Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
El gitano que hacía de portavoz del grupo se situó con cautela junto a Harry y aflojó un poco los lazos del cuello. Y le preguntó a Bodrogk:
—¿Eres una de las criaturas de Ferenczy?
Bodrogk no comprendió. Miró a un lado y a otro, preguntándose qué le habría dicho el hombre. Harry percibió su confusión, y le habló en la lengua de los muertos:
—Quiere saber si te envía Janos —Harry habló en voz alta, dejando que su don tradujera las palabras al habla de los muertos. Y la mirada de Bodrogk se centró ahora solamente en Harry.
El gigantesco tracio se adelantó y los gitanos retrocedieron.
Bodrogk cogió las cuerdas que llevaba Harry alrededor del cuello y las cortó como si fuesen hilos. Luego se presentó, y dijo:
—De modo que eres el necroscopio, amado por todos los muertos.
—Por todos, no —respondió Harry—, porque también entre ellos hay cobardes, como los hay entre los vivos. Y si no puedo conocerlos (porque ellos tienen miedo de conocerme), entonces no puedo ser su amigo. De todas formas, Bodrogk, no deseo ser amado por lacayos.
Los hombres de Bodrogk habían rodeado a los gitanos. Y ahora su gigantesco jefe se quitó el casco y lo hizo a un lado estrepitosamente. Tenía el cuello de un toro y el rostro barbado y feroz. Pero la tez era de color gris, y la cara, como el resto del cuerpo, demacrada por un horror indecible. Su aspecto contaba mejor que mil palabras la manera en que Janos le había tratado, y había tratado a los suyos.
—Te he oído hablar con los muertos —dijo Bodrogk—. Debes saber que no todos los servidores de Janos son cobardes.
—Sé que los tracios en las mazmorras del castillo son ceniza, y no pueden ayudarme. Me dijeron que lo harían, pero que no pueden porque sólo Janos puede llamarlos, porque nadie más que él conoce las palabras. Por otra parte, tú y tus seis hombres no sois polvo.
—¿Nos llamas cobardes? —la mano encallecida de Bodrogk cayó sobre el hombro de Harry, cerca del cuello, y levantó un poco la gran espada de bronce que empuñaba en la otra mano.
—Sólo sé que algunos aceptan que Janos viva —respondió Harry—. Y que yo he venido a matarlo, y a acabar con su maldad para siempre.
—¿Y eres un guerrero, Harry?
Harry alzó la cabeza y apretó los dientes. No había temido nunca a la muerte, y no la temía ahora.
—Sí —respondió.
La sonrisa de Bodrogk fue extraña y triste, y desapareció tan pronto como miró a los hombres que estaban detrás de Harry.
—¿Y esos que están contigo? Te capturaron y te trajeron aquí, ¿verdad? Como a un cordero para el sacrificio.
—Ellos pertenecen a Ferenczy —respondió Harry.
El tracio lo miró, y sus ojos penetraron en el alma de Harry.
—¿Un guerrero sin espada? No puede ser, coge la mía —dijo, poniéndola en las manos de Harry, y luego hizo una señal a sus hombres. Los seis lugartenientes tracios cayeron con sus espadas sobre los gitanos, y un instante después los barrieron del peñasco y los arrojaron al abismo como si fueran desperdicios. Los cadáveres de los gitanos cayeron rebotando en la profunda y oscura sima.
—¡Por fin un amigo! —se alegró Harry—. Siempre pensé que finalmente encontraría a unos pocos.
—Eras tú o ellos —respondió Bodrogk—. Tenía que elegir entre asesinar a un hombre valioso, o matar a un puñado de perros. Entre la esclavitud a los Ferenczy, o la libertad…, dure ésta lo que dure. He tomado la única decisión que podía tomar un hombre. Pero si me hubiera detenido a pensarlo aunque fuera un instante…, podría haber hecho lo contrario. Por la salvación de mi esposa. —Y Bodrogk le explicó a Harry lo que quería decir.
—Has asumido una enorme responsabilidad —dijo Harry, devolviéndole la espada.
—Los muertos me llamaron —respondió Bodrogk—. Cientos de ellos me rogaron que te salvara la vida. Sí, y hubo una mujer que habló con especial elocuencia. ¡Si hasta hubiera podido ser mi madre! Pero era la tuya.
Harry suspiró y pensó: «¡Gracias a Dios que me dio una madre como tú, mamá!».
—Tu madre, sí. Ella me convenció a medias, y el resto lo hizo Sofía.
—¿Tu esposa?
—Sí. Ella me dijo: «¿Qué ha sido de tu honor, tú, que fuiste en tu época tan grande? Prefiero el aplauso y el helado consuelo de los muertos, y la eterna esclavitud a Janos, antes que otra urna llena de cenizas gimientes en las mazmorras del monstruo».
—Si es así, tu dama y yo tenemos mucho en común —dijo Harry. Y luego añadió, sin pensárselo—: Bodrogk, yo ya tengo una causa, pero tu mujer debe ser la tuya. Lucha pensando en Sofía, y no te vencerán.
Y para sus adentros, sin que le oyeran, rogó que eso fuera verdad.
—No tengo ningún plan —admitió Harry en voz alta.
—¡Un guerrero sin espada, y sin un plan de campaña! —rió sin alegría Bodrogk. Pero luego cogió al necroscopio por el hombro, y añadió—: He estado largo tiempo muerto, Harry Keogh, pero en vida fui un rey de guerreros, un general de ejércitos. Yo era un gran estratega entre los de mi raza, y todos los siglos transcurridos no me han despojado de mi astucia.
Harry miró al tracio que caminaba a su lado, demacrado, sombrío, un muerto resucitado.
—¿Pero será suficiente la astucia, frente a un vampiro al que le basta decir unas palabras para devolverte nuevamente al polvo? Pienso que será mejor que me digas cómo actúa la magia de Janos, y luego me cuentes algo de tu plan.
—Las palabras de devolución sólo pueden ser pronunciadas por un maestro, por un mago —dijo Bodrogk—, y Janos lo es. Él debe dirigir sus palabras, apuntar con ellas como la flecha apunta al blanco. Y para dar en el blanco, antes tiene que verlo. Por consiguiente, le atacaremos separados, individualmente. Tú, yo y mis seis hombres; cada uno de nosotros será una unidad. Nos acercaremos y entraremos en el castillo por todos sus lados. ¡Janos no podrá golpearnos a todos al mismo tiempo! Y a ti no puede atacarte con meras palabras, por poderosas que éstas sean. Algunos de nosotros caeremos, sí. ¿Y qué? Hemos caído antes, ¡y deseamos caer y permanecer así para siempre! Pero mientras Janos está ocupado con unos, los otros (especialmente tú, Harry), podrán vivir lo suficiente como para ocuparse de él.
—Es un plan tan bueno como cualquier otro —estuvo de acuerdo Harry—, pero… Janos seguramente no está solo.
—Tiene a sus vasallos vampiros —respondió Bodrogk—. Son cinco. Tres eran gitanos y dos que se unieron al grupo recientemente. Uno de ellos es una mujer, dotada de poderes…
—Sandra —Harry susurró el nombre, y se sintió enfermo al pensar en lo que debía estar padeciendo Sandra, y lo que tendría aún que padecer.
—Y el otro es un hombre igualmente dotado —continuó Bodrogk—. Janos le ha torturado para forzarlo a obedecer. En cuanto a la mujer, ha hecho con ella lo que el muy perro hace con todas las mujeres.
—Entonces, deberemos enfrentarnos también a ellos.
—¡Ya lo creo, y ahora mismo!
—¿Ahora?
—Están esperándonos un poco más allá, entre los árboles. Yo debo entregarte a ellos, que a su vez se encargarán de conducirte junto a su amo.
Harry miró, y vio en la última cresta antes de llegar al castillo unos pinos retorcidos y sacudidos por el viento. Y bajo la sombra de los árboles vio también las llamas amarillas de los ojos de los vampiros, que brillaban feroces en la oscuridad de la noche. Y utilizó solamente su mente para preguntar en la lengua de los muertos:
¿Sabes cómo lidiar con ellos?
¿Y tú?
—le respondió Bodrogk con otra pregunta.
La estaca, la espada y el fuego
—respondió sombrío Harry.
Espadas tenemos
—dijo Bodrogk—.
También fuego, en las antorchas que llevan mis hombres. ¿Y estacas? También, pues hemos cortado algunas mientras te esperábamos. Porque, como ves, en mis días también había vampiros. Así que, ¡manos a la obra!
Los vasallos no-muertos de Janos surgieron como fantasmas de entre los árboles. Tendieron sus largos brazos hacia Harry para cogerlo, en sus rostros una horrible sonrisa. Ninguno de ellos sospechaba que Bodrogk los había traicionado. Pero los tracios cayeron sobre ellos cuando rodeaban al necroscopio.
Fue una carnicería, y muy rápida. Los tres vampiros fueron decapitados, arrojados al suelo, y sus corazones atravesados con una estaca. Pero ¿eran sólo tres? Cuando los hombres de Bodrogk cogieron los cuerpos de sus víctimas, los acomodaron en las ramas bajas de los pinos e incendiaron los resecos árboles, Harry vio una figura encorvada que permanecía algo apartada. Y un instante después Ken Layard se adelantó.
—¡Harry! —dijo—. ¡Harry, gracias a Dios!
Cuando Ken Layard abrió los brazos en cruz, cerró los ojos y levantó el rostro hacia el cielo nocturno, la luz de la luna dio a su pálida tez un color dorado. Los tracios miraron a Harry; no había nada que él pudiera hacer, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, y se dio la vuelta para no ver.
Y vio una figura alta y oscura, de pie en el borde de las ruinas, apenas a doce pasos de distancia.
¡Era Janos!
Los hombres de Bodrogk ya habían terminado con Layard, y también ellos vieron al vampiro allí, en las ruinas, los ojos escarlata llameando de furia. Los tracios retrocedieron con rapidez hacia las sombras, pero dos de ellos, que estaban juntos, no fueron lo bastante veloces.
Janos les señaló con el dedo, y su voz horrible resonó como una maldición en el aire de la noche.
—¡OGTHROD AI’F-GEB'LEE'H-YOG-SOTHOTH!
Dijo algo más, pero los efectos de la runa de la disolución ya eran visibles. Los dos tracios que fueran el blanco de Janos se convirtieron en insustanciales fantasmas, y luego, cuando Janos terminó su invocación, cayeron a tierra en forma de polvo.
Harry miró a su alrededor, Bodrogk y los cuatro hombres que le quedaban habían desaparecido de la vista; otro terror se aproximaba.
El lobo —el gran Gris que había sido parte de su escolta, pero que luego se había mantenido alejado del grupo de tracios— se acercaba ahora a Harry, y a la manera de un gigantesco perro pastor, intentaba conducirlo hacia el castillo de su amo. El necroscopio se agachó, cogió una de las espadas de bronce de los ahora inmateriales tracios, y percibió su gran peso. Era algo más pequeña que la de Bodrogk, pero, aun así, no se trataba de un estoque. Harry sabía que no le sería posible blandirla con soltura, pero era mejor que nada.
Harry buscó a Janos y vio la fugaz sombra del monstruo que se deslizaba hacia la oscuridad de las ruinas. Se trataba de un cebo para que Harry le persiguiera. Bien, ¿acaso no había venido para eso?
Cuando siguió a Janos, el gran Gris corrió tras él, mordiéndole los talones. Harry endureció la pierna como si se tratara de una barra de carne y hueso y golpeó, y sintió el crujir de los dientes de la bestia cuando su pie chocó contra su morro. Harry miró amenazante a la criatura y levantó con las dos manos la gran espada de bronce… y, cosa asombrosa, ¡el lobo retrocedió, gimiendo!
Antes de que Harry se preguntara qué significaba esto, Bodrogk y uno de los cuatro hombres que le quedaban salieron de su escondite y atacaron al animal. No duraron mucho los ruidos del ataque, que le recordaron a Harry los de una carnicería, cuando los tracios, tras malherir a la bestia, acabaron con sus aullidos cortándole la cabeza.
Los ojos de Harry estaban ahora más acostumbrados a la oscuridad; de hecho, la claridad de su visión nocturna era notable, y a él mismo le asombraba. Pero no tenía tiempo de considerar esta cuestión. En cambio, miró hacia el centro de las ruinas y vio a Janos de pie detrás de una pared caída. La mirada del monstruo estaba fija en un punto más allá de Harry. Los tracios, claro está. Pero cuando los señaló con la garra que tenía por mano, el necroscopio gritó:
—¡Cuidado!
—OGTHROD AI'F… —Janos comenzó la runa de la devolución, y antes de que terminara, otro tracio se derrumbó convertido en polvo. Uno de los dos hombres se había salvado, y Harry confiaba en que fuera Bodrogk.
Pero ahora el necroscopio fue de verdad tras Janos. Atlético, seguro de sus pasos incluso en la oscuridad, vio que el vampiro iniciaba, tras un montón de ruinas, lo que parecía ser un descenso a las profundidades de la tierra. En el último instante, antes de desaparecer, Janos volvió su extraña cabeza y miró hacia atrás, y Harry vio las lámparas carmesí de sus ojos. Y en su mirada había un desafío que el necroscopio no podía resistir.
Encontró una escotilla abierta en la piedra, y unos escalones que descendían, y casi sin pensarlo comenzó su propio descenso, hasta que una voz detrás de él lo detuvo. Se dio la vuelta y vio que Bodrogk y sus guerreros se acercaban.
—Harry —dijo el gigantesco tracio—. Serás el primero en descender. ¡Ve deprisa, y cuida de mi Sofía!
Harry dijo que sí con un gesto y comenzó a bajar por la escalera de caracol —un muro a un costado, y el abismo del otro— hasta el primer rellano. Pero cuando apoyó el pie en un sólido suelo de piedra…
¡Janos lo estaba esperando!
El vampiro apareció como salido de la nada, hizo saltar de un golpe la espada de la mano de Harry y lo arrojó contra la pared con tal fuerza que el necroscopio se quedó sin aliento. Y antes de que pudiera volver a respirar, Janos ya estaba sobre él y con su enorme puño le golpeó la cabeza contra la pared. Físicamente las fuerzas de ambos no eran parejas, y Harry se apagó como una cerilla…
¡Harry…, Haaarry!
—llamó su madre, y cien madres como ella, y un número aún mayor de amigos y conocidos, y todos los muertos del mundo en sus tumbas. Sus voces, en la lengua de los muertos, llenaron el éter, pasaron el umbral del subconsciente de Harry y le reconfortaron con su amistoso calor. Calor, sí, porque las mentes de los muertos son distintas de la vulgar arcilla que antaño fue su carne.
¿Madre?
—respondió Harry en medio del dolor, y luchando por recuperar la conciencia—.
¡Madre, estoy herido!
Lo sé, hijo
—dijo ella—.
Lo he percibido, ¡todos nosotros lo hemos percibido! Relájate, Harry, y siente lo que todos sentimos por ti
. —Detrás de ella, la cortina sonora en la lengua de los muertos iba creciendo en intensidad, un muro de gemidos mentales.
Relajarme no me ayudará, madre
—respondió él—.
Ni todo el rechinar de dientes que oigo desde aquí. Tendré que volverme impermeable a todos vosotros. Necesito despertar. Y cuando lo haya hecho, ¡necesitaré ayuda para vivir!