El fantasma de Harlot (70 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

BOOK: El fantasma de Harlot
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Ahora, sin embargo, cuando los martes salgo con mi pandilla, me sitúo a ocho manzanas de distancia en uno de nuestros coches con radio y me mantengo en contacto con AV/ALANCHA i, a través de su walkie-talkie. Él lo prefiere así. AV/ALANCHA i, un chico delgado pero fuerte, y muy recio, con una gran cabeza cubierta de espesos rizos negros, me asegura que se sienten mejor si yo estoy libre, a cierta distancia, listo para sacarlos bajo fianza u hospitalizarlos si las cosas van mal.

No obstante, Sonderstrom me ordena que después recorra las calles y me asegure de que han hecho su trabajo. Le obedezco, pero no me gusta. Los chicos se arriesgan mientras yo estoy a salvo en mi coche con radio, y luego debo actuar con desconfianza. Aun así, Sonderstrom, cuya expresión, por lo general, es la de alguien que vive oliendo algo podrido, no está del todo errado. En ocasiones, los muchachos dejan el trabajo a la mitad, se ponen nerviosos y se largan. Después, desgraciadamente, no me lo dicen. Tomo nota de ello, pero de todos modos les pago. Si las cosas empeoran, lo discutiré con AV/ALANCHA I.

El resto de mi trabajo diario no es tan atractivo. Al comienzo la Agencia debe de haber temido que no hubiera suficiente trabajo para mantenernos ocupados, pues nuestras tareas pueden ser un tanto intangibles, y el país parece inmenso. (Todos los países, incluso los más modestos, como Uruguay, son inmensos cuando no hay más que un puñado de gente en un despacho.) De manera que idearon un método para asegurarse de que siempre haya mucho que hacer.

Día típico:

Entro a trabajar a las nueve, tomo café y empiezo a leer los diarios locales. Dado mi conocimiento de español, eso podría tomarme dos horas, pero lo reduzco a treinta minutos. Poco a poco, con el transcurso de las semanas, los matices de la situación política se van aclarando para mí. Por supuesto, también hablo de las personalidades políticas y acontecimientos locales con los otros dos oficiales de Operaciones y el oficial de Comunicaciones, además de con el ayudante administrativo de la estación, que es el secretario de Mayhew. Kittredge, ¡ése es todo el personal de la oficina! Fuera de la Embajada nos jactamos de contar con dos operadores capacitados bajo contrato. Más adelante te daré los detalles.

Mientras juntos repasamos las noticias de los periódicos, recojo lo que puedo de Sherman Porringer, el oficial principal de Operaciones, que es quien más sabe de política uruguaya. Todos los aspectos que menos me interesaban durante la instrucción, como sindicatos, maniobras de los partidos locales, etcétera, son ahora la esencia de nuestras discusiones diarias.

Una vez efectuado el análisis de las noticias locales, leemos el tráfico de cables de la noche anterior, primero los propios y luego los de nuestros asociados, ya que nunca sabemos cuándo tendremos que sustituir a alguien. Si, por ejemplo, mi compañero oficial de Operaciones, Jay Gatsby (¿puedes creerlo? ¡con ese nombre y es uno de los tipos más aburridos que he conocido!), está jugando al golf con Sonderstrom, y de pronto llega su agente número uno, AV/IDEZ, es evidente que debo conocer algo de los proyectos de Gatsby.

Muy bien, una vez que hemos digerido los cables recibidos, redactamos los mensajes que enviaremos y los hacemos circular para que todos sepan de qué van. Después de alguna llamada telefónica, ya hemos llegado a la hora del almuerzo. Por la tarde dedico bastante tiempo a estudiar los viajes de los funcionarios uruguayos, muchos de ellos simpatizantes de los comunistas, que visitan Paraguay, Brasil o Argentina para reunirse con colegas partidarios. También encontramos una cantidad sorprendente de misiones comerciales a los países de Europa Oriental y la URSS. Nuestro agente AV/ÍO, que trabaja en la Aduana uruguaya, en el aeropuerto de Carrasco, vigila estos movimientos. Nuestras carpetas abultan. Pero se necesita tiempo. Todo consume tiempo. Una noche invité a comer a AV/ÍO (un sórdido padre de familia encantado de poder disfrutar de una buena comida) y le pedí que reclutara a otro agente, a quien llamaré
AV/ÍO I
. Me hizo pensar en los Jueves de Hugh. Creo que la estación todavía no cuenta con agentes que ocupen puestos de responsabilidad en el gobierno, pero te aseguro que no es difícil reclutar a los de menor importancia. Sólo se necesita dinero. AV/ÍO 2 estará ansioso por sacar buen partido de su puesto en el control de pasaportes para tomar nota de los uruguayos que regresen con visados de los países satélites.

Por supuesto, después de localizar a los comunistas locales, hay que pensar en qué hacer con la información. La falta de iniciativa de Mayhew es ofensiva. Me gustaría intentar convertir a algunos de estos comunistas uruguayos en agentes dobles, pero Sonderstrom me dice que aguarde a que llegue E. Howard Hunt.

Digamos que para entonces ya son las tres y media en el despacho. Echamos un vistazo a los legajos de los extranjeros que asistirán a la recepción que se ofrece esta noche en la Embajada. Debemos estar preparados para advertir al embajador si hay algún invitado dudoso.

Finalmente, gracias a los servicios de AV/ELLANA, nuestro periodista uruguayo (que trabaja en la sección de noticias de sociedad), nos enteramos de quiénes son invitados a otras embajadas. Puede sernos de valor saber que un funcionario uruguayo, que secretamente es miembro del PCU, está en la lista de invitados de la Embajada británica. ¿Lo estarán cortejando los ingleses, o les estará dando gato por liebre? En caso de que se trate de esto último, ¿debemos enviar una advertencia?

Al caer la noche, uno o dos de nosotros puede tener una cita con un agente en un bar o un piso franco. (Todavía no hago eso, lamentablemente.) Después empieza el trabajo nocturno. Como no ocupo mis horas jugando al golf o al tenis, y tengo esmoquin, estoy encargado de asistir a las recepciones de nuestra Embajada y de las embajadas extranjeras. Resulta divertido. En Berlín, jamás fui a un cóctel. Aquí salgo todas las noches. Mi esmoquin provoca los comentarios sardónicos de Sherman Porringer. Dice que soy un hombre del Departamento de Estado que usa la Compañía como tapadera. Este ingenioso Porringer, otro de esos graduados de Oklahoma, de ojos de búho y barba azulada aunque se afeite dos veces al día, es un buen ejemplo de la heroica propensión de la Agencia a trabajar sin descanso. Además, es el hombre de confianza de Sonderstrom. Porringer es quien más casos tiene a su cargo, quien está casado con la mujer más desdichada, quien mejor comprende la política uruguaya y (debo reconocerlo) hasta resulta creativo, comparado con el resto de nosotros, cuando inicia alguna nueva operación. No obstante, está desesperadamente celoso de mi habilidad social en fiestas y bailes. Porringer asiste a reuniones, pero siempre causa una impresión equivocada. Poco o nada atlético, ha compensado su deficiencia levantando pesas (tiene un juego completo en su casa), pero sólo ha logrado desarrollar excesivamente un torso que descansa sobre unas piernas que parecen postes de hormigón. Cuando saca a una dama a la pista de baile se desplaza con dolor espiritual. Como tiene una de esas mentalidades disciplinadas y metódicas para las cuales basta con desear una cosa para obtenerla, está acostumbrado a decirle a cada una de sus extremidades qué debe hacer. Mar agitado para la pareja de baile.

Entretanto, yo me divierto un poco con Sally, su mujer. Es tonta y estrecha de miras, odia Uruguay, no quiere aprender español, despotrica contra la estupidez de los sirvientes locales, pero sabe bailar. Lo pasamos en grande. Debo decir que es una lástima que no sea más dedicada como esposa de un miembro de la Compañía. Si quisiera, sería capaz de cautivar a unos cuantos diplomáticos extranjeros, lo cual, después de todo, es lo que se espera que hagamos. Sonderstrom, que asiste religiosamente a estas reuniones (ha llegado a tomar lecciones de tango) me llevó aparte antes de ir yo a la primera.

—Busca tu foco, Hubbard —me dijo—. Cuando nos encontramos con los rusos en la misma recepción, todos los ojos están atentos a lo que pasa entre nosotros.

—¿Debo confraternizar, entonces?

—Con cautela. —Y procedió a describir los peligros y potencialidades: si bien uno no debe separarse del grupo y hacerse amigo, puede establecer ciertos contactos—. Aunque no debes concertar una cita para almorzar sin autorización previa —me aclaró.

No te costará demasiado imaginarte el papel que podría desempeñar Sally Porringer en esto. De hecho, la he alentado para que baile con alguno de estos diablos rojos, pero ella se niega.

—Sherman me ha advertido que si alguna vez me ve flirteando con un comunista, me mete la teta izquierda en un exprimidor.

—Bien —le respondí—, dile que hable con Sonderstrom. Hay muchos caminos que conducen a Roma.

—¿Qué estás insinuando, tío? —preguntó—. Soy una mujer casada y con dos hijos. Caso cerrado.

Después de eso, por primera vez, su vientre rozó el mío mientras bailábamos, tan suavemente como una mano acaricia otra mano en la oscuridad de un cine. Kittredge, las mujeres ¿juegan con dos barajas? ¿Por qué sé que Sally Porringer se muere por flirtear con los rusos? Incluso he escogido al candidato. Un recién llegado, el subsecretario Boris Masarov, cuya atractiva esposa, Zenia, es la rusa más bella que he visto. Muy femenina (si bien ligeramente rolliza), con pelo oscuro como el ala de un cuervo y enormes ojos negros. Zenia no deja de mirar a los hombres. Intercambiar una mirada con ella es como perder pie cuando bajas una escalera. ¡Qué sacudida! Boris, por otra parte, parece el más simpático de la legación rusa. Un osezno de buen tamaño, aunque de porte más bien académico, rostro joven y bien rasurado, con una melena canosa y expresión triste, sabia y agradable. Los otros, por lo general, son unos brutos, o chicos alegres trajeados en Londres.

¿Sabes?, hay tanto que contar, y tan poco tiempo. Son las dos de la madrugada. Trataré de continuar esta carta mañana por la noche. Pensando en lo que he escrito, me doy cuenta de que mi vida no podría ser más diferente que en Berlín. Allí supe lo que significaba ser prematuramente viejo. Ahora me siento joven, pero listo para ocuparme de unas cuantas cosas. Hugh estaba en lo cierto. Éste es el lugar indicado para poder desarrollarse.

No enviaré esta carta hasta terminarla. No dejo de escandalizarme por contarte tantas cosas prohibidas. Me siento como si estuviese quebrantando un voto solemne, o algún otro malestar romántico por el estilo. Y todo por la promesa hecha a mi dama. Maldición, Kittredge, ¿no serás una agente soviética que me ha atrapado?

H.

P. D. De hecho, no me causa ninguna ansiedad confiar todo esto al correo. Tu técnica de la valija diplomática me parece segura y confiable.

3

7 de noviembre de 1956 (después de medianoche)

Querida Kittredge:

Intentar transmitir la sensación de estos campos de batalla del espionaje parece comparable, a veces, a tratar de rastrear una enredadera en medio de la maleza. Por ejemplo, ¿cómo describirte a AV/UTARDA? Es Gordon
Gordy
Morewood, uno de nuestros dos oficiales de Operaciones bajo contrato, un hombre de mucha experiencia que trabajó para los británicos en Hong Kong en la década de los treinta, y desde entonces ha hecho algunos trabajos para nosotros en Viena, Yugoslavia, Singapur, Ciudad de México, Ghana. Cualquiera pensaría que el hombre debe de ser fascinante: siempre solo, en un país desconocido, jamás dentro de una base o estación, igual que un detective privado que acepta trabajos y recibe su paga. Pues Gordy causa una terrible desilusión cuando uno lo conoce. Es un escocés pequeño y cerrado, de unos sesenta años, cojo (por la artritis, creo, no a causa de una herida de bala) y de carácter enojadizo. Un pobre representante de los espías viejos. Todo lo que parece importarle son sus emolumentos, que infla de manera desconsiderada. A juzgar por sus cuentas de gastos, este hombre come bien. Minot Mayhew se niega a tratar con él. Eso hace que pasemos muchas horas al teléfono. Gordy llama continuamente, preguntando por el jefe de estación, y debemos ocuparnos de él y recibir las bofetadas. Con su vocecita desagradable dice: «Mira, querido novicio bisoño, eres totalmente incapaz de ocultar el hecho de que Mayhew está en alguna parte de la Embajada, eludiéndome. No puedo hablar contigo. Estás demasiado bajo en la escala».

Mientras lo escribo, suena interesante, pero no lo es. Su voz es un gimoteo insoportable. Siempre quiere más dinero, y sabe que si nos molesta lo suficiente, lo obtendrá. Es, por cierto, muy hábil en valerse de su tapadera para incrementar sus entradas, y posee un negocio de importación y exportación en el centro de la ciudad. Es el arreglo perfecto para Morewood, quien importa productos de gastronomía para el economato de la Embajada, lo cual hace imposible llevar un control detallado de sus finanzas. Nuestra oficial administrativa, Nancy Waterston, una solterona dulce, fea, inteligente y trabajadora, totalmente fiel a Minot Mayhew (por la única razón de que él es su jefe) también le es fiel a Sonderstrom porque dirige la estación, y al resto de nosotros porque cumplimos con nuestro deber patriótico. No es necesario agregar que ama a la Compañía más que a su iglesia o su familia. Imaginarás cuan cuidadosa y remilgada es. Mucho me temo que Gordon Morewood le cause un colapso nervioso. Revisa al detalle sus cuentas, pero el hombre ha tejido una telaraña en la que se enredan todos y cada uno de los buenos principios contables de la solterona. He visto a Nancy Waterston a punto de llorar después de una sesión telefónica con Gordy. Él siempre presenta nuevos proyectos, nuevos albaranes, nuevas facturas, nuevos gastos por los que pide rembolso. Se aparta tanto de las prácticas de contabilidad comunes y corrientes que no hay forma de seguirle los pasos. En una ocasión, Nancy estaba tan desesperada que importunó a Mayhew para que autorizara la llegada de un auditor de primera línea a Montevideo. A pesar de que Mayhew detesta a Gordy, no envió el cable, lo que me hace sospechar que Gordy tiene un respaldo influyente en Washington. Tomando cerveza con uno y otro de mis compañeros (Sonderstrom, Porringer, Gatsby y Barry Kearns, el oficial a cargo del economato de la Embajada), he oído que la posición de Gordy es sacrosanta. No podemos decirle adiós.

Además, no podemos darnos ese lujo. Es muy bueno en su trabajo. Por ejemplo, sin Gordy no podríamos tener un equipo móvil de observación (AV/EMARÍA 1, 2, 3 y 4), que consiste en cuatro conductores de taxi. Gordy en persona adiestró a estos tipos (con un recargo del cien por cien sobre el precio que consumieron las horas de instrucción, lo sabemos), pero al menos los tenemos operando, y traen buena información. Sin la ayuda de Gordy, con todo el papeleo del despacho y nuestro deficiente español, ¿qué tiempo tendríamos (y qué experiencia) para adiestrar observadores móviles? Habría que traer expertos de México o de Washington, y eso sí que costaría mucho dinero.

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