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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (142 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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Cualquiera que como yo sepa cuan poco se ayudó militarmente a la Brigada, no puede por menos que sorprenderse ante el entusiasmo con que se recibe la noticia. Quizá no sea más que el poder de sentirse estimulado por algún tipo de respuesta positiva cuando la fatiga y la desesperación parecen haberlo agotado a uno. Hasta el propio Cal parece entusiasmado.

—Pedimos mucho, y no lo conseguimos, pero eso es lo que siempre sucede en una negociación. Cuando el almirante Burke habló de enviar a los marines, Kennedy se vio en la obligación de ofrecer algo.

—¿Es suficiente? —pregunto.

—Bien, Kennedy ya no puede fingir que sigue siendo virgen.

19 de abril de 1961. Hora: 3:30

Siento en el estómago un nudo de ansiedad tan grande como una manzana. Me parece muy bien que nuestros cazabombarderos protejan a los B-26 de la Brigada, pero lo que Kennedy tal vez no sepa, posiblemente porque Bissell no se lo ha dicho, es que nueve de los B-26 con que comenzamos han sido abatidos, y la mayor parte de los que quedan están deteriorados. Los pilotos han estado volando prácticamente sin parar desde el domingo por la noche. Con siete horas de vuelo para cada viaje, y no menos de dos viajes al día, están exhaustos. De hecho, algunos de ellos, que no creen en nuestra promesa de proporcionarles apoyo aéreo, ahora se niegan a volar. Alguien, evidentemente sin autorización, debe de haberles prometido ayer ese apoyo, que no se materializó.

Cal también me ha dicho que dos de los cuatro aviones que toman parte en esta misión son pilotados por estadounidenses, dos hombres por avión. Si cualquiera de estos cuatro pilotos contratados tiene que arrojarse en paracaídas y es capturado, nos veremos envueltos en un verdadero conflicto internacional. Además, uno de los pilotos cubanos de esta misión ha notificado que no volará más allá de la isla Gran Caimán, doscientos sesenta kilómetros al sur de Playa Girón, a menos que sea escoltado por nuestros cazabombarderos.

Por supuesto, nadie lo escoltará. La protección de nuestros aviones comenzará cuando los B-26 estén mucho más cerca del
Essex
. De todos modos, da igual. El mismo piloto acaba de avisar por radio que su motor derecho está averiado y debe regresar a la base. Ahora nos quedan tres aviones. Pienso lo difícil que debe de ser participar en una misión peligrosa cuando se ha perdido la fe en la victoria. Los actos de valor deben de parecer suicidas. El Valhala es para los guerreros victoriosos.

Me encuentro en tal estado de confusión que aun los cómputos más simples deben ser hechos una y otra vez. Si los aviones deben llegar a la playa a las seis y media de la mañana, entonces deben salir a las tres y diez de nuestra hora, o a las dos y diez, hora de Nicaragua. Como Bissell regresó a las tres menos cuarto, estoy tratando de calcular cómo podrán llegar a tiempo los B-26. Luego me doy cuenta (mientras asimilo el éxtasis espiritual de una epifanía que abre sus puertas) que si bien Bissell no salió de la Casa Blanca antes de las dos y media de la madrugada, la decisión de que los B-26 sean escoltados por cazabombarderos del
Essex
debe de haber sido tomada antes. La orden probablemente fue dada a las dos menos cuarto, de modo que los aviones habrán partido a tiempo.

Un cálculo simple, pero estoy sudando, y experimento una especie de beatitud, causada sin duda por el esfuerzo. Si en las últimas tres noches apenas he dormido nueve horas, ¿cómo podré hacer frente a una situación de guerra? No quiero perder mi autoestima, pero estoy agotado. Los que me rodean no parecen sentirse mucho mejor. Espero que el combate verdadero me devuelva las energías.

19 de abril de 1961. Hora: 6:30

Todos estamos enfermos. Los tres B-26, que, tal como se les había ordenado por radio, volaban en silencio, aparecieron con puntualidad sobre Playa Girón a las cinco y media, hora nuestra. Como el apoyo del
Essex
estaba programado para una hora más tarde, los cazabombarderos de la Armada estaban siendo subidos a la cubierta del portaaviones cuando los T-33 de Castro aparecieron y derribaron a dos de los tres B-26. El restante, seriamente averiado, logró escapar. Según el último informe, vuela de regreso a Nicaragua, con un solo motor, casi a ras de agua. Naturalmente, ninguno de nuestros barcos de aprovisionamiento se acercaba a la costa a las cinco y media, de modo que no ha sido desembarcado ningún pertrecho. Los cazabombarderos del
Essex
, cuya única misión era proteger a los B-26 entre las seis y media y las siete y media, ni siquiera levantarán vuelo.

Todo el mundo está tratando de determinar dónde radicó el error. Por mi parte, tengo una teoría. Si alguna otra mente en el Cuartel del Ojo se encuentra en el mismo estado que la mía, debe de haber enviado el mensaje con la orden de que los B-26 estuviesen sobre la playa a las cinco y media, hora de Nicaragua, pero alguien en Puerto Cabezas interpretó que se refería a la hora de Cuba, o las cuatro y media, hora de Nicaragua. En consecuencia, los aviones partieron a la una y diez, hora de Nicaragua, o las dos y diez, hora nuestra, y después, debido al silencio radial, nadie supo nada más.

Ésta es mi explicación. He oído otras cinco. La más convincente es que Bissell y el almirante Burke no se comunicaron entre sí, de modo que el portaaviones y la base de Valle Feliz recibieron órdenes distintas. Cal me dice que la Armada siempre se guía por la hora del meridiano de Greenwich, mientras que nosotros a veces lo hacemos por la hora oficial. ¡Dios mío! Estoy de un humor fatal. Siento un placer íntimo ante estas obtusas mentes militares que fracasan por no saber anticiparse a los verdaderos problemas. El placer me asalta con la velocidad de una ardilla que corre por un campo abierto, e inmediatamente después me siento abrumado por una vergüenza mayor que la esperada; detrás llega la tristeza de saber que todo se ha perdido. Me alivia darme cuenta de que soy humano y leal a mis compañeros. Después de todo, no soy un monstruo.

19 de abril de 1961. Hora: 7:30

Las fuerzas de Castro están atacando el frente occidental, algunos kilómetros al oeste de Playa Girón, y también la carretera de San Blas. Las tropas presionan desde el este. Al sur está el Caribe.

19 de abril de 1961. Hora: 10:30

Este Diario ya no será necesario. Los mensajes enviados al
Blagar
por Pepe San Román son suficientemente explícitos.

6:12: El enemigo, que llega en camiones desde Playa Roja, se encuentra a tres kilómetros de Playa Azul. Pepe.

8:15: La situación es crítica. Necesitamos apoyo aéreo urgentemente. Pepe.

9:25: Dos mil milicianos atacan Playa Azul desde el este y el oeste. Necesitamos apoyo aéreo de inmediato. Pepe.

Así sigue. Obviamente, nadie le explicó a Pepe San Román que los cazabombarderos sólo tenían órdenes de apoyar a los B-26. En su ausencia, nada.

19 de abril de 1961. Hora: 13:30

Más mensajes. «Sin municiones.» «El enemigo nos rodea.»

19 de abril de 1961. Hora: 15:30

Todavía resisten. Ignoro a qué arreglo han llegado el Cuartel del Ojo, los jefes conjuntos y la Casa Blanca, pero el comandante en jefe, Atlantic, es decir, CINCLANT, ha recibido órdenes de iniciar la evacuación. En gran número, si es necesario. Conseguimos hacernos de una copia. (Hace dos días, esta violación de la seguridad habría sido inusitada. Empiezo a entender por qué los hombres del antiguo OSS son como son. La seguridad es propia de la guerra fría, pero el combate exige la participación mutua.) Siento como si ya no perteneciese a la CIA.

A CINCLANT se le ordenó: QUE LOS DESTRUCTORES SAQUEN AL PERSONAL DE LA BRIGADA DE LA PLAYA PARA REDUCIR EL NÚMERO DE PRISIONEROS. LOS DESTRUCTORES ESTÁN AUTORIZADOS A DEVOLVER EL FUEGO SI SE DISPARA CONTRA ELLOS DURANTE ESTA MISIÓN HUMANITARIA.

Dos destructores escoltarán hasta la costa al
Blagar
, al
Bárbara J.
, al
Atlántico
y a las lanchas. La única dificultad es que después del abortado intento de esta mañana, los barcos de aprovisionamiento volvieron a dispersarse y ahora se encuentran a treinta kilómetros.

En este momento debo redactar el último comunicado, el número seis, que le será entregado a Lem Jones. Hunt y Phillips me dan las indicaciones. Me doy cuenta de que emocionalmente están más desintegrados que yo. ¿Desintegrados? ¿O se trata de un matorral incendiado que sigue ardiendo en su interior? Siento que todos corremos el riesgo de ser dominados por la incoherencia. Me alegra tener una tarea en que poder ocuparme. Me siento como un bombero.

19 de abril de 1961. Hora: 16:20

BOLETÍN NÚMERO SEIS, CRC, A CARGO DE LEM JONES Y ASOCIADOS, PARA SER. EMITIDO ESTA NOCHE, AL RECIBIR NOTIFICACIÓN:

El Consejo Revolucionario desea hacer una declaración inmediata y enfática en vista de ciertos anuncios hechos públicos recientemente por fuentes desinformadas. Los desembarcos en Cuba han sido descritos como una invasión, lo cual es inexacto. Se trató del desembarco de pertrechos y hombres en apoyo de nuestros patriotas, quienes desde hace meses están luchando en Cuba. Los hombres que desembarcaron fueron cientos, y no miles. La acción ha permitido que la mayor parte de los grupos desembarcados llegaran a las montañas Escambray.

Me costó escribir el párrafo. Tres veces escribí «uniformados» en lugar de «desinformados». La fatiga mental genera sus propias imágenes. Estoy en un calabozo, y una mujer con una vagina enorme espera junto a la puerta. Sé que su vagina es enorme porque tiene abiertos los poderosos muslos, y Hunt y Phillips la acarician con una pluma gigantesca. Sus deseos de ser acariciada son insaciables. No le interesa dónde la tocó la pluma hace un minuto, sólo quiere saber dónde la tocará ahora.

Me echo a reír. Somos los gnomos que complacen al gran público estadounidense. Horrorizado, siento que estoy a punto de vomitar. En seguida me doy cuenta del porqué. De los otros retretes me llega un olor a vómito. Tengo el olfato tan agudizado que no sólo huelo el whisky y el vodka, sino que creo percibir el olor metálico de la petaca de bolsillo y el olor de la dexedrina. Hemos estado tomando dexedrina todos estos días, para poder seguir en pie. Se me ocurre que así debe de sentirse uno cuando su matrimonio se deshace.

Cuando salgo del lavabo, se me ordena redactar una serie de mensajes extravagantes que remplazarán las emisiones radiales que preparamos para enviar a Cuba después de las primeras victorias. Escribo: «Los pescados tienen manchas de colores brillantes. Javier lleva su azada. El chorro de la ballena surgirá con la luna nueva. La hierba se agita. Las semillas se han dispersado».

Nadie discutirá la elección de estos mensajes.

19 de abril de 1961. Hora: 17:00

Acabo de leer un último mensaje. Llegó a las cuatro y media de la tarde por intermedio del
Blagar
. NO TENGO CON QUÉ PELEAR. ME REFUGIARÉ EN LOS BOSQUES. NO PUEDO ESPERAROS. PEPE.

19 de abril de 1961. Hora: 17:30

A lo anterior siguió la transcripción de una conversación que concluyó a las cinco menos veinte:

GRAY: Resistid. Ya vamos. Vamos con todo.

PEPE: ¿Cuánto tiempo?

GRAY: De tres a cuatro horas.

PEPE: NO llegaréis a tiempo. Adiós, amigos. Me dispongo a romper el transmisor.

Se cree que Pepe San Román, Anime y su gente se dirigen a los pantanos de Zapata. Treinta o cuarenta conseguirán llegar hasta las montañas Escambray. Tal como en su momento hizo Castro, pueden iniciar un movimiento de guerrillas. Sospecho que eso es lo que piensan Artime y San Román.

19 de abril de 1961. Hora: 18:00

Los hombres comienzan a marcharse del Cuartel del Ojo. Algunos se quedan. La mayoría ya no son necesarios. Lo mismo se quedan, igual que yo. Quizá tengamos en común alguna cualidad esquiva. Empiezo a pensar que debemos de ser la clase de personas que se quedan levantadas hasta las tres de la madrugada, escuchando repetidos informes sobre una catástrofe, con la esperanza de oír un último detalle.

De hecho, nos llega un nuevo detalle. Hoy por la mañana los líderes exiliados amenazaron con abandonar los barracones por la fuerza. Bender logró convencerlos de que la mala publicidad sería un baño de sangre en los medios de comunicación. Todos perderán dignidad. Arthur Schlesinger, hijo, y Adolf Berle han volado esta mañana a Florida a fin de apaciguarlos. Se nos informa que el Consejo ya está en camino, y que pronto su avión aterrizará en Washington, donde se reunirán con el presidente Kennedy. Varios de los exiliados (Cardona, Bárbaro y Maceo) tienen hijos luchando en la Brigada. Otros, hermanos o sobrinos. Ahora, todos han muerto, o han sido capturados. En esta ciénaga de desolación, siento cierto afecto por Kennedy. Recibirlos en un momento así no deja de ser un acto decente.

Dick Bissell viene al departamento de Noticias y nos dice que los líderes exiliados están ahora en una casa franca cerca de la capital.

—¿Quieres acompañarlos a la Casa Blanca? —le pregunta a Hunt.

—No puedo enfrentarme a ellos —responde Howard—. Confiaron y ahora no sabría cómo enfrentarme a ellos.

Los acompañará Frank Bender. Pienso en Toto Bárbaro, corrupto y comprometido, hablando generalidades con el presidente. ¿Qué importa?

Phillips me dice al oído: «No creo que sean los cubanos a quienes Howard no puede enfrentarse, sino el presidente. Apuesto a que querría que Kennedy estuviese bajo tierra, y no sé si yo no desearía lo mismo».

El último teletipo que leo antes de salir del Cuartel del Ojo reproduce un cable aparecido en el
Miami News
. «Los invasores rebeldes afirmaron hoy haberse desplazado ochenta kilómetros y logrado su primera victoria en su batalla para derrocar a Fidel Castro.»

Bien, a las nueve de la noche, el boletín número seis de Lem Jones confirmará que ese hecho nunca ha tenido lugar.

Envío nuestras últimas instrucciones al Valle Feliz. Mañana, uno de los B-26 que quedan deberá dirigirse mar adentro y una vez allí arrojar los volantes sin distribuir.

Aquí termina este Diario; a pesar de su tono póstumo, he tratado de que su estilo no sea demasiado dramático. Ahora, puesto que aún continúo con vida, transferiré todas las páginas de la caja de seguridad de Cal a la mía.

41

El jueves por la mañana Allen Dulles regresó de Puerto Rico aquejado de un fuerte ataque de gota. Mi padre fue a esperarlo a la base aérea Andrews. Según el propio Allen le confesó, se trataba del peor día de su vida.

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