—
¡Suelta!
—gritó el hombre.
Tesla no necesitó que la convencieran y soltó la mano de la bestial boca, a pesar del sacrificio de carne que eso supuso. El padre de Howie la arrojó al suelo, donde dio contra una pirámide de latas de conserva, quedando enterrada debajo de ellas.
Tesla se miró la mano. La palma estaba agujereada en el centro. No fue la única en interesarse por su herida.
—Tienes que realizar un viaje —le dijo el hombre.
—¿Qué es esto? ¿Una lectura de la mano?
—Yo quería que el chico lo hiciese por mí; pero ahora veo… que has venido tú en su lugar.
—Eh, oye, ya he hecho todo lo que he podido —dijo Tesla.
—Me llamo Fletcher, y te ruego que no me abandones ahora. Tu herida me recuerda la primera que el Nuncio me hizo… —Abrió la mano; en su palma aparecía una cicatriz, como si alguien le hubiese hincado un clavo en ella—. Tengo muchas cosas que contarte. Howie se resistía a oírlas, pero tú no lo harás. Sé que no te resistirás. Eres parte de la historia. Naciste para estar aquí, ahora, conmigo.
—No entiendo nada.
—Analízalo mañana.
Ahora,
ayúdame. Tenemos muy poco tiempo.
—Quiero advertirte —dijo Grillo, conduciendo el coche por la Alameda con Hotchkiss a su lado— que todo aquello que vimos salir de la tierra no era más que el principio. Esta noche hay más monstruos en Grove que en ningún otro momento de su historia.
Aminoró la velocidad para dejar cruzar la calle a dos transeúntes que se dirigían a pie hacia el origen de las llamadas. Y no eran los únicos. Otros convergían en la Alameda como si fueran a un carnaval.
—Diles que se vuelvan —dijo Grillo, asomándose a la ventanilla del coche y gritándoles un aviso. Pero ni sus palabras ni las de Hotchkiss sirvieron de nada—. Cuando tengan ante sus ojos lo que yo he visto el pánico se desatará aquí.
—A lo mejor les sirve de algo —observó Hotchkiss, con amargura—. Durante todos estos años han pensado que yo estaba loco porque he cerrado las cuevas y he hablado de la muerte de Carolyn como de un
asesinato…
—No te entiendo.
—Me refiero a mi hija Carolyn…
—¿Qué le sucedió?
—Te lo contaré en otra ocasión, Grillo, cuando tengas tiempo para llorar.
Había llegado al estacionamiento de la Alameda. Unos treinta o cuarenta habitantes de Grove se habían reunido allí; algunos daban vueltas y examinaban los desperfectos sufridos por varias de las tiendas; otros permanecían quietos, escuchando las alarmas como si fuera música celestial. Grillo y Hotchkiss se bajaron del coche y cruzaron el estacionamiento camino del supermercado.
—Huele a gasolina —dijo Grillo.
Hotchkiss se mostró de acuerdo.
—Debiéramos indicar a esa gente que se fuese de aquí —dijo.
Y, levantando la voz, y la pistola, dio comienzo a cierta técnica primitiva de control de muchedumbres. Sus intentos llamaron la atención de un hombre pequeño y calvo.
—Hotchkiss —le dijo—, ¿estás al cargo de esto?
—No si
tú
quieres hacerlo, Marvin.
—¿Dónde está Spilmont? Tiene que haber alguien con autoridad aquí. Me han roto todas las lunas de los escaparates.
—Seguro que la Policía está al llegar —le animó Hotchkiss.
—Esto es puro vandalismo —prosiguió Marvin—. Son chicos de Los Ángeles que se divierten así.
—No lo creo —intervino Grillo. El olor a gasolina estaba mareándole.
—¿Y quién diablos es usted? —preguntó, imperioso, Marvin, chillando, cortante, sus palabras.
Antes de que Grillo pudiera contestarle, otra persona se sumó al griterío.
—¡Hay alguien aquí!
Grillo miró en dirección al supermercado. Aunque los ojos le escocían, comprobó que era cierto. Se veían figuras que se morían en la penumbra del supermercado. Grillo se acercaba al escaparate, entre los pedazos de cristal, cuando una de las figuras se hizo visible.
—¿Tesla?
Ella le oyó, levantó la vista y gritó:
—¡No te acerques, Grillo!
—¿Pero qué ocurre?
—¡Te digo que no te acerques!
Grillo hizo caso omiso, y entró en el supermercado por un agujero que había en el cristal del escaparate. El muchacho que Tesla había salvado estaba echado boca abajo en el suelo, desnudo de la cintura para arriba. Detrás de él había un hombre a quien Grillo conocía y no conocía al mismo tiempo. Era un rostro al que no podía poner nombre, pero reconoció instintivamente su presencia. Tardó varios instantes en localizarle. Era uno de los que se habían fugado por la grieta.
—¡Hotchkiss! —gritó—. ¡Venga aquí!
—Ya basta —intervino Tesla—. No traigas aquí a ninguno de nosotros.
—¿De
nosotros?
—preguntó Grillo—. ¿Desde cuándo es asunto nuestro?
—Este hombre se llama Fletcher —dijo Tesla, como respondiendo a la primera pregunta que bailaba en la mente de Grillo—, y el muchacho se llama Howard Katz. —Y añadió, en respuesta a la tercera pregunta—: Son padre e hijo. —Y a la cuarta—: Todo esto va a explotar, Grillo, y no pienso moverme de aquí hasta que lo haga.
Hotchkiss estaba al lado de Grillo.
—Mierda jodida —suspiró.
—Las cuevas, ¿no?
—Sí, justo.
—¿Podemos llevarnos al muchacho? —preguntó Grillo.
Tesla asintió.
—Pero que sea rápido; si no, éste será el fin de todos nosotros.
Ya no miraba el rostro de Grillo, sus ojos estaban fijos ahora en el estacionamiento, o en la noche que se extendía más allá. Esperaban a alguien en aquella fiesta. Al otro fantasma, sin duda.
Grillo y Hotchkiss cogieron al muchacho y le pusieron en pie.
—
Esperad.
Fletcher se acercó al trío, y el olor a gasolina creció con su proximidad. Aquel hombre, sin embargo, exhalaba algo más que olor. Algo semejante a una débil descarga eléctrica recorrió el cuerpo de Grillo cuando le vio coger a su hijo y se estableció contacto entre los tres sistemas. La mente de Grillo se elevó por un instante, olvidada toda su fragilidad corporal, hasta un espacio en el que los sueños colgaban como estrellas a medianoche. Esa sensación desapareció con tremenda rapidez, casi brutal, en cuanto Fletcher apartó la mano del rostro de su hijo. Grillo miró hacia Hotchkiss, y, por su expresión, pensó que también él había sentido ese instante de esplendor. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué va a pasar? —preguntó Grillo, mirando a Tesla.
—Fletcher se va.
—¿Por qué?, ¿a dónde?
—A ningún sitio y a todos —respondió Tesla.
—¿Cómo lo sabes?
—
Porque se lo he dicho yo
—respondió Fletcher por ella—.
Es preciso preservar la esencia.
—Miró a Grillo, con un levísimo atisbo de sonrisa en el rostro—.
Sujetad a mi hijo, caballeros
—dijo—,
y manténgalo apartado de la línea de fuego.
—¿Cómo?
—Sal de aquí y calla, Grillo —dijo Tesla—, lo que suceda ahora, lo que sea, ocurrirá porque él lo quiere así.
Ambos agarraron a Howie y le sacaron por el escaparate, como se les había ordenado. Hotchkiss salió el primero, para recoger el cuerpo del muchacho, que estaba desmadejado como un cadáver reciente. Cuando Grillo se lo pasó a Hotchkiss oyó a Tesla, que hablaba detrás de él.
Sólo dijo:
—¡El Jaff!
El otro fugitivo, el enemigo de Fletcher, estaba ante ellos, en el otro extremo del estacionamiento. La muchedumbre, que había aumentado en cinco o seis veces, se había separado, sin que nadie se lo hubiera pedido de manera explícita, dejando un pasillo abierto entre los dos enemigos. El Jaff no llegaba solo. Detrás de él iban dos perfectos tipos californianos a quienes Grillo no supo poner nombre. Pero Hotchkiss los conocía.
—Son Jo-Beth y Tommy-Ray —le informó.
Al oír el nombre de uno, o de los dos, Howie levantó la cabeza.
—¿Dónde? —murmuró, pero sus ojos los encontraron antes de que nadie tuviera tiempo de contestarle—. Soltadme —pidió mientras intentaba apartar de sí a Hotchkiss—; la matarán si no los detengo. ¿No lo veis? La matarán.
—Aquí se trata de algo más que de tu novia —dijo Tesla, sumiendo a Grillo de nuevo en dudas sobre cómo había llegado a saber tanto en tan poco tiempo.
La fuente de sus conocimientos, Fletcher, salió en ese momento del supermercado, pasó junto a ellos, Tesla, Grillo, Howie y Hotchkiss, y se situó en el extremo del pasillo humano por donde el Jaff avanzaba.
Éste fue el primero en hablar.
—
¿Qué ocurre aquí?
—preguntó—.
Tus juegos han despertado a media ciudad.
—
A la mitad que tú no has envenenado
—replicó Fletcher.
—
No te vayas aún a ir a la tumba sin charlar un poco. Mendiga. ¿Me das los cojones si te dejo vivir?
—
Eso, a mí, me dio siempre igual.
—
¿Los cojones?
—
Vivir.
—
Tenías ambición
—dijo el Jaff, mientras comenzaba a acercarse, muy despacio a Fletcher—,
no lo niegues.
—
No como la tuya.
—
Cierto. Yo tenía un objetivo.
—
No debes apoderarte del Arte.
El Jaff levantó la mano y se frotó el índice contra el pulgar, como si se dispusiera a contar dinero.
—
Demasiado tarde. Ya lo siento en mis dedos.
—
Muy bien
—suspiró Fletcher—.
Si quieres que mendigue mendigaré. Hay que reservar la esencia. Te suplico que no la toques.
—No
es para ti, ¿verdad?
—dijo el Jaff.
Se había detenido a cierta distancia de Fletcher. Y, en ese momento, el joven, llevando consigo a su hermana, se unió a él.
—
Mi carne
—dijo el Jaff, señalando a sus hijos—;
ellos harán por mí lo que yo les diga, ¿verdad, Tommy-Ray?
El muchacho sonrió.
—
Lo que sea.
Al estar siguiendo con atención el diálogo entre los dos hombres, Tesla no se dio cuenta de que Howie se había desasido de Hotchkiss hasta que le vio acercarse a ella.
—El arma —le susurró el muchacho al oído.
Tesla había sacado su pistola del supermercado. Se la pasó a Howie a desgana, poniéndosela en la mano herida.
—La matará —murmuró Howie.
—Es su hija —susurró Tesla, a modo de respuesta.
—¿Y crees que eso le importa?
Recordando esas palabras, más tarde, Tesla comprendió lo que el muchacho había querido decir. Fueran cuales fuesen los cambios que la gran obra de Fletcher (el Nuncio, como éste la llamaba) había producido en el Jaff, lo cierto era que le habían llevado al borde mismo de la locura. Aunque Tesla había dispuesto de muy poco tiempo para asimilar las visiones que Fletcher le comunicara, y sólo se hacía una idea muy ligera de las complejidades del Arte, de la Esencia, del Cosmos y del Metacosmos, sabía lo suficiente como para estar segura de que tanto poder concentrado en las manos de aquel ente sería un poder maléfico inconmensurable.
—
Has perdido, Fletcher
—continuó el Jaff—.
Ni tú ni tu hijo tenéis lo que hace falta para ser… modernos.
—Sonrió—.
Estos dos, por otra parte, están al borde mismo. Todo es puro experimento, ¿verdad?
Tommy-Ray tenía la mano apoyada en el hombro de Jo-Beth; de pronto la bajó hasta el seno de la joven. Alguien de entre la muchedumbre empezó a decir algo a propósito de ese gesto, pero el Jaff lo acalló con una simple mirada. Jo-Beth se apartó de su hermano, mas Tommy-Ray no estaba dispuesto a soltarla. La atrajo de nuevo hacia sí, e inclinó su cabeza hacia la de ella.
Un disparo interrumpió el beso, la bala se incrustó en el asfalto, a los pies de Tommy-Ray.
—Suéltala —le ordenó Howie.
Su voz no era fuerte, aunque resonó firme.
Tommy-Ray obedeció, mirando a Howie con cierta perplejidad. Sacó el cuchillo del bolsillo trasero del pantalón. La muchedumbre husmeó la inminencia de la pelea. Algunos dieron unos pasos atrás, sobre todo los que tenían niños con ellos. Pero casi todos no se movieron de donde estaban.
Detrás de Fletcher, Grillo se inclinó hacia Hotchkiss y le susurró algo al oído:
—¿Podría sacarle de aquí?
—¿Al chico?
—No, al Jaff.
—No te molestes en intentarlo —murmuró Tesla—. No le detendría.
—¿Y qué lo haría?
—Sólo Dios lo sabe.
—¿Vas a matarme a tiros a sangre fría delante de toda esta gente? —preguntó Tommy-Ray a Howie—. Venga, hombre, a ver si te atreves. Vamos, dispara, no tengo miedo. Me gusta la muerte, y a la muerte le gusto yo. Aprieta el gatillo, Katz, si tienes cojones.
Mientras hablaba, se iba acercando despacio a Howie, que apenas conseguía mantenerse en pie. Aunque seguía apuntando a Tommy-Ray con la pistola.
Fue el Jaff quien puso fin a la situación al apoderarse de Jo-Beth. Cuando se sintió sujeta, Jo-Beth gritó y Howie miró hacia ella, momento que Tommy-Ray aprovechó para echársele encima con el cuchillo en alto. Bastó con un empujón de Tommy-Ray para tirar al suelo a Howie. La pistola salió disparada de su mano. Tommy-Ray propinó una fuerte patada a Howie entre las piernas y luego se tiró sobre su víctima.
—
¡No le mates!
—ordenó el Jaff.
Al mismo tiempo, soltó a Jo-Beth y avanzó hacia Fletcher. De los dedos en los que había asegurado que ya casi sentía el Arte, le manaban gotas de poder, como ectoplasma, que estallaban en el aire. Había llegado hasta donde se encontraban los que se peleaban, y pareció a punto de intervenir; pero, en lugar de esto, se limitó a observarles un momento, como quien mira a dos perros que se muerden, y pasó por su lado, continuando su avance hacia Fletcher.
—Lo mejor será que nos echemos atrás —murmuró Tesla a Grillo y a Hotchkiss—, esto no depende ya de nosotros.
La prueba de que ella llevaba razón la tuvieron segundos más tarde, cuando Fletcher metió la mano en el bolsillo y sacó una caja de cerillas con la marca
Tienda de Alimentación de Marvin.
Ninguno de los espectadores quería perderse lo que estaba a punto de ocurrir. Habían olido la gasolina y sabían su origen, y ahora, además, había cerillas de por medio, lo que indicaba que era inminente una inmolación. Pero nadie retrocedió ni un paso. Aunque apenas entendían lo que estaba ocurriendo entre los dos protagonistas, casi todos los espectadores sentían en lo más hondo que eran acontecimientos de importancia. ¿Cómo iban a apartar la mirada cuando era la primera vez en su vida que se les presentaba la oportunidad de ver de cerca a los dioses?