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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (90 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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—Oh, no.

—¿Alguna vez bebió vodka a la par de un ruso?

—Sí. Y con éxito. ¿No sabes que debes tomar aceite de oliva antes de empezar?

—Bien, ahora lo sé.

—Muy bien. Una pregunta. ¿Fue concluyente?

—No totalmente afirmativo.

—Mierda.

—Bastante material, no obstante.

—¿Lo bastante como para empezar una sesión nocturna en este momento?

—Lo dudo.

—Entonces, lo dejaremos para mañana. Pero ve a la Embajada ahora mismo. Nancy está esperando para transcribir la cinta.

—Bien. Sí.

—Quédate para ayudarla por si hay una parte confusa.

—Por supuesto.

—Sé que es un teléfono abierto, muchacho, pero dame una pista. ¿Qué buscaba nuestro amigo?

—Mentes más sabias que las mías determinarán eso.

—¿Hay alguna posibilidad de que tu amigo cruce el río?

—Veinte por ciento de probabilidad.

—Veinte por ciento —repitió Hunt. Pude ver su estudio en Carrasco; me faltaba oír el tamborileo de sus largos dedos sobre el escritorio—. Eso es un tanto decepcionante —dijo.

—Aun así —le dije—, hay nuevas flores en el ramillete.

—Mañana nos espera mucho trabajo —dijo Hunt—. Duerme un poco.

—Tengo la intención de hacerlo, después de las próximas tres horas con Nancy.

—Está bien, Harry. Estabas durmiendo la mona mientras yo daba vueltas por el estudio, pensando qué decir sobre tu tumba.

Mis relaciones con Nancy durante las horas que tardamos en transcribir la cinta resultaron tan formales como el efecto mudo de nuestro beso; un triste vacío para ella, seguramente, pero para las dos de la madrugada la transcripción estaba hecha, y también mi informe acompañando la grabación. Volví al hotel, mientras Nancy, leal al código de todos los soldados anónimos, seguía enviando el texto por la máquina codificadora. Antes del alba, los grupos de cinco palabras serían descifrados por el personal de comunicaciones en Washington.

Hjalmar Omaley, quizás alertado por Hunt, o paranoicamente intuitivo, llegó unos veinte minutos antes de que me marchase, sincronización precisa que le permitió leer mi informe y la transcripción en el momento en que Nancy terminaba la última página. Tenía un estilo extrañísimo de lectura. Parecía canturrear, y me recordó la manera en que el general Gehlen lo hacía mientras jugaba al ajedrez. «Por Dios, Hjalmar, por Dios», decía mientras leía, aunque yo ignoraba si se trataba de un comentario elogioso o desaprobatorio. En el instante en que me disponía a irme, Nancy, veloz como un pájaro que se precipita al alero (pues se suponía que yo no debía verla), le sonrió tiernamente a Hjalmar. Entonces me pareció que sería más sabio preocuparme por el espacio vacío de mi propio corazón que por el de los demás.

A media mañana del lunes, Howard era presa de una gran excitación. Los Avinagrados habían logrado resolver cuál era la edad exacta de Masarov. Su expediente ahora estaba en orden. Si bien Hunt no quiso, o no pudo, darme mayores detalles, dijo:

—Masarov no tiene ni treinta y dos ni treinta y siete años, sino treinta y nueve. Prepárate para esto: está más arriba en el escalafón de lo que pensábamos. Considerablemente por encima de Varjov, en jerarquía.

—Yo creía que los irlandorrusos habían llegado a la conclusión de que Boris era aquí el número dos del KGB.

—Así fue, pero los soviéticos deben de haber estado enviando señales falsas. Es una bolsa de canguro.

Si bien nunca antes había oído esa expresión, la metáfora obviamente se refería a una operación en la que el hombre número uno permanece oculto.

—¿Y qué pasa con Zenia y Varjov? —pregunté.

—Debe ser reconsiderado. Sin embargo, algo es seguro. Aquí en Uruguay, nuestro Masarov es uno de los principales expertos del KGB sobre los Estados Unidos.

—Entonces, ¿por qué lo han puesto aquí?

—Ése puede ser el enigma focal, ¿verdad? —dijo Howard.

Si mi visita a la casa de Boris y Zenia me había sometido a un pesado interrogatorio, el picnic me costó dieciocho horas con Hjalmar, seguidas por otras dos sesiones de dieciocho horas cada una en que tuve que responder cuestionarios de Washington. En más de una oportunidad estuve a punto de confesar lo que ahora denominaba (en los últimos reductos de la intimidad de mi mente) «La Omisión Abominable», pues los cuestionarios volvían todo el tiempo al contenido de la nota de Boris. ¿Qué seguridad podía dar de que el mensaje, tal como yo lo recordaba, era completo? ¿Sesenta por ciento? ¿Setenta por ciento? ¿Ochenta por ciento? ¿Noventa por ciento? ¿Noventa y cinco por ciento? ¿Cien por ciento? Cometí el error de responder ochenta por ciento. Como si estuvieran sintonizados con la topografía de la culpabilidad, la pregunta consecutiva de los Avinagrados decía:
En su reconstrucción, la nota tiene tres afirmaciones completas, además de tres exhortaciones de una sola palabra. Si su recuerdo es completo en un ochenta por ciento, ¿qué posibilidad existe de que falte una cuarta oración?

A lo cual yo respondí:
Posibilidad cero
.

Repetición de pregunta: ¿50%? ¿40%? ¿30%? ¿20%? ¿10%? ¿5%? ¿0%?

Posibilidad cero.

La nota de Bons carece de impacto concertado. ¿Cómo lo explica usted?

Yo estaba sentado en un despacho de la Embajada, ante una máquina de escribir conectada a nuestro sistema de codificación-descodificación. Una pregunta codificada llegaba de Washington, pasaba por el des codificador, activaba las teclas de mi máquina de escribir y salía descifrada en grupos de cinco letras que para ahora yo ya podía leer como si fuera un texto común. LANOT ADEBO RISCA RECED EIMPA CTOCO NCERT ADO no me costó más que una décima de segundo más. Luego, apenas contestaba, mis grupos de cinco letras hacían el viaje inverso y atravesaban el codificador-descodificador hasta los Avinagrados en el Callejón de las Cucarachas. Me quedaba sentado, esperando que la máquina de escribir volviera a teclear. Al cabo de horas de lo mismo, empecé a sentirme como si estuviera jugando al ajedrez con un rival en otro cuarto. De pie a mi lado, Hjalmar Omaley leía las preguntas y mis respuestas.

Al recibir el último comentario,
La nota de Boris carece de impacto concertado
, me volví hacia él.

—¿Qué se supone que significa esto?

Tenía una sonrisa irritante. Los dientes le brillaban al compás del brillo que despedían sus gafas.

—Significa —respondió Hjalmar— exactamente lo que dice.

Esto hizo que me enfadase lo suficiente para escribir como respuesta exactamente lo que le había dicho a él. QUESE SUPON EQUES IGNIF ICAES TO.

EXACT AMENT ELOQU EDICE fue la respuesta.

—Muy bien, tenemos un problema —dije—. No puedo hacer un comentario si no sé a qué estoy respondiendo.

En Yale, siempre había detestado a ese tipo superior de estudiante parecido a Hjalmar Omaley. Invariablemente, inclinaban la cabeza en un ángulo extraño. Escuchaban con una media sonrisa en los labios. Parecían estar olfateando el inferior olor de la mierda de uno y comparándolo con el sano aroma de la de ellos. Contestaban las preguntas con preguntas o con respuestas desconcertantes, como
exactamente lo que dice
. Después, cuando de verdad entraban en el tema, no dejaban ninguna duda acerca de sus credenciales.

—Debemos considerar —dijo Hjalmar— que se trata de un miembro de alto rango del KGB, experto en cuestiones estadounidenses, que se entretiene con un oficial de caso de rango inferior en un país de impacto geopolítico pequeño o insignificante. Dicho oficial del KGB procede a incriminarse ante dicho oficial de caso de rango inferior mediante alusiones y observaciones extremas, y que además compara de manera poco ortodoxa a su país con una mujer y a su partido con el esposo de aquélla. Injuria los principios marxistas. Si remitiéramos al KGB la transcripción obtenida, y ellos creyeran en su veracidad, tal actitud garantizaría, cuando menos, su regreso al país y posterior encarcelamiento. ¿Me sigue ahora?

—Sí.

—Bien. Sin embargo, dado que él encabeza los cuadros del KGB aquí, su propia transcripción, en caso de que la tuviera, no debe preocuparnos. Obviamente, contaría con autorización. Ciertos elementos del KGB tienen permiso para hablar libremente y, en determinadas ocasiones, actuar libremente. Estos hombres de Neandertal pueden ser considerados el equivalente de los jesuitas del siglo diecisiete. ¿Es capaz de seguirme todavía?

—Sí.

—Bien. Ahora tropezamos con la inverosimilitud específica de la situación total. Para resumir lo que acabo de decir: un importante funcionario del KGB que, por lo que podemos ver, no tiene intención de desertar, comete igualmente serias indiscreciones en conversación que mantiene con sus opuestos. Si hay una entelequia en este proceso, y debe de haberla, o de lo contrario, ¿para qué comenzar?, él logra presentar una nota que es destruida casi inmediatamente después de ser entregada. Es un asunto dudoso, ya que el mensaje no tiene un contenido incisivo. No nombra a nadie, no ataca específicamente a ninguno de nuestros departamentos, y, en suma, es demasiado general para ser disociador. Le ha entregado una pala sin mango. ¿Qué explicación ofrece?

Estaba a punto de contestar, pero él siguió hablando.

—Aguarde —dijo, y encendió un magnetófono colocado al lado del codificador-descodificador—. Hable para la máquina.

La posición del micrófono me hacía dar la espalda a Omaley, y podía sentir su presencia maligna apoyando toda su carga psíquica sobre mis hombros.

—Repita su pregunta —dije.

—¿Qué explicación da a su encuentro?

—Creo que estamos tratando con un hombre y no con una situación.

—Expláyese.

—No estoy tan seguro como usted de que Masarov tenga un mensaje claro que transmitir. Si es el hombre número uno, y su mujer está realmente enamorada de Varjov, quien ahora, según parece, es el ayudante de aquél, creo que eso podría resultar desorientador para su comportamiento.

—Masarov es cruel, hábil y está altamente capacitado para desempeñar funciones definitivas. Es difícil creer que sus problemas matrimoniales puedan resultar perturbadores. En 1941, a los veintidós años, como joven oficial de la NKVD, la Policía secreta precursora del KGB, estuvo presente en el bosque de Katín durante la matanza de los oficiales polacos. Por lo tanto, es un hombre que ha matado a otros disparándoles en la nuca.

De pie, detrás de mí, Hjalmar me dio un golpecito en la nuca.

¿Podía encajar la imagen que yo tenía de Boris en este nuevo retrato? Mi estómago empezaba a reaccionar.

—El bosque de Katín contribuye a explicar la valoración que hace de Kruschov —dije.

—Para emplear la propia terminología de Masarov:
kvach
. Un intento de engañarlo, confundirlo.

—Si lo sabe todo, ¿por qué sigue interrogándome?

—«La nota de Boris carece de impacto concertado.» Trate de responder a eso en el C-D.

Me volví hacia mi máquina de escribir y envié lo siguiente en el codificador-descodificador.

NOPUE DOHAC ERNAD APARA RESOL VERES TA-SIT UACIO NALT ERARE MIEST TIMAC IONDE PROBA BILID ADER ECUER DODE8 o%A95 %

Se produjo una larga pausa. Omaley permaneció sentado, sacudiendo la cabeza lentamente como un metrónomo que oscila en una bóveda. Ya era noche avanzada, y sólo estábamos nosotros dos en nuestra ala de la Embajada.

FINAL, preguntó el C-D.

FINAL, contesté.

Esta vez la pausa fue breve. ESTAD EACUE RDOEN SO-MET ERSEA LDETE CTORD EMENTI RAS.

Por primera vez en tres días vi que Omaley se mostraba feliz.

ENPRI NCIPI OSICO NTALD EQUEH EGEMO NIASJ URISD ICCION ALESN OVIOL ENELP RINCIP IO

—En principio, sí —leyó Hjalmar sobre mi hombro, y prosiguió en voz muy alta—. Con tal de que hegemonías jurisdiccionales no violen el principio. —Se echó a reír—. ¿Qué probabilidades cree que existen de que su jefe de estación le permita eludir el detector? ¿Cincuenta por ciento? ¿Cuarenta por ciento?

En su voz había una nota tan estridente y odiosa, que estuve a punto de pegarle. Todavía me ardía el golpe en la nuca.

21

—Disparatado —dijo Howard a la mañana siguiente—, injuriante. Has hecho lo mejor que has podido para mantenerte a flote con un peso pesado del KGB, y ellos quieren menearte porque no están contentos con los resultados. Tienes mucha razón. Esto es jurisdiccional. No permitiré que unos pavos reales paranoicos pasen como un camión por encima de mi estación.

—Si es necesario estoy preparado para la prueba —dije yo.

—Me alegra que lo digas, pero yo estoy aquí tanto para proteger a mi gente como para exponerla a riesgos apropiados. —Hizo una pausa—. ¿Estás realmente seguro en un noventa y cinco por ciento con respecto a la nota? ¿Sabes?, eso fue lo que los provocó. No puedes burlarte de su proceso de evaluación. Es como profanar la Tora o el Corán. —Me miró atentamente — . Entre nosotros, ¿cuál es tu cálculo real?

—Noventa por ciento.

—Muy bien. Tengo que creerte. Pero ¿por qué es tan anémico el mensaje de Masarov? Lo acostumbrado es perjudicar a alguien.

—Howard, lo he escrito en mi informe. Tengo una teoría a la que nadie da crédito: hace exactamente un par de semanas, el 2 de febrero, los rusos pidieron una reunión en la cumbre. Creo que Masarov quería que yo transmitiera el mismo mensaje que los rusos están mandando en todo el mundo de mil maneras diferentes. «Intentemos una reunión en la cumbre. Kruschov es bueno.» Parte de su propaganda.

—Muy bien. Esas líneas de posibilidad se destacan en la transcripción. Pero ¿para qué confundir la cuestión? Boris es un viejo profesional. Conoce las diferencias esenciales entre una nota clandestina y un paso político que, por cierto, es algo en lo que no confío ni por un minuto. Estos soviéticos no buscan la paz, nunca, sólo quieren un alivio para encontrar una nueva manera de jodernos. —Hizo una pausa—. Pero, muy bien. Boris pronuncia su sermón. Todos podemos llorar por la Unión Soviética. Innumerables rusos muertos. Sí, ¿y qué hay de los cinco mil oficiales polacos a los que Masarov contribuyó a matar de un tiro en la nuca, y los otros diez mil oficiales polacos que han desaparecido? Stalin sabía lo que hacía. Mataba los cuadros de una posible Polonia libre en el futuro; sí, esos soviéticos buscan la paz. Lo creeré cuando los chulos dejen de cobrar su comisión.

Dio un golpecito sobre el escritorio como si fuera un podio.

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