El jardín de Rama (59 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
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La inquietud que Nicole sentía iba en aumento a medida que transcurría el tiempo y Katie no aparecía. Cuando todo estuvo en orden en la sala de vestir de la novia, Nicole decidió cruzar el corredor para hablar con Patrick. Los hombres se habían terminado de vestir antes de que Nicole golpeara a la puerta.

—¿Cómo está la madre de la novia? —preguntó el juez Mishkin cuando entró Nicole. El anciano juez principal iba a oficiar la ceremonia de casamiento.

—Un poco asustada —contestó Nicole, con una sonrisa triste. Encontró a Patrick en la parte trasera de la habitación, ajustando la ropa de Benjy.

—¿Cómo estoy? —le preguntó Benjy a su madre cuando ella se acercó.

—Muy, muy apuesto —le contestó Nicole a su radiante hijo—. ¿Le hablaste a Katie esta mañana? —dijo, dirigiéndose a Patrick.

—No —contestó Patrick—. Pero volví a confirmar la hora con ella, como lo pediste, apenas anoche… ¿No llegó aún?

Nicole meneó la cabeza. Ya eran las 18:15. Faltaban sólo cuarenta y cinco minutos para el comienzo de la ceremonia. Nicole fue al corredor para usar el teléfono pero el olor de humo de cigarrillo le indicó que Katie finalmente había llegado.

—Tan sólo piensa, hermanita —estaba diciendo Katie en voz alta, mientras Nicole volvía a cruzar el corredor para regresar a la sala de vestir de la novia—, que esta noche vas a tener tu primer contacto sexual. ¡Uiuuiui! Apuesto a que la idea vuelve completamente salvaje a ese magnífico cuerpo tuyo.

—Katie —dijo Eponine—, no creo que sea del todo adecuado… Nicole entró en la habitación y Eponine se calló.

—Bueno, bueno, mamá —dijo Katie—. Qué hermosa estás. Me había olvidado de que, debajo de esas togas de juez, estaba latente una mujer.

Katie lanzó humo al aire y tomó un trago de la botella de champagne que estaba en el mostrador junto a ella.

—Así que aquí estamos —dijo con jactancia—, a punto de ser testigos del casamiento de mi hermanita menor…

—Basta ya, Katie. Has bebido demasiado —la voz de Nicole era fría y dura. Recogió el champagne y el paquete de cigarrillos de Katie. Tan sólo termina de vestirte y deja de bufonear… Puedes recoger esto después de la ceremonia.

—A la orden, jueza… lo que usted diga —dijo Katie, dando fuertes pitadas y lanzando aros de humo. Le sonrió a las demás mujeres. Entonces, cuando Katie se inclinó hacia el cesto de desperdicios para dejar caer la ceniza de su cigarrillo, perdió el equilibrio. Cayó dolorosamente contra el mostrador, golpeando contra varias botellas abiertas de cosméticos, antes de aterrizar en el piso hecha un desastre. Tanto Eponine como Ellie se apresuraron a correr hacia ella para ayudarla.

—¿Estás bien? —preguntó Ellie.

—Cuidado con tu vestido, Ellie —dijo Nicole, mirando con desaprobación a Katie, que yacía tendida en el piso. Nicole tomó algunas toallas de papel y empezó a limpiar lo que se había derramado.

—Sí, Ellie —dijo Katie con sarcasmo, algunos segundos después, cuando estuvo de pie otra vez—. Cuida ese vestido. Quieres estar completamente impoluta cuando te cases con ese doble asesino.

Nadie respiró en la sala Nicole estaba pálida; se acercó a Katie y se paró directamente delante de ella.

—Discúlpate con tu hermana —ordenó.


No
lo voy a hacer —replicó Katie, desafiante, tan sólo momentos antes de que la mano abierta de Nicole cayera sobre su mejilla. Los ojos de Katie se llenaron de lágrimas.

—Ah, bien —dijo, enjugándose el rostro—. He aquí a la más famosa abofeteadora de Nuevo Edén. Nada más que dos días después de haber recurrido a la violencia física en la plaza de Ciudad Central, la golpea a su propia hija, en una reiteración de su hazaña más famosa…

—Mamá, no… por favor —interrumpió Ellie, que temía que Nicole abofeteara a Katie otra vez.

Nicole se dio vuelta y miró a la aturdida novia.

—Lo siento —masculló.

—Eso es —dijo Katie con furia—. Dile a
ella
que lo sientes.
Yo
soy la que golpeaste,
jueza
. ¿Me recuerdas? Tu hija mayor, soltera. A la que hace nada más que tres semanas llamaste “repugnante”… Me dijiste que mis amigos eran “viles e inmorales”… ¿son ésas las palabras exactas?… y, aun así, a tu preciosa Ellie, a ese dechado de virtud, la entregas a un asesino por partida doble… con otra asesina como dama de honor, para colmo…

Casi al mismo tiempo, todas las mujeres se dieron cuenta de que Katie no sólo estaba borracha e insultante sino también profundamente perturbada. Sus enloquecidos ojos condenaban a todos los presentes mientras seguía barbotando insultos sin sentido.

Se está ahogando
, se dijo Nicole para sus adentros,
y está gritando desesperadamente para que le den ayuda. No sólo pasé por alto sus gritos, sino que la hundí más profundamente en el agua
.

—Katie —dijo Nicole en voz baja—, lo lamento. Actué en forma necia y sin pensar. —Caminó hacia su hija, con los brazos extendidos.

—No —retrucó Katie, alejando los brazos de su madre de un empujón—. No, no, no… No quiero tu compasión. —Retrocedió en dirección a la puerta—. De hecho, no quiero estar en esta maldita boda… No pertenezco aquí… Buena suerte, hermanita. Dime algún día qué tal es en la cama el apuesto doctor.

Katie dio vuelta sobre sí misma y, a los tropezones, salió por la puerta. Tanto Ellie como Nicole lloraron en silencio cuando se fue.

Nicole trataba de concentrarse en la boda pero sentía un enorme peso en el corazón, después de la desagradable escena con Katie. Ayudó a Ellie a aplicarse nuevamente el maquillaje y se castigó repetidamente por haber respondido con ira a Katie.

Justo antes de que la ceremonia empezara, Nicole regresó al cuarto de vestir de los hombres y les informó que Katie había decidido no asistir a la boda. Después atisbo brevemente la multitud que se estaba congregando y advirtió que algunos biots ya se habían sentado.
Dios mío
, pensó Nicole,
no fuimos lo suficientemente específicos en las invitaciones
. Era habitual que algunos de los colonos trajeran con ellos sus Lincoln o Tiasso a una función especial, sobre todo si tenían niños. Antes de regresar al salón de vestir de la novia, Nicole se sintió algo preocupada por si habría suficientes asientos para todos.

Instantes después el cortejo nupcial estaba reunido en el escenario, en torno del juez Mishkin y la música anunció la llegada de la novia. Al igual que todos los demás, Nicole se dio vuelta y miró hacia la parte de atrás del teatro: ahí estaba su espléndida hija menor, resplandeciente con su vestido blanco con adornos rojos. Venía por el pasillo tomada del brazo de Richard. Nicole pugnó por contener las lágrimas pero cuando vio las que brillaban en las mejillas de la novia, ya no se pudo controlar más.
Te amo, mi Ellie
, se dijo Nicole.
Deseo tanto que seas feliz
.

El juez Mishkin, a pedido de la pareja, había preparado una ceremonia ecléctica, que exaltaba el amor del hombre y de la mujer y hablaba sobre lo importante que era el vínculo que formaban para la adecuada creación de una familia. Las palabras de Mishkin aconsejaban tolerancia, paciencia y abnegación. Ofreció una oración que no seguía ninguna religión específica en la que invocaba a Dios para que “provocara” en la novia y el novio “la compasión y la comprensión que ennoblecen a la especie humana”.

La ceremonia fue breve, pero refinada. El doctor Turner y Ellie intercambiaron los anillos y recitaron tos votos con voz fuerte y segura. Se volvieron hacia el juez Mishkin quien les unió las manos.

—Con la autoridad que me confirió la colonia de Nuevo Edén, declaro a Robert Turner y Eleanor Wakefield marido y mujer.

Cuando el doctor Turner estaba levantando delicadamente el velo de Ellie para darle el tradicional beso, resonó un disparo al que siguió otro un instante después. El juez Mishkin se precipitó hacia adelante, sobre la pareja nupcial. De su frente brotaba sangre. Kenji Watanabe se desplomó al lado de él. Eponine se zambulló entre la pareja y los invitados, cuando se oyeron un tercer y un cuarto disparo. Todo el mundo gritaba. Imperaba el caos en el teatro.

Dos disparos más se produjeron en rápida sucesión. En la tercera fila, Max Puckett finalmente había desarmado al biot Lincoln que había sido el tirador. Max se había dado vuelta de modo casi instantáneo en cuanto oyó el primer disparo y saltó por sobre las sillas un segundo después. Sin embargo, el biot Lincoln, que se había levantado de su asiento al oír la palabra “mujer”, disparo su arma automática un total de seis veces, antes de que Max lo dominara por completo.

Había sangre por todo el escenario. Nicole se arrastró y examinó al gobernador Watanabe. Ya estaba muerto. El doctor Turner sostenía en brazos al juez Mishkin, mientras el benevolente anciano cerraba los ojos por última vez. Aparentemente, el tercer disparo había sido destinado al doctor Turner pues Eponine lo había recibido en el costado después de su desesperada zambullida para salvar al novio y a la novia.

Nicole recogió el micrófono, que había caído junto con el juez Mishkin.

—Señoras y señores, ésta es una tragedia terrible, terrible. Por favor, no se dejen llevar por el pánico. Estoy convencida de que ya no hay peligro. Por favor, limítense a permanecer en su sitio hasta que podamos atender a los heridos.

Las cuatro últimas balas no habían hecho demasiado daño. Eponine estaba sangrando pero su estado no era crítico. Max había golpeado al Lincoln justo antes de que disparara la cuarta bala, casi con seguridad salvando la vida de Nicole, ya que esa bala le había errado a la jueza por cuestión de centímetros. Dos de los invitados habían sido rozados por los disparos finales, mientras el Lincoln estaba cayendo.

Richard se unió a Max y a Patrick, que estaban sujetando al biot asesino.

—No responde a una sola maldita pregunta —dijo Max. Richard miró el hombro del Lincoln: el biot número trescientos treinta y tres.

—Llévenlo a la parte de atrás —dijo Richard—. Quiero examinarlo más tarde.

En el escenario, Nai Watanabe estaba sentada sobre las rodillas, sosteniendo sobre el regazo la cabeza de su amado Kenji. El cuerpo se le sacudía con sollozos profundos, desesperados. Al lado de ella, los mellizos Galileo y Kepler estaban gimiendo de miedo. Ellie, con sangre esparcida por todo su vestido de novia, trataba de reconfortar a los niños.

El doctor Turner atendía a Eponine.

—Una ambulancia estará aquí dentro de pocos minutos —dijo Turner, después de vendarle la herida a la profesora. La besó en la frente—. No hay forma en la que Ellie y yo podamos agradecerle jamás lo que hizo.

Nicole estaba abajo, con los invitados, asegurándose de que ninguno de los concurrentes alcanzados por las balas estuviera gravemente herido. Estaba a punto de volver al micrófono y decirles a todos que podían empezar a irse cuando un colono histórico irrumpió en el teatro.

—¡Un Einstein se volvió loco! —gritó, antes de contemplar la escena que tenía delante de sí—. Tanto Ulanov como el juez Iannella están muertos.

—Ambos nos debemos ir ahora —dijo Richard—. Pero aun si tú no lo haces, Nicole, yo me voy. Sé demasiado sobre los biots de la serie trescientos… y sobre lo que la gente de Nakamura hizo para modificarlos. Van a estar detrás de mí esta noche o en la mañana.

—Muy bien, cariño —contestó Nicole—. Entiendo. Pero alguien se tiene que quedar con la familia. Y luchar contra Nakamura. Aun si es una causa perdida. No nos debemos someter a su tiranía.

Habían pasado tres horas desde el abortado final de la boda de Ellie. El pánico estaba extendiéndose velozmente por la colonia. La televisión acababa de informar que cinco o seis biots se habían vuelto locos en forma simultánea y que once de los ciudadanos más destacados de Nuevo Edén habían sido asesinados. Afortunadamente, el biot Kawabata, que estaba ejecutando el concierto en Las Vegas, había fallado en su ataque contra el candidato por la gobernación, Ian Macmillan, y el renombrado industrial Toshio Nakamura…

—Calumnia —dijo Richard mientras miraba—. Eso sólo fue otra parte del plan que tienen.

Estaba seguro de que toda la actividad se había planeado y orquestado en el cuartel de Nakamura. Más aún: Richard no tenía la menor duda de que él y Nicole también habían sido parte de los blancos de ataque. Estaba convencido de que los acontecimientos del día darían por resultado un Nuevo Edén totalmente distinto, bajo el control de Nakamura y con Ian Macmillan en calidad de gobernador títere.

—¿No les vas a decir adiós a Patrick y Benjy, por lo menos? —preguntó Nicole.

—Mejor que no lo haga —repuso Richard—. No porque no los ame sino porque temo cambiar de idea.

—¿Vas a usar la salida de emergencia? Richard asintió con la cabeza.

—Nunca me dejarían salir en forma normal.

Mientras revisaba el equipo de buceo, Nicole entró en el estudio.

—En el noticiario se acaba de informar que la gente estaba destrozando sus biots por toda la colonia. Uno de los colonos entrevistados dijo que todo el asesinato en masa era parte de un complot alienígena.

—Grandioso —dijo Richard con tono lúgubre—. La propaganda ya empezó.

Empacó tanta comida y tanta agua como creía que podía transportar con comodidad. Cuando estuvo listo, atrajo a Nicole con fuerza hacia él durante más de un minuto. Había lágrimas en los ojos de ambos cuando Richard partió.

—¿Sabes adonde vas? —preguntó Nicole en voz baja.

—Más o menos —contestó Richard, todavía parado en la puerta trasera—. Pero no te lo voy a decir para que no te veas implicada…

—Comprendo —dijo Nicole. Ambos oyeron algo en la parte delantera de la casa y Richard salió velozmente en dirección al patio trasero.

El tren que iba a lago Shakespeare no funcionaba: el García que operaba un tren anterior en la misma vía había sido destruido por un grupo de colonos furiosos y todo el sistema se había interrumpido. Richard empezó a caminar hacia el lado este del lago Shakespeare.

Mientras caminaba penosamente, llevando su pesado equipo de buceo y su mochila, tuvo la sensación de que lo estaban siguiendo. Dos veces creyó haber visto a alguien con el rabillo del ojo pero cuando se detuvo y miró en derredor no vio nada. Finalmente llegó al lago. Era después de medianoche. Miró por última vez las luces de la colonia y se empezó a poner el equipo de buceo. La sangre se le congeló en las venas cuando un García salió de los matorrales mientras él se desvestía.

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