El hombre sombra (22 page)

Read El hombre sombra Online

Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
5.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al cabo de un rato Bonnie deja de llorar. Pero sigue abrazada a mí, con la cabeza apoyada en mi pecho. Por fin deja de sorberse los mocos y se aparta, enjugándose la cara con las manos. Luego me mira con la cabeza ladeada, fijamente. Observa mis cicatrices. Yo me sobresalto cuando siento su mano en mi rostro. Bonnie me toca las cicatrices con tremenda ternura, delicadamente. Empezando por la que tengo en la frente, desliza los dedos hacia abajo, hasta tocarme el pómulo. Sus ojos se llenan de lágrimas y apoya la palma de la mano en mi mejilla. Luego vuelve a abrazarme. Esta vez es ella la que me abraza con fuerza.

Curiosamente, no siento deseos de romper a llorar como Bonnie. Durante unos segundos experimento una sensación de paz, de consuelo. Siento un poco de calor en esa parte de mí que se congeló hoy en el hospital.

Me aparto y la miro sonriendo.

—Menudo par estamos hechas —digo.

Bonnie sonríe divertida. Sé que es una sonrisa momentánea. Sé que cuando aflore el dolor que siente será como un maremoto. Pero es bonito verla sonreír.

—Escucha, volviendo a lo que te he dicho sobre si voy a seguir con mi trabajo o no. Esta noche tengo que hacer una cosa. ¿Quieres venir conmigo?

Bonnie asiente con la cabeza. Por supuesto que sí. Sonrío de nuevo y le pellizco en la barbilla.

—Pues andando.

Nos dirigimos en coche a un campo de tiro situado en San Fernando Valley. Le echo un vistazo antes de apearme del vehículo, haciendo acopio de valor. Es un edificio funcional, con desconchones en el muro de la fachada y unas ventanas que probablemente nadie ha lavado nunca. Es como una pistola, pienso. Una pistola puede estar llena de arañazos y haber perdido su brillo. Pero lo único que importa es un hecho elemental: ¿sigue siendo capaz de disparar una bala? Con este destartalado edificio ocurre lo mismo. Aquí acuden a entrenarse propietarios de pistolas que se lo toman muy en serio. Me refiero a hombres (y mujeres) que se pasan la vida utilizando pistolas para matar a personas o imponer el orden.

Personas como yo. Miro a Bonnie esbozando una media sonrisa.

—¿Estás preparada? —pregunto.

La niña asiente con la cabeza.

—Pues andando.

Conozco al dueño. Es un ex marine francotirador, con unos ojos que expresan calor pero que en el fondo son puro hielo. Al verme exclama con voz atronadora:

—¡Smoky! ¡Cuánto tiempo sin verte!

Yo sonrío, indicando mis cicatrices.

—Tuve un desgraciado accidente, Jazz.

Él mira a Bonnie sonriendo. Pero Bonnie no le devuelve la sonrisa.

—¿Quién es esta niña?

—Se llama Bonnie.

Jazz siempre ha tenido un buen ojo para captar a la gente. Se da cuenta de que a la pequeña le ocurre algo y no insiste en preguntarle cómo está y esas cosas. Se limita a asentir con la cabeza y me mira con las manos apoyadas en el mostrador.

—¿Qué necesitas esta noche?

—Esa Glock —digo señalando la pistola—. Y un cargador. Y unos protectores de los oídos para la niña y para mí.

—Muy bien. —Jazz toma la pistola del estante y deposita un cargador junto a ella. Luego nos entrega unos protectores para los oídos.

Tengo las manos sudorosas.

—Necesito un favor, Jazz. Necesito que lleves la pistola al puesto de tiro y que la cargues.

Él me mira con expresión inquisitiva. Me sonrojo de vergüenza.

—Por favor —digo con tono quedo—. Es una prueba. Si entro allí y soy incapaz de empuñar la pistola, probablemente no podré volver a dispararla jamás. No quiero tocarla hasta ese momento.

Noto que Jazz me observa con unos ojos cálidos y fríos al mismo tiempo. Por fin gana el lado cálido.

—No hay ningún problema, Smoky. Dame unos segundos.

—Gracias. Te lo agradezco mucho. —Tomo los protectores de los oídos y me arrodillo delante de Bonnie.

—Tenemos que ponernos estas cosas en el puesto de tiro. Cuando un arma se dispara hace un ruido tremendo. Si no te los pones, te duelen los oídos.

Bonnie asiente y extiende la mano. Le entrego los protectores y se los pone. Yo hago lo mismo.

—Seguidme —indica Jazz con un gesto.

Atravesamos la puerta y entramos en el campo de tiro. De inmediato percibo ese olor característico. Un olor a humo y a metal. No existe ningún olor comparable a éste. Me alegra comprobar que el campo de tiro está desierto.

Explico a Bonnie que tiene que permanecer al fondo de la sala, junto a la pared. Jazz me mira y coloca el cargador en la pistola. Esta vez sus ojos expresan frialdad, pero luego me sonríe y regresa a la recepción de la tienda. Sabe que deseo estar sola.

Me vuelvo y sonrío a Bonnie. La niña no me devuelve la sonrisa, sino que me observa muy seria. Comprende que voy a hacer algo importante para mí y se lo toma con la seriedad que requiere el momento.

Tomo la diana con forma humana y la fijo a la pieza que la sujeta. Oprimo el botón y observo cómo se desliza hacia el fondo del campo de tiro, hasta que adquiere el tamaño de un naipe.

El corazón me late aceleradamente. Estoy temblando y sudando al mismo tiempo.

Miro la Glock.

Una herramienta negra, reluciente, mortífera. Algunos se quejan de que exista, otros la consideran un objeto hermoso. Yo siempre la he considerado una extensión de mí misma. Hasta que me traicionó.

Es una Glock modelo 34. Tiene un cañón de trece centímetros y medio y pesa novecientos treinta y cinco gramos cuando está cargada. Dispara balas de nueve milímetros y el cargador almacena diecisiete proyectiles. La resistencia del disparador, sin modificar, es de algo más de dos kilos. Conozco todos estos datos técnicos como conozco mi estatura y mi peso. La cuestión que se plantea ahora es si ese mirlo y yo podemos llevarnos bien.

Alargo la mano hacia la pistola. Estoy empapada en sudor. Me siento mareada. Aprieto los dientes, forzándome a seguir alargando la mano. Veo los ojos de Alexa, sus labios en forma de «O» cuando mi bala, disparada desde mi pistola, la alcanza en el pecho y la silencia para siempre. La escena se repite una y otra vez en mi mente, como una película que se ha atascado. Detonación y muerte, detonación y muerte, detonación y fin del mundo.

—¡MALDITA SEA, MALDITA SEA, MALDITA SEA! —No sé si estoy gritando a Dios, a Joseph Sands, a mí misma o a la pistola.

Empuño la Glock con gesto rápido y fluido y disparo. Siento la sacudida del acero negro mientras disparo: ¡pum, pum, pum, pum, pum!

Luego oigo el clic de la recámara vacía. No quedan más balas. Estoy temblando, llorando. Pero sigo sosteniendo la Glock. Y no me he desmayado.

Oprimo con mano temblorosa el botón que hace que regrese la diana. Cuando llega y la examino, siento una sensación de euforia no exenta de tristeza. Diez disparos en la cabeza, siete en el corazón. He alcanzado los puntos que quería en la diana. Como siempre.

Miro la diana, la Glock y siento de nuevo una sensación de alegría y tristeza. Sé que nunca volveré a sentir la euforia que experimentaba al disparar. Detrás de ello hay demasiadas muertes. Demasiado dolor que jamás lograré olvidar.

Pero no importa. Ya he averiguado lo que quería saber. Puedo empuñar una pistola. El que me entusiasme o no carece de importancia.

Extraigo el cargador, tomo la diana y me vuelvo hacia Bonnie, que mira fijamente la diana y a mí. Luego sonríe. Le revuelvo el pelo y salimos del campo de tiro. Jazz está sentado en un taburete, con los brazos cruzados, mostrando una media sonrisa. En esos momentos sus ojos expresan calidez, sin el menor atisbo de frialdad.

—Lo sabía, Smoky. Lo llevas en la sangre, cariño.

Lo miro unos instantes y asiento con la cabeza. Tiene razón.

Mi mano y un arma. Volvemos a ser un buen matrimonio. Por más que es una relación un tanto tempestuosa, me doy cuenta de que la echaba de menos. Forma parte de mí. Naturalmente, ya no presenta un aspecto pimpante. Ha envejecido y se ha deteriorado algo.

Eso se debe a haberme elegido a mí por esposa.

SUEÑOS Y CONSECUENCIAS
22

B
ONNIE se despierta por la noche gritando.

No son los gritos de una niña. Son los alaridos de una persona encerrada en una habitación infernal. Enciendo rápidamente la luz junto a la cama. Me sorprende comprobar que tiene los ojos cerrados. Yo siempre me despierto cuando me pongo a gritar. Bonnie grita en sueños. Está atrapada en sus sueños, capaz de dar voz a sus temores, pero incapaz de despertarse de la horrible pesadilla.

La abrazo y la zarandeo con fuerza. Los gritos remiten, abre los ojos y se calla. Sigo oyendo sus gritos en mi mente y noto que está temblando. La estrecho contra mí, sin decir nada, acariciándole el pelo. Bonnie se aferra a mí como a un salvavidas. Al cabo de unos minutos deja de temblar. Poco después vuelve a quedarse dormida.

La suelto y la acuesto de nuevo junto a mí con la máxima delicadeza. La niña presenta ahora un aspecto sereno. Me duermo observándola. Y por primera vez en los seis últimos meses sueño con Alexa.

—Hola, mamá —dice Alexa sonriendo.

—¿Qué pasa, culito de pollo? —pregunto. La primera vez que dije eso Alexa se rió tanto que le dio dolor de cabeza, lo cual la hizo llorar. Desde entonces se lo decía continuamente.

Alexa me mira muy seria, una expresión que encajaba y no encajaba con ella. No encajaba porque era demasiado joven, y encajaba porque en el fondo era una niña muy seria. Me mira con sus ojos dulces y castaños, como los de su padre, con esa carita que es una mezcla de los genes de Matt y los míos, pero con unos hoyuelos que no ha heredado de nadie y que le dan un toque de duendecillo.

—Estoy preocupada por ti, mamá.

—¿Por qué, cariño?

Alexa me mira con tristeza. Una tristeza excesiva para una cría de su edad, que no concuerda con sus hoyuelos.

—Porque me echas mucho en falta.

Miro a Bonnie y luego a Alexa.

—¿Y esta niña, cariño? ¿Te parece bien que la haya adoptado?

Me despierto antes de que Alexa me responda. Tengo los ojos secos, pero siento una opresión en el pecho que me impide respirar con normalidad. Al cabo de unos momentos, se me pasa. Vuelvo la cabeza y observo que Bonnie tiene los ojos cerrados y muestra una expresión de serenidad.

Vuelvo a dormirme observándola, pero esta vez no tengo ningún sueño.

Ha amanecido. Me miro en el espejo mientras Bonnie me observa. Me pongo mi mejor traje pantalón negro. Matt decía que era mi «traje de ejecutiva agresiva».

Hace meses que no me ocupo de mi pelo. Cuando me esmeraba en peinarme, era para tratar de ocultar mis cicatrices con mi melena. Antes solía llevarlo suelto. Ahora me lo he recogido en una cola de caballo, con ayuda de Bonnie. En lugar de ocultar mis cicatrices al mundo, las muestro sin reparo.

Es curioso, pienso cuando miro mis ojos en el espejo. No tengo un aspecto tan horrible. Tengo la cara desfigurada, sin duda, y mis cicatrices son impactantes. Pero, bien mirado, no parezco un fenómeno de feria. Me pregunto por qué no había reparado en eso hasta ahora, por qué mis cicatrices me parecían tan horrorosas. Supongo que se debía al horror que llevaba acumulado en mi interior.

Me gusta mi aspecto. Tengo un aspecto enérgico, de persona con carácter. Lo cual concuerda con mi forma de enfocar la vida actualmente.

—¿Qué te parece? —pregunto volviéndome hacia Bonnie—. ¿Te gusta?

Bonnie asiente con la cabeza sonriendo.

—Pues andando, tesoro. Tenemos que hacer unas cuantas visitas.

Bonnie toma mi mano y salimos del apartamento.

En primer lugar nos dirigimos a la consulta del doctor Hillstead. Le he llamado hace un rato y nos está esperando. Cuando llegamos, convenzo a Bonnie para que se quede con Imelda, la recepcionista del doctor. Es una mujer suramericana que te trata sin remilgos pero con afecto. Bonnie responde favorablemente a esta mezcla de calidez y brusquedad. Lo comprendo. Los que arrastramos un profundo dolor detestamos la compasión. Nos gusta que nos traten con normalidad.

Cuando entro en la consulta, el doctor Hillstead se acerca para saludarme. Me mira consternado.

—Quiero que sepa que lamento mucho lo ocurrido. No quería que se enterara de esa forma.

Yo me encojo de hombros.

—Ya. El asesino ha estado en mi casa. Me ha observado mientras estaba acostada, durmiendo. Supongo vigila todos mis movimientos. Usted no pudo haberlo previsto.

—¿El asesino ha estado en su casa? —pregunta el doctor Hillstead asombrado.

—Sí. —No rectifico el hecho de que el doctor y yo nos refiramos a un solo asesino. El hecho de que sean dos sólo lo sabemos mi equipo y yo; es nuestra mejor baza.

El doctor Hillstead se pasa la mano por el pelo. Parece sentirse turbado.

—Es desconcertante, Smoky. Por lo general me entero de ese tipo de cosas de segunda mano, ésta es la primera vez que lo vivo en persona.

—Son cosas que ocurren.

Quizá sea mi tino sereno lo que le llama la atención. Por primera vez desde que he entrado en su consulta, me mira a los ojos. Al observar el cambio asume de nuevo su talante de médico.

—Siéntese.

Me siento en una de las butacas de cuero frente a su mesa.

El doctor Hillstead me mira con gesto pensativo.

—¿Está disgustada conmigo por haberle ocultado el informe de balística?

—No —respondo meneando la cabeza—. Mejor dicho, lo estaba. Pero comprendo por qué lo hizo y creo que actuó correctamente.

—No quise decírselo hasta que estuviera preparada para afrontarlo.

Le miro sonriendo débilmente.

—No sé si estaba preparada para afrontarlo. Pero procuré encajarlo con dignidad.

El doctor Hillstead asiente con la cabeza.

—Sí, observo un cambio en usted. Hábleme de ello.

—No hay mucho que decir —respondo encogiéndome de hombros—. Fue un golpe tremendo. Durante unos momentos me negué a creerlo. Pero luego lo recordé todo. Recordé haber disparado contra Alexa, haber tratado de disparar contra Callie. Fue como si de pronto tuviera que asimilar todo el dolor que he sentido durante los seis últimos meses. Perdí el conocimiento.

—Me lo dijo Callie.

—Cuando me desperté, comprendí que no quería morir. Eso hizo que me sintiera fatal en cierto aspecto. Culpable. Pero era cierto. No quería morir.

—Eso es bueno, Smoky —responde el doctor Hillstead con tono quedo.

—Y no sólo eso. Usted tenía razón sobre mi equipo. Son mi familia. Y tienen sus problemas. La esposa de Alan tiene cáncer. Callie tiene un problema que no quiere comentar con nadie. Entonces comprendí que no podía ignorar eso. Siento un gran cariño por ellos. Tengo que estar ahí para ofrecerles todo mi apoyo si me necesitan. ¿Comprende?

Other books

Unperfect Souls by Del Franco, Mark
Bowery Girl by Kim Taylor
Dying for Christmas by Tammy Cohen
He Comes Next by Ian Kerner
El día de las hormigas by Bernard Werber
Anonymous Rex by Eric Garcia
VirtualHeaven by Ann Lawrence