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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (64 page)

BOOK: El jardín de Rama
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—Ya voy —gritó Richard—. Pero no puedo correr tan rápido.

Richard no necesitó demasiado tiempo para darse cuenta de que los dos alienígenas le estaban brindando una visita guiada del hábitat de los mirmigatos. La visita estaba planeada con mucha lógica: la primera parada, muy breve, fue en un depósito de melones maná. Richard observó dos vagones de carga, llenos con melones, que se deslizaban por los surcos hacia el interior de un ascensor similar o idéntico a aquel en el que había descendido el día anterior.

Después de otro trote de cinco minutos, Richard ingresó en una sección completamente diferente de la guarida de los mirmigatos. En tanto que las paredes de la otra sección eran mayormente blancas o gris metálico, salvo en la habitación de Richard, aquí salas y corredores estaban decorados en forma profusa con colores, con diseños geométricos o con ambos. Una vasta cámara tenía casi el tamaño de un teatro y en el piso había tres piscinas llenas de líquido. En esta sala había alrededor de cien mirmigatos. La mitad estaba aparentemente nadando en las piscinas, los ojos pedunculados y la parte superior de los carapachos por encima del nivel del agua, y la otra mitad estaba sentada en las lometas que dividían entre sí a las tres piscinas o arremolinándose en torno de un misterioso edificio que estaba en el lado más alejado de la sala.

Pero, ¿estaban nadando realmente? Al inspeccionar más de cerca, Richard advirtió que los seres no se desplazaban por la piscina sino que simplemente se sumergían en un punto y permanecían debajo del agua durante varios minutos. Dos de las piscinas tenían un líquido bastante espeso de consistencia parecida a la de una sopa rica y cremosa de la Tierra. La tercera piscina, transparente, tenía agua, casi con seguridad. Richard siguió a un solo mirmigato que se desplazaba de una de las piscinas densas a la de agua, para después volver a la otra piscina espesa.

¿Qué están haciendo?
, se preguntó Richard.
¿Por qué me trajeron aquí?

En ese momento uno de los mirmigatos tocó suavemente a Richard en la espalda. Primero señaló a Richard después a las piscinas y por último a la boca de Richard, que no tenía la menor idea de qué le estaba diciendo. A continuación, el mirmigato guía descendió por la pendiente que llevaba a las piscinas y se sumergió en una de las más espesas. Cuando volvió, se paró sobre su par trasero de extremidades y se señaló las muescas que tenía entre los segmentos de la parte inferior de su cuerpo, que era blanda y de color crema.

Estaba claro que para los mirmigatos era importante que Richard entendiera lo que estaba pasando en las piscinas. En la siguiente parada, Richard observó una combinación de mirmigatos y algunas máquinas de alta tecnología que molían material fibroso y después lo mezclaban con agua y otros líquidos para producir una pasta aguada que se parecía a lo que había en una de las piscinas. Finalmente, uno de los alienígenas puso uno de sus dedos en la pasta y después pasó el material por los labios de Richard.

Me deben de estar diciendo que las piscinas son para alimentarse
, pensó Richard.
Así que no comen melón maná después de todo. O, por lo menos, tienen una dieta más variada. Todo esto es fascinante
.

Pronto estuvieron trotando de vuelta en dirección a otra esquina alejada de la guarida. Aquí Richard vio treinta o cuarenta seres más pequeños, mirmigatos jóvenes evidentemente, dedicados a actividades bajo la supervisión de adultos. En su aspecto físico, los pequeños se asemejaban a sus mayores, salvo por una diferencia fundamental: no tenían carapacho. Richard llegó a la conclusión de que el ser no exudaba la rígida cobertura superior hasta no haber completado el desarrollo. Aunque Richard imaginaba que lo que sucedía con las crías era la burda aproximación a una escuela o quizás a una guardería, no tenía manera de saberlo con certeza. Pero, en un momento dado, estuvo seguro de que oyó a las crías repetir al unísono una secuencia de sonidos emitida por un mirmigato adulto.

A continuación, Richard subió a la escalera mecánica con sus dos guías de turismo. En el nivel vigésimo, aproximadamente, los seres abandonaron las escaleras y el patio interior abierto y rápidamente bajaron corriendo por un corredor que terminaba en una vasta fábrica llena de mirmigatos y máquinas que se dedicaban a una impresionante serie de tareas. Los guías de Richard siempre parecían estar apurados, por lo que a él le resultaba difícil estudiar algún proceso en particular. La fábrica era como un taller mecánico de la Tierra: por toda la sala había ruidos de toda ciase, olor a productos químicos y a metales y el quejido de la comunicación de los mirmigatos. En uno de los puestos, Richard observó a un par de mirmigatos que reparaban una grúa alzacoches similar a la máquina que había visto operando en el depósito de melones maná el día anterior.

En uno de los rincones de la fábrica había una zona especial que estaba aislada del resto del trabajo. Aunque los guías no lo llevaron en esa dirección, la curiosidad de Richard había sido aguijoneada. Nadie lo detuvo cuando cruzó el umbral de la zona especial. Dentro del gran cubículo, un operador mirmigato estaba dirigiendo un proceso automatizado de fabricación.

Trozos articulados, largos y enjutos, de metal o plástico liviano ingresaban en la habitación, traídos por una cinta sinfín desde una sola dirección. Pequeñas esferas, de alrededor de dos centímetros de diámetro, ingresaban desde un cubículo adyacente, transportadas por otra cinta sinfín. Allí donde las dos cintas se fusionaban, una máquina grande, rectangular, montada en un bastidor que colgaba del elevado lecho, descendía sobre las piezas emitiendo un peculiar sonido de succión. Treinta segundos después, el operador mirmigato hacía que la máquina se retirara y un par de bichos con patas se escurría fuera de la cinta sinfín. Sus largas patas estaban plegadas debajo de ellos y daban un salto para ponerse en posición dentro de una caja que tenía el aspecto de una gigantesca huevera.

Richard observó el proceso repetirse varias veces. Estaba fascinado. Aunque ligeramente confundido.
Así que los mirmigatos fabrican los bichos con patas. Y los mapas. Y, probablemente, la nave espacial también, de donde quiera que ellos y los avianos provengan. Entonces, ¿qué es esto? ¿Una forma evolucionada de simbiosis?

Meneó la cabeza, mientras delante de él continuaba el proceso de armado de los bichos. Instantes después, Richard oyó el ruido de un mirmigato detrás de sí. Se dio vuelta. Uno de sus guías le extendía una rebanada de melón maná.

Richard se estaba cansando. No tenía idea de cuánto tiempo había estado haciendo turismo pero sentía como si hubiese sido durante muchas horas.

No había manera en la que Richard pudiera sintetizar todo lo que había visto. Después del viaje en el pequeño ascensor hasta los confines superiores de la región de los mirmigatos —en la que Richard no sólo visitó el hospital aviano, atendido y dirigido por los mirmigatos, sino que también observó a los avianos salir de huevos marrones, coriáceos, bajo la vigilante mirada de médicos mirmigatos—, Richard supo con certeza que, en verdad, existía una compleja relación simbiótica entre las dos especies.
Pero ¿por qué?
, se preguntaba, mientras sus guías le permitían descansar temporalmente cerca de la parte superior de la escalera mecánica.
Resulta claro que los avianos se benefician con los mirmigatos… pero ¿qué obtienen estos gigantescos mirmigatos de los avianos?

Los guías lo llevaron por un ancho corredor hasta una puerta grande que estaba a varios metros de distancia. Por una vez no corrían. Cuando se acercaron a la puerta, otros tres mirmigatos entraron en el pasillo, provenientes de corredores laterales más pequeños y los seres empezaron a hablar en su idioma de alta frecuencia. En un momento dado, los cinco se detuvieron y Richard imaginó que se estaba desarrollando una disputa. Los estudió cuidadosamente mientras hablaban, especialmente sus caras. Incluso las amigas y los pliegues que había alrededor del orificio generador de ruidos y de los ojos ovalados eran idénticos de un ser a otro. No existía la más mínima forma de distinguir un mirmigato de otro.

Finalmente, todo el grupo empezó a caminar de nuevo hacia la puerta. Desde lejos, Richard había subestimado el tamaño. A medida que se acercaba, pudo ver que la puerta tenia de doce a quince metros de altura y más de tres de ancho. La superficie estaba intrincada y magníficamente tallada. El punto central de la talla era un cuadrado decorado, de cuatro paneles, con un aviano volando en el cuadrante superior izquierdo, un melón maná en el superior derecho, un mirmigato corriendo en el inferior izquierdo, y algo que parecía algodón de azúcar con grumos apiñados y espesos diseminados en el inferior derecho.

Richard se detuvo para admirar el trabajo. Al principio tuvo la vaga sensación de que ya había visto esta puerta o, al menos, el diseño, pero se dijo que eso no era posible. Sin embargo, mientras deslizaba los dedos sobre la figura esculpida del mirmigato, súbitamente comenzó a recordar.


, se dijo exaltado,
claro que sí: en la parte posterior de la guarida aviana, en Rama II. Ahí era donde estaba el Juego
.

Instantes después, la puerta se abrió de par en par y Richard fue conducido al interior de lo que se asemejaba a una gran catedral subterránea. La sala en la que se encontró tenía más de cincuenta metros de altura La forma básica de la planta era la de un círculo de unos treinta metros de diámetro y había seis naves alejadas, alrededor del círculo. Los muros eran deslumbrantes: cada milímetro cuadrado contenía esculturas o frescos secundarios minuciosamente creados, con gran atención al detalle. Era avasalladoramente hermoso.

En el centro de la catedral había una plataforma elevada, sobre la cual un mirmigato estaba de pie y hablando. Debajo de él había algunos más, todos sentados sobre sus cuatro extremidades posteriores y observando al orador con arrobada atención.

Mientras Richard vagaba por la sala, se dio cuenta de que los ornamentos de la pared, en una franja de un metro de ancho ubicada a unos ochenta centímetros del suelo, presentaban un relato ordenado. En silencio, Richard siguió las ilustraciones hasta que llegó a lo que creía era el comienzo de la narración. La primera ornamentación era el retrato esculpido de un melón maná. En los tres paneles siguientes se podía ver algo que crecía dentro del melón. Lo que fuera que hubiera estado creciendo era diminuto en el segundo panel pero, en la cuarta escultura, ocupaba casi todo el interior del melón.

En el quinto panel una diminuta cabeza con dos ojos ovales, lechosos, rudimentos de pedúnculos y un orificio circular pequeño debajo de los ojos se abría paso fuera del melón. La sexta escultura, que mostraba una cría de mirmigato muy parecida a las que Richard ya había visto ese mismo día le confirmó lo que había estado barruntando mientras seguía las ornamentaciones.

¡A la mierda!
, se dijo Richard para sus adentros.
¡Así que un melón maná es un huevo de mirmigato!
Los pensamientos corrían desbocados.
Pero eso no tiene sentido: los avianos comen los melones… De hecho, los mirmigatos hasta me los dan a mí para comer… ¿Qué está pasando aquí?

Richard estaba tan atónito por lo que había descubierto (y tan cansado por todo lo que había corrido durante la gira) que se sentó delante de la escultura que representaba a las crías de mirmigato. Trató de dilucidar la relación que había entre los mirmigatos y los avianos. No podía citar ejemplo alguno de simbiosis paralela en la Tierra aunque sabía que había especies que, con frecuencia, trabajaban juntas para mejorar las mutuas posibilidades de supervivencia. Pero ¿cómo una especie podía seguir manteniendo buenas relaciones con otra cuando sus huevos eran la única fuente de alimentación para la segunda especie? Richard llegó a la conclusión de que lo que había creído que eran principios biológicos fundamentales no regían para los avianos y los mirmigatos.

Mientras Richard reflexionaba sobre las extrañas cosas nuevas que había aprendido, un grupo de mirmigatos se congregó alrededor de él. Todos le hicieron gestos para que se pusiera de pie. Un minuto después, los estaba siguiendo por una rampa sinuosa que estaba del otro lado de la sala, en dirección a una cripta especial ubicada en el sótano de la catedral de los mirmigatos.

Por primera vez desde que Richard entró en el hábitat, la luz era tenue. Los mirmigatos que estaban al lado de él se desplazaban lenta, casi reverentemente, mientras descendían por un pasadizo ancho que tenía techo curvo. Del otro lado del pasadizo había dos puertas que se abrían a una sala grande llena con un material blanco y suave. Aunque el material, que desde cierta distancia parecía algodón, estaba densamente distribuido, sus filamentos individuales eran, en su mayoría, muy delgados. Esto no era así en los lugares en los que se juntaba formando apelmazamientos o ganglios, que estaban diseminados sin seguir una pauta definible por todo el gran volumen blanco.

Richard y los mirmigatos se detuvieron en la entrada, a casi un metro de donde empezaba el material. La red algodonosa se extendía en todas direcciones, hasta tan lejos como Richard podía ver. Mientras él estudiaba la intrincada estructura de malla, muy lentamente los elementos del material empezaron a moverse, apartándose para formar un sendero que continuaba el camino desde el pasadizo hacia el interior de la red.
Está vivo
, pensó Richard mientras el pulso se le aceleraba al observar fascinado.

Cinco minutos después, se habla abierto un callejón que era apenas lo suficientemente grande como para que Richard penetrara diez metros dentro del material. Todos los mirmigatos que estaban alrededor de Richard señalaban hacia la maraña algodonosa. Richard empezó a menear la cabeza, en gesto de negación.

Lo siento, muchachos
, quería decir,
pero hay algo en esta situación que no me gusta. Si no tienen inconvenientes, voy a pasar por alto esta parte de la visita guiada
.

Los mirmigatos seguían señalando. Richard no tenía alternativa y lo sabía.
¿Qué me va a hacer esta cosa?
, se preguntó mientras daba el primer paso hacia adelante.
¿Comerme? ¿Es ése el objeto de todo esto? Eso no tendría la menor lógica
.

Se dio vuelta. Los mirmigatos no se habían movido. Richard tomó mucho aire y recorrió los diez metros por el sendero, hasta un sitio en el que podría extender la mano y tocar uno de los extraños ganglios de la malla viviente. Mientras estaba examinando el ganglio cuidadosamente, el material que tenía en derredor empezó a moverse de nuevo. Richard giró sobre los talones y vio que el sendero que estaba detrás de él se estaba cerrando. Momentáneamente desesperado, trató de correr de vuelta hacia el pasadizo, pero fue inútil: la red lo atrapó y Richard se resignó a aceptar lo que iba a ocurrirle.

BOOK: El jardín de Rama
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