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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (18 page)

BOOK: El laberinto del mal
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Considerado como propiedad privada, el cinturón estaba defendido por corbetas del Gremio de Comercio y patrulleras modeladas a imagen y semejanza de los cazas estelares geonosianos. No obstante, los Servicios de Inteligencia de la República habían conseguido introducir a uno de sus agentes en Escarte. Obi-Wan y Anakin no sabían cómo o cuándo podrían contactar con ese agente, pero poco antes de abandonar Belderone fueron informados de que Thal K'sar, el artesano bith que supuestamente había diseñado el transmisor de hiperonda y el holoproyector de la mecano-silla de Gunray, había sido arrestado, aunque no sabían bajo qué acusación.

Un carillón de alerta surgió de la consola de navegación del crucero.

—Escarte —anunció Anakin— exige que nos identifiquemos y expliquemos el motivo de nuestra presencia aquí.

—Diles que somos comerciantes independientes en busca de trabajo —le recordó Obi-Wan.

Anakin activó las comunicaciones y habló por el micrófono.

—Crucero corelliano, permiso de aterrizaje denegado —respondió una voz áspera—. Escarce no tiene ningún trabajo que ofrecer, pruebe en Ansion o en Ord Mantell.

Obi-Wan miró por una de las portillas a tiempo de ver una corbeta que se acercaba por estribor.

—Trayectoria de intercepción —dijo Anakin—. ¿Alguna instrucción de último minuto, Maestro?

—Sí, cíñete al plan. Nuestra mejor opción de encontrarnos con K'sar es que nos arresten.

Anakin sonrió abiertamente.

—Eso no debería de ser un problema. Prepárate.

Obi-Wan ya estaba preparado, así que fue capaz de mantenerse más o menos erguido en su sillón cuando Anakin conectó los impulsores e hizo que el crucero diese un giro brusco... no para alejarse de la corbeta, sino para dirigirse directamente hacia ella.

En la consola sonó de nuevo la alarma.

—Quieren que nos alejemos, Anakin.

Anakin no cambió de rumbo.

—Unas cuantas maniobras rápidas. Nuestra forma de decirles que no nos gusta que nos rechacen.

—Nada de láseres.

—Prometido. Sólo haremos que les zumben un poco los oídos. Obi-Wan vio que la corbeta se hacía más y más grande. La consola continuó emitiendo tañidos, cada vez con más fuerza. Un segundo después, dos disparos de turboláser pasaron frente a la proa del crucero. Obi-Wan se aferró a los brazos del sillón.

—No parecen tener sentido del humor.

—Tendremos que esforzarnos más.

Inclinando el morro del crucero, Anakin aumentó la velocidad. Daba la impresión de querer pasar bajo la corbeta; pero, en el último momento, tiró de los mandos hacia atrás haciendo que el crucero ascendiera casi verticalmente y en espiral. La andanada de las baterías delanteras de la corbeta casi rebanó la cola de la nave.

—Ya me parece bastante plausible —comentó Obi-Wan—. Nivela y hazles señas de que nos rendimos.

—Maestro, no te tomas en serio nuestra misión. Sospecharán que ocultamos algo si se lo ponemos demasiado fácil.

Obi-Wan vio cómo dos patrulleras se unían a la persecución. Rodeado de los relámpagos escarlatas de los láseres. Anakin aceleró el crucero a través de un promontorio dentado y se metió en pleno cinturón de asteroides.

—¡Sólo hay algo peor que ser tu compañero de escuadrilla, y es ser tu pasajero!

Anakin inclinaba la nave para que volase de lado y pudiera pasar entre un cúmulo de rocas, cuando un láser impactó contra el asteroide más cercano. Las esquirlas desprendidas por la explosión azotaron los escudos del crucero, pero el tablero de mandos confirmó a Obi-Wan que la carlinga no había sufrido el menor daño.

El joven Jedi sujetó los mandos y tiró de ellos con fuerza, haciendo que el crucero girase en redondo. Una de las patrulleras los adelantó, rozando el flanco del crucero, pero Anakin siguió realizando giros cada vez más cerrados, hasta hacer desistir a los cazas. La nave tan pronto aceleraba, empujando a Obi-Wan y a Anakin contra sus asientos, como frenaba bruscamente un segundo después, lanzándolos contra el panel de instrumentos.

Anakin extendió una mano sobre su cabeza para realizar algunos ajustes, y el crucero volvió a lanzarse hacia delante, y luego se detuvo bruscamente y tembló de forma incontrolada.

Obi-Wan examinó las pantallas.

—¿Nos han dado?

—No.

—¿Un asteroide?

—Tampoco.

—¡No me digas que has recuperado la cordura y has decidido rendirte! Anakin le dirigió una mirada de profundo y fingido sufrimiento.

—Un rayo tractor.

—¿De Escarte...? Imposible. Estamos demasiado lejos.

—Eso pensaba yo.

Las manos de Anakin volaron sobre el panel de control, desconectando algunos sistemas y activando otros.

—No intentes resistir, Anakin. La nave no aguantará.

Un profundo temblor en las entrañas del crucero corroboró sus palabras. Anakin encajó la mandíbula y dejó caer las manos a los costados.

—Míralo de esta forma —dijo Obi-Wan mientras el crucero era arrastrado hacia la distante instalación—. Al menos se lo has puesto difícil.

El rayo tractor depositó suavemente el crucero en uno de los cráteres del Gremio, ahora reconvertido en hangar. Obi-Wan y Anakin habían recibido la orden de salir de la nave y ahora se encontraban en la rampa con las manos sobre las cabezas. Neimoidianos y gossamos uniformados rodeaban el crucero, y un equipo de seguridad que incluía humanos, geonosianos y droides de combate, avanzó hacia ellos.

—Esto no tiene nada que ver con la calurosa bienvenida que nos dieron en Charros IV —comentó Obi-Wan.

—Hacen que casi sienta nostalgia de los xi charrianos —abundó Anakin.

—¡Mantened las manos donde podamos verlas! —gritó el jefe humano del equipo de seguridad mientras se dirigía a la plataforma de desembarco—. ¡No quiero ningún movimiento extraño!

—Qué melodramático —dijo Anakin.

—No utilices ningún truco mental —advirtió Obi-Wan.

—Aguafiestas.

El oficial de seguridad era tan alto y tan rubio como Anakin, pero más ancho de hombros. Una insignia del Gremio de Comercio pegada al cuello de su uniforme gris lo identificaba como capitán de la Guardia de Escarte. Hizo que su pelotón se detuviera a tres metros de la rampa de acceso a la nave. A su señal, los geonosianos se desplegaron a ambos lados, blandiendo rifles sónicos.

El capitán miró a los dos Jedi de arriba abajo y dio una vuelta en torno a ellos con las manos entrelazadas a su espalda.

—Hacía tiempo que no veía una de éstas —dijo tras echarle una ojeada a la nave—. Pero, a juzgar por esos cañones, me parece que no sois precisamente embajadores de buena voluntad.

—Digamos que hay que adaptarse a los tiempos —respondió Obi-Wan. El capitán frunció el ceño.

—¿Qué os trae por este sector?

—Esperábamos encontrar trabajo —aseguró Anakin.

—Fuisteis informados de que eso era imposible. ¿Por qué creasteis problemas enfrentándoos a una de nuestras corbetas?

—Creímos que se habían comportado de una forma muy poco cortés..., cuando sólo queríamos presentarnos.

El capitán casi se rió.

—Entonces ¿todo ha sido un malentendido?

—Exactamente —confirmó Obi-Wan.

El capitán agitó su cabeza, divertido.

—En ese caso nos alegrará mostraros nuestras instalaciones... ¡empezando por el nivel de detención! —se giró hacia los otros dos humanos del pelotón—. Esposad a estos chistosos y registradlos, podrían llevar armas ocultas.

—¿No podemos pagar simplemente una multa y marcharnos? —preguntó Obi-Wan mientras le colocaban unas esposas magnéticas en las muñecas.

—Pregúntaselo al juez.

Terminado el registro, los dos humanos se apartaron de los Jedi.

—Están limpios.

El capitán asintió con la cabeza.

—Un punto a su favor. Registre la nave y confisque todo lo que haya de valor. Y avise a Detención que les llevamos dos prisioneros —extrajo una pistola láser de la cartuchera que colgaba junto a su cadera e hizo señas a Obi-Wan y a Anakin para que se dirigieran hacia los turboascensores.

En el cráter reconvertido desembocaban varios pasillos de acceso; estaba claro que algunos no habían sufrido ningún cambio desde los días en que sirvieron como túneles mineros, pero otros habían sido reforzados con vigas de plastiacero y tapizados con paneles de ferrocemento. También resultaba evidente que algunos de los turboascensores eran antiguos pozos de ventilación.

El capitán indicó un ascensor desocupado y entró después de Obi-Wan y Anakin. Cuando dos gossamos intentaron acompañarlos en el mismo ascensor, les hizo una señal con la mano para que se detuvieran. En cuanto se cerró la puerta, bajó su arma y habló con rapidez.

—Tenemos que damos prisa.

—Usted es Travale —dijo Obi-Wan, utilizando el nombre clave que le habían dado.

—Las cosas con el bith serán un poco más complicadas de lo que pensábamos. Van a ejecutarlo.

Las cejas de Anakin formaron una uva.

—¿Qué ha hecho? ¿Ha asesinado a alguien?

—Dicen que cometió un error contable.

—La ejecución me parece un castigo demasiado exagerado —exclamó Obi-Wan.

—La Magistratura de Escarie quiere que sirva de ejemplo, pero está claro que la urden viene de arriba —Travale hizo una pausa—. Quizá tenga algo que ver con el motivo que os ha traído hasta aquí.

Travale no pidió más explicaciones, pero Obi-Wan asintió con la cabeza.

—Si cree que va a morir, quizá se sienta más inclinado a hablar con nosotros.

—Estoy de acuerdo —dijo Travale—. Pero quizá puedan liberado...

—¿Podría arreglarlo? —preguntó Anakin.

—Puedo intentarlo.

El turboascensor se detuvo y las puertas se abrieron.

—Bienvenidos al nivel de detención —informó Travale, recuperando su actitud anterior y empujando a Obi-Wan hasta la antesala frente a la que se habían detenido.

Tras un semicírculo de consolas se encontraban cinco hoscos no humanos —quara aqualish, calvos y colmilludos— con gastados uniformes del Gremio de Comercio y armamento pesado.

—Mostrad a nuestros dos invitados la celda cuatro-ocho-uno-seis —ordenó Travale al sargento de guardia.

—Está ocupada por K'sar, el bith.

—A los desgraciados les encanta la compañía —contestó Travale. Y, dando media vuelta, volvió al turboascensor. Un aqualish de cuatro ojos salió de la media luna de pantallas de vigilancia y llevó a Obi-Wan y a Anakin hasta un estrecho pasillo con celdas a cada lado. Treinta metros más adelante se detuvo para marcar un código en un teclado numérico empotrado en la pared, y la puerta de la celda 4816, en la que se veían evidentes manchas de sangre, se abrió.

Era cuadrada y minúscula, y no tenía camas ni lavabo.

El hedor era casi abrumador.

—Os lo advierto —dijo el aqualish en Básico—, la calidad de la cocina sólo es superada por la limpieza de los alojamientos.

—Entonces espero que nos suelten antes del almuerzo —respondió Obi-Wan.

Thal K'sar estaba tirado en una esquina, con sus manos de largos dedos esposadas delante de él. Delgado, incluso para un bith, iba bien vestido y parecía no haber sufrido malos tratos. Obi-Wan recordó que lo habían arrestado hacía apenas un día.

K'sar se quedó mirando a Obi-Wan, pero no le devolvió su inclinación de cabeza a modo de saludo.

—Menudo lío —comentó Anakin en voz alta cuando la puerta de la celda se cerró tras él—. Te felicito por tu trabajo.

Obi-Wan le siguió el juego.

—No ayudó en nada que tú tumbaras a ese guardia de seguridad.

—Ah, se lo había buscado.

Anakin se acercó a K'sar.

—¿Qué has hecho para acabar aquí? —le preguntó.

Aunque sorprendido al oír su idioma natal en boca de un humano. K'sar guardó silencio. Cuando Anakin hizo un segundo intento, el bith respondió en Básico:

—No es asunto tuyo. Déjame en paz, por favor.

Anakin se encogió de hombros y se unió a Obi-Wan en la esquina opuesta de la celda.

—Paciencia —sugirió Obi-Wan en voz baja.

Ambos se pusieron en cuclillas, con las espaldas apoyadas en la sucia pared.

Había pasado menos de una hora estándar cuando oyeron voces en el pasillo. La puerta enrejada se abrió, revelando a Travale y a dos aqualish de seguridad. Sin una sola palabra, los alienígenas sujetaron a Travale por los brazos y lo empujaron al interior de la celda.

Obi-Wan pudo cogerlo antes de que se estrellara contra el suelo.

—¿Otro acontecimiento inesperado?

Travale estaba esposado y desconcertado.

—Han descubierto mi tapadera —dijo tranquilamente—. No sé cómo ni quién.

Anakin miró a Obi-Wan.

—No es una coincidencia.

—Alguien nos ha traicionado.

—¿Y ahora qué?

—¿Ha podido preparar algo? —preguntó Obi-Wan a Travale. Él asintió.

—Un fallo de energía. Corto, pero más que suficiente para que puedan salir de aquí.

—Podamos salir de aquí —corrigió Anakin—. Vendrá con nosotros.

—Gracias —frunció el ceño, inseguro—. Espero no haberme equivocado al suponer que son capaces de abrir la puerta... Manualmente, quiero decir.

—Podemos hacerlo —le aseguró Obi-Wan.

—¿Cuánto falta para que falle la energía? —preguntó Anakin. —Una hora —Travale señaló a K'sar—. ¿Y él?

Anakin cruzó la celda.

—Sé que no estás interesado en intercambiar saludos, pero creemos que existe una forma de escapar. ¿Te interesa?

Los ojos negros y sin párpados del bith se abrieron desmesuradamente.

—Sí... ¡Sí, gracias!

—Pues prepárate.

—Una vez en la sala de guardia tomen el túnel de la izquierda —estaba diciendo Travale a Obi-Wan cuando Anakin regresó junto a ellos—. Siempre a la izquierda hasta llegar a una escalera. Suban y sigan hasta el nivel del hangar.

—¿Es que no vendrá con nosotros? —se extrañó Anakin.

—Alguien tendrá que desactivar el rayo tractor o su nave no despegará. Dos niveles por debajo de éste hay una estación de energía. Sé lo bastante como para desactivarla temporalmente.

—No irá solo —dijo Obi-Wan.

Anakin sonrió abiertamente.

—Creo que es tu turno...

Obi-Wan no discutió.

—Eso significa que K'sar irá contigo. No lo pierdas de vista, Anakin. Travale señaló el pasillo del bloque de celdas.

—Tendremos que encargamos de los guardias.

—No se preocupe por ellos —aseguró Anakin.

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