Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
Antes de la guerra, una corrupción extendida había ahogado el proceso legislativo. Los proyectos de ley languidecían, las medidas necesarias se retrasaban años sin ser puestas en práctica, las votaciones eran cuestionadas y los recuentos de votos se repetían interminablemente... Pero uno de los efectos de la guerra había sido sustituir la corrupción y la inercia por el abandono del deber. Los discursos razonados y los debates se habían vuelto tan raros como arcaicos. En un clima político donde los representantes tenían miedo a decir lo que pensaban resultaba más fácil, y más seguro, ceder el poder a quienes, al menos, parecían disponer de algún atisbo de verdad.
—Es libre de marcharse —dijo el soldado por fin, aparentemente convencido de que Bail fuera realmente quien sus credenciales decían que era. Bail se rió por dentro.
¿Libre de marcharme adónde?
, se preguntó.
En las alturas de Coruscant no se podía ser un peatón. Caminar era una actividad reservada a los que ocupaban los niveles inferiores del planeta. Bail detuvo un aerotaxi y pidió al chofer-droide que lo llevase al edificio del Senado.
Fuera del paisaje normal, por encima de la miríada de desfiladeros abisales que hendían el panorama urbano, lejos de las patrullas de seguridad o los ojos fisgones de los espías de la República, Coruscant se parecía mucho al planeta que Bail había conocido. El tráfico era tan denso como siempre, con naves llegando de forma perpetua e ininterrumpida desde todos los puntos de la galaxia. Se habían abierto nuevos restaurantes y se había creado más arte. Paradójicamente, en el aire parecía flotar más jovialidad y oportunidades que nunca para caer en toda clase de vicios. Incluso con el comercio del Borde Exterior interrumpido, muchos habitantes de Coruscant llevaban una buena vida, y muchos senadores seguían gozando de los ilimitados privilegios que disfrutaban desde los años previos a la guerra.
Desde allí arriba, uno tenía que fijarse mucho para descubrir los cambios.
En el ovalado aerotaxi, por ejemplo.
La delgada cinta que recorría la pantalla situada ante los asientos de los pasajeros era un anuncio que exaltaba las virtudes de COMPOR, la Comisión para la Protección de la República.
NO APLICABLE NECESARIAMENTE A LOS NO HUMANOS.
Y allí, destellando sobre la fachada de un rascacielos de oficinas, una de las últimas noticias de la HoloRed detallaba la victoria republicana en Cato Neimoidia. Últimamente sólo emitían una victoria tras otra, con alabanzas para el Gran Ejército de la República y gloria para los soldados clon.
Raramente se mencionaba a los Jedi, salvo cuando uno de ellos era condecorado por Palpatine en la Gran Plaza del Senado, ya fuera el joven Anakin Skywalker o algún otro. Apenas se veía a un Jedi adulto en Coruscant. Diseminados por de toda la galaxia. lideraban a las compañías de soldados en la batalla. A las holonoticias les encantaba utilizar la frase "pacificación agresiva" para describir sus actos. Pese a lo difícil que era forjar una amistad con los Jedi, Bail había llegado a conocer a algunos: los Maestros Obi-Wan Kenobi, Yoda. Mace Windu, Saesee Tiin..., los pocos privilegiados que también habían podido entrevistarse personalmente con Palpatine.
Bail se removió en su asiento.
Ni los críticos más despiadados e Palpatine en el Senado, o en los distintos medios de comunicación, podían evitar valorar positivamente aquello en lo que Coruscant se había convertido. Aunque Palpatine no era tan inocente como pretendía. no se le podía culpar de todo aquello. Para empezar, su talento para ser sincero y exigente a la vez le había hecho ganar su elección. AI menos según Bail Antilles, predecesor de Bail en el Senado.
"Baca trece años, el Senado sólo estaba interesado en librarse de Finis Valorum", le había dicho una vez Antilles. El pobre Valorum, que había creído sinceramente que podría aportar honestidad al Senado. Incluso en aquellos días, Palpatine tenía su porción de amigos influyentes.
Aun así, Bail no podía evitar preguntarse quién habría sucedido a Palpatine como Canciller Supremo si las crisis separatistas de Raxus Prime y Amar 4 no hubieran ocurrido en un momento tan oportuno, justo cuando estaba a punto de expirar el mandato de Palpatine. Recordó los argumentos esgrimidos para aprobar el Acta de Poderes de Emergencia. En resumen, que era peligroso "cambiar de caballo en medio del río". Por entonces, muchos senadores creían que la República debía esperar el momento propicio y permitir que el movimiento del Conde Dooku alcanzase su pleno desarrollo.
Pero todo cambió cuando la magnitud de la amenaza separatista se hizo patente.
Todo cambió cuando seis mil mundos se separaron de la República, atraídos por la promesa de un comercio libre y sin restricciones. Todo cambió cuando corporaciones fuertemente armadas, como el Gremio de Comercio y la TecnoUnión, se alinearon con Dooku. Todo cambió cuando el Borde Exterior y la Ruta de Comercio de Rimma fue inaccesible para los cargamentos de la República.
En consecuencia, el Senado votó una enmienda a la Constitución, aprobada por mayoría abrumadora, y prorrogó el mandato de Palpatine por tiempo indefinido, dando por supuesto que dimitiría voluntariamente de su cargo cuando la crisis terminase. No obstante, la probabilidad de una resolución rápida de la crisis se evaporó muy pronto. De repente, el antes cortés y modesto Palpatine se convirtió en el campeón de la democracia, jurando que jamás abandonaría a una República dividida.
Empezaron a circular rumores sobre la necesidad de un Acta de Reclutamiento Militar, pero el propio Palpatine se negó a crear un ejército republicano. Eso se lo dejó a otros, sobre todo a Sand Panthers. Finalmente, hasta intentó negociar un tratado de paz, pero el Conde Dooku se negó a escucharlo.
Por eso se declaró la guerra.
Bail recordaba con claridad el día en que había comparecido en un halcón del Edificio Administrativo del Senado junto a Palpatine, Mas Amedda, los senadores malastarianos y varios otros. Ese día presenció cómo miles de soldados clon embarcaban en enormes naves que llevarían la guerra a los separatistas. Podía recordar con claridad su absoluto desconsuelo. La guerra y el mal habían regresado tras más de mil años de paz.
Mejor dicho, se les había permitido regresar.
No obstante, Bail dejó a un lado sus sentimientos y cumplió con su papel
,
elaborando leyes que antes hubiera denunciado públicamente, apoyando "la eficaz modernización de una engorrosa burocracia" de Palpatine. Y durante la Enmienda Reflex, catorce meses atrás, sus temores resurgieron y se intensificaron. La repentina desaparición del senador Seti Ashgad, a raíz de oponerse a la instalación de cámaras de vigilancia en el edificio del Senado: la sospechosa explosión de una fragata estelar en la que Finis Valorum viajaba como pasajero; la aprobación de una ley de seguridad que concedía a Palpatine máximos poderes en Coruscant...
La conducta del mismo Canciller Supremo, con frecuencia aislado por su cohorte de consejeros y sus ilegales guardias personales ataviados de rojo, o su inflexible disposición a continuar luchando hasta ganarla guerra... El humilde y modesto Palpatine había desaparecido. Y con él, el dócil Bail Organa. Bail juró exponer abiertamente sus preocupaciones y empezó a cultivar la amistad de senadores que compartían sus mismas preocupaciones.
Cuando el aerotaxi descendió, algunos de ellos lo esperaban en la amplia plaza que se extendía frente al edificio con forma de bongo del Senado: Padmé Amidala, de Naboo; Mon Mothma, de Chandrila; los senadores humanos Terr Taneel, Bana Breemu y Fang Zar; y el senador alienígena Chi Eekway.
Delgada y con el pelo corto, Mon Mothma corrió para abrazar a Bail cuando éste se acercó.
—Una ocasión importante. Bail —le susurró a su oído izquierdo—. Tenemos una audiencia con Palpatine.
Bail sonrió para sus adentros. Pensaban lo mismo.
Padmé también lo abrazó, pero parecía incómoda. Su aspecto, en cambio, era radiante. Aunque con el rostro un poco más redondo de lo que Bail recordaba, gracias a sus túnicas elegantes y su elaborado peinado era el vivo ejemplo de una belleza clásica. Un droide dorado de protocolo se encontraba de pie tras ella. Padmé explicó a Bail que acababa de pasar una semana maravillosa en Naboo. visitando a su familia.
—Naboo es un mundo extraordinario —dijo Bail—. Nunca entenderé cómo ha ofrecido a alguien un terco como nuestro Canciller Supremo. Padmé lo riñó, frunciendo el ceño.
—No es terco, Bail. Lo que ocurre es que no lo conoce tanto como yo. En su corazón comparte nuestras preocupaciones.
—Eso espero, por el bien de todos —apuntó Chi Eekway con el disgusto arrugando su cara azulada.
—Infravalora la agudeza de Palpatine —respondió Padmé—. Además, aprecia que se le hable con franqueza.
—No hemos sido otra cosa que francos, senadora —dijo Fang Zar—. Con un éxito más bien escaso.
Padmé los miró a todos.
—Seguro que cuando nos vea a todos unidos...
—Representar a una décima parte del Senado quizá no sea suficiente —confesó Bana, vestido de pies a cabeza con ropajes de seda brillante—, pero es importante que no renunciemos a nuestras convicciones. Eekway asintió gravemente con la cabeza.
—Esperémoslo..., aunque no contemos con ello —sentenció Fang Zar.
La conversación derivó hacia asuntos personales mientras entraban en el inmenso edificio. Fue un grupo animado el que llegó al despacho situado directamente bajo la Gran Plaza, donde la secretaria humana encargada de las citas de Palpatine les pidió que esperaran en la zona de recepción.
Tras una hora de espera, su ánimo empezó a decaer. Entonces, la puerta del despacho de Palpatine se abrió y en el umbral apareció Sate Pestage, uno de los consejeros-jefe de Palpatine.
—¡Senadores, qué agradable sorpresa!
Bail se levantó y habló por todos.
—No debería serlo. La cita fue confirmada hace más de tres semanas. Pestage se giró hacia la secretaria encargada de las citas.
—¿De verdad? No estaba informado.
—Debería estarlo —intervino Padmé—, ya que la cita se tramitó a través de su oficina.
—Algunos de nosotros hemos arriesgado mucho y hemos viajado grandes distancias —añadió Eekway.
Pestage extendió sus manos en gesto conciliador.
—Estos tiempos requieren sacrificios, senador. ¿O acaso cree arriesgarse más que el propio Canciller Supremo?
—Nadie sugiere que el Canciller Supremo se haya mostrado menos que incansable... en su tarea —dijo Bail—, pero el hecho es que aceptó recibirnos, y no nos marcharemos hasta que nos honre con su presencia.
—No le pedimos mucho tiempo —añadió Terr Taneel en un tono más apaciguador.
—Quizá no, pero tienen que comprender que está muy ocupado. Cada día se producen nuevos acontecimientos que requieren su atención —Pestage miró a Bail—. Creo que muchos de ustedes son amigos del Consejo Jedi. ¿Por qué no lo visitan mientras intento buscar un hueco en su agenda?
La furia moteó el rostro barbado de Bail.
—No nos marcharemos hasta que nos reciba, Sate.
Pestage forzó una sonrisa.
—Es su prerrogativa, senador.
D
el trasbordador cuyas luces de aterrizaje habían atraído la atención de Obi-Wan en Cato Neimoidia desembarcaron algo más que analistas y técnicos de Inteligencia. A bordo iba Yoda. ansioso por ver con sus propios ojos lo que Obi-Wan y Anakin habían descubierto.
Los técnicos habían conseguido que el holoproyector de la mecano-silla repitiera la imagen de Lord Sidious, y los criptógrafos de la República trabajaban codo a codo con los Jedi, confiando en que el dispositivo, tina vez transportado a Coruscant y examinado concienzudamente, revelaría secretos aún mayores.
Negándose a perder de vista la mecano-silla. Anakin solicitó supervisar su traslado al trasbordador que la esperaba. Sintiéndose innecesarios, Obi-Wan y Yoda decidieron dar un paseo por los pasillos del palacio del virrey Gunray. El venerable Maestro Jedi parecía pensativo mientras caminaban, y el silencio sólo era roto por el retumbar de las distantes baterías y el sonido del bastón de Yoda al golpear el pulido suelo.
Yoda era inescrutable.
Obi-Wan no estaba seguro de si el anciano Jedi reflexionaba sobre la imagen de Sidious o sobre los dos Jedi muertos en los combates de Cato Neimoidia. Cada día morían más y más Jedi, y gran parte de ellos caían bajo el fuego enemigo, como los soldados clon. Heridos, ciegos, quemados, privados de brazos o piernas..., remendados por la bota y los tanques de bacta. Más de mil padawan habían perdido a sus Maestros, y más de mil Maestros habían perdido a sus padawan. Ya hacia tiempo que, cuando los Jedi se reunían, no hablaban de la Fuerza, sino de sus campañas militares. Se habían construido nuevos sables láser, pero no en un ejercicio de creación y meditación, sino para enfrentarse a los rigores del combate cuerpo a cuerpo.
Cuando llegaron al extremo de un largo pasillo, Obi-Wan y Yoda dieron media vuelta y emprendieron el camino de vuelta.
—Algo importante vosotros habéis encontrado. Obi-Wan —dijo Yoda sin apartar los ojos del suelo—. El Conde Dooku aliado con alguien está, una prueba de ello esto es. En esta guerra, los Sith mayor papel del que nosotros comprendemos tienen.
El nombre "Sidious" sólo había surgido una vez desde que se declaró la guerra: en Geonosis, cuando Dooku dijo a un encarcelado Obi-Wan que un Señor Sith llamado así controlaba a centenares de senadores republicanos. En aquel momento, Obi-Wan creyó que Dooku mentía para intentar convencerle de que seguía siendo amigo de los Jedi y que sólo intentaba vencer los poderes del Lado Oscuro con sus propios métodos. Aun así. incluso después de que Dooku revelase haber recibido entrenamiento Sith. Yoda y otros miembros del Consejo seguían creyendo que mentía acerca de Sidious. Dos de esos miembros estaban convencidos de que Dooku era el mismo Señor Oscuro y que. de algún modo, se había tutelado a sí mismo —quizá mediante un holocrón Sith— en el aprendizaje y el uso de los poderes del Lado Oscuro.
Ahora, ese Sidious parecía ser real, y Obi-Wan no sabía qué pensar.
Habían organizado una caza de los aliados Sith de Dooku casi desde el principio de la guerra. Era sabido que Dooku entrenó a diversos Jedi en las artes oscuras; Caballeros Jedi que perdieron la fe en los ideales de la República, padawan fascinados por el poder del Lado Oscuro y novicios mal informados, como Asajj Ventress, cuyo mentor había sido un Jedi. Pero la pregunta seguía en pie: ¿Quién había podido ser el Maestro de Dooku?