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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (73 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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AV/ISPA: Un salario lo suficientemente grande para que sirva de lastre a la discordia que he sembrado en mi interior. Necesito un foco comercial. Soy como todos los demás mierdas. Necesito dinero.

Después de reunimos Roger, Sonderstrom, Porringer y yo no sabemos cómo interpretar las dos facetas de Eusebio
Chevi
Fuertes. Odia a su mujer y al PCU con fuerza suficiente como para trabajar para nosotros: en eso todos estamos de acuerdo. Pero ¿será capaz de llevar a cabo su tarea? ¿Comenzará a escalar posiciones en el partido, cumplirá con sus funciones de manera diligente como para llegar a convertirse en un importante funcionario del partido? Sostengo que ser igual a su mujer sería una motivación real y poderosa para él. En ese caso, tendríamos una gran fuente de información. Esta posibilidad hace que nos sintamos tentados de contratarlo, pero luego vienen las dudas. Sonderstrom, que después de todo tiene experiencia en estos asuntos, dice que Chevi se está ofreciendo tan claramente, que podría tratarse de un doble juego. Roger, sin embargo, no cree que Fuertes pertenezca al KGB. «No es un actor lo suficientemente bueno como para orquestar toda esa confusión —dice Roger—. En los Montevideo Players lo consideramos un burdo comicastro.»

Lo que agrava el problema, por supuesto, es el inminente regreso de Roger a los Estados Unidos. Ya hace un par de meses que su contrato ha concluido. Dada la importancia potencial de AV/ISPA, ha postergado por dos veces su viaje, pero acaba de advertirle a la estación que no puede demorarlo más. Se casa con su novia de adolescencia (bastante fea, según las fotos), y tiene planeado trabajar para el padre de ella. Eso no tiene mucho sentido, si consideramos la importancia de lo que está haciendo aquí para nosotros. ¿Por qué no hacer venir a la novia a Uruguay? Pero en seguida nos damos cuenta del verdadero motivo: su novia de adolescencia heredará una fortuna. Podrá ser fea, pero posee el temperamento de una duquesa. Roger no se atreve a hacerla esperar. Su padre es un potentado en el mundo de la publicidad, y le ofrece un espléndido empleo a Roger. Clarkson se va definitivamente dentro de una semana.

No es la situación ideal insertarme en este momento, pero ¿qué otra opción queda? Roger no piensa decirle adiós a los millones de su novia.

Empiezo a darme cuenta de que, a pesar de sus defectos, Sonderstrom no es el peor de los jefes. Sabe cómo enfrentarse a las cosas.

—Tu situación podría resultar satisfactoria —me dice Gus al final de la reunión—. Con un nuevo oficial, AV/ISPA tal vez se retrase menos en decidirse. En situaciones como ésta, un desconocido puede resultar efectivo. Es evidente que a AV/ISPA le gusta torturar a sus amigos.

Sucinto, pero el caso es que a partir de la semana que viene, yo ocuparé el asiento del acompañante.

Esta vez no te diré cuan tarde es. Me despediré. Mi nuevo criptónimo, concebido especialmente para mi nuevo trabajo, es (debo decir que eligen los más sabrosos para mí) AV/ARICIOSO.

Humildemente tuyo

EL AVARICIOSO HUBBARD

P. D. ¿Has recibido el broche?

6

18 de enero de 1957

Querido Harry:

Es mi turno de hacer una confesión. Quería agradecerte el broche, pero no me atrevía. Porque lo he perdido.

Tuve una inquietante premonición cuando abrí el paquete —tan pequeño, tan cuidadosamente envuelto, obviamente tu regalo de Navidad— y vi el alfiler de pecho. Supe que había pertenecido a alguna antigua familia especialmente desagradable que había padecido algún horrendo desastre.

Siempre he tenido poderes psíquicos, pero jamás creí que tuviese sentido hablar de ellos. No me ocasionaban ningún provecho, y por lo general se presentaban en los momentos más extraños y por las razones más intrascendentes. He llegado a preguntarme para qué poseía este miligramo de magia tan desconectado con mis cincuenta y nueve kilos de peso. Sin embargo, desde el nacimiento de Christopher, se ha acentuado. Es un don, un poder de la maternidad, si así lo quieres. Desarrollé un excepcional sentido para darme cuenta de qué cosas debía tener en la casa para Christopher, y cuáles no debían estar aquí. Querido Herrick, cuando abrí tu paquete, me pregunté si había sido tu intención hacerme una broma cruel. Era como si le hincara el diente a un delicioso pastel de chocolate y de repente la crema del relleno se escurriese. Casi dejo escapar un alarido. El broche era aborrecible. No lograba entender como tú y yo, tan cerca el uno del otro en tantos sentidos, en éste estuviéramos tan separados. Ni siquiera quería guardar tu regalo en la casa. Pero, dados mis sentimientos, no podía pasárselo a una amiga, y mi instinto me decía que era peligroso deshacerse de un objeto que uno considera maligno. (Mide mi verdadero afecto por ti a partir de la sinceridad de mis palabras.) Finalmente decidí venderlo. El inmundo lucro puede, al menos, desmagnetizar el aura de las cosas horrendas. Después de todo, ¿no es ésa la razón por la que se inventó el dinero? Pensé que podía lavar el dinero después de un par de transacciones, y devolvértelo. Ése era mi plan. Pero esta mañana descubrí que el broche ha desaparecido de la caja donde lo puse, en un rincón de la librería. No puedo creer que lo haya robado la niñera o la mujer de la limpieza. Estoy muy afectada mientras escribo, y ahora oigo que el bebé llora. Continuaré dentro de un rato.

Dos horas más tarde.

Bien, tenía un cólico. Le cambié el pañal. Confieso que la caca de bebé huele como si las criaturitas descubrieran la corrupción sin ayuda de nadie, lo cual no hace sino reafirmar la teoría del pecado original. Después tuve una discusión con la niñera a causa de su salario; cree que le pagamos poco y quiere modificar la suma estipulada. Finalmente, salí a comprar tres medallones de solomillo para la cena de esta noche (dos para Hugh), chalotes y
chanterelles
(¡a él le encantan!) Cuando volví a casa, decidí limpiar el estudio de Hugh. (Cosa que no hacía desde la semana pasada.) Lo primero que vi fue el broche, colgado del tirador de metal de uno de los cajones del escritorio. No le había dicho nada de tu regalo, y ahora se ha apropiado de él. Seguramente pensó que lo había comprado en un mercado de baratijas.

Harry, es extraño. Apenas descubrí tu regalo entre sus papeles, me di cuenta de que era lo correcto. Hugh es tan afecto a rodearse de talismanes, que creo que puede, sin darse realmente cuenta de lo que está haciendo, tomar decisiones acerca de cómo manejar estos poderes indefinibles. Tu pequeño monstruo uruguayo carecerá de malignidad mientras permanezca en su escritorio. He tenido una de esas preciosas fantasías que a veces me siento tentada de definir como «visiones». En parte, vi la historia del broche. El fundador de la familia a la que la joya había pertenecido era un juez que condenaba a muerte a las personas, o un verdugo, en todo caso un ejecutor de las tareas sociales más sangrientas.

Bien, dejé de escribir, me puse de pie, fui a su estudio, busqué la terrible alhaja, y me di cuenta de que ahora se había vuelto parte del mundo que se comunica conmigo. El noventa y nueve por ciento de ese mundo está compuesto de personas, pero aquí y allí hay un árbol, un pájaro que recuerdo de mi infancia, así como también un perro dogo que mi padre me regaló cuando era adolescente. Ese perro era un espíritu absoluto; ahora, este maldito broche también lo es. Harry, créeme, me ha dicho que debes cuidarte mucho de tu perturbado comunista latino. El tal Fuertes. Ten mucho cuidado. Podría arruinar tu carrera.

Y perdona los guantes. Prometo no olvidar que en tu Navidad hace tanto calor como aquí en julio.

Te quiero

Compré el broche la mañana siguiente a que comenzara mi relación con Sally Porringer. Como en el momento de la compra yo vislumbraba un prometedor futuro sexual, y al mismo tiempo me sentía culpable por Kittredge, elegí la alhaja por su precio, y tuve el descaro de fingir que la había comprado siguiendo un impulso incontenible. ¿Habría contraído una de esas mortales deudas de honor?

22 de enero de 1957

Queridísima Kittredge:

Ya me he hecho cargo de AV/ISPA, y de momento las cosas marchan mucho mejor de lo que podía esperarse. Sonderstrom estaba en lo cierto. El cambio de guardia ha hecho que nuestro amigo latino recobre su sobriedad. La transición fue buena. Nos reunimos en uno de los pisos francos de la estación. Se trata de un apartamento en un edificio construido recientemente en la Rambla, al norte de la playa de Pocitos. Se están construyendo muchos edificios de apartamentos parecidos, y estoy seguro de que cuando los terminen la Rambla será una versión menos poblada y más sombría del Lake Shore Drive de Chicago. Ya se puede sentir la misma atmósfera de urbanización. Desde el balcón del apartamento de la Agencia, en el duodécimo piso, los coches que se ven allá abajo parecen conejos en un canódromo corriendo junto a la amplia playa color arcilla que bordea el mar verde pardusco. La mitad de los adolescentes de Montevideo parece frecuentar esta playa. Abundan los bikinis. Incluso desde esta distancia se aprecian las grandes caderas españolas de las muchachas. Una vez más, los ciento veinte kilos de carne de vaca y cerdo que cada habitante consume al año, quedan de manifiesto en este registro de nalgas.

Nuestro piso franco está incómodamente desprovisto de mobiliario y adornos. Pagamos el alquiler, que debe de ser alto, pero no hemos comprado muebles, excepto una cama y un escritorio para el dormitorio, y un sofá, una mesa de fórmica, un sillón, una lámpara, y unas cuantas sillas de bridge para la sala. Además de una alfombra descolorida que en otro tiempo perteneció a la Embajada. No alcanzo a entender la economía doméstica de estos pisos francos. Si ocupamos un apartamento de lujo, ¿por qué no amueblarlo y decorarlo para que resulte atractivo? (Quizá sea un modo de justificar los bajos salarios que se paga a los agentes.)

De todos modos, no sé cómo describir a Chevi Fuertes. Antes de conocerlo estudié unas fotos, y sé más de su biografía que, digamos, de la de Sonderstrom, pero aún no estoy preparado para el contacto directo. Parece tan lleno de vida que uno tiende a protegerlo. Lo primero que pensé fue: a Kittredge le encantaría este hombre. Es moreno, por supuesto, delgado, y de nariz aguileña, y posee esa tenebrosa melancolía española que siempre me hace pensar en el director de una funeraria. Como ves, acabo de dejar escapar una dosis de mi hasta ahora inconsciente resentimiento, provocado por el hecho de estar destinado aquí. Aun así, Chevi tiene una sonrisa que le pilla a uno por sorpresa. El rostro se le ilumina, y detrás de la máscara del hombre melancólico asoma un joven tierno, aunque maligno.

Después de presentarme, de manera brusca, casi a la ligera, como Peter, Roger Clarkson va al grano. Le informa a Chevi que, debido a una emergencia, se ve obligado a regresar a los Estados Unidos, y que yo seré su remplazo. Ya no nos reuniremos en el teatro de los Montevideo Players, o en este piso franco.

—No creo en tu historia —le dijo Chevi a Roger.

Roger hizo un ademán ambiguo como para mezclar lo falso con lo verdadero.

—Aquí está Peter —dijo, señalándome—. Y eso es un hecho.

—No creo que regreses a los Estados Unidos —dijo Chevi.

—Pero es así.

—No —insistió Chevi—. Vas a Europa a trabajar con los refugiados húngaros, a quienes tu gente enviará de regreso a Budapest para actos de sabotaje.

—No puedo afirmar algo así —respondió Roger. Como te habrás dado cuenta, tiene excelentes poderes de improvisación—. Pero deberías saber, Chevi, que jamás me harían trabajar con esos húngaros. No puedo pronunciar los diptongos magiares. —Le guiñó un ojo a Chevi. Victoria conseguida. Evidentemente, Fuertes necesitaba creer que era enormemente perspicaz. Sí, pareció decir Roger, estás diciendo la verdad, pero eso es algo que no puedo admitir—. Bien, ¿por qué no nos ocupamos de la transferencia? —dijo finalmente.

Después de eso, Fuertes escuchó atentamente y respondió a nuestras preguntas con todo lujo de detalles. No te aburriré, Kittredge, con el producto de estas largas horas. Fue un procedimiento técnico, rutinario, que transcurrió sin obstáculos. Cuando Fuertes nos proporcionó los cuadros del buró político y del comité ejecutivo del PCU, con los nombres de los líderes y los responsables de sección, mi compasión inicial hacia él se profundizó. Era tan evidente que se sentía dividido... Quizás un cincuenta y uno por ciento del hombre había decidido colaborar con nosotros, pero el otro cuarenta y nueve por ciento continuaba enganchado a la red de amistades intrincadamente tejida en los días de su infancia, adolescencia y universidad, su trabajo para el Partido, su matrimonio, e incluso su viejo vecindario.

Como todos sabíamos, se trataba de algo preparatorio. Una de las indicaciones impartidas por Sonderstrom era pedir a Chevi que nos hablara de su infancia y adolescencia. «Eso cimentará un lazo inicial positivo —dijo Gus —. El tío se sentirá importante. La gente no está acostumbrada a que la tomen en serio.»

¿Sabes, Kittredge? Una vez más, Sonderstrom tenía razón. Mientras Chevi hablaba, y nosotros grabábamos sus palabras, me daba cuenta de que la resignación iba remplazando su melancolía. Era como si se hubiera embarcado y ahora contemplase la costa de su pasado alejándose cada vez más. Terminamos, y cuando procedí, siguiendo las instrucciones de Sonderstrom, a pagarle lo convenido —cincuenta dólares a la semana— noté que literalmente daba un respingo al tocar el dinero. (¿Sabes? Yo sudaba por el esfuerzo que me suponía tener que contarlo en su presencia. Es humillante verse obligado a humillar a otra persona.) Te aseguro que jamás el dinero me pareció tan sucio.

Clarkson hizo entonces algo sutil y apropiado. Si bien Chevi debía darse cuenta de que hablaríamos de él en detalle apenas nos quedásemos solos, Roger tuvo la delicadeza de ser el primero en marcharse. Abrazó a Chevi. «Te enviaré una postal desde los Balcanes», le dijo, y se fue.

Mi flamante agente y yo debemos de haber parecido estudiantes novatos a punto de compartir la misma habitación durante su primer año en la universidad. Nos quedamos de pie, incómodos, a un metro de distancia el uno del otro.

—Te haré mi primera petición, Peter —dijo él.

—Sea lo que fuere, lo haré —respondí.

Supuse que la petición no sería desagradable.

—Quiero que olvides cualquier concepto que te haya inculcado Roger acerca de las características de mi personalidad. Preferiría que me conocieras por ti mismo.

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