El jugador (51 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El jugador
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Gurgeh había quedado paralizado durante unos segundos. Empezó a levantar el láser y trató de incorporarse, pero ya era demasiado tarde. El exoesqueleto sin cabeza se encontraba a sólo tres metros de distancia. Gurgeh clavó los ojos en la negra boca del silenciador y comprendió que estaba muerto. Pero la grotesca silueta que había sido Yomonul vaciló, el cascarón vacío que había contenido la cabeza se alzó bruscamente hacia el cielo y el rifle tembló en sus manos.

Gurgeh sintió el impacto. «Pero el choque ha venido de atrás –pensó muy sorprendido mientras todo se volvía oscuro–, de atrás, no de delante»..., y la nada cayó sobre él.

 

Le dolía la espalda. Abrió los ojos. Una máquina marrón zumbaba interponiéndose entre su cabeza y la blancura del techo.

–¿Gurgeh? –preguntó la máquina.

Gurgeh tragó saliva y se lamió los labios.

–¿Qué? –dijo.

No sabía dónde estaba ni cuál era el nombre de aquella unidad. Sólo tenía una idea muy vaga de quién era él.

–Gurgeh, soy yo... Flere-Imsaho. ¿Qué tal te encuentras?

Flear Imsah-ho... Aquel nombre significaba algo.

–Me duele un poco la espalda –dijo.

Tenía la esperanza de estar en un sitio donde nadie pudiera encontrarle. ¿Gurgue? ¿Gurgo? Debía de ser su nombre.

–No me sorprende. Un troshae muy grande te embistió por detrás.

–¿Un qué?

–Olvídalo. Procura dormir.

–... Dormir.

Le pesaban mucho los párpados. La unidad se fue volviendo borrosa y desapareció.

Le dolía la espalda. Abrió los ojos y vio un techo blanco. Miró a su alrededor buscando a Flere-Imsaho. Paredes de madera oscura. Ventana. Flere-Imsaho... Allí estaba. La unidad flotó hacia él.

–Hola, Gurgeh.

–Hola.

–¿Recuerdas quién soy?

–Sigue haciéndome preguntas estúpidas, Flere-Imsaho. ¿Voy a ponerme bien?

–Estás lleno de morados, tienes una costilla rota y una conmoción cerebral no demasiado importante. Tendrías que estar en condiciones de levantarte dentro de uno o dos días.

–Recuerdo haberte oído decir que... ¿Un troshae me embistió? ¿Lo he soñado?

–No lo soñaste. Te dije que un troshae te había embestido. ¿Recuerdas algo de lo ocurrido?

–Me caí de los grádenos..., la plataforma –dijo muy despacio intentando pensar en lo que había ocurrido. Yacía en una cama y le dolía la espalda. Se encontraba en su habitación del castillo y las luces estaban encendidas, así que probablemente era de noche. Sus pupilas se dilataron–. ¡Yomonul me dio una patada y me hizo caer de la plataforma! –gritó de repente–. ¿Por qué?

–Ahora ya no importa. Vuelve a dormir.

Gurgeh abrió la boca para seguir hablando, pero en cuanto la unidad se acercó unos cuantos centímetros más a la cama volvió a sentirse muy cansado y cerró los ojos. Sólo un momento, para que descansaran...

Gurgeh estaba de pie junto a la ventana contemplando el patio. El sirviente cogió la bandeja y Gurgeh oyó el tintineo de los vasos.

–Sigue –dijo sin mirar a la unidad.

–El troshae logró trepar por la empalizada cuando todo el mundo sólo tenía ojos para ti y para Yomonul. Se te acercó por detrás y saltó. Chocó contigo y se lanzó contra el exoesqueleto antes de que pudiera hacer nada para impedirlo. Los guardias acabaron con el troshae mientras intentaba despedazar a Yomonul, y cuando le sacaron del exoesqueleto éste ya se había desactivado.

Gurgeh meneó la cabeza muy lentamente.

–Lo único que recuerdo es que me dio una patada y me hizo caer de la plataforma. –Se sentó en una silla junto a la ventana. La luz algo nebulosa de las últimas horas de la tarde hacía que la parte más alejada del patio brillara con un resplandor dorado–. ¿Y dónde estabas tú mientras ocurría todo eso?

–Volví al castillo para ver la cacería en uno de los canales imperiales. Siento haberme marchado, Jernau Gurgeh, pero ese ápice horrible no paraba de darme patadas y todo ese espectáculo obsceno era tan sangriento y repugnante que... Bueno, no tengo palabras para expresarlo.

Gurgeh agitó una mano.

–No importa. Sigo estando vivo. –Se llevó las manos a la cara–. ¿Estás seguro de que fui yo quien disparó contra Yomonul?

–¡Oh, sí! Lo grabaron todo. ¿Quieres ve...?

–No. –Gurgeh alzó una mano sin abrir los ojos–. No, no quiero verlo.

–No vi esa parte en vivo –dijo Flere-Imsaho–. Volví allí en cuanto Yomonul disparó su primer proyectil y mató a la persona que tenías al otro lado. Pero he visto la grabación. Sí, le mataste con el láser del guardia... Pero, naturalmente, lo único que conseguiste con ello fue que quien había asumido el control del exoesqueleto no tuviera que seguir venciendo la resistencia que oponía Yomonul. En cuanto Yomonul murió ese trasto empezó a moverse mucho más deprisa y de una forma menos errática. Yomonul debió hacer todo cuanto estaba en sus manos para detenerlo.

Gurgeh clavó la mirada en el suelo.

–¿Estás seguro de todo lo que me has dicho?

–Absolutamente. –La unidad flotó hacia la pantalla mural–. Oye, ¿por qué no te cercioras viendo...?

–¡No! –gritó Gurgeh.

Se puso en pie y se tambaleó de un lado a otro.

Permaneció en esa postura durante unos momentos y volvió a sentarse.

–No –dijo en un tono de voz bastante más bajo.

–Cuando llegué allí la persona que estaba controlando el exoesqueleto ya se había esfumado. Logré obtener una lectura bastante breve en mis sensores de microondas durante el trayecto del castillo al lugar de la cacería, pero la señal se desvaneció antes de que pudiera localizar su origen. Creo que utilizaron alguna variedad de maser capaz de emitir ondas codificadas. Los guardias imperiales también captaron algo. Cuando te sacamos de allí ya habían empezado a registrar el bosque. Les convencí de que sabía qué estaba haciendo y te traje aquí. Han enviado un par de veces a un médico para que te echara un vistazo, pero eso ha sido todo. Es una suerte que llegara en ese momento, ¿sabes? Podrían haberte llevado a la enfermería para someterte a toda clase de pruebas desagradables... –La unidad parecía algo perpleja–. Por eso tengo la sensación de que no estamos ante una operación secreta montada por alguno de sus departamentos de seguridad. De haberlo sido habrían usado otros métodos mucho más discretos, y si la cosa hubiese salido mal lo habrían tenido todo listo para llevarte lo más deprisa posible a un hospital... No, fue demasiado desorganizado. Estoy seguro de que aquí está ocurriendo algo raro.

Gurgeh se llevó las manos a la espalda y volvió a reseguir cautelosamente los contornos de sus morados.

–Ojalá pudiera recordarlo todo. Me gustaría recordar si quería matar a Yomonul –dijo.

Le dolía el pecho. Se encontraba fatal.

–Teniendo en cuenta que le mataste y que eres un pésimo tirador, supongo que la respuesta es no.

Gurgeh se volvió hacia la máquina.

–Unidad... ¿No tienes nada que hacer?

–No, la verdad es que no. Oh, por cierto... El Emperador desea verte cuando te encuentres bien.

–Iré ahora –dijo Gurgeh, y se fue levantando muy despacio.

–¿Estás seguro? No creo que debas hacerlo. Tienes mal aspecto. Si estuviera en tu lugar me acostaría un rato. Por favor, siéntate. No estás preparado. ¿Y si está enfadado contigo porque mataste a Yomonul? Oh, supongo que será mejor que te acompañe...

Nicosar estaba sentado en un trono no muy grande y desprovisto de adornos situado delante de una larga hilera de ventanales multicolores. Los aposentos imperiales estaban impregnados por aquella luz polícroma. Los inmensos tapices bordados con hilos de oro y plata brillaban como tesoros en una caverna submarina. Los centinelas de rostro impasible montaban guardia junto a las paredes y alrededor del trono; los cortesanos y funcionarios iban apresuradamente de un lado a otro cargados de papeles y pantallas portátiles. Un funcionario de la Mayordomía Imperial acompañó a Gurgeh hasta el trono dejando a Flere-Imsaho al otro extremo de la sala bajo la mirada vigilante de dos guardias.

–Siéntate, te lo ruego. –Nicosar señaló un taburete situado delante de él. Gurgeh se sentó dejando escapar un suspiro de gratitud–. Jernau Gurgeh... –dijo el Emperador. Su tono de voz era tan tranquilo y controlado que apenas parecía brotar de una garganta humana–. Te ofrecemos nuestras más sinceras disculpas por lo que ocurrió ayer. Nos alegra ver que tu recuperación ha sido tan rápida, aunque tenemos entendido que sigues estando algo dolorido. ¿Hay algo que desees?

–Gracias, Alteza... No, nada.

–Nos alegramos. –Nicosar asintió lentamente con la cabeza. Seguía vistiendo totalmente de negro. La sobriedad de su atuendo, su escasa altura y lo corriente de sus rasgos contrastaban con las fabulosas pinceladas de color que se derramaban desde los ventanales y los suntuosos ropajes de los cortesanos–. Naturalmente, sentimos muchísimo haber perdido la persona y los servicios de nuestro Mariscal Estelar Yomonul Lu Rahsp, especialmente en circunstancias tan trágicas, pero comprendemos que no te quedó más elección y que obraste en defensa propia. Es nuestra voluntad que no se emprenda ninguna clase de acción contra ti.

–Gracias, Alteza.

Nicosar alzó una mano.

–En cuanto a la persona que intentó acabar con tu vida, la persona que tomó el control del artefacto en el que estaba aprisionado nuestro mariscal estelar... Su identidad ha sido descubierta y se la ha sometido a interrogatorio. Nos duele profundamente haber descubierto que el líder de la conspiración no es otro que nuestro guía y mentor de toda la vida, el rector del Colegio de Candsev.

–Ham... –empezó a decir Gurgeh, pero se calló.

El rostro de Nicosar era un compendio de todos los matices que puede abarcar el disgusto. El nombre del viejo ápice murió en la garganta de Gurgeh.

–Yo... –dijo.

Nicosar volvió a alzar una mano.

–Es nuestro deseo revelarte que Hamin Li Sirist, rector del Colegio de Candsev, ha sido sentenciado a muerte por el papel que jugó en la conspiración contra ti. Tenemos entendido que éste quizá no haya sido el único intento de acabar con tu vida. Si es así, se investigarán todas las circunstancias relevantes y los culpables serán llevados ante la justicia.

«Ciertas personas de la corte –siguió diciendo Nicosar mientras contemplaba los anillos que adornaban sus manos– han deseado proteger al Emperador mediante... acciones tan imprudentes como equivocadas. El Emperador no necesita ser protegido de un oponente que toma parte en el juego incluso si dicho adversario utiliza alguna clase de ayuda con la que nos negamos a contar. Nuestros súbditos han tenido que ser engañados en lo tocante a tu papel en esta etapa final de los juegos, pero el engaño se ha llevado a cabo por su bien, no por el nuestro. No necesitamos ser protegidos de verdades desagradables. El Emperador no conoce el miedo, sólo la discreción. Nada nos complacerá más que posponer la partida entre el Emperador-Regente y el hombre llamado Jernau Morat Gurgeh hasta que se sienta en condiciones de jugar.

Gurgeh descubrió que estaba esperando oír más palabras pronunciadas en aquel tono de voz tan lento y suave que casi parecía un canturreo, pero Nicosar siguió inmóvil en su trono, impasible y silencioso.

–Os doy las gracias, Alteza –dijo Gurgeh–, pero preferiría que no hubiese ningún aplazamiento. Ahora ya casi estoy lo bastante bien para jugar, y aún faltan tres días para la fecha en que debe empezar la partida. Estoy seguro de que no será necesario retrasarla más.

Nicosar asintió lentamente.

–Estamos complacidos, pero esperamos que si Jernau Gurgeh desea cambiar de parecer en este asunto antes de que la partida deba empezar no dudará en informar de ello al Departamento Imperial, el cual no tendrá ningún inconveniente en retrasar la fecha de inicio de la última etapa de los juegos hasta que Jernau Gurgeh se encuentre en plena forma y considere que está en condiciones de jugar al Azad dando lo mejor de sí mismo.

–Vuelvo a daros las gracias, Alteza.

–Nos complace que Jernau Gurgeh no sufriera heridas graves y haya podido asistir a esta audiencia –dijo Nicosar.

Hizo una breve inclinación de cabeza a Gurgeh y se volvió hacia el cortesano, que estaba esperando impacientemente a un lado del trono.

Gurgeh se puso en pie, hizo una reverencia y fue alejándose del estrado sin dar la espalda a Nicosar.

–Sólo tenías que dar cuatro pasos hacia atrás antes de darle la espalda –dijo Flere-Imsaho–. Por lo demás, lo hiciste estupendamente.

Volvían a estar en las habitaciones de Gurgeh.

–Intentaré recordarlo la próxima vez –dijo Gurgeh.

–Bueno, por lo menos parece que no vas a tener problemas... Estuve fisgando un poco mientras mantenías tu pequeña charla con Nicosar. Los cortesanos suelen estar bastante bien informados, ¿sabes? Parece ser que encontraron a un ápice que intentaba escapar por el bosque después de haber abandonado el maser y los controles del exoesqueleto. Había tirado el arma que le dieron para que se defendiera, lo cual fue una suerte para él porque en realidad era una bomba, no un arma, y consiguieron capturarle con vida. Le sometieron a tortura, el ápice confesó e implicó a uno de los amigotes de Hamin, el cual intentó salvarse confesando; así que empezaron a ocuparse de Hamin y...

–¿Quieres decir que le torturaron?

–Sólo un poquito. Es viejo y tenían que mantenerle con vida para que se enfrentara al castigo que el Emperador decidiese para él, ¿comprendes? El ápice que se encargó de controlar el exoesqueleto y algunos implicados más han sido empalados, el tipo que intentó salvarse confesando está enjaulado en el bosque esperando la llegada de la Incandescencia y Hamin ha sido privado de las drogas antiagáticas que tomaba regularmente. Morirá dentro de cuarenta o cincuenta días.

Gurgeh meneó la cabeza.

–Hamin... Nunca tuve la impresión de que le diera tanto miedo.

–Bueno, no olvides que es muy mayor. A veces los viejos tienen ideas bastante raras.

–¿Crees que ya no corro peligro?

–Sí. El Emperador quiere que sigas con vida para poder aniquilarte en los tableros del Azad. Nadie se
atreverá
a hacerte daño. Puedes concentrarte en el juego. Y, de todas formas, yo cuidaré de ti.

Gurgeh contempló a la máquina que zumbaba suavemente con una cierta incredulidad.

No había detectado ni la más mínima huella de ironía en su voz.

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