El laberinto del mal (16 page)

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Authors: James Luceno

BOOK: El laberinto del mal
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Yoda agitó la cabeza con tristeza.

—Más de diez mil muertos. Y veintisiete Jedi.

Mace tensó los músculos de la mandíbula.

—En esta guerra han muerto miles de millones. Belderone se ha salvado, y, lo más importante, hemos sido capaces de hacer huir a Grievous. —Hacia dónde saltó descubrir debemos.

—Si es necesario, lo perseguiremos hasta los confines del espacio conocido.

Yoda calló un momento, antes de proseguir:

—Hablar con el Canciller Supremo debemos. Sin disculpamos —añadió Mace bruscamente—. Nuestra deferencia hacia él tiene que acabar.

—Con el fin de la guerra acabará —Yoda ladeó ligeramente la cabeza para mirar a Mace—. Una advertencia terrible Belderone es: "Cada vez mayor el poder del Lado Oscuro es." Sidious descubierto debe de ser.

Mace asintió seriamente con la cabeza.

—Descubierto y eliminado.

21


E
l general Grievous acaba de salir del hangar —comunicó por circuito interno un teniente de la Federación de Comercio a Gunray, instalado en sus lujosos camarotes del centro de la torre de mando de la nave.

—¿Qué hangar? —preguntó Gunray al audio del enlace de comunicaciones—. ¿El de abajo o el de la torre?

—El trasbordador del general ha pedido atracar en el anillo de la torre, virrey.

Gunray dio media vuelta y se colocó frente a Rune Haako.

—¡Eso significa que estará aquí en cualquier momento!

Miró la enorme pantalla redonda que mostraba en tiempo real la antecámara que precedía a sus aposentos. Los guardias neimoidianos apostados en ella también habían sido avisados de la llegada de Grievous. Armados con rifles láser más altos que ellos mismos, los cuatro eran voluminosos y llevaban armaduras mínimas y cascos en forma de cubo que sólo dejaban ver sus ojos rojos y sus rostros verdes.

—Tiene que ser por la metano-silla —dijo Gunray, paseando nerviosamente por delante de la pantalla.

—¿Qué le dijiste? —se interesó Haako.

Gunray se detuvo en seco.

—Inmediatamente después de que Shu Mai nos informase de la cita en Belderone, contacté con Grievous y le hice saber lo furioso que me sentía por no haber sido informado personalmente. Lo acusé de apartarme intencionadamente de la cadena de mando.

Haako se horrorizó.

—¿Le dijiste eso?

Gunray asintió con la cabeza.

—Insistió en que había intentado comunicarse conmigo a través del transmisor de hiperonda de la mecano-silla, pero le respondí que no había recibido ninguna transmisión.

—¡Ya está aquí! —avisó Haako, apuntando con un dedo tembloroso hacia la pantalla.

Gunray vio que Grievous llegaba acompañado por cuatro de sus MagnoGuardias de élite, temibles droides bípedos de combate construidos según unas especificaciones muy concretas y exigentes. Eran tan altos como el general e iban armados con picas de combate provistas de generadores electromagnéticos de pulso. Sus capas caían diagonalmente sobre sus cuerpos de anchos hombros, tapando la parte inferior de sus caras y envolviendo la parte superior de sus cabezas. Al beneficiarse de la misma programación que Grievous, así como de la misma instrucción que el general recibiera de Dooku, los guardias de élite eran especialistas en las artes Jedi y podían rivalizar con la mayoría de los Maestros.

Los cuatro neimoidianos se mantuvieron firmes en sus puestos, cruzando los rifles ante sus pechos en un gesto de advertencia.

Los guardias de Grievous ni siquiera frenaron el paso. Imitando a los neimoidianos, alzaron sus electropicas y las hicieron girar hacia delante con tal velocidad y precisión que los centinelas de Gunray fueron literalmente barridos, como si fueran niños.

Grievous miró a la lente de la holocámara montada sobre la compuerta.

—Déjenos entrar, virrey. ¿O debo ordenar a mis guardias que destrocen todo lo que se interponga entre usted y yo?

Haako dio media vuelta sobre sus talones y se apresuró hacia la escotilla trasera de la
suite
.

—¿Adónde vas? —preguntó Gunray—. ¡Huir sólo nos haría parecer culpables!

—¡Somos culpables! —reconoció Haako por encima del hombro.

—Pero él no lo sabe.

—¡Virrey! —tronó Grievous.

—Lo sabrá —exclamó Haako antes de desaparecer por la compuerta.

Gunray se detuvo un momento retorciéndose las manos. Después, tras arreglarse la túnica y la mitra y echar los hombros hacia atrás, apretó el botón de apertura de la puerta con su dedo regordete.

El general entró en la
suite
seguido por los cuatro MagnoGuardias, que se desplegaron a ambos lados cubriendo todos los rincones del camarote.

—¿Qué significa esta intrusión? —protestó Gunray desde el centro de la sala principal—. ¡Tus amos no tolerarán que me trates así!

Grievous lo miró, frunciendo el ceño.

—Lo harán... en cuanto descubran lo que usted ha hecho.

—¿De qué estás hablando..., abominación? Cuando Lord Sidious sepa que nos prometiste un mundo que no pudiste entregamos...

Uno de los MagnoGuardias dio un paso adelante y colocó la punta de su electropica a un milímetro de la cara de Gunray.

—Eres el títere metálico de Lord Sidious —balbuceó Gunray con voz temblorosa—. De no ser por la Federación de Comercio, no tendrías ningún ejército que mandar.

Grievous alzó la garra derecha y señaló con ella a Gunray.

—La mecano-silla. Quiero verla.

Gunray tragó saliva.

—En un momento de enfado la destrocé y la tiré al vacío.

—Está mintiendo. No hubo ningún problema con la transmisión que le envié. La silla entregó mi mensaje.

—¿Qué estás insinuando?

—Que ya no tiene la silla. Que, no sé cómo, ha caído en manos del enemigo. Y que, gracias a eso, la República descubrió mi plan para atacar Belderone.

—Estás loco.

Grievous sujetó a Gunray por el cuello y lo levantó un metro del suelo.

—Antes de marcharme me habrá dicho todo lo que quiero saber.

22

P
Pobre Gunray
, pensó Dooku.
Qué criatura más patética...

Pero se merecía todo lo que le había hecho Grievous por haber abandonado la mecano-silla en Cato Neimoidia.

Recluido en su castillo de Kaon, Dooku había hablado con el general y meditado sobre la mejor forma de afrontar la situación. Aunque el incidente de Belderone no era una prueba concluyente de que la República hubiera logrado descifrar el código separatista e interceptado la transmisión de Grievous, la prudencia aconsejaba actuar como si ése fuera el caso. Por tanto, Dooku ordenó al general que, de momento, se abstuviera de utilizar ese código. Pero la cuestión del transmisor de hiperonda era motivo de una preocupación mayor. El hecho que la República ayudase a Belderone, revelando así el éxito de su espionaje, implicaba que la mecano-silla podía terminar descubriendo todos sus misterios, proporcionando hasta pistas de secretos que asombrarían incluso a Grievous.

El general no estaba acostumbrado a perder batallas. Había sufrido muy pocas derrotas, incluso cuando era un general al mando de las tropas de su misma especie. Había sido eso lo que atrajo la atención de Sidious. Cuando el Señor Sith expresó al Conde su interés por Grievous, Dooku comunicó ese interés a San Hill, presidente del Clan Bancario Intergaláctico.

Pobre Grievous
, pensó Dooku.
Qué criatura más patética...

Grievous había sobrevivido a numerosos atentados contra su vida, tanto durante la Guerra Huk, como después de ella, cuando ya trabajaba para el CBI, así que se descartó otro accidente. Fue el propio Hill quien propuso la idea de un accidente de trasbordador, aunque eso presentase algunos riesgos.

¿Y si Grievous moría en el accidente?

Entonces los separatistas tendrían que buscarse un nuevo comandante en alguna otra parte, dijo Dooku a Hill. Pero Grievous sobrevivió... y bastante bien. De hecho, la mayoría de las heridas graves que acabaron poniendo en peligro su vida se le habían infligido después de ser rescatado de los llameantes restos del trasbordador. Y de forma muy calculada.

Cuando por fin accedió a ser reconstruido, tuvieron que prometerle que no modificarían su mente. Pero los geonosianos tenían formas de alterar la mente sin que el paciente fuese consciente de ello. Grievous estaba convencido de que siempre había sido el conquistador de sangre fría que era ahora, pero la verdad era que gran parte de su crueldad y de su capacidad eran consecuencia de su reconstrucción.

Sidious y Dooku no pudieron quedar más satisfechos con el resultado. Sobre todo Dooku, dado que no tenía el menor interés en dirigir un ejército de droides y ya estaba bastante ocupado intentando controlar a gente como Nute Gunray, Shu Mai y los representantes de las razas-colmena que acabarían formando el Consejo Separatista.

Además, el entrenamiento de Grievous fue delicioso. No necesitaba manipularlo para que diera rienda suelta a su furia o a su rabia, como Dooku tuvo que hacer durante el entrenamiento de sus supuestos discípulos Jedi Oscuros. Los geonosianos habían operado a Grievous para que sólo fuera furia y rabia. Y en cuanto a sus habilidades bélicas, pocos Jedi serían capaces de derrotarlo... Si es que alguno podía hacerlo. Durante las largas sesiones de combate, hubo momentos en que el mismo Dooku tuvo que emplearse a fondo para superar al ciborg.

Pero Dooku se había guardado algunos secretos.

Por si acaso.

La clase de manipulación sufrida por Grievous durante su transformación se encontraba en el mismo corazón de lo que significaba ser un Sith... Si es que las palabras "corazón" y "Sith" podían combinarse en la misma frase. La esencia del Lado Oscuro implicaba utilizar todos los medios posibles para conseguir el fin deseado... Lo que, en el caso de Lord Sidious, implicaba a toda una galaxia dominada por una sola mente, la más capaz, la más inteligente.

La guerra actual era resultado de mil años de cuidadosa planificación Sith, de generaciones transmitiendo de mentor a aprendiz todo el legado del conocimiento sobre el Lado Oscuro. Desde Darth Bane en adelante, y pocas veces más de dos por generación. Amo y aprendiz se consagraban a dominar y encauzar la fuerza que fluía del Lado Oscuro, aprovechando cualquier oportunidad para conseguir que la oscuridad prosperase. Estimulando la guerra, el asesinato, la corrupción, la injusticia y la avaricia, cuando y dondequiera que fuera posible.

Una tarea análoga a introducir una maldad oculta en el cuerpo político de la República y dirigir su contaminación de un órgano a otro, hasta que la masa critica alcanzara un tamaño tal que empezase a destrozar sus sistemas vitales...

A causa de sus propias luchas internas, los Sith aprendieron que cuando el poder se convertía en la única razón de ser, los sistemas políticos terminaban autodestruyéndose. Cuanto mayor fuera la amenaza contra ese poder, con más dureza reaccionarían los amenazados.

Así había ocurrido con la Orden Jedi.

Durante los doscientos años anteriores a la llegada de Darth Sidious, el poder del Lado Oscuro había ido ganando fuerza, pero los Jedi apenas hicieron nada por evitarlo. Los Sith estuvieron encantados de que los Jedi también se volvieran poderosos: al fin y al cabo, el sentimiento de su propia importancia los cegaría ante lo que ocurría.

Así pues, dejemos que los pongan en un pedestal. Dejemos que crezcan y se vuelvan blandos. Dejemos que se olviden de que el bien y el mal coexisten inevitablemente. Dejemos que no vean más allá de su precioso Templo. Mientras contemplasen ese árbol, no podrían ver el proverbial bosque. Y. lo que es más importante, dejemos que se confíen con el poder que han acumulado, así serán mucho más fáciles de derrotar.

No la totalidad de los Jedi era ciega ante todos esos hechos, por supuesto. Muchos eran conscientes de los cambios, del lento declinar hacia la oscuridad. Y el que más, quizás, el anciano Yoda. Pero los Maestros que constituían el Consejo Jedi creían que esa tendencia era inevitable. En lugar de extirpar el mal desde su raíz, se contentaban haciendo todo lo posible por contenerlo. Esperaban el nacimiento del Elegido, creyendo, equivocadamente, que sólo él, o ella, podría restaurar el equilibrio.

Era el peligro de creer en las profecías.

Dooku nació en esos tiempos, y, gracias a su fuerte conexión con la Fuerza, fue admitido en una Orden que había crecido sintiéndose satisfecha de sí misma, arrogante a causa del poder que ejercían en nombre de la República, ciega ante las injusticias que la República tenía poco interés en eliminar, debido a los provechosos tratos que beneficiaban a todos los que manejaban las riendas del poder.

Aunque los midiclorianos determinasen, hasta cierto punto, la habilidad de un Jedi para utilizar la Fuerza, seguía habiendo otras características que también jugaban su papel..., pese a los esfuerzos del Templo por erradicarlas. Al provenir de la nobleza y ser muy rico, Dooku ansiaba conseguir prestigio. Ya de joven se obsesionó por aprender todo lo posible sobre los Sith y el Lado Oscuro de la Fuerza. Estudió con detalle el linaje Jedi y se convirtió en el mejor espadachín e instructor del Templo. Pero la semilla de su posterior transformación estuvo en él desde el principio. Sin que los Jedi se dieran cuenta siquiera, Dooku fue tan perjudicial para la Orden como acabaría siéndolo un niño que creció como esclavo en Tatooine.

El descontento de Dooku había crecido, exacerbándose por la frustración que le provocaba la actuación del Senado de la República, la del ineficaz Canciller Supremo Valorum y la miopía de los miembros del Consejo Jedi. El bloqueo de la Federación de Comercio a Naboo, los rumores de que habían encontrado al Elegido en un mundo desértico, la muerte de Qui-Gon Jinn a manos de un Sith... ¿Cómo era posible que los miembros del Consejo no vieran lo que estaba ocurriendo? ¿Cómo podían seguir negando que el Lado Oscuro era cada vez más influyente?

Dooku se lo decía a todo aquel que quisiera escucharlo. Exhibía su descontento como un estandarte. Aunque Yoda y él nunca disfrutaron de una buena relación estudiante-maestro, hablaron abiertamente de todos aquellos augurios. Pero Yoda era la prueba viviente del conservadurismo que conlleva una larga vida. El verdadero confidente de Dooku fue el Maestro Sifo-Dyas quien, aunque demasiado débil para actuar, también se preocupaba por lo que estaba sucediendo.

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