Pero lo remediamos en un lapso sorprendentemente breve de tiempo. Llegué a la conclusión de que Lenny Bruce sabía menos de lo que fingía acerca de la lógica interna de la segunda vez. Sólo una parte remota de mi ser podía tener algo que ver con mi ego. El resto disfrutaba infernalmente todo lo que podía, tanto como podía, tan rápido como podía, aunque, al mismo tiempo, yo sentía repulsión. Me parecía francamente injusto depredar el tesoro del sexo. En medio de mi alegría, exuberancia, furia sexual y júbilo, en el medio de mi sensación de que algo terriblemente potente en cada uno de nosotros golpeaba con plenitud contra el otro, me embargaba el prolongado, débil, elevado horror de que Kittredge, para quien yo me reservaba (Ingrid no contaba), se alejaba para siempre de mi primera experiencia de frenesí y lujuria total. Siempre había pensado que este de ardor sólo podía llegar al final de la relación amorosa más profunda, con un ímpetu tan jubiloso como el ascenso hacia la elación de una orquesta majestuosa interpretando una poderosa sinfonía. Con Sally, el sexo se parecía a la refriega de un partido de fútbol, con mordiscos y cardenales y emplastos de chocolate en la bragueta.
Para mi tercera eyaculación, ya estaba cansado de ella. Los cristales del coche estaban empañados, nuestras ropas eran un verdadero revoltijo, y yo ya no sabía si era un semental o la víctima de una violación. Apartándome, logré convencerla de que nos vistiéramos, aunque Sally se mostró renuente. Sus besos (¡cuan cruel es la cara oculta del deseo!) parecían los de una sanguijuela. Yo quería volver a casa.
Sin embargo, no podía dejarla ante su puerta como un paquete.
—Te llamaré pronto —le dije, y sentí que se ejercían sobre mí todos los poderes de la extorsión.
—Más te vale —dijo—. Ha sido fenomenal.
¡Fenomenal! Me acababan de ofrecer la llave de mi país. Por fin pertenecía a esa enorme y anónima franja media de los Estados Unidos que estaba dispuesto a defender. Y mientras me alejaba sentí un gran alivio, porque, según creía, ningún peatón había pasado junto a nuestro automóvil en esa calle desierta. El riesgo en que habíamos incurrido empezaba a parecerme real.
Bien, la había vuelto a ver, por supuesto. En una terrible y viscosa ocasión, mientras sus chicos estaban fuera con la niñera, fornicamos en su propia casa, bajo el temor de que Sherman, en pleno uso de sus poderes paranoicos, apareciera de repente. Otra vez lo hicimos en mi habitación del hotel Cervantes; fue mucho mejor, aun cuando nuestro ardor sexual debió manifestarse sobre un colchón que olía a desinfectante. Finalmente, desafiando a todos los dioses de la precaución, la llevé al piso franco en la playa de Pochos, donde copulamos en una silla junto al balcón del piso duodécimo, que da al tráfico y las arcillosas olas.
No. Decidí que no podía escribir todo esto a Kittredge, e hice a un lado las páginas referidas a Sally. Sin embargo, debido a que no había modo de ignorar la parte de mi ser que clamaba por alguna suerte de confesión, concebí una historia para rellenar el espacio.
Intervalo para tomar café y Fundador. 2:00 A.M.
Kittredge:
Un tema distinto. Espero que lo que tengo que contarte no afecte nuestra relación, pues la prefiero a cualquier forma de lealtad o placer que pueda hallar en las márgenes del Río de la Plata. Debes creerlo. Espero que no te escandalices si te confieso que después de muchas semanas del sufrimiento más intenso, causado por la abstinencia sexual, me he sentido obligado a concurrir a uno de los mejores burdeles locales, y al cabo de un par de semanas de inevitable zarandeo causado por motivos que algún día te relataré, he optado finalmente por una muchacha uruguaya de la Casa de Tres Árboles, y he llegado a cierto arreglo con ella.
Esto tiene sentido para mí. Si bien tú siempre serás la corporización más próxima de la búsqueda ineluctable, entiendo igualmente que tú y Hugh siempre estaréis juntos, como debe ser. De todos los hombres que conozco, no hay ninguno que se encuentre más próximo a la grandeza que Hugh. Perdona mis expresiones sentenciosas, pero sólo quiero decir que os amo a los dos juntos tanto como te amo a ti por separado, lo cual, en términos matemáticos, equivale a tratar de equiparar los números finitos con las cantidades infinitas. Con esto termino; todo lo que quiero decir es que debemos ser tan sinceros el uno con el otro como nos sea posible y, compréndeme, necesitaba una mujer. Sé que no existe una razón convencional para pedirte disculpas, pero lo hago. Y confieso que me siento inocente. Espero que no pienses que mi siguiente observación es jocosa, o que se inmiscuye en tu trabajo, pero he descubierto que Alfa y Omega son indispensables como herramientas para comprender la relación sexual. El sexo con amor, o el sexo versus el amor, pueden ser tratados de manera natural por tu terminología. Incluso me animo a decir que en este momento mi Alfa y mi Omega están involucrados de manera asimétrica. Mi Omega no se manifiesta, o se manifiesta muy poco, en el acto sexual. Hay una buena parte de mí que no soporta a la mujer, a la prostituta que he elegido. Pero mi Alfa, si como supongo está hecha de arcilla y bajos y egoístas impulsos mundanos, no deja de sentirse involucrada.
Proseguí con la carta, tejiendo cuidadosas historias falsas sobre el burdel. Finalmente me despedí. Ignoro si me sentía depravado o juicioso por haber utilizado la no enviada carta sobre Sally como guía de la falsa historia, pero me conocía lo suficiente para sentirme moderadamente satisfecho por mi astucia. Mientras se apoderaba de mí el sueño, se me ocurrió que yo no era tan distinto de mi madre, como alguna vez había creído.
El Establo
26 de enero
Querido Harry:
Tu última carta me irritó profundamente. No por lo del burdel. Por supuesto, debes explorar algunas de las buenas y malas experiencias que ofrecen estas mujeres. Te confieso que me dio una rabieta (pura envidia) por la manera en que los hombres sois libres de explorar vuestra curiosidad sexual y transformaros en el proceso. Espero que no para peor. Sin embargo, ¿qué es, al fin y al cabo, la libertad sino el derecho de correr riesgos con nuestra propia alma? Realmente creo que el exceso sexual —al menos para las buenas personas, las personas valientes— tiene su propia absolución. ¿Estoy diciendo tonterías? ¿Sueno como ese hediondo libertino de Rasputín? ¡Seguro que habría sido el favorito de algunas de las damas de Washington que conozco!
De todas maneras, sigo enfadada contigo. Primero, por enviarme joyas a cuya historia eres insensible, y además por pisotear mi terminología como si fueses un toro. Me complace el hecho de que mis teorías estén seguras, bajo sobre cerrado, en la sección del Personal para Servicios Técnicos, y que no anden en boca de todos. Porque si tú desvirtúas de esa manera mis conceptos, no quiero ni pensar en lo que haría un lector de revistas con los matices de Alfa y Omega.
En consecuencia, expondré mis teorías una vez más. Prometo no extenderme demasiado. El principio básico de Alfa y Omega es que no deben ser considerados equivalentes de contenedores de la psiquis: ni el de la izquierda colecciona rameras, trabajos rutinarios, partidos de béisbol y parrandas, ni el de la derecha medita acerca de la filosofía y lee tus cartas. Ése es el error que cometen todos. Ven las cosas de esa manera. Como si se tratara de dos compartimientos. Pones parte de tu experiencia en uno, y la otra parte en otro.
No se trata de eso. Lo que digo es: multiplíquese por dos las complejidades de la personalidad humana. Postulamos dos personalidades completas y diferentes en cada uno de nosotros. Cada uno de esos caracteres está más o menos bien desarrollado. Lo más difícil de concebir es que cada uno sea igualmente complejo y constituya, en sí, lo que usualmente consideramos una personalidad completa. En ese sentido, Alfa y Omega no sólo pueden ser neuróticos, sino que ambos poseen el poder de formar neurosis enormemente distintas. (Esta situación extrema, por supuesto, está reservada para las personas muy enfermas.)
Muy bien, después postulo que una de las criaturas, Omega, se originó en el óvulo y por ello sabe más acerca de los misterios: la concepción, el nacimiento, la muerte, la noche, la luna, la eternidad, el karma, los fantasmas, las divinidades, los mitos, la magia, nuestro pasado primitivo. La otra, Alfa, producto de las energías vertiginosas del esperma, ambiciosa, ciega a todo salvo a su propio propósito, naturalmente tiende a estar más orientada hacia la empresa, la tecnología, la molienda del trigo, la reparación del molino, a construir puentes entre el dinero y el poder,
und so weiter
.
Dadas estas personalidades bien delineadas y separadas de Alfa y Omega, si poseyéramos la habilidad necesaria —cosa que, lamentablemente, no ocurre actualmente—, podríamos separarlas de la sombría confusión con que pretendemos analizar a las personas. En psicología tratamos de entender a los pacientes con la ayuda de esquemas que equivalen a sistemas de cañerías (Freud), o avanzamos a los trompicones a partir de la hipótesis de que hay una sola psiquis, que es oceánica (Jung). Se me ocurre que el mundo está lleno de genios, Harry, pero que sólo unos pocos sobreviven. El resto perece con la desesperación de tener que repetirse. (Como no soy un genio, quizá perdure.) Pero ciertamente debo insistir, una y otra vez, en que Alfa y Omega son individualidades. Cada Alfa, cada Omega, es diferente de todos los demás. Un Omega puede ser artístico, habitar la noche, ser un visionario; otro Omega puede serlo sólo de nombre, así como, supongo, es posible encontrar a un siciliano de ojos azules, pelo rubio y buen talante. Lo mismo sucede con Alfa. Algunas veces, Alfa y Omega toman prestadas, o roban, las características del otro. Después de todo, están unidos como los lóbulos del cerebro. Pueden influenciarse entre sí, o pasarse la vida en una lucha por el poder. El modelo es el matrimonio. O, si lo prefieres, los republicanos y los demócratas. O los zaristas y los bolcheviques. ¿Será por eso que los rusos se hacen pedazos, y se emborrachan todo el tiempo? Tu Chevi Fuertes es un ejemplo soberbio de Alfa y Omega en una competencia constante. Tú mismo lo dices cuando observas que un cincuenta y uno por ciento de él está con nosotros, y el cuarenta y nueve por ciento restante en contra, y que a causa de ello padece de grandes depresiones. Muy bien, señor mío, con los conceptos fundamentales en su lugar, examinemos tus travesuras en los prostíbulos. «Mi Omega no se manifiesta, o se manifiesta muy poco, en el acto sexual», escribes achispadamente, como si fueras una persona que trata de no olerse las manos después de tocar una cagada de perro. Pero seguidamente cometes el craso error de explayarte acerca de Alfa y su avidez. Por Dios, eres un farsante. Perdóname si soy grosera, pero estoy tomando conciencia de cuan irascible es en mí el imperativo territorial. De modo que no maltrates mi terminología. Lo que sucede en el sexo es que tanto Alfa como Omega participan del acto y digieren las experiencias separadas que reciben. De hecho, las digieren de manera individual, igual que dos personas que presencian una obra de teatro, sentadas una junto a la otra, y experimentan reacciones críticas diferentes. A veces incluso recuerdan lo que han visto de manera igualmente distinta. Por lo tanto, cuando dices que Omega no participó de tu acto, simplemente revelas que en cuestiones sexuales Alfa dirige el timón de tu barco con mano de hierro. Alfa no presta atención a ninguna de las diversas interpretaciones que Omega hace de la experiencia. Esto, querido Harry, es análogo al fascismo. Tu presumida aceptación de que una mitad de tu persona es indiferente al acto sexual equivale a decir que tú, inconscientemente, eres un fascista sexual. Eso es verdad, y me alegro de haberlo dicho.
¿Me encuentras vengativa? Ahora soy una madre. Cada vez que Christopher se pone a chillar en mitad de la noche (lo que de manera inexplicable ha sucedido en varias ocasiones desde que tu broche llegó a esta casa), he estado a punto de maldecirte. Una vez casi lo hice, pero me detuve a tiempo, porque las maldiciones son algo muy serio para mí.
Una hora después. Acabo de amamantar a Christopher.
Ahora vuelvo a quererte. He dado a Christopher lo mejor de mis temperamentales tetas, y pareció gustarle. Nos sentimos cada vez más próximos el uno del otro, y finalmente llegamos a abarcar pequeños universos. Con sus dedos daba golpecitos a mi pecho, como un gordo que se acaricia el abdomen después de una buena comida. Esto nunca había sucedido antes.
De repente me di cuenta de que estaba en deuda contigo. Me mostré dulce con el bebé porque había liberado mi desagrado al escribir esa carta destinada a herir tus puntos débiles. Bien, como diría Hugh: es tiempo de que te endurezcas.
Debo confesarte que te he estado reservando una perla envuelta en terciopelo. No te imaginas lo afortunado que eres. Hace un par de semanas, Hugh y yo decidimos averiguar un poco más acerca de tu nuevo jefe de estación, de modo que invitamos a cenar a Howard Hunt y a su mujer, Dorothy. No creerás todo lo que tengo para contarte. Deberás aguardar a la siguiente carta.
Después de medianoche.
Aunque parezca extraño, Hugh se ha dormido antes que yo, y quiero obsequiarte con tu perla.
Pero todavía no. Necesitas la información previa. Verás, invitamos a cenar a Howard y a Dorothy como parte del plan Montague. Hugh nunca hace nada sin un buen motivo. Si bien éste es, por cierto, uno de sus encantos, confieso que me sorprende con cuánta frecuencia consigue que yo, que cuando nos casamos era tan consentida, actúe ahora como su verdadera subalterna. Termino colaborando con sus planes, sean éstos importantes o tontos. En lo que respecta a los Hunt, Hugh, aunque no quiere reconocerlo, está resentido por el hecho de que uno de sus legendarios Altos Jueves hubiese estado a punto de ser el escenario de una revuelta de palacio. Nunca te he hablado de esto, pero se está librando una guerra de sucesión tácita para ver quién, llegado el momento, ocupará el lugar de Allen. Los ataques de gota del viejo son cada vez más frecuentes.
Obviamente, la cuestión es quién lo remplazará. ¿Será un paramilitar importante, un especialista en propaganda, un Frank Wisner? ¿O Dick Bissell? ¿O, como me dice Hugh, intentaremos recordar para qué estamos, y seguiremos dando prioridad a la Inteligencia? Como en realidad no debemos librar esas desagradables batallas que los jefes conjuntos intentan legarnos, Hugh apoya la faceta de Allen interesada en el espionaje y el contraespionaje. Piensa que los rusos están preparando fraudes a gran escala: por ejemplo, puede que el túnel de Berlín fuera un teatro manejado por el KGB, con un topo infiltrado desde el comienzo en el MI6. Por supuesto, ignoro cuándo mi pobre escalador de picos helados dispondrá del tiempo necesario para revisar la montaña de archivos del túnel de Berlín. Tiene tantas tareas urgentes... Mi padre era un trabajador prodigioso, pero Hugh lo supera.