Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
Darcy no lo negó.
—Sí —respondió—, estaba con él, pero por última vez. Obedecía órdenes, o al menos intentaba hacerlo, pero ya sé que eso no es una excusa. No debería haber estado aquí. Pero ahora… tengo un último trabajo que realizar, y luego abandonaré definitivamente la Organización E. Espiar no es mi vocación, Harry, ¡y mucho menos joder a mis amigos! En cuanto a Wellesley, no creo que de ahora en adelante pueda molestarnos.
—¿Por qué? —Harry palideció—. No me digas que ellos…
—No —respondió de inmediato Darcy—, no le hicieron ningún daño. Les ordenaste que se marcharan, y te obedecieron. Y luego perdiste el conocimiento.
Sandra entró en la habitación con el café para Harry.
—¿Qué es ese asunto de los nombres? —quiso saber la joven.
Harry tomó un sorbo de café, sacudió levemente la cabeza, como probando sus fuerzas, y se quejó:
—¡Dios, cómo me duele!
Sandra cogió unas pastillas de su bolso y se las dio. Harry las tomó con el café.
—Nombres, sí —dijo luego—. Los nombres de la gente de la Organización E. Estabas hablando de ellos cuando yo desperté.
Darcy le contó lo sucedido a Layard y a Jordan, y mientras hablaba el rostro de Harry fue adoptando una expresión preocupada. Al final, después de que Darcy terminó, Harry miró a Sandra.
—¿Y bien? —preguntó.
Ella le miró, desconcertada.
—¿Qué quieres, Harry? —preguntó por fin.
—Cuéntale lo de las piedras del jardín.
Y ella comprendió de inmediato.
—¡Ken L.! ¡Y T.Jor!
Ahora era Darcy quien parecía confuso.
—¿Podéis explicarme de qué se trata? —preguntó.
Harry se levantó, se tambaleó levemente, y luego se dirigió al jardín. Todavía llevaba puesto el pijama.
—¡Ve con cuidado! —le previno Darcy—. Todavía hay muchísimos trozos de cristal. Me temo que anoche no barrimos muy bien.
Harry evitó los cristales y cogió la manta. Los otros dos le siguieron. Cruzó descalzo el jardín, y señaló unas cuantas piedras que habían dejado en la hierba.
—Mirad allí. Eso es lo que estaban haciendo cuando Wellesley me atacó. Dicho sea de paso, sería bueno que cuando tengas algún momento libre, dentro de una o dos semanas, me expliques lo sucedido.
Harry se dirigía tanto a Sandra como a Darcy.
—¡Harry, yo no tuve nada que ver con eso! —protestó Sandra.
—Pero trabajas para la Organización.
—Ya no —respondió ella, y luego, llevada por su miedo a perderlo, se apresuró a explicarle—: Intenta comprenderlo, Harry. Al principio, tú no eras más que un trabajo, aunque distinto de todos los que me habían dado antes. Además, yo lo hacía por tu bien; al menos eso es lo que ellos me dijeron. Pero no estaba planeado, ni por mí ni por la Organización, que yo me enamorara de ti. Sucedió, sin embargo, y ahora pueden quedarse con su trabajo.
Harry sonrió apenas y luego se tambaleó. Sandra de inmediato se acercó y le sostuvo.
—¡No deberías estar levantado, tienes muy mal aspecto!
—Sólo estoy un poco mareado —respondió Harry—. Pero volvamos a lo que decías antes; cuando estaba despertando lo oí todo. ¡Qué diablos!, me parece que supe desde siempre que eras de la Organización. Tú y el viejo Bettley. ¿Y qué importa? Yo también fui agente en una época. Además, seamos sinceros, necesito toda la ayuda que puedan darme.
Darcy continuaba mirando las piedras, el entrecejo fruncido.
—¿Significará esto lo que yo creo que significa? —preguntó, y todos leyeron la palabra incompleta:
RHODA
—Sí, es Rodas —asintió Harry—. No tuvieron tiempo de terminarla. Y ahora todo tiene sentido.
—Sí, ¿pero cuál? —dijeron Sandra y Darcy al unísono.
Harry les miró, y no intentó disimular su temor.
—Es algo por lo que he rezado para que no sucediera, pero no obstante, desde que regresé de Starside sospechaba que tarde o temprano tendría lugar. —Harry se estremeció y añadió—: Vayamos adentro… —y no dijo nada más sobre lo que le preocupaba.
Cuando Wellesley despertó y Darcy le dijo que al parecer se encontraba metido en un buen lío, se mostró al principio prepotente. Pero más tarde tuvo también que enfrentarse a Harry, y entonces se desmoronó. Sabía que era afortunado al no haberse convertido en un asesino, y también sabía que Harry no había dejado que sus amigos le mataran, aunque si lo hubieran hecho, nadie le habría acusado de nada. Y lo que es más, no desconocía el sufrimiento que le había causado a Harry dar aquella orden. Así pues, Wellesley lo confesó todo: cómo Gregor Borowitz le había reclutado por su talento negativo (el hecho de que nadie pudiera leer en su mente), y cómo había sido un topo sin actividad hasta que intentaron convertirle en un agente activo.
Harry era quien interesaba fundamentalmente a los rusos, aunque sin duda también se habrían interesado por los demás agentes de la Organización E cuando tuvieran la seguridad de que Keogh ya no tenía ninguna función dentro de ésta. Por esa razón, Wellesley les había comunicado detalle a detalle los progresos de Harry. Y cuando parecía que éste estaba por descubrir cosas nuevas, los rusos decidieron eliminarle. Harry sería demasiado peligroso si recuperaba sus antiguos dones, o desarrollaba otros nuevos y desconocidos hasta el momento.
Después Darcy había ordenado a sus hombres que llevaran al ex director de la Organización a Londres y le entregaran a los agentes del MI5, tras lo cual había hablado largo rato por teléfono con el ministro responsable del grupo. Uno de los temas había sido Nikolai Zharov, el contacto ruso de Wellesley. Estaba en paradero desconocido, y seguramente continuaría estándolo. Puesto que gozaba de inmunidad diplomática, no podían detenerle. Elevarían una protesta ante la embajada soviética, y solicitarían la expulsión de Zharov por la razón acostumbrada, «actividades reñidas con su condición de diplomático…», etc., etc.
Cuando Darcy terminó, Harry había tomado un poco más de café y comido algo, y se encontraba un poco mejor. Darcy observó que no parecía triste, sólo tranquilo y un poco ausente. Le hizo pensar en una poderosa linterna a la que le faltaran las pilas. Podía brillar si estaba cargado, pero ahora no daba ni siquiera una chispa de luz.
O tal vez sí.
—¿Cuándo irás a Rodas? —preguntó Harry.
—En el primer vuelo que haya —respondió Darcy—. Ya me habría marchado de aquí, pero quería estar seguro de que te encontrabas bien. Pienso que te debo eso, y posiblemente mucho más. Pero si Trevor y Ken pueden viajar, quiero sacarlos de allí cuanto antes. Además, debo intentar descubrir qué les ha pasado. El agente griego que les servía de enlace aún está allí, y quizá pueda ayudarme. —Darcy le dirigió a Harry una mirada calculadora—. Y pensaba que tal vez tú también pudieras ayudarme, Harry, con esos mensajes… o lo que sea que recibes.
Harry asintió.
—Tengo mis sospechas —dijo—, pero roguemos que sean erróneas. Mira, yo sé que los muertos jamás querrían hacerme daño; que sabiendo que podrían causarme dolor, nunca se arriesgarían deliberadamente. Pero esto que sucede es tan importante para ellos, o para mí, que parecería que me hubieran tentado para que les hablara. Pero mi hijo hizo un muy buen trabajo conmigo. No puedo recordar mis sueños (o al menos no los que los muertos me inspiraron) y no puedo tratar de interpretarlos. Y en cuanto al continuo de Möbius… ¡por Dios, cómo podría utilizarlo si cada vez que sumo dos más dos, el resultado es cinco!
Darcy Clarke tenía una experiencia personal con el continuo de Möbius. Harry le había llevado en una ocasión desde donde se hallaban ahora hasta las oficinas centrales de la Organización E, en Londres, a más de quinientos kilómetros de distancia. Darcy jamás olvidaría ese viaje, y confiaba en que nunca volvería a repetirlo. Todavía ahora, muchos años más tarde, estaba profundamente grabado en su memoria.
En la banda de Möbius reinaba la oscuridad, una oscuridad primigenia, tal como era antes de que comenzara el universo. Era un lugar de negatividad, sí, donde la oscuridad cubría las profundidades insondables. Y Darcy había pensado que ésa pudiera ser la región desde donde Dios había dado la orden de «¡Hágase la luz!», y había producido el vacío metafísico
.
No había aire, pero tampoco tiempo, así que Darcy no necesitaba respirar. Y sin tiempo, tampoco había espacio; esas dos dimensiones esenciales del universo estaban ausentes. ¡Pero Darcy no había estallado ni se había expandido porque no había dónde expandirse!
La única ancla con que había contado Darcy para no enloquecer era Harry; no podía verlo porque no había luz, pero podía sentir la presión de su mano. Y posiblemente porque Darcy también tenía facultades de percepción extrasensorial, sintió que de alguna manera comprendía aquel lugar. Por ejemplo, sabía que era real porque él se encontraba allí, y con Harry a su lado no había sentido miedo. Además, su talento para sobrevivir no le había señalado que no entrara en el continuo. Y aunque presa de una confusión muy cercana al pánico, había sido capaz de explorar sus sensaciones y sentimientos con respecto al lugar
.
No había en él espacio ni tiempo. Era centro y frontera al mismo tiempo, interior y exterior, donde nunca cambiaba nada excepto por la fuerza de la voluntad. Pero no había aquí voluntad alguna, sólo la que traía consigo alguien como Harry Keogh. Harry sólo era un hombre, pero las cosas que podía hacer por medio del continuo de Möbius eran… ¿propias de un dios? ¿Y si Dios viniera al continuo?
Y Darcy había pensado en el Dios, el que había provocado el Gran Cambio, y por la mera fuerza de su voluntad había producido un universo donde antes había un vacío informe. Y entonces, se le había ocurrido algo
:
—No deberíamos estar aquí. Éste no es nuestro lugar.
—Comprendo lo que sientes —había respondido Harry—, porque yo me he sentido igual. Pero no tengas miedo. Simplemente déjate llevar y acepta lo que sucede. ¿No puedes sentir su magia? ¿No te emociona como nunca lo has estado en tu vida?
Y Darcy tuvo que admitir que le emocionaba, ¡pero que también le infundía terror!
Después, como para no prolongar aquello demasiado, Harry le había conducido hasta el umbral de una puerta del tiempo futuro. Miraron y vieron un caos de billones de hebras de pura luz azul dibujadas contra una eternidad de terciopelo negro, como una increíble lluvia de meteoros, sólo que las huellas no se borraban sino que permanecían impresas en el cielo, impresas en el tiempo. Y lo más asombroso era que dos de esas hebras de luz azul procedían de Harry y de Darcy, salían de sus cuerpos y se extendían al futuro
.
Las hebras azules de la humanidad, de todo el género humano, extendidas en el espacio y el tiempo… Pero luego Harry cerró aquella puerta y abrió otra, una puerta en el pasado. Las miríadas de hebras luminosas como el neón también estaban allí, pero en lugar de extenderse hacia una nebulosa distancia, se contraían, apuntando hacia un lejano azul centro del origen
.
Y esto era lo que más había impresionado a Darcy, y permanecía grabado en su memoria: que había visto la luz del origen de la humanidad
.
—Voy a ir contigo —se oyó la voz de Harry, que hablaba con tono decidido, y trajo a Darcy al presente—. Iremos juntos a Rodas. Puede que me necesites.
Darcy lo miró asombrado. No le había visto tan decidido y animado desde hacía… ¿Desde hacía cuánto tiempo?
—¿Vienes conmigo?
—Ellos también son mis amigos —le espetó Harry—. Puede que no les conozca tanto como tú, pero en una ocasión confié en ellos, y ellos confiaron en mí, en lo que yo estaba haciendo. Trabajamos juntos en el caso Bodescu. Tienen facultades extraordinarias, y también una valiosa experiencia de…, de cosas. Además, me parece que los muertos desean que vaya. Y no nos podemos permitir que le pase algo malo a gente como ellos.
—¿No nos podemos permitir? ¿A quiénes te refieres con ese «nos», Harry? —Y Darcy parecía muy tenso mientras esperaba la respuesta de Harry.
—A mí, a ti, al mundo entero.
—¿Piensas que este asunto es tan serio?
—Podría serlo, por eso iré contigo.
Sandra los miró y dijo:
—Yo también voy.
Darcy hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No, si Harry cree que lo que está sucediendo puede ser muy malo, tú no vas.
—¡Pero soy telépata! —protestó la joven—. Y puedo ayudar con Trevor Jordan. Él y yo nos leíamos nuestras respectivas mentes como si fueran libros abiertos. Y recuerda que también es mi amigo.
—¿No has oído lo que dijo Darcy? Trevor está loco. Ha perdido por completo la cabeza —le dijo Harry cogiéndola del brazo.
Ella le miró con una expresión burlona.
—¿Qué significa eso, Harry? La cabeza no se pierde nunca, y tú deberías saberlo. A veces no funciona muy bien, eso es todo. Puede que yo pueda leer su mente, y ver qué es lo que no está bien.
—Estamos perdiendo el tiempo —Darcy se estaba poniendo ansioso—. De acuerdo, ya está decidido. Vamos los tres. ¿Cuánto tiempo necesitáis para prepararos?
—Yo estoy listo —respondió de inmediato Harry—. Dame cinco minutos para meter unas pocas cosas en la maleta.
—Yo tengo que recoger mi pasaporte cuando pasemos por Edimburgo —dijo Sandra—. Si necesito alguna cosa, la compraré en Rodas.
—Muy bien. Llama a un taxi, y yo ayudaré a Harry —dijo Darcy—. Si tenemos tiempo, llamaré a las oficinas de la Organización desde el aeropuerto. De modo que manos a la obra.
Y los muertos se tranquilizaron en sus tumbas. Por el momento, al menos. Harry, a quien le pareció oír el multitudinario suspiro de alivio, se estremeció. No era terror, ni miedo. Pero el saberlo le producía un leve estremecimiento. Y claro está que sus amigos —sus amigos del mundo de los vivos— no percibieron absolutamente nada.
Ellos lo ignoraban, pero Nikolai Zharov había ido al aeropuerto de Edimburgo para verlos partir. También había estado al otro lado del río con unos prismáticos especiales para ver en la oscuridad cuando Wellesley entró en la casa de Harry en Bonnyrig. Y había visto a los seres que abandonaron el jardín para regresar a sus tumbas, en un cementerio junto al río a dos kilómetros del lugar. Los había visto, y sabía qué eran, pero hubiera preferido ignorarlo.
Pero eso no impidió que enviara un mensaje codificado a los hombres de la KGB en la embajada. Así pues, los servicios secretos soviéticos se enteraron muy pronto de que Harry Keogh estaba en camino hacia el Mediterráneo…