Richard dormía en una pequeña habitación, cerca de la cámara de los murales. Sus lecciones duraban de tres a cuatro horas cada una. Y después le daban de comer o le permitían dormir. A veces, cuando ingresaba en la cámara, le echaba un vistazo a las pinturas, algunas todavía incompletas, que había en la segunda mitad del mural. Cuando hacía esto, las luces de la cámara se apagaban de inmediato. Los mirmigatos querían estar seguros de que, primero, Richard aprendiera sus lecciones de biología.
Después de unos diez días, terminaron la segunda mitad del mural. Richard quedó estupefacto cuando finalmente le permitieron estudiarlo. La versión de los seres humanos y los avianos era excepcionalmente precisa. Richard mismo aparecía en las pinturas media docena de veces. Con el cabello y la barba largos, ambos más que entrecanos, casi no se reconoció.
—Podría pasar por Cristo en estas ilustraciones
—bromeó para sí, mientras vagaba por la cámara.
Parte del resto del mural era un resumen histórico de la invasión del hábitat alienígena por parte de los seres humanos. Había más detalles que los que Richard había visto en la exhibición mental de imágenes mientras estuvo dentro del sésil, pero no aprendió nada sustancialmente nuevo. Sin embargo, se sintió perturbado emocionalmente una vez más por los horribles detalles de la matanza continuada.
Las ilustraciones también le plantearon una interesante pregunta. ¿Por qué el sésil no le había transferido el contenido de este mural
directamente
y así se habrían evitado todo el esfuerzo de los artistas mirmigatos?
A lo mejor
, reflexionó Richard,
el sésil es solamente un dispositivo de grabación y no tiene capacidad para imaginar. Quizás únicamente me puede mostrar lo que ya vio uno de los mirmigatos
.
Lo que restaba del mural definía, de manera explícita, lo que los seres mirmigatos/sésiles querían que Richard hiciera. En cada uno de los retratos, Richard llevaba en los hombros una gran mochila azul. La mochila tenía dos grandes bolsillos en la parte anterior y dos más en la posterior. Cada uno contenía un melón maná. En los costados de la mochila había dos bolsillos adicionales, más pequeños. Uno tenía un tubo cilíndrico plateado de unos quince centímetros de largo; el otro contenía dos pequeños y coriáceos huevos de aviano.
El mural mostraba la actividad que Richard desarrollaría en forma de secuencia ordenada. Iba a abandonar el cilindro marrón por una salida que estaba debajo del nivel del suelo que lo llevaría hasta la región verde que estaba del otro lado del anillo de edificios blancos y del estrecho canal. Allí, guiado por un par de avianos, descendería a la orilla del foso donde lo iba a recoger un pequeño submarino. El submarino iba a pasar por debajo del muro del módulo, entraría en un gran cuerpo de agua y después, emergería en la costa de una isla con muchos rascacielos.
Richard sonrió cuando estudió el mural:
Así que el Mar Cilíndrico y Nueva York todavía están allá
, pensó. Recordó lo que El Águila le había dicho respecto de no hacer cambios innecesarios en Rama
Eso significa que la Sala Blanca también puede estar allá
.
Había muchas ilustraciones adicionales rodeando la secuencia de escape de Richard, algunas que brindaban más detalles sobre los animales y plantas alienígenas de la región verde y otras que suministraban instrucciones explícitas sobre cómo operar el submarino. Cuando Richard trató de copiar en su computadora portátil, que había sacado de la
Newton
, lo que consideraba más importante, el profesor mirmigato repentinamente se impacientó. Richard se preguntó si la crisis no habría empeorado.
Al día siguiente, después de una larga siesta, le colocaron la mochila a Richard y sus dos anfitriones lo condujeron a la cámara del sésil. Allí, los mirmigatos extrajeron de la maraña los cuatro melones maná que Richard había visto crecer y los colocaron en la mochila. Eran bastante pesados. Richard estimó que, en total, pesaban veinte kilogramos. Después, otro mirmigato usó un instrumento similar a una tijera grande para sacar del sésil un volumen cilíndrico que contenía cuatro ganglios y los filamentos relacionados con ellos. Colocaron este material del sésil en un tubo plateado que introdujeron en uno de los bolsillos laterales más pequeños de la mochila. Los huevos de aviano fueron los últimos elementos que cargaron.
Richard respiró hondo.
Éste debe de ser el adiós
, pensó, cuando los mirmigatos señalaron hacia el otro extremo del corredor. Por algún motivo, recordó la insistencia de Nai Watanabe en que el saludo tailandés, conocido como
wai
—una pequeña reverencia con las manos tomadas delante de la parte superior del pecho—, era una señal universal de respeto. Mientras sonreía para sus adentros, Richard efectuó un
wai
en dirección al grupo de mirmigatos que lo rodeaba. Para gran sorpresa suya, cada uno de ellos unió en pares delante del abdomen las cuatro extremidades anteriores e hizo una pequeña reverencia en dirección a Richard.
El profundo sótano del cilindro marrón estaba evidentemente deshabitado. Después de salir de la cámara del sésil, Richard y su guía, primero pasaron junto a muchos otros mirmigatos, especialmente en la proximidad del atrio, pero una vez que ingresaron en la rampa que descendía hacia el sótano, no volvieron a ver un mirmigato.
El guía de Richard mandó delante de ellos a un bicho con patas que corrió a lo largo del estrecho túnel final y pasó, a través de la salida de emergencia, parecida a una bóveda, a la región verde. Cuando el bicho regresó se paró durante varios segundos en la parte posterior de la cabeza del mirmigato y después bajó a saltitos hasta el suelo. El guía le hizo a Richard un ademán para que siguiera avanzando hacia el interior del túnel.
Afuera, en la región verde, Richard se encontró con dos grandes avianos que de inmediato remontaron vuelo. Uno de ellos tenia una fea cicatriz en el ala, como si la hubiera alcanzado una rociada de balas. Richard estaba en un bosque moderadamente denso cuya vegetación lo rodeaba y se alzaba hasta tres o cuatro metros del suelo. Aun cuando la luz era débil, a Richard no le fue difícil hallar un sendero o seguir a tos avianos que tenía en lo alto. Ocasionalmente, oyó disparos esporádicos de armas a la distancia.
Los primeros quince minutos transcurrieron sin novedad. El espesor del bosque disminuyó. Richard acababa de calcular que llegaría al foso para encontrarse con el submarino en diez minutos más, cuando, sin advertencia, una ametralladora empezó a disparar a no más de cien metros de distancia Uno de los avianos guía se estrelló contra el suelo; el otro desapareció. Richard se ocultó en un oscuro matorral cuando oyó a los soldados venir hacia donde estaba escondido.
—Dos anillos, seguro —decía uno de ellos—. A lo mejor, hasta tres… ya son veinte anillos y nada más que en esta semana.
—Mierda, hombre, eso no fue un desafío. Ni siquiera habría que contarlo. El maldito pajarraco ni siquiera se dio cuenta de que estabas ahí.
—Ése el problema de él, no mío. Igual le cuento los anillos. Ah, aquí está… Maldita sea, sólo tiene dos.
Los hombres estaban a menos de quince metros de Richard quien se quedó absolutamente quieto, sin atreverse a hacer ningún movimiento, durante mas de cinco minutos. Los soldados, entretanto, permanecieron en la proximidad del cadáver del aviano, fumando y charlando sobre la guerra.
Richard empezó a sentir dolor en el pie derecho. Desplazó el peso de su cuerpo suavemente, creyendo que eso te iba a aliviar el músculo que estaba acalambrado. Pero el dolor sólo aumentó. Finalmente miró hacia abajo y descubrió, con horror, que uno de los seres parecidos a roedores que había visto en la cámara del mural te había comido lo que le quedaba del zapato, y ahora estaba dando vigorosas mordidas a su pie. Richard trató de sacudir la pierna con fuerza pero sin producir ruido. No tuvo total éxito. Aunque el roedor le soltó el pie, los soldados oyeron el ruido y se empezaron a desplazar hacia el escondite.
Richard no podía correr. Aun si hubiera existido una ruta de escape, el peso adicional que transportaba lo habría convenido en presa fácil para los soldados. Al cabo de un minuto, uno de ellos gritó:
—Por aquí, Bruce. Creo que hay algo en este matorral. El hombre estaba apuntando con el arma hacia donde estaba Richard.
—No disparen —dijo Richard—, soy un ser humano. El segundo soldado se había unido a su camarada.
—¿Qué mierda está haciendo aquí, solo?
—Estoy haciendo una excursión campestre —contestó Richard.
—¿Está loco? —dijo el primer soldado—. Vamos, salga de ahí. Queremos verlo.
Lentamente, Richard salió de la maleza. Aun bajo la débil luz debió de ser una visión sorprendente, con sus largos cabellos y barba, además de la abultada chaqueta azul.
—Por Dios… ¿Quién demonios es usted?… ¿Dónde está emplazada su unidad?
—Éste no es ningún soldado —dijo el otro hombre, contemplando todavía a Richard—. Éste es un chiflado… Debe de haberse escapado de la instalación de Avalon y deambuló hasta aquí por error… Eh, imbécil, ¿no sabe que éste es territorio peligroso? Lo podrían matar…
—Mírale los bolsillos —interrumpió el primer soldado—. Lleva cuatro de esos malditos melones, y qué
grandes
…
De repente, cayeron del cielo. Debió de haber habido una docena de avianos en total que chillaban al atacar consumidos por la furia. Los dos soldados humanos fueron derribados. Richard empezó a correr. Uno de los avianos se lanzó sobre el rostro del primer soldado y lo empezó a destrozar con las garras. Súbitamente se oyó el tronar de armas de fuego, cuando los demás soldados que estaban en las proximidades, al oír el alboroto, se apresuraron a converger en el sector para ayudar a la patrulla.
Richard no sabía cómo iba a encontrar el submarino. Corrió a toda velocidad ladera abajo, tan rápido como se lo permitía su carga. Detrás de él, los disparos adquirieron más intensidad. Oyó los alaridos de dolor de los soldados y los chillidos agonizantes de los avianos.
Encontró el foso, pero no había señales del submarino. Oía voces humanas que bajaban por la ladera, detrás de él. Justo cuando estaba a punto de ser presa del pánico, oyó un chillido breve, proveniente de un arbusto grande que estaba a su derecha. El líder aviano que tenía los cuatro anillos color cobalto voló junto a su cabeza, no muy lejos del suelo, y siguió por el borde del foso, hacia la izquierda.
Localizaron el pequeño submarino al cabo de tres minutos. La nave ya se había sumergido antes de que los perseguidores humanos irrumpieran en el descampado de la región verde. Dentro del submarino, Richard se sacó la mochila y la colocó detrás de él, en el compartimento de control. Miró a su compañero aviano e intentó un par de sencillas oraciones en parloteo. El líder aviano contestó, lenta y claramente, con el equivalente en parloteo de:
—Todos te lo agradecemos muchísimo.
El viaje duró poco más de una hora. Richard y el aviano se dijeron muy poco. Durante la primera parte del trayecto, Richard observó cuidadosamente cómo su acompañante operaba el submarino. Tomó notas en su computadora y durante la segunda mitad del viaje, se hizo cargo él mismo de los controles por un breve período. Cuando no estaba demasiado ocupado, Richard se preguntaba sobre todo lo que había pasado en el segundo hábitat. Por sobre todo, quería saber por qué era
él
quien estaba en el submarino con los melones y la porción de sésil y no uno de los mirmigatos.
Debe de haber algo que se me escapa
, reflexionó para sí mismo.
Poco después, el submarino emergió y Richard se encontró en territorio familiar. Los rascacielos de Nueva York se alzaban delante de él.
—¡Aleluya! —dijo Richard en voz alta, mientras llevaba su cargada mochila a la isla.
El líder aviano ancló el submarino justo tiente a la costa y rápidamente se preparó para partir. Voló describiendo un círculo, le hizo una leve reverencia a Richard y después partió hacia el norte. Mientras miraba alejarse al ser parecido a un pájaro, Richard se dio cuenta de que estaba parado en el sitio exacto en el que él y Nicole habían aguardado muchos años atrás, en Rama II, a los tres avianos que los habrían de transportar al otro lado del Mar Cilíndrico, hacia la libertad.
Durante el primer segundo que Richard estuvo en la superficie de Nueva York, un centenar de billones de millones de bits de datos fueron captados por los infinitesimales sensores ramanos esparcidos por toda la gigantesca nave espacial cilíndrica. A estos datos se los transmitió, en tiempo real, a centros locales de procesamiento de datos, de tamaño todavía microscópico. Allí se almacenaron hasta que llegara el tiempo designado para que se los retransmitiera al procesador central de telecomunicaciones enterrado debajo del Hemicilindro Austral.
Cada segundo de cada hora de cada día, los sensores ramanos reciben estos centenares de millón de billones de bits. El procesador de telecomunicaciones etiqueta, selecciona, analiza, comprime y conserva los datos en dispositivos de registro cuyos componentes individuales son más pequeños que un átomo. La enorme cantidad de procesadores distribuidos, cada uno de los cuales se encarga de una función aparte y que, en conjunto, controlan la nave espacial Rama, tiene acceso a los datos que ya han sido guardados. Miles de algoritmos diseminados entre los procesadores operan después sobre los datos, extrayendo información sobre tendencias y síntesis, a modo de preparación para los regularmente programados grupos de datos que transmiten el estado de la misión a la Inteligencia Nodal.
Los grupos de datos contienen una mezcla de datos sin procesar, comprimidos y sintetizados, según el formato exacto elegido por los diferentes procesadores. La parte más importante de cada grupo es el informe narrativo, en el que la inteligencia unificada pero distribuida de Rama presenta su resumen, con indicación de prioridades, sobre la evolución de la misión. El resto del grupo es, en lo esencial, información complementaria, imágenes, mediciones o salidas de señor que, o bien brindan datos adicionales de fondo o directamente respaldan las conclusiones que figuran en el resumen.
El lenguaje utilizado para el resumen narrativo es matemático en cuanto a la estructura, preciso en cuanto a la definición y sumamente cifrado. También es rico en comentarios al pie: Cada frase u oración equivalente contiene, como parte de su estructura de transmisión, los valores numéricos indicadores de los datos reales que apuntalan la declaración efectuada en particular. Al informe no se lo podía traducir, en su sentido más fiel, a ningún lenguaje tan primitivo como los que empleaban los seres humanos. De todos modos, lo que sigue es una tosca aproximación del informe sumario que la Inteligencia Nodal recibió desde Rama, inmediatamente después del arribo de Richard a Nueva York: