El fin del mundo cae en jueves (29 page)

Read El fin del mundo cae en jueves Online

Authors: Didier Van Cauwelaert

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Infantil y juvenil,

BOOK: El fin del mundo cae en jueves
12.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

En un impulso de emoción, me digo de pronto que, si he podido adelgazar mentalmente, tal vez tenga el poder de eliminar de su cuerpo la necesidad de alcohol… y nuestra vida volverá a ser como antes. Una vida sencilla y calma y banal.

Entonces, un helicóptero se posa en el solar, detrás de la cocina.

46

Corro hacia la ventana. Cuatro soldados armados han saltado al barro y han corrido hacia la casa. Mamá ha abierto de pronto la puerta, ha entrado en la cocina retrocediendo, con las manos en alto, empujada por el cañón de un fusil ametrallador. Mi padre ha tensado los músculos para levantarse. Lo he retenido con mano firme.

—No es nada, papá. Es por mí.

Los otros tres soldados han tomado posiciones alrededor del pabellón, silenciosos y rápidos. Procurando tener el aspecto habitual, para tranquilizar a mis padres, dejo mi tostada diciendo:

—Buenos días, señora ministra.

Lily Noctis ha entrado haciendo que el soldado bajara el cañón, le ha indicado que fuese a jugar con sus compañeros, luego se ha vuelto hacia mi madre, en estado de shock, y le ha tendido la mano con calidez.

—Encantada, señora Drimm. Perdone esta llegada algo teatral, pero ya conoce usted los servicios del protocolo. En cuanto salen del centro de la ciudad, para ellos es la jungla. El señor Drimm, sin duda. Encantada. Puede usted estar orgulloso de su hijo: es un verdadero animal de escenario.

Con el codo en la mesa y la taza en la mano, mi padre mira con aspecto de estatua a la soberbia muchacha con botas, pantalones de terciopelo negro y ceñida cazadora de cuero. Se vuelve hacia mi madre, que, también ella, ha quedado petrificada en la misma posición.

—Me llamo Lily Noctis, acabo de ser nombrada ministra del Azar. Pueden bajar las manos. Me pareció formidable la emisión que grabó usted ayer, en el casino, y tengo grandes proyectos para usted. Necesitamos devolver al Juego toda su dimensión humana, psicológica y familiar. Si ustedes lo permiten, he elegido a su hijo para que sea la mascota de una gran campaña de sensibilización. ¿Pueden prestármelo?

Mis padres me han contemplado, boquiabiertos, se han mirado sin decir una palabra. Cuando uno está acostumbrado a la rutina y a las preocupaciones materiales, pierde todos los reflejos cuando le cae encima algo más que un buen palo. A mí mismo, a pesar de todo el entrenamiento recibido desde el domingo, ese golpe de la suerte me deja mudo.

—Con mucho gusto, señora ministra —balbucea mi madre.

—Me lo llevo a la Convención Nacional de Casinos, se lo devolveré mañana por la mañana. Mis equipos se encargan de avisar al colegio. A usted misma, querida señora, deseo confiarle una misión nacional sobre la Filosofía del Juego. Sus condiciones serán las mías. Que tengan un buen día.

—A su disposición, señora ministra —se apresura a decir mi madre, que, a fin de cuentas, tiene una endiablada facultad de adaptación—. Thomas, querido, ¿vas a cambiarte?

—Compraremos una vez allí. ¡Vamos, muchacho, en marcha!

Lily Noctis me toma del brazo y me arrastra fuera de la cocina. Encuentro la mirada de mis padres, maravillado orgullo por un lado, impotente indignación por el otro.

—¡Aguarden! —protesta mi padre a contracorriente.

—¡Deja! —chirría mi madre entre dientes—. Ya ves que tienen prisa.

Con el ruido del rotor, no he oído el resto, pero puedo imaginarlo muy bien. Donde ella se extasiaba con la espera de un fabuloso ascenso, él sólo veía recuperación mediática, explotación del menor, merchandising humano. Yo sentía muy bien que había algo más en la cabeza de Lily Noctis, pero respetaba el secreto-defensa. Y estaba viviendo el mejor momento de mi vida.

El helicóptero ha despegado del barro, he visto cómo se alejaba el lastimoso suburbio, cómo se confundía con los demás, desaparecía entre nubes. Sólo quedaban el mágico perfume y la vibrante presencia de la ministra muy junto a mí.

—Perdón por esa puesta en escena, Thomas, pero es urgente: vamos a Sudville. Tu estratagema no ha engañado a mi hermano. Han encontrado el verdadero cadáver de Pictone, están pescándolo ahora, lo deschiparán dentro de una hora, y tu oso no estará ya operativo.

—Pero… ¿cómo sabe usted eso?

—El gobierno lo sabe todo sobre todo el mundo, Thomas. A menudo dejamos hacer, a veces actuamos. —Hemos localizado el taxi, señora ministra. —Perfecto: intercepción, aterrizaje.

El helicóptero inicia el descenso, sale de las nubes. Estamos sobre una autopista desierta donde unos motoristas han detenido el taxi de Brenda. Unas barreras bloquean la circulación, un kilómetro más atrás. El helicóptero se posa junto al coche, mientras dos motoristas arrastran a Brenda, que se debate como una loca. Uno de nuestros soldados tira de ella para hacerla subir a la carlinga. Brenda abre unos ojos aterrorizados, intenta golpear todo lo que se mueve. Al descubrirme, deja bruscamente de luchar. Le sonrío para tranquilizarla: controlo la situación.

—Ministerio del Azar —le dice Lily Noctis—. Estoy a su lado, señorita Logan. También yo quiero cambiar el mundo, pero yo tengo medios para hacerlo. Tómeselo como un golpe de Estado con sordina.

Toma la bolsa-canguro que le tiende uno de los motoristas, saca de ella el oso de peluche.

—Me satisface volver a verle, profesor. Están ahora pescando su cuerpo: le queda una hora, como máximo, para llevar a cabo su misión postuma.

El oso permanece inmóvil unos instantes, luego mueve los labios.

—¿Qué dice? —exclama la ministra gritando para dominar el ruido del helicóptero que vuelve a despegar.

Acerco a Pictone mi oído para escuchar su voz.

—¡Es una trampa! ¡Huid! ¡Enseguida!

Para hacerle entrar en razón, indico el suelo, cien metros más abajo.

—En coche, profesor, nunca habría usted llegado a tiempo —prosigue Lily Noctis con voz fuerte—. Es el único que puede explicar a sus colegas cómo destruir el Escudo. Facilítele las directrices a Thomas, y yo lo haré pasar por su nieto que transmite sus últimas voluntades, así funcionará.

Desprevenido, el peluche vuelve lentamente la cabeza hacia mí, hacia Brenda, hacia la ministra, que le tiende un bloc de notas. Brenda se interpone, clavando en Lily unos ojos de rival:

—¿Qué nos demuestra que es usted de los nuestros? ¿Por qué quiere destruir el Escudo?

—Una pelea familiar —responde la ministra sonriendo—. Thomas se lo explicará.

La rubia y la morena se evalúan con una mirada distante.

—¿Tiene usted hijos, señorita Logan? Yo tampoco. Pero eso no nos impide querer salvar a los niños, ¿verdad? Sé que está usted en relación con la pequeña Iris Vigor, como yo. Esos niños sin techo en el más allá es algo insoportable. Sólo la destrucción del Escudo de Antimateria puede poner fin al drama.

Brenda mueve la cabeza hacia mí, luchando contra la emoción en un residuo de desconfianza. Pictone pone la pata sobre mi rodilla y encoge con resignación lo que le sirve de hombros. Agarra el bloc de notas y empieza a escribir con precisa lentitud.

—Dado el poco tiempo de que disponemos, creo que debemos ir a lo más sencillo —le aconseja Lily—. ¿Es posible sabotear, por ejemplo, la lente emisora de Sudville?

Sin reaccionar ante su pregunta, el sabio sigue escribiendo. Cuando ha terminado, me tiende el texto. Parece una receta de cocina.

Modificar la trayectoria de los protones en el acelerador, para que no sean dirigidos hacia la lente de litio que los convertiría en antiprotones.

Entretanto: en la ventana de berilio, hacer subir el impulso eléctrico hasta los 10.000 amperios. Mandarlo lo largo del eje de la lente, para que caliente el litio al límite de la fusión.

Luego dirigir los protones hacia el anillo de almacenamiento magnético. Dejar que se acumulen en lugar de los antiprotones.

Llevar el campo magnético a 150.000 gauss.

El haz de protones así emitidos por la lente, cuando entre en contacto con los antiprotones satelizados en el Escudo, provocará su ruptura por resonancia, mientras la inversión de trayectoria materia/antimateria evitará el peligro de explosión.

LÉO PICTONE,

tu antiguo compañero en los bancos de la facultad, en Ferville, donde me mangaste a mi novia, Amanda Kazall. Si llevas a cabo esta operación, te perdono, te bendigo y te abrazo.

—Está destinado al profesor Henry Baxter, de la Academia de Ciencias, como yo.

Aparto la hoja del bloc y miro al oso, algo escéptico. Añade que basta con que me aprenda de memoria las recetas y las referencias de la pena de amor que confirman su procedencia.

—¿Y eso bastará para convencerle?

—No te preocupes, sabe por qué es necesario destruir el Escudo. Tu papel se limita a decirle cómo.

—Estamos llegando —anuncia Lily Noctis.

47

El helicóptero se posa sobre el tejado de un gigantesco hotel casino, semejante a todos los que se levantan por los alrededores. Piscinas encristaladas, jardines colgantes, inmensos carteles de neón… Jamás he visto semejante mezcla de lujo y monotonía. Sudville es la ciudad de los jubilados, de las lunas de miel y de los congresos.

—Hasta luego —dice la ministra del Azar abriéndonos la puerta de la carlinga—. Las Fuerzas de Liberación cuentan con ustedes.

Estrecha la mano a Brenda, la pata al oso y me besa en la mejilla izquierda, muy cerca de la boca.

Despeinados por el viento del rotor, Brenda y yo nos dirigimos una mirada en la que se mezclan la angustia, la incertidumbre y la exaltación. Junto a mi cadera, siento patalear de impaciencia al profesor Pictone, a quien Lily Noctis ha invitado a esconderse en una cartera de cuero de congresista. Las palas reducen la velocidad y se detienen, pero la ministra permanece en el interior del helicóptero, hojeando un expediente.

Un almibarado comité de recepción viene a buscarnos, a Brenda y a mí, y nos lleva cincuenta pisos más abajo, a un auditorio que está de bote en bote. Un calvo solemne salpica de saliva el micro, bajo la colosal letra A del cartel «XXIV Congreso de la Academia Nacional de Ciencias».

Las azafatas nos acompañan a nuestro lugar, en la cuarta fila. Las dos únicas butacas libres muestran, en una hoja sujeta con un alfiler en el respaldo, las inscripciones «Dra. Logan» y «Sr. Pictone Júnior». Impresionado, me siento a la derecha del minúsculo anciano etiquetado como «Prof. Henry Baxter». Realmente, la ministra del Azar lo ha previsto todo.

—…Y quiero saludar la valerosa presencia entre nosotros de un joven de su familia —atruena el calvo por el micro—. Como homenaje a ese gran físico, pues, observaremos un minuto de silencio.

Mi vecino me estrecha las manos con un tembloroso fervor y los ojos húmedos. Se lo agradezco con una valerosa inclinación de cabeza. Durante el minuto de silencio, le susurro lo que mi supuesto abuelo espera de él. Su puño cae sobre el brazo de la butaca.

—¡Ah, el muy tarado! —exclama.

—Shtt —hacen los vecinos, concentrados en el silencio de su homenaje a Pictone.

—¡Claro está, ésa es la solución! —se alegra Henry Baxter con algo más de discreción, muy cerca de mi oído—. Yo me había focalizado en la fusión del litio.

—Son cosas que pasan —digo con mi competencia de nieto.

—Recibe mi pésame, hijo mío. Realmente, no podías darme una mayor alegría. ¿Pero por qué Leo no me habló nunca de ti?

Para adormecer sus sospechas, respondo que, en cambio, hablaba mucho de él y del modo como le había mangado a su novia, Amanda. Con una nerviosa mirada al viejo espárrago de moño blanco que se destaca a su izquierda, se incorpora agarrándome por la muñeca.

—¡Ven!

Una ojeada de alarma hacia Brenda y ésta se levanta para seguirnos hasta una salida de socorro, entre los aplausos que saludan la salida al escenario del ministro de Energía.

—Queridos académicos, señoras y señores —suelta Olivier Nox por el micro—. El gobierno, deseando honrar la memoria del profesor Pictone, ha decidido difundir su ceremonia de Deschipado nacional durante la pausa para el almuerzo, para que podamos compartir en directo este postrer homenaje.

—¿Qué hora es? —patalea el oso en mi cartera.

—Las once menos cuarto.

—¡Rápido! —se encabrita.

El profesor Baxter se mete con nosotros en un coche oficial del congreso, da la dirección del Centro de Producción de Energía Defensiva del que es director.

Mi móvil me indica un mensaje. Lo consulto de inmediato, creyendo que se trata de Lily Noctis. Mi decepción se convierte muy pronto en incredulidad. Jennifer me envía tres fotos de ella, radiante, desde tres ángulos distintos, con diez kilos menos. Ha escrito:

Eres un genio, gracias, te quiero.

—¿Algo va mal? —pregunta Brenda.

Cierro con rapidez el móvil, niego con la cabeza disimulando mi orgullo.

—¡No puedo creerme lo que voy a hacer! —tartamudea el profesor Baxter comiéndose una uña—. Hacía tiempo que le dábamos vueltas al problema en todas direcciones, con Leo… ¡Ya está, ha llegado la hora! La Historia conservará mi nombre como alguien que… Caramba, qué emoción…

—No me gusta su mano temblorosa —chirría la voz en mi cartera.

—¡«Henry Baxter, el que se atrevió»! —clama él como si pronunciase su propio elogio funerario.

Diez minutos más tarde, la identificación de su chip nos abre las verjas de una instalación militar subterránea, dominada por el gigantesco cañón de la lente emisora de Sudville. Nos encontramos en la frontera sur de los Estados Únicos, ante la doble protección de una reja eléctrica y el fulgor amarillento del Escudo.

Aduciendo el peligro de un escape de antimateria, Henry Baxter pone en marcha la sirena de evacuación. Luego, en la unidad central del acelerador de partículas, procede a la operación de sabotaje siguiendo las instrucciones de Léo Pictone.

Con el dedo suspendido sobre un botón rojo, el viejo rostro dirige de pronto hacia mí una mirada de angustia.

—¿Te dijo tu yayo que, al provocar la liberación espiritual de nuestro país, tal vez lo entreguemos a la amenaza de un ataque nuclear?

—No lo habrá —asegura el oso en la cartera.

Transmito su seguridad, procurando compartirla. A fin de cuentas, no nos haría correr ese riesgo… De todos modos, es demasiado tarde para retroceder.

—Oficialmente, ya no hay vida en otra parte de la Tierra —prosigue Baxter, mientras su mano tiembla—, pero muy bien podemos ser víctimas de las interferencias de nuestras informaciones satélite. Cuando te miro, pequeño, pienso en las generaciones futuras…

Other books

Kaylee's Keeper by Maren Smith
Best for the Baby by Ann Evans
Beautiful Boys: Gay Erotic Stories by Richard Labonte (Editor)
Knell by Viola Grace
The Special Ones by Em Bailey
Immortal Mine by Cindy C Bennett