Una y otra vez, desde hace dos días, tengo los mismos pensamientos. Siempre llegaba a la misma conclusión deprimente: resulta inexcusable que nosotros, supuestamente los adultos, hayamos traído a un ser tan indefenso e inocente a un medio sobre el cual entendemos tan poco y carecemos por completo de control.
Esta mañana temprano, en cuanto me di cuenta de que hoy cumplía treinta y siete años, empecé a llorar. Al principio, las lágrimas eran suaves y silenciosas pero, cuando los recuerdos de todos mis cumpleaños pasados invadieron mi mente, sollozos profundos reemplazaron a las lágrimas suaves. Sentía una pena aguda y dolorosa, no sólo por Simone sino también por mí misma. Y, cuando recordé el magnífico planeta azul de nuestro origen y no pude imaginarlo en el futuro de Simone, me seguí formulando la misma pregunta: ¿Por qué di a luz un hijo en medio de este caos?
Otra vez esa palabrita. Es una de las preferidas de Richard. En su vocabulario, “caos” tiene, virtualmente, aplicaciones ilimitadas: cualquier cosa que sea desequilibrada y/o esté fuera de control, ya sea un problema técnico o una crisis doméstica (como una esposa que solloza, presa de una feroz depresión posparto), es denominada caos.
Los hombres no fueron de mucha ayuda esta mañana temprano. Sus inútiles intentos por hacerme sentir mejor sólo sirvieron para aumentar mi melancolía. Una pregunta: ¿Por qué casi lodos los hombres, cuando se enfrentan a una mujer desdichada, inmediatamente suponen que la desdicha está, de alguna manera, relacionada con ellos? En realidad, no estoy siendo justa: Michael tuvo tres hijos en su vida y conoce algo sobre las sensaciones que estoy experimentando. Principalmente, se limitó a preguntarme qué podría hacer para ayudarme. Pero Richard quedó absolutamente devastado por mis lágrimas; quedó aterrado cuando despertó y oyó mi llanto. Al principio creyó que yo estaba padeciendo algún terrible dolor físico. Quedó algo reconfortado cuando le expliqué que, sencillamente, estaba deprimida.
Después de establecer por primera vez que no era él el culpable de mi estado de ánimo, Richard escuchó en silencio mientras le transmitía mis preocupaciones por el futuro de Simone. Admito que yo estaba ligeramente sobreexcitada pero él no pareció entender nada de lo que le decía: seguía repitiendo la misma frase, que el futuro de Simone era tan incierto como el nuestro y creía que, dado que no había motivo lógico para que yo estuviera tan angustiada, mi depresión tenía que desaparecer de inmediato. Luego, después de más de una hora de no entendernos, Richard arribó a la correcta conclusión de que no me estaba ayudando y decidió dejarme sola.
(Seis horas después). Me estoy sintiendo mejor ahora. Todavía quedan tres horas más antes de que mi cumpleaños haya pasado. Esta noche tuvimos una pequeña fiesta. Recién acabo de darle el pecho a Simone y, otra vez, la niña está acostada junto a mí. Michael nos dejó hace unos quince minutos para ir a su habitación, en el otro extremo del pasillo. Richard se durmió cinco minutos después de haber apoyado la cabeza en la almohada; había pasado todo el día trabajando, a pedido mío, para obtener pañales perfeccionados.
A Richard le agrada pasar el tiempo supervisando y catalogando nuestras interacciones con los ramanes o con quien sea que esté operando las computadoras que activamos utilizando el teclado que hay en nuestra habitación. Nunca vimos a nadie ni nada en el oscuro túnel que está inmediatamente detrás de la pantalla negra. Por lo tanto no sabemos con certeza si realmente hay, ahí atrás, seres que responden a nuestros pedidos y que ordenan a sus fábricas elaborar nuestros extraños artículos, pero resulta conveniente referirse a nuestros anfitriones y benefactores llamándoles ramanes.
Nuestro proceso de comunicación con ellos es, al mismo tiempo, complicado y directo. Complicado porque hablamos con ellos usando imágenes en la pantalla negra y fórmulas cuantitativas precisas en lenguaje matemático, físico y químico. Directo porque las oraciones reales que ingresamos mediante el teclado son sorprendentemente simples en cuanto a su sintaxis. La oración que utilizamos con más frecuencia es “Nos gustaría” o “Queremos” (por supuesto, no nos resulta posible saber cuál es la traducción exacta de nuestros pedidos y simplemente suponemos que nos expresamos con cortesía. Podría ser que las instrucciones que activamos comiencen con un descortés “Déme”) a lo que sigue una descripción detallada de lo que necesitamos.
La parte más difícil es la de la química: sencillos objetos cotidianos tales como jabón, papel y vidrio son muy complejos desde el punto de vista químico y extremadamente difíciles de especificar con exactitud, en cuanto a la cantidad y a la clase de compuestos químicos. En ocasiones, tal como Richard descubrió tempranamente en su trabajo con el teclado y la pantalla negra, también tenemos que delinear un proceso de fabricación que comprenda regímenes térmicos o, de lo contrario, lo que recibimos no tiene el menor parecido con lo que solicitamos. Este proceso de demanda implica mucho de prueba y error. Al comienzo, la interacción era muy ineficaz y frustrante. Los tres deseábamos recordar mejor nuestras clases de química en la facultad. De hecho, nuestra incapacidad de progresar, en cuanto a conseguir equiparnos con los elementos cotidianos esenciales, fue uno de los catalizadores para la Gran Excursión, como le gusta denominarla a Richard, que tuvo lugar hace cuatro meses.
Para ese entonces, la temperatura ambiente en la parte superior de Nueva York, así como en el resto de Rama, ya estaba a cinco grados por debajo del punto de congelamiento, y Richard había confirmado que el Mar Cilíndrico era, una vez más, hielo sólido. Cada vez me preocupaba más que no estuviéramos adecuadamente preparados para el nacimiento de la beba. Nos llevaba demasiado tiempo conseguir cualquier cosa. Procurar e instalar un inodoro que funcionara, por ejemplo, resultó ser una empresa que nos insumió todo un mes, y el resultado no fue más que parcialmente adecuado. La mayor parte del tiempo, nuestro problema principal era que seguíamos suministrando especificaciones incompletas a nuestros anfitriones. Sin embargo, a veces la dificultad estaba en los ramanes. Varias veces nos informaron, utilizando nuestro lenguaje mutuo de símbolos matemáticos y químicos, que no podían completar la fabricación de un artículo específico dentro del lapso que les habíamos asignado.
De todos modos, una mañana Richard anunció que iba a dejar el túnel para llegar a la nave militar de la expedición Newton, que todavía estaba atracada. Su propósito era el de recuperar los componentes clave de la base de datos científicos almacenada en las computadoras de la nave (esto nos ayudaría inmensamente para formularles nuestros pedidos a los ramanes), pero también reconoció que moría por algo de comida aceptable. Habíamos logrado mantenemos sanos y vivos con las mezclas químicas suministradas por los ramanes. Sin embargo, la mayor parte de la comida era insípida y horrible.
Para ser justos, nuestros anfitriones habían estado respondiendo correctamente a nuestros pedidos. Aunque sabíamos en forma general cómo describir los ingredientes químicos esenciales para nuestro cuerpo, ninguno de nosotros había estudiado en detalle el complejo proceso bioquímico que tiene lugar cuando saboreamos algo. En aquellos primeros días, comer era una necesidad, nunca un placer. A menudo, la mezcla pegajosa era difícil o imposible de tragar. Más de una vez, las náuseas venían a continuación de una comida.
Los tres pasamos la mayor parte de un día debatiendo los pros y los contras de la Gran Excursión. Yo me encontraba en la etapa de mi embarazo donde tenía acidez y me sentía bastante incómoda. Aunque no me agradaba la idea de permanecer sola en el túnel mientras los dos hombres viajaban por el hielo, ubicaban el vehículo explorador, se desplazaban a través de la Planicie Central y recorrían en el vehículo o trepaban los muchos kilómetros que los separaban de la estación de relevo Alfa, reconocí que había muchas maneras de que se ayudaran mutuamente. También estuve de acuerdo en que el viaje hecho por sólo uno de ellos sería muy osado.
Richard estaba completamente seguro de que el vehículo explorador todavía estaría en condiciones operativas pero se mostraba menos optimista respecto de la telesilla. Discutimos detalladamente los daños que podría haber sufrido la base militar Newton al estar expuesta, en la parte exterior de Rama, a las explosiones nucleares que habían tenido lugar más allá de la malla protectora. Richard conjeturó que, dado que no había daño estructural visible (utilizando nuestro acceso a la información proveniente de los sensores ramanes, durante esos meses vimos varias veces las imágenes de la nave militar
Newton
en la pantalla negra), era posible que Rama, sin darse cuenta, hubiera protegido la nave de todas las explosiones nucleares y, como resultado, tampoco hubiera habido danos en el interior producidos por la radiación.
Yo no tenía tanta confianza en las perspectivas. Había trabajado con los ingenieros ambientales en los diseños para el acorazamiento de la nave espacial, y estaba al tanto de la susceptibilidad a la radiación que tenía cada uno de los subsistemas de la
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. Si bien creía que existía una elevada probabilidad de que la base de datos científicos estuviera intacta (tanto el procesador como todas las memorias estaban hechas con piezas preparadas para resistir la radiación), estaba casi segura de que las provisiones estarían contaminadas. Siempre supimos que nuestras comida envasada se encontraba en un sitio relativamente desprotegido. De hecho, antes del lanzamiento existió cierta preocupación respecto de que una erupción solar inesperada pudiera generar suficiente radiación como para hacer que la ingestión de la comida fuera peligrosa.
No tenia miedo de quedarme sola durante los pocos días o la semana que les llevaría a los hombres hacer el viaje de ida y de vuelta a la nave militar. Estaba más preocupada por la posibilidad de que uno de ellos, o ambos, no regresara. No sólo por las octoarañas o cualquier otro alienígeno que pudiera cohabitar la nave espacial con nosotros. También había elementos de incertidumbre respecto de lo ambiental: ¿qué pasaría si Rama súbitamente empezaba a maniobrar? ¿Y qué si ocurría algún otro hecho igualmente adverso y los hombres no conseguían regresar a Nueva York?
Richard y Michael me aseguraron que no correrían riesgos, que no harían nada más que ir hasta la nave militar y regresar. Partieron inmediatamente después del alba de un día ramano de veintiocho horas. Era la primera vez que me quedaba sola desde mi larga estada solitaria en Nueva York que comenzó cuando caí en el pozo. Por cierto, no estaba verdaderamente sola: podía sentir a Simone pateando en mi interior. Es una sensación asombrosa la de sentir un bebé en el vientre; hay algo indescriptiblemente hermoso en saber que existe otro ser viviente dentro de una. Especialmente porque el niño se forma, en gran medida, a partir de los genes de una. Es una lástimas que los hombres no puedan experimentar la sensación del embarazo. Si pudieran, quizás entenderían por qué las mujeres se preocupan tanto por el futuro.
Al tercer día terrestre después de la partida de los hombres, contraje un cuadro agudo de fiebre por encierro. Decidí salir del túnel y dar una vuelta por Nueva York. Estaba oscuro en Rama, pero me sentía tan inquieta que empecé a caminar de todos modos. El aire estaba bastante frío. Me cerré la pesada chaqueta de vuelo alrededor de mi vientre cada vez más abultado. No había caminado más que unos pocos minutos, cuando oí un sonido en la distancia. Un escalofrío me corrió por la espalda y me detuve de inmediato. Aparentemente, Simone también recibió una gran cantidad de adrenalina pues pateó vigorosamente mientras yo prestaba atención al ruido. Casi un minuto después volví a oír el sonido de cepillos que se arrastran sobre una superficie metálica acompañado por un gemido en alta frecuencia. El sonido era inconfundible, no había dudas de que una octoaraña se desplazaba por Nueva York. Rápidamente retorné al túnel y esperé que amaneciera en Rama.
Cuando aclaró, volví a Nueva York y anduve vagando por ahí. Mientras me encontraba en la vecindad de ese curioso cobertizo en el que caí en el pozo, empecé a tener dudas sobre nuestra conclusión de que las “octo” únicamente salen a la noche. Desde el principio, Richard insistió en que son seres nocturnos. Durante los dos primeros meses transcurridos desde que dejamos atrás la Tierra, antes de que hubiéramos construido nuestra red protectora que evita que los visitantes indeseados bajen al túnel, Richard desplegó una serie de receptores rudimentarios (todavía no había perfeccionado su pericia para especificar piezas electrónicas a los ramanes) alrededor de la superficie del túnel de las octoarañas y confirmó, al menos para su propia satisfacción, que sólo salen a la parte superior durante la noche. Con el tiempo, las ocios descubrieron todos los monitores y los destruyeron pero no antes de que Richard obtuviera lo que, según él, eran datos concluyentes que apoyaban su hipótesis.
De todos modos, la conclusión de Richard no me brindó el menor consuelo cuando, de repente, oí un sonido agudo y completamente desconocido que llegaba desde la dirección donde estaba nuestro túnel. En ese momento estaba parada dentro del cobertizo, con la mirada fija en el pozo en el que casi muero nueve meses atrás. Mi pulso se aceleró inmediatamente y se me erizó la piel. Lo que me perturbó más fue que el ruido se encontraba entre mi hogar ramano y yo. Con cautela trepé siguiendo el sonido intermitente, espiando todo el tiempo por entre los edificios, antes de comprometer mi posición. Al fin, descubrí el origen del ruido: Richard estaba cortando pedazos de una rejilla con una motosierra en miniatura que había traído de la
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.
En realidad, él y Michael estaban discutiendo cuando los descubrí. Una rejilla relativamente pequeña de unos quinientos nudos, cuadrada y de tres metros de lado estaba fijada a uno de esos cobertizos bajos, indefinibles, que se hallaban a casi cien metros al este de la abertura de nuestro túnel. Michael cuestionaba la lógica de cortar la rejilla con una motosierra. Cuando me vieron, Richard justificaba su acción destacando las virtudes del material elástico de la rejilla.
Los tres nos abrazamos y besamos durante varios minutos y, después, me informaron sobre la Gran Excursión: había sido un viaje fácil. El vehículo explorador y la telesilla habían funcionado sin dificultades. Los instrumentos que llevaban demostraron que todavía quedaba mucha radiación por toda la nave militar, de modo que no se quedaron mucho tiempo y no trajeron nada de comida. Sin embargo la base de datos científicos estaba en muy buenas condiciones. Richard había empleado sus subrutinas para comprensión de datos, con el objeto de reducir gran parte de la base de datos a cubos compatibles con nuestras computadoras portátiles. También habían traído de vuelta una mochila grande llena de herramientas como la motosierra, que creyeron serían útiles para completar las instalaciones de nuestra vivienda.