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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (15 page)

BOOK: El laberinto del mal
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—R2 —dijo a través del enlace de comunicaciones—, analiza el impulsor de estribor.

La consola del caza estelar tradujo la contestación del droide a caracteres en Básico.

—Eso pensaba. Bien, adelante, realiza los ajustes necesarios. No queremos ser los últimos en llegar, ¿verdad?

El lastimero lloriqueo de R2 no necesitó ninguna traducción. El gráfico de las lecturas pulsó y subió, y el caza aceleró.

—Eso es, compañero. ¡Ahora sí que nos movemos!

Recostándose en el asiento, el Jedi flexionó sus enguantadas manos y resopló profundamente. Basta ya de tanto espionaje, se dijo a sí mismo. No estaba más cerca de Coruscant que antes, pero al menos había vuelto al lugar que le correspondía, a los mandos de un caza estelar, dispuesto a demostrarle al enemigo un par de cosas sobre cómo se debe combatir en el espacio.

Ante él tenía cientos de naves enemigas, divididas en formaciones en punta y protegiendo las naves nodriza. Algunas de ellas eran cazas buitre, con trece años a cuestas y alas dobles que les daban el aspecto de semillas; otras eran los compactos tri-cazas droide; y no faltaban los cazas Nantex geonosianos, con capacidad espacial y doble mono picudo.

En aquel momento, los CAR-170 estaban entablando su duelo particular mano a mano contra los cazas droide, y los brillantes rayos de energía de unos y otros convertían el espacio en una telaraña de devastación.

Desde Praesitlyn no se veía inmerso en un escenario tan rico en blancos enemigos.

Sólo
debes elegir el blanco que prefieras
, pensó, permitiéndose una sonrisa.

Movió la mano derecha para activar los escáneres de larga distancia. La pantalla mostró el despliegue de las principales naves separatistas: Naves de Control de Droides clase Lucrehulk, de la Federación de Comercio; transportes clase Hardcell, de la TecnoUnión, con sus impulsores distribuidos por columnas y sus fuselajes en forma de huevo; Cruceros Diamante, del Gremio de Comercio; Fantails, de la Alianza Corporativa; y fragatas, cañoneras y naves de comunicaciones. con sus enormes trasmisores circulares...

Todo un desfile separatista.

Cambiando su enlace de comunicaciones a la red de combate, Anakin llamó a su compañero de escuadrilla.

—Propongo que dejemos las menudencias para los demás y vayamos directamente a por los que de verdad importan.

Acostumbrado al escaso formulismo militar de Anakin, Obi-Wan contestó de igual manera.

—Anakin, hay aproximadamente quinientos cazas droide entre Grievous y nosotros. Y lo más importante, los escudos de las naves nodriza son demasiado potentes para nuestro armamento.

—Sólo sigue mi estela, Maestro.

Obi-Wan suspiró por el micrófono de la red.

—Lo intentaré. Maestro.

Anakin examinó la pantalla, intentando memorizar las trayectorias de aproximación de los cazas enemigos más cercanos. Entonces volvió al canal de R2-D2.

—¡Velocidad de combate, R2!

El caza estelar se lanzó de nuevo hacia delante, y los indicadores de la consola alcanzaron la marca roja de peligro. A punto de entrar en la refriega, cuando sintió que las naves droides convergían hacia él, empujó los mandos a fondo y maniobró con todas sus armas vomitando fuego.

Los droides refulgieron y ardieron a su alrededor.

Atravesó las nubes de fuego, soltando el gatillo de los cañones láser, y realizó una segunda pasada a través de las líneas enemigas, destruyendo otra docena más de cazas en un abrir y cerrar de ojos. Ahora tenía encima los tri-cazas, ansiosos por vengarse. Un diluvio de rayos escarlata chamuscaron la capota de la cabina, y un caza apareció a estribor. Un instante después, una segunda descarga llovía desde una posición por encima de su cabeza. R2-D2 lanzó una serie de urgentes trinos y silbidos mientras los escudos del caza estelar se ponían a prueba.

Relámpagos azules crepitaron sobre la consola, y cazas droide aparecieron a babor y estribor. Más láseres impactaron en el fuselaje, aplastando a Anakin contra su arnés de seguridad.

—Justo lo que necesitaba —masculló en voz baja.

Desviándose a estribor, alcanzó a la nave más cercana con una ráfaga lateral. El segundo caza se apartó tan rápidamente como pudo para esquivar la nube de fragmentos que se interponían en su rumbo. Anakin aprovechó la maniobra para situarse en su cola y activar los láseres.

El droide revoloteó huera de control, convertido en una bola de fuego y cruzándose en el rumbo de un tri-caza. Ambos explotaron al unísono.

Anakin desvió la vista hacia la pantalla para asegurarse de que Obi-Wan todavía seguía con él.

—¿Estás bien?

—Un poco chamuscado, pero resisto.

—Quédate conmigo.

—¿Acaso tengo otra opción?

—Siempre, Maestro.

En el corazón de la batalla, los CAR-170, los Ala-V y los cazas droide formaban un inmenso trébol, persiguiéndose unos a otros, chocando entre sí y apartándose de la refriega con los motores escupiendo humo o las alas destrozadas. La puntería mecánica de los droides era mejor, pero tardaban más en recuperarse y era fácil confundirlos mediante maniobras realizadas al azar. A veces resultaba muy fácil derribarlos, pero había tantos...

Anakin vio que el líder enemigo se apartaba de la confusión de naves y empezaba a acribillarlo con sus láseres. Adoptando la misma táctica, Obi-Wan retrocedió, hizo saltar su caza hasta situarse en una posición ventajosa y abrió fuego.

—¡Buen tiro! —gritó Anakin cuando el jefe enemigo desapareció de la pantalla.

—¡Buena maniobra!

Haciendo señas a Obi-Wan para que lo siguiera, Anakin ascendió hasta la tangente de la contienda principal y se lanzó hacia la más cercana de las naves separatistas de morro puntiagudo. Lanzó dos misiles para atraer la atención de sus artilleros y se situó a babor, sin dejar de castigarla con los láseres.

—¡Acércate al casco! ¡Intenta dar al generador del escudo!

—¡Si me acerco más terminaré dentro de esa cosa!

—¡Esa es la idea!

Obi-Wan disparó todos sus cañones a la vez.

Ahora se encontraban en pleno corazón de la batalla, allí donde el fuego de los cruceros de la República rivalizaba con los rayos de partículas y los escudos de sus blancos. Las luces pulsaban cegadoras en el exterior de las tintadas capotas. La nave contra la que Anakin había lanzado los misiles se hallaba sometida a un bombardeo feroz. Estaba seguro de que un torpedo bien colocado quebraría su resistencia, así que maniobró para lanzarlo.

El torpedo surgió de entre los fuselajes gemelos del caza estelar y se abrió camino hacia su objetivo.

El escudo de la nave falló por un instante, y en ese momento los enormes turboláseres cumplieron su misión. Alcanzada en el costado, la nave estalló como una fruta demasiado madura, expulsando largos churros incandescentes, lanzando luz y entrañas al espacio.

Anakin se alejó de la explosión antes de volver a conectar las comunicaciones.

—¡Tenemos a Grievous a tiro! —gritó a Obi-Wan.

El crucero del general, con su proa afilada y sus largas aletas, parecía un rascacielos de la época clásica de Coruscant puesto de lado.

—No me parece el momento más adecuado para intentar derribarlo, Anakin. ¿Le has echado un vistazo a esas defensas?

—¿Cuándo aprenderás a confiar en mí?

—¡Confío en ti, pero mi nave no puede mantener tu ritmo!

—Bien. Entonces, espérame. Vuelvo en seguida.

Anakin forzó su caza estelar hasta el límite, descargando plasma y misiles que explotaron inofensivos contra el escudo deflector de la enorme nave. Se apartó de las ondas explosivas para volver a atacar con todos los láseres, dirigiéndose hacia su larga torre cónica de doscientos metros de altura.

Las baterías de corto alcance del crucero cobraron vida repentinamente, vomitando enormes gotas de plasma contra el molesto insecto que no dejaba de asediarlo. Sin dejar de disparar, Anakin hizo girar su caza estelar a babor, hasta quedar panza arriba, e intentó alcanzar de nuevo el invulnerable puente con sus láseres. Y. de nuevo, las baterías de la colosal nave intentaron borrarlo del espacio sin conseguirlo.

Anakin se imaginó a Grievous contemplándolo tras las portillas de transpariacero.

—Esto es una muestra de lo que te espera cuando nos encontremos personalmente —gruñó a la nada.

Los ojos reptilescos de Grievous siguieron las audaces maniobras del caza estelar amarillo y plata que intentaba destrozar el puente. Disparaba con precisión, anticipándose a la respuesta de las baterías delanteras y arriesgándose con unas maniobras que ningún clon se atrevería a realizar... El piloto sólo podía ser un Jedi.

Pero un Jedi sin miedo de recurrir a su rabia.

Grievous podía deducirlo por la determinación del piloto, por su abandono. Podía sentirlo, incluso a través de los escudos y el transpariacero del
Mano Invisible
. ¡Oh, cómo le gustaría tener en su cinturón el sable láser de ese piloto!

Anakin Skywalker.

Seguro que era él. Y el otro caza estelar, el que protegía la popa de Anakin, estaba pilotado por Obi-Wan Kenobi.

Espinas clavadas en el costado de los separatistas.

En otras partes del amplio frente de combate, las fuerzas de la República demostraban un entusiasmo similar atomizando los cazas droide y castigando las naves grandes con los cañones de largo alcance. Grievous estaba seguro de que si presionaba lo suficiente podría invertir el curso de la batalla, pero ésas no eran sus órdenes. Sus Maestros Sith le habían ordenado proteger las vidas de los miembros del Consejo..., aunque la verdad era que la Confederación sólo necesitaba a Lord Sidious y a Tyranus.

Dio media vuelta para estudiar la simulación que se proyectaba sobre la consola táctica. Entonces volvió la vista hacia las pantallas, recordando a los pilotos de los CAR-170 que habían perseguido al trasbordador de Gunray apenas unos días atrás. Llamó la atención de uno de los droides.

—Alerta a nuestras naves de mando. Que se preparen para recibir nuevas órdenes.

—Sí, general —respondió el droide con voz monótona.

—Retirad la nave. Preparaos para disparar todos los cañones en cuanto dé la orden.

La muerte
no existe, sólo existe la
Fuerza.

Obi-Wan se preguntó si alguna vez había visto una demostración más palpable del axioma Jedi que el ataque de Anakin contra la nave de Grievous, confiando en la Fuerza y desafiando a la muerte. Su caza estelar apenas era una manchita contra la mole del gigantesco crucero, mientras dejaba a Obi-Wan la labor de encargarse de los vengativos cazas droide que él ignoraba o despreciaba deliberadamente.

—Esto me va a matar —masculló Obi-Wan.

Pero era indiferente a su propio destino. Sólo podía preguntarse: "¿Y si mataban a Anakin?"

¿Acaso podía morir?

Si era el Elegido, ¿estaba destinado a honrar su título, a cumplir la profecía? ¿Era inmune a cualquier daño físico o, como alguien nacido para restaurar el equilibrio de la Fuerza, necesitaba defensores que lo guiaran hasta su destino? ¿Era el deber de Obi-Wan —mejor aún, el deber de cualquier Jedi— hacer todo lo necesario para que él sobreviviera, costase lo que costase?

¿Era eso lo que Qui-Gon intuyó tantos años atrás, en Tatooine, y lo que le impulsó a atacar tan decididamente al Sith que pareció surgir de la nada?

Aunque el escudo del crucero repelía los láseres de Anakin como haría con los aguijones de un insecto, el joven no dejaba de perseverar. Ni siquiera los repetidos intentos de Obi-Wan por penetrar aquella telaraña habían tenido efecto. Pero, ahora, la enorme nave empezaba a elevarse y a reorientarse.

Por un segundo, Obi-Wan pensó que Grievous estaba dispuesto a disparar todas sus baterías delanteras contra Anakin, pero el crucero siguió elevándose hasta quedar muy por encima del plano de la eclíptica, con la proa ligeramente angulada hacia el planeta.

Entonces disparó.

No contra la flota de la República, ni contra el propio Belderone, sino contra la caravana de evacuación y las naves que lo escoltaban.

Obi-Wan sintió una gran perturbación en la Fuerza, mientras nave tras nave era desintegrada o estallaba en llamas. Miles de voces aullaron, y las redes de comunicaciones de combate y de mando se llenaron con gritos de horror y desesperación.

Obi-Wan esperó la siguiente andanada, pero nunca llegó.

Los tri-cazas y los droides buitre regresaron velozmente a las naves de las que habían partido, al tiempo que la flota separatista daba media vuelta. Grievous sabía que aquel acto de barbarie cogería a los republicanos por sorpresa, pero su único pensamiento era saltar al hiperespacio y escapar. Obviamente, el general había decidido que Belderone no valía la pena el riesgo que estaban corriendo. No, habiendo tantos mundos indefensos en el Borde Exterior, listos para ser invadidos.

—¡Anakin, los evacuados necesitan nuestra ayuda! —dijo Obi-Wan.

—Estoy en camino, Maestro.

Obi-Wan vio cómo el caza de Anakin abandonaba la inútil persecución del crucero. Tras él, las naves separatistas desaparecían al saltar a velocidad luz.

—Las naves de la flota principal se encuentran a salvo —informó un droide a Grievous en cuanto el crucero entró en el hiperespacio—. Llegada programada al punto de reunión alternativo: diez horas estándar.

—¿Las pérdidas en Belderone? —preguntó Grievous.

—Aceptables.

Más allá de las pantallas delanteras sólo se veían vórtices humeantes de luz.

Grievous arañó con sus ganas el mamparo más cercano.

—Ordena a mis guardias de élite que se reúnan conmigo en el hangar del trasbordador hiperespacial de emergencia —dijo a ninguno de los droides en particular—. Cuando todas las naves estén en el punto de reunión, advenid al virrey Gunray que espere mi visita.

20


P
or Dooku el general Grievous bien entrenado fue —reconoció Yoda. Mace Windu y él se encontraban en las habitaciones que éste tenía en el Templo Jedi, cada uno sobre una tarima de meditación—. Viéndose atrapado, al más débil atacó. A escoger entre salvar vidas o continuar la batalla nos obligaron.

Yoda recordó su duelo con Dooku en el hangar de Geonosis. El Conde estaba denotado. sin más alternativa para poder huir que distraer su atención...

—Representantes de Belderone han expresado su gratitud al Senado —dijo Mace—. Pese a las pérdidas.

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