El gran espectáculo secreto (72 page)

Read El gran espectáculo secreto Online

Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

BOOK: El gran espectáculo secreto
7.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

—De sobra sabes que yo nada podía hacer para detenerlo, no tengo ni media bofetada.

—Pero ni siquiera lo probaste.

—No cambies de tema. Tengo razón, ¿verdad?

Tesla, en tanto, se había acercado a la ventana. Entre los árboles se veía la mole de «Coney Eye». Desde donde se encontraba no se podía apreciar si el daño iba en aumento.

—¿Piensas que estarán vivos? —dijo—. Me refiero a Howie y a los otros.

—Pues la verdad es que lo ignoro.

—Tú llegaste a ver la Esencia, ¿no?

—Un simple atisbo.

—¿Y qué?

—Pues, eso, que fue como una de nuestras llamadas telefónicas. Interrumpida. Lo único que vi fue una nube. Pero de la Esencia propiamente dicha, ni rastro.

—Ni del Iad.

—Ni del Iad. A lo mejor es que no existen.

—Eso es lo que tú querrías.

—¿Estás segura de tus fuentes de información?

—No podían ser más seguras.

—Me encanta —observó Grillo, con cierta amargura—. Me paso todo el día buscando, y lo único que consigo es un simple atisbo, y
tú,
en cambio, vas y te enteras de todo.

—O sea que para ti no es más que eso, ¿verdad?, un
artículo
para el periódico —dijo Tesla.

—Sí, quizá tengas razón. Claro, y también contarlo. Hacer que la gente se dé cuenta de lo que está ocurriendo en el valle feliz. Pero me parece que eso no es lo que tú quieres. Te quedarías más contenta si unos pocos privilegiados lo conserváramos en secreto. Tú, Kissoon, el Jaff ése de los cojones…

—De acuerdo. Lo que tú quieres es proclamarlo a los cuatro vientos, ¿no? Todo el público estadounidense esperando a enterarse para llenarse de pánico… En fin, tengo otros problemas…

—Una bruja pagada de sí misma. Miss importancia.

—¿Importante,
yo
?, ¿
yo
, importante? ¡Pues mira Mr. Grillo Bocazas, decir la verdad o morir en el intento! ¿Se te ha ocurrido pensar que si Abernethy publica algo sobre lo sucedido aquí vamos a tener una avalancha turística en las próximas doce horas? Todas las autopistas congestionadas en ambas direcciones. Y qué divertido será eso para los que salgan del abismo, ¿verdad? ¡Justo cuando todo esto esté lleno de gente!

—¡Mierda!

—¡Ni se te ha ocurrido pensar en eso! Ah, y a propósito, ahora que hablamos en serio, tú…

El teléfono sonó en plena acusación. Grillo contestó.

—¿Nathan?

—Abernethy.

Grillo miró a Tesla, que se hallaba de espaldas a la ventana, mirándole con ira.

—Necesitaré algo más de dos párrafos.

—¿Qué te ha convencido?

—Tenías razón. Mucha gente no volvió a casa después de la fiesta.

—¿Ha aparecido la noticia en primera página esta mañana?

—No, así que tienes ventaja. Claro que tu explicación sobre su paradero es pura filfa. Lo más fantástico que he oído en mi vida. Pero resulta estupendo para la primera página.

—En seguida te envío el resto.

—Una hora.

—De acuerdo. —Grillo cortó la comunicación—. Ya ves —dijo—. ¿Qué tal que espere hasta el mediodía para contarle toda la historia? ¿Qué vamos a hacer en ese tiempo?

—No sé —respondió Tesla—. Tal vez encontremos al Jaff.

—¿Y qué puede hacer?


Hacer
, no mucho;
deshacer
, la tira.

Grillo se levantó y fue al cuarto de baño. Abrió el grifo y se echó agua fría en el rostro.

—¿Piensas que se podrá cerrar el boquete? —preguntó, volviendo goteando agua del rostro.

—Ya te he dicho que no tengo ni la más remota idea. Quizá se pueda. No tengo más respuestas, Grillo.

—¿Y qué les ocurrirá a los que están dentro? ¿Los gemelos McGuire, Katz, los demás?

—Lo más probable es que hayan muerto —suspiró Tesla—. No podemos ayudarles.

—¡Qué fácil es eso!

—Pues parecías muy dispuesto a tirarte dentro también tú hace unas horas, de modo que no sé por qué no te arrojas al boquete a ver si los encuentras. Yo te echo una cuerda, para que
te
agarres.

—Vamos —dijo Grillo—, deja eso; no he olvidado que me salvaste la vida, y te estoy muy agradecido.

—Dios santo, he cometido errores en mi vida, pero éste…

—Mira, lo siento. Me doy cuenta de que estoy enfocando mal este asunto. Sé que debiera de estar madurando algún plan, ha riéndome el héroe; poro chica, no lo soy, ¿qué quieres? Lo único que puedo decirte a todo esto es lo de siempre: soy así, el Grillo de cada día, y me resulta imposible cambiar. En cuanto veo algo importante, lo primero que pienso es que todo el mundo tiene que saberlo.

—No te preocupes —repuso Tesla rápidamente—, lo sabrá.

—Pero tú… has cambiado.

Ella asintió.

—En eso tienes razón —dijo—. Estaba pensando, mientras tú hablabas con Abernethy y le decías que él no habría publicado la noticia de la resurrección, que eso es, lo que me pasa a

, que he resucitado. ¿Y sabes lo que me preocupa? Pues que no estoy preocupada, sino muy tranquila, me encuentro de maravilla, voy por ahí como en una Curva temporal, y es como…

—¿Como qué?

—Pues… como haber nacido para eso. Grillo, como si pudiera… Mierda, Grillo, la verdad es que no sé…

—Anda, suéltalo; di lo que piensas, lo que sea.

—¿Sabes lo que es un chamán?

—Por supuesto. Un brujo. Un hechicero.

—No, se trata de algo más que un brujos; es un curador de mentes, alguien que se mete dentro de la mente colectiva y la explica, la remueve. Pues que me parece que todos los protagonistas de este asunto: Kissoon, el Jaff, Fletcher, todos ellos, son eso, curadores de la mente, y que la Esencia es… es el espacio onírico de Estados Unidos, puede hasta de todo el Mundo. He visto a esos hombres joderlo todo, Grillo, ni siquiera Fletcher sabía dominar sus propias fuerzas.

—Quizá lo que hace falta es un nuevo chamán —dijo Grillo.

—Sí, ¿por qué no? —replicó Tesla—. Yo misma no lo haría peor que ellos.

—Y por eso prefieres no contárselo a nadie.

—Pues, sí. Esa es una de las razones. Yo sé
hacer
eso, Grillo, soy lo bastante rara para ello, y la mayoría de los chamanes, ya sabes, era un poco así también. Gente que confundía los géneros, que quería serlo todo para todos. O sea, animal, vegetal y mineral. También yo quiero ser así. Siempre he querido… —Se interrumpió—. Tú sabes muy bien lo que siempre he querido.

—No hasta ahora.

—Pues ya lo sabes.

—No parece que eso te complazca mucho.

—Ya he hecho la escena de la resurrección Es una de las escenas que los chamanes tienen que hacer. Morir y levantarse de nuevo. Pero no hago más que pensar… que esto no ha terminado, que todavía tengo algo más que probar.

—¿Crees que debes morir otra vez?

—Espero que no. Con una vez basta.

—Sí, por lo general, sí —dijo Grillo.

Su observación hizo sonreír a Tesla, aun en contra de su voluntad.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Grillo.

—Pues eso. Tú. Yo. Las cosas no pueden ser más raras de lo que son ya, ¿verdad?

—Sí, eso diría yo.

—¿Qué hora es?

—Alrededor de las seis.

—Pronto amanecerá. Estoy pensando que debería salir en busca del Jaff antes de que la luz le obligue a esconderse.

—Eso sería si no se ha ido de Grove.

—No le creo capaz de hacer algo así —dijo ella—. El círculo se está cerrando. Cada vez se hace más estrecho. «Coney Eye» se ha vuelto, de pronto, el centro del universo conocido.

—También del desconocido.

—La verdad, no sé si
es
tan desconocido —dijo Tesla—. Pienso que la Esencia puede que sea más como hogar de lo que pensamos.

El día se les echaba encima cuando salieron del hotel, y la oscuridad habla cedido el puesto a una tierra de nadie entre la puesta de la luna y la salida del sol. Cuando abandonaban el hotel, un individuo, de aspecto lamentable, sucio y con el rostro ceniciento, se les acercó.

—Tengo que hablar con usted —dijo a Grillo—. Usted es Grillo, ¿no?

—Sí. ¿Y usted?

—Me llamo Witt. Solía tener despachos en la Alameda. Y amigos, aquí, en el hotel. Ellos me han hablado de usted.

—¿Y qué quiere? —preguntó Tesla.

—Yo estaba en «Coney Eye» —respondió Witt— cuando ustedes salían. Quise hablarle entonces, pero me había escondido… No podía moverme. —Se echó una ojeada a la parte delantera de los pantalones, que estaba mojada.

—¿Y qué ocurría allí?

—Creo que sería mejor que usted fuese a verlo —contestó Witt—. Grove está acabado. Ha desaparecido. La gente se ha ido de vacaciones, y, yo diría que no piensan volver. Yo no tengo a dónde ir. Además… —parecía al borde de las lágrimas al reconocer eso—. ésta es mi ciudad, y, si va a desaparecer, quiero estar presente en el momento en que eso ocurra. Incluso si el Jaff…

—¡Cómo! —gritó Tesla—. ¿Conoce usted al Jaff?

—Le… le he visto personalmente. Tommy-Ray McGuire es hijo suyo, ¿lo sabían? —Tesla asintió—. Bien, pues McGuire me presentó al Jaff.

—¿Aquí en Grove? ¿En Grove?

—Claro.

—¿Dónde?

—En Cherry Tree Glade.

—Entonces, allí será donde empecemos —dijo Tesla—. ¿Puede llevarnos?

—Por supuesto.

—¿Crees que habrá vuelto allí? —preguntó Grillo.

—Ya viste en qué condiciones estaba —respondió Tesla—. Pienso que irá en busca de algún lugar que le sea
familiar,
en el que se sienta razonablemente seguro.

—Parece lógico —dijo Grillo.

—Pues si él se siente seguro —comentó Witt—, será el único que sienta así esta noche.

El amanecer les mostró lo que ya William Witt les había descrito: una ciudad casi desierta, abandonada por sus ocupantes. Un grupo de perros merodeaba por las calles; habían sido abandonados por sus dueños, o se habían escapado de ellos, demasiado ocupados en marcharse de allí en medio del mayor pánico.

En sólo un par de días, estos perros se habían convertido en una pequeña pandilla de animales carroñeros. Witt los reconoció. Los perritos de aguas de Mrs. Duffin se hallaban entre el grupo, y también dos perros salchicha de Blaze Hebbard, cachorros de cachorros de unos cachorros que habían sido propiedad de un habitante de Grove muerto cuando Witt era un muchacho, un cierto Edgar Lott, que había dejado su dinero para erigir un monumento a la
Liga de las Vírgenes.

Además de los perros vagabundos se percibían otros inquietantes signos de fugas apresuradas. Puertas de garajes abiertas; juguetes caídos en la calle o en la carretera, al ser metidos los niños medio dormidos en los coches en plena noche.

—Todo el mundo lo sabía —murmuró Witt, mientras se dirigían al lugar—. Todos ellos, pero nadie decía nada, y ésa es la razón de que la mayoría haya escapado así, en plena noche. Pensaban que eran ellos los únicos que se estaban volviendo locos.
Cada
uno se creía el único.

—¿Dice usted que trabajaba aquí?

—Sí —respondió Witt—, como corredor de fincas.

—Pues yo diría que ese negocio puede florecer muy pronto. Habrá muchas casas en venta.

—Sí, ¿pero quién las comprará? —preguntó Witt—. Ésta va a ser una ciudad maldita.

—Lo ocurrido no ha sido culpa de Grove —observó Tesla—. Se trata de un accidente.

—¿Usted cree?

—Por supuesto. Fletcher y el Jaff terminaron aquí porque la fuerza se les acababa, no porque hubieran escogido Grove por una determinada razón.

—Sigo pensando que ésta, va a ser una ciudad maldita… —comenzó Witt, pero se interrumpió para dirigirse a Grillo—. La próxima vuelta es Cherry Tree Glade, y la casa de Mrs. Lloyd es la cuarta o la quinta a la derecha.

Por fuera, la casa parecía vacía. Cuando entraron en ella, esa impresión se confirmó. El Jaff no había estado allí desde que retó a Witt en el cuarto del piso alto.

—Vale la pena intentarlo —dijo Tesla—. Me figuro que deberemos seguir buscándolo. La ciudad no es tan grande, después de todo. Tendremos que ir de calle en calle, hasta que le «husmeemos». ¿Se le ocurre a alguien una idea mejor? —Observó a Grillo, cuya mirada y cuya mente se hallaban en otro sitio—. ¿Qué ocurre? —preguntó.

—¿Cómo?

—Alguien ha dejado el grifo abierto —dijo Witt, siguiendo la mirada de Grillo.

Era cierto; el agua salía por la puerta principal de la casa de enfrente, y era
un
torrente constante que bajaba por la pendiente de la acera, cruzando la calzada, y caía en la alcantarilla.

—¿Y qué tiene eso de particular? —preguntó Tesla.

—Acabo de darme cuenta… —comenzó Grillo.

—¿De qué?

Grillo seguía mirando al agua, que desaparecía alcantarilla abajo.

—Pues que creo que sé dónde ha ido. —Se volvió a Tesla, y la miró—. Un sitio familiar, dijiste. El lugar de Grove que él conoce mejor no es por tierra, sino
bajo tierra.

Volvieron al coche, y, con Witt guiándoles por el camino más rápido, atravesaron la ciudad —haciendo caso omiso de semáforos en rojo y de calles de una sola dirección— hacia Deerdell.

—La Policía no tardará en llegar en busca de las estrellas de cine perdidas —observó Grillo.

—Sería cosa de ir a la casa y advertirles que se fueran —dijo Tesla.

—No podemos estar en dos sitios a la vez —observó Grillo—. A menos que poseas talentos que yo desconozca.

—Ja ja jajá.

—Habrán de enterarse por otro conducto; nosotros tenemos cosas más urgente que hacer.

—Eso es verdad —admitió Tesla.

—Si el Jaff
está
en las cuevas —dijo Witt—, ¿cómo llegamos hasta él? No creo que aparezca en cuanto le llamemos.

—¿Conoce usted a un sujeto apellidado Hotchkiss? —preguntó Grillo.

—Sí, por supuesto, es el padre de Carolyn, ¿verdad?

—Exacto.

—Ése puede echarnos una mano. Seguro que sigue por aquí. Puede llevarnos allá abajo. Lo que no sé es si podrá sacarnos; aunque hace un par de días, parecía bastante seguro. Trató de convencerme de que fuera a las cuevas con él.

—¿Por qué?

—Está obsesionado con que hay cosas
enterradas
bajo Grove.

—No entiendo.

—No sé si yo mismo lo entiendo. Mejor será que él nos lo explique.

Llegaron al bosque. No se oía al coro matinal, ni siquiera a inedias. Se metieron entre los árboles, rodeados de un silencio opresivo.

Other books

The Paper House by Lois Peterson
Killer Look by Linda Fairstein
Gathering Darkness by Morgan Rhodes
Opiniones de un payaso by Heinrich Böll
Blame: A Novel by Huneven, Michelle
The Take by Hurley, Graham
The Courtship of Dani by Ginna Gray
The Third Scroll by Dana Marton
Kleber's Convoy by Antony Trew