'GEB,F'AI THRODOG,
UAAAH!
Un olor agrio y un humo púrpura invadieron el salón, volviendo invisibles a Harry, a Janos y a todos los demás. Y por encima de todo se oyeron los gritos de los torturados. No hubo tiempo de mezclar los elementos químicos; aquellos tracios, persas, griegos y escitas eran imperfectos, pero su ansia de venganza estaba intacta.
Y Janos lo sabía. Recorrió sus filas mientras ellos rompían las urnas y crecían como hongos de la nada, pero tan pronto como Janos señalaba a un grupo y los volvía de nuevo cenizas, el necroscopio los resucitaba. El vampiro no podía ganar; no podía gritar sus palabras lo bastante rápido y los resucitados guerreros le rodeaban, cada vez más próximos.
En medio de una polvareda, Janos subió los escalones rumbo a los pisos superiores, y desapareció de la vista. Los guerreros, horriblemente incompletos, se dispusieron a seguirle, pero Harry les advirtió:
—Permaneced aquí. Ya habéis hecho vuestra parte. Pero en esta ocasión, cuando retornéis al polvo, sabréis que será para descansar en paz.
Y ellos le bendijeron cuando les devolvió a su
materia
. A todos, menos al rey guerrero Bodrogk.
Y Harry se llevó consigo a Bodrogk y pasó por una puerta de Möbius… y salió otra vez a las ruinas del castillo Ferenczy.
Esperaron, y al poco rato llegó Janos, que gruñía, se quejaba y jadeaba en el aire nocturno. El vampiro los vio, y aterrorizado y medio sofocado, huyó dando tumbos por entre las ruinas. Estaba exhausto y sin aliento; se tambaleó hasta la ladera tras el castillo y subió por un sendero…, y a medio camino se encontró con Harry y Bodrogk, que estaban esperándolo. ¡Y el gigantesco tracio llevaba un hacha de guerra!
No tenía escapatoria. Janos miró hacia la oscuridad, y sus ojos escarlata contemplaron el vacío. Había un solo arte wamphyri que nunca había podido dominar, o imitar, y ahora debía hacerlo. Alzó los brazos y deseó el cambio, y sus ropas cayeron en jirones mientras su cuerpo se convertía en una gran manta, en una hoja de carne. Y a la manera de un murciélago, se lanzó al vacío desde el sendero de la montaña.
¡Y lo consiguió! Voló, y los jirones de sus ropas se agitaban en el aire como extrañas alas. Janos voló… hasta que el hacha de Bodrogk se clavó en su columna vertebral.
Harry y Bodrogk regresaron a las ruinas y encontraron al monstruo retorciéndose, caído entre los escombros. Se ahogaba, y, al toser, la sangre manaba de sus fauces, pero ya se había arrancado el hacha y su carne de vampiro comenzaba a cicatrizar. El necroscopio se arrodilló a su lado y lo miró a los ojos. ¿Hombre a… hombre? En todo caso, cara a cara, aunque uno de los dos rostros aparecía lleno de terror.