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Authors: Dolores Redondo

Tags: #Intriga, #Terror

El guardián invisible (42 page)

BOOK: El guardián invisible
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—Es ésta, la S11.

Amaia la miró incrédula. Se dejó caer sobre la cama, mirando el gráfico perfectamente alineado. Muestra número 11. S de Salazar.

Llovía de nuevo cuando salió del hotel. Valoró la posibilidad de correr hasta el coche, pero su estado de ánimo y la velocidad con que procesaba los pensamientos en su cerebro le indujeron a arrastrar los pies por el aparcamiento dejando que la lluvia le empapase el pelo y la ropa, en un acto de puro bautismo que esperaba pudiera lavar la confusión y el desconcierto que rugían en su interior. Cuando llegó hasta el coche, le llamó la atención una figura que, como ella, permanecía quieta bajo la lluvia. Los destellos plateados de la Lube y el atuendo de piel eran inconfundibles.

Se acercó.

—¿Víctor? ¿Qué haces aquí? —preguntó.

Su cuñado la miró, desolado por el dolor. A pesar de la lluvia, Amaia pudo distinguir las lágrimas que brotaban de sus ojos enrojecidos.

—Víctor —repitió—, ¿qué…?

—¿Por qué me hace esto, Amaia? ¿Por qué tu hermana me hace esto?

Ella miró hacia el interior del restaurante y vio a su hermana. Flora se reía de algo que le decía Fermín Montes. Él se inclinó hacia ella y la besó en los labios. Flora sonreía.

—¿Por qué? —repitió Víctor completamente abatido.

—Porque es una cabrona —dijo Amaia sin quitar los ojos de la cristalera—. Y una hija de puta.

Víctor comenzó a gemir de un modo lastimero, como si las palabras de su cuñada hubieran abierto ante él un abismo insalvable.

—Ayer pasamos la tarde juntos, y esta mañana me ha llamado para que fuera a comer a vuestra casa. Creía que las cosas estaban mejor entre nosotros, y ahora hace esto. Yo todo lo hago por ella. Todo. Para que esté contenta conmigo. ¿Por qué, Amaia? ¿Qué quiere?

—Hacer daño, Víctor, hacer daño porque es mala. Como la
ama
. Una bruja manipuladora y sin corazón.

Él redobló su llanto, inclinándose sobre sí mismo como si fuera a caer al suelo. Amaia sintió una enorme tristeza al ver a aquel hombre hundido. Víctor no había sido un buen marido. Ni siquiera uno malo. Sólo un borracho echado a perder bajo el peso de la tiranía de su hermana. Dio un paso hacia él y lo abrazó, sintiendo al acercarse el aroma de su loción de afeitado mezclado con el cuero mojado de su cazadora de piel.

Estuvieron así unos minutos, abrazados bajo la lluvia mientras ella escuchaba el llanto ronco de Víctor, viendo a su hermana sonreír junto a Fermín y tratando de disciplinar su mente, que trabajaba a mil por hora alimentada por los datos aportados por los doctores de Huesca, que hervían en su cabeza y ya comenzaban a causarle una intensa jaqueca.

—Vámonos de aquí, Víctor —le pidió, segura de que opondría resistencia. Pero él aceptó, sumiso—. ¿Quieres que te lleve? —dijo haciendo un gesto hacia el coche.

—No, gracias, no puedo dejar la moto aquí, pero estoy bien —murmuró pasándose las manos por los ojos—. No te preocupes.

Amaia lo miró intranquila. En ese estado, le pareció capaz de hacer cualquier tontería.

—¿Quieres que quedemos luego en algún lado para hablar un rato?

—Gracias, Amaia, pero creo que me iré a casa, me daré una ducha caliente y me meteré en la cama. Y tú deberías hacer lo mismo —añadió intentando sonreír—. No quiero ser el responsable de que cojas una pulmonía.

Se puso el casco y los guantes y se inclinó para besar a su cuñada mientras apretaba suavemente su mano. Arrancó la moto y salió del aparcamiento en dirección a Elizondo.

Amaia permaneció allí unos segundos más pensando en Víctor, mientras veía a su hermana cenando con Montes bajo la cálida luz dorada del restaurante. Se quitó el plumífero empapado y lo arrojó al interior del coche, se sentó e hizo una llamada.

—Ros…, Rosaura.

—Amaia, ¿qué pasa?…

—Escúchame, Ros, es importante.

—Dime.

—¿Seguís con la costumbre de llevaros la harina del obrador para usarla en casa?

—Claro, como siempre.

—Piensa esto, ¿cuándo fue la última vez que te llevaste harina del obrador para tu casa?

—Pues seguro que hace más de un mes, antes de dejar el trabajo.

—Está bien, necesito que me hagas un favor. Voy a mandar a Jonan Etxaide a casa, te acompañará y tomará una muestra de la harina que tienes en tu cocina. Si no quieres entrar quédate fuera, Jonan es de fiar.

—Está bien —contestó muy seria.

—Otra cosa, ¿quién más ha podido llevarse harina del obrador?

—¿Quién? Pues imagino que todos los operarios cogerán la harina de allí, pero… ¿Qué pasa, Amaia? ¿Investigas un robo de harina? —dijo intentando bromear.

—No puedo hablar de ello, Ros. Haz lo que te he pedido.

Volvió a marcar.

La mujer que respondió al otro lado de la línea la entretuvo durante un par de minutos con su parloteo constante antes de que pudiera abordarla.

—Josune, voy a enviarte a través de un colega unas muestras para que las analices y las compares. Josune, es muy importante, no te lo pediría si no lo fuera, lo necesito cuanto antes… Y debes ser discreta, no lo comentes con nadie ni envíes el resultado a la comisaría, sólo a la persona con la que te lo envío.

—De acuerdo, Amaia, puedes estar tranquila.

—¿Cuánto te llevará?

—Depende de cuándo tenga las muestras.

—En dos horas las tendrás ahí.

—Amaia, hoy es domingo, y hasta el lunes a las ocho no entro… Pero haré una excepción y entraré a las seis para procesar tus muestras… Las tendrás mañana mismo, aunque a última hora.

—Gracias, cielo. Te debo una —dijo Amaia antes de colgar y marcar de nuevo.

—Jonan, coge la muestra S11 de harina, la del
txatxingorri
, y ve a la casa de mi tía; acompaña a mi hermana a su casa, toma una muestra de la harina que tiene allí y sal para Donosti. En el Instituto de Medicina Legal te espera Josune Urkiza, de la Ertzaintza. Deberás quedarte con ella hasta que tenga los resultados. Cuando estén, quiero que me llames únicamente a mí, no comentes nada en la comisaría. Si Iriarte o Zabalza te llaman, di que estás en Donosti por un asunto familiar con mi autorización.

—Vale, jefa —titubeó—. Jefa, ¿hay alguna cosa que deba saber?

Jonan era el policía más íntegro que conocía, seguramente una de las mejores personas con que se había topado, y el trato con él había logrado que lo apreciase sinceramente.

—Deberías saberlo todo, subinspector Etxaide, y te lo contaré en cuanto regreses. Sólo te diré que sospecho que alguien está sacando información de comisaría.

—Oh, entendido.

—Confío en ti, Jonan. —Casi pudo percibir su sonrisa antes de colgar.

Iriarte terminó sobre las nueve de acostar a sus hijos; era el momento del día que más le gustaba, en el que la prisa por los horarios dejaba de tener importancia y podía recrearse en mirarlos casi sorprendiéndose a diario de lo rápido que crecían, abrazarlos, atender una vez más a sus ruegos de que no apagase aún la luz y contarles de nuevo el mismo cuento que se sabían de memoria. Cuando por fin consiguió despedirse se dirigió al dormitorio donde su esposa veía desde la cama un informativo. Acostarse temprano se había convertido en una costumbre desde que tuvieron a los niños y aunque solían quedarse despiertos charlando o viendo la tele, a las nueve solían estar en la cama. Se quitó la ropa y se tendió junto a su mujer, que bajó el volumen del televisor.

—¿Se han dormido? —preguntó.

—Creo que sí —dijo cerrando los ojos en un gesto suyo que ella conocía bien y que nada tenía que ver con dormir.

—¿Estás preocupado? —preguntó pasando un dedo por su frente.

—Sí —no tenía a objeto mentirle, ella le conocía bien.

—Cuéntamelo.

—No sé bien qué es, eso es lo que me preocupa, hay algo que no va bien y no sé qué es.

—¿Tiene que ver con esa inspectora tan guapa? —preguntó ella con retintín.

—Pues supongo que en parte tendrá algo que ver, pero tampoco estoy seguro, tiene una manera de hacer las cosas un poco distintas, pero no creo que eso esté mal.

—¿Crees que es buena?

—Sí, creo que es muy buena, pero… no sé explicarlo, hay una especie de cara oscura en ella, una parte que no logro ver, y supongo que es eso lo que me preocupa.

—Todo el mundo tiene una cara oculta, y hace poco que la conoces, aún es pronto para poder emitir un juicio, ¿no crees?

—No se trata de eso, es una especie de aprensión, como una sensación instintiva, ya sabes que no suelo hacer juicios basados en primeras impresiones, pero las percepciones son importantes en mi trabajo y creo que muchas veces ignoramos señales de cosas que nos inquietan de los demás sólo porque no tenemos una base de fundamento sobre la que sostenerlo, pero más de una vez sucede que esa sensación que habíamos percibido y decidimos ignorar regresa con el tiempo cargada de razones y nos lamentamos de no haber atendido a eso que algunos llaman percepción, instinto, primeras impresiones y que en el fondo tienen una gran base científica, pues están sustentadas en el lenguaje corporal, las expresiones faciales y las pequeñas mentiras sociales.

—Entonces ¿crees que ella miente?

—Creo que oculta algo.

—Y sin embargo dices que confías en su criterio.

—Así es.

—Quizá lo que percibes es desequilibrio emocional, las personas que no aman o no son amadas, las personas que en su casa tienen problemas, producen esa sensación.

—No creo que sea el caso. Su marido es un famoso escultor americano, ha venido a Elizondo a acompañarla mientras dura la investigación, la he oído hablar con él por teléfono, y no hay tensión. Por lo demás está en casa de su tía, con una de sus hermanas; parece que a nivel familiar todo va normal.

—¿Tienen niños?

—No.

—Pues ahí lo tienes —dijo ella apoyándose en la almohada y apagando la luz de su mesilla—. Yo creo que ninguna mujer en edad de concebir puede estar completa si no tiene hijos, y te aseguro que eso puede ser una carga enorme, secreta y oscura. Te quiero, pero si no tuviera hijos, yo me sentiría incompleta —dijo cerrando los ojos—. Aunque acabe agotada.

Él la miró sonriendo mientras pensaba en el modo simplificado y directo que ella tenía de ver el mundo y en cuántas veces era acertado.

42

Después de una larga ducha caliente, Amaia se sintió muchísimo mejor, aunque no más relajada. Su musculatura se tensaba bajo la piel como la de un atleta antes de una competición. Aún no entendía cómo funcionaba el instinto, la complicada maquinaria que se ponía en marcha dentro de un investigador, pero de manera muy sutil casi podía oír los engranajes del caso, girando, encajando, arrastrando en su lento movimiento cientos de pequeñas piezas que encajaban a su vez en otras tantas, haciendo que todo cobrase sentido, como si en su avance fuera apartando velos de niebla que hubiera tenido ante los ojos. La voz del agente Dupree volvió a sonar en su cabeza. Lo que obstruye.

De nuevo, la perspicacia de aquel hombre había dado en el blanco con un océano por medio.

Lo que obstruía no había desaparecido ni mucho menos. Tenía la certeza clavada en lo más profundo de su alma de que aquello que la visitaba junto a su cama por las noches sólo había retrocedido un paso para ocultarse en las sombras, adonde había regresado como un viejo vampiro intimidado por la luz solar que entraba a raudales por la grieta que había abierto la noche anterior. Una grieta que había temido abrir, como una víctima del síndrome de Estocolmo, a medias dividida entre el afán de liberarse y un pánico feroz a la luz que la libertaría. Una pequeña grieta en la prisión de miedo y silencio con la que había construido barrotes de secretos pesares con los que contener al monstruo que venía a visitarla por las noches. Una grieta por la que estaba segura que en los próximos meses se colaría algo más que luz esclarecedora. No se engañaba; sabía que si no tenía cuidado la pequeña grieta se cerraría poco a poco y una noche el viejo vampiro volvería a inclinarse sobre su cama. Pero hoy hasta podía imaginar un mundo en el que los fantasmas del pasado no la visitaran por la noche, un mundo en el que pudiera abrirse a James como debía, un mundo en el que los espíritus caprichosos de la naturaleza torcían la cola de las estrellas para iluminar su destino.

Pero había otra cosa que le había dicho Dupree que resonaba en su cabeza como una de esas cancioncillas que uno no puede dejar de tararear, aunque sin recordar del todo la letra. ¿De dónde surge? Era una pregunta inteligente que ya se había planteado y para la que no tenía respuesta, pero no por eso perdía su importancia. Un asesino como aquél no surgía de la nada de la noche a la mañana, pero las pesquisas buscando delincuentes que encajasen con el perfil no habían arrojado ninguna luz sobre el caso. Reset. Apaga y vuelve a encender. En ocasiones la respuesta no es la solución al enigma. Todo depende de que sepas hacer la pregunta adecuada. La pregunta. La fórmula. ¿Qué es lo que debo saber? Lo que debo saber es cuál es la pregunta. Miró su reflejo en el espejo y una certeza la sacudió. Con gestos rápidos, arrojó a un lado el albornoz y se vistió de nuevo con la misma ropa. Cuando llegó a comisaría, sólo Zabalza continuaba trabajando.

—Hola, inspectora, ya me iba —dijo como disculpándose por estar aún allí.

—Pues tengo que pedirle que se quede un poco más.

Él asintió.

—Claro, lo que quiera.

—Necesito que acceda a todos los historiales de asesinatos de mujeres menores en el valle en los últimos veinticinco años.

Él abrió los ojos desmesuradamente.

—Eso puede llevarnos horas, y además no sé si tendremos toda la información. En el registro general aparecerá, pero la Policía Foral no tenía competencia entonces en homicidios.

—Tiene razón —dijo ella sin disimular su fastidio—. ¿Hasta cuándo podemos remontarnos?

—Unos diez años, pero eso ya lo hicimos el inspector Iriarte y yo sin ningún resultado.

—Está bien, váyase.

—¿Está segura? —preguntó él.

—Sí, se me ha ocurrido algo… No se preocupe, hablaremos mañana.

Sacó su teléfono y buscó un número.

—Padua, ¿recuerda ese favor que me debe?

Quince minutos más tarde estaba en el cuartel de la Guardia Civil.

—Veinticinco años son muchos años, algunos de esos casos ni siquiera están en el sistema. Si quiere acceder a los expedientes tendrá que ir a Pamplona; entonces el grupo de homicidios lo llevaba la Policía Nacional, y nosotros nos dedicábamos más al tráfico, el monte, las fronteras y el terrorismo… Pero haré lo que pueda. ¿Qué quiere en concreto?

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