Harvey corrió tras él y olvidando todo protocolo empezó a gritarle: «¡Un momento! ¿Dónde va usted con ese papel?». Kennedy se detuvo como si le hubieran pegado un tiro. Harvey vio la oportunidad de desquitarse por algunas de esas tempestuosas reuniones en el GEA. «Fiscal General —bramó—, ¿tiene idea de cuántos indicadores de mensajes y códigos operativos están escritos en ese papel? No puedo dejarlo salir de este lugar con él.» Sin más, se apoderó del papel con una mano y le abrió los dedos a Bobby con la otra. No me imagino qué repercusiones pueda tener este suceso.
Tuyo
H.
4 de mayo de 1962
Queridísimo H.:
Hace poco más de un mes, Hugh y yo fuimos invitados a comer a la Casa Blanca. Antes de irnos, Jack me llevó aparte diez minutos y me dijo que ese día había tenido un almuerzo extraordinario con J. Edgar Hoover. Ignoro el motivo por el cual me eligió como confidente. ¿Será porque me considera una mujer virtuosa? En ese caso, tú y yo sabemos el error que cometió al creerlo así. No sé guardar secretos. Me moría por decírselo a Hugh, pero no lo hice. Ahora me doy cuenta de que a quien quería contárselo era a ti. El secreto me quema como un fuego impío. Presiento que Hoover le habló a Jack de Sammy G. y Modene. Las transcripciones que aún no has visto sugieren que la visita del Buda tuvo un propósito bien definido.
Como muy bien sabes, Modene, a pesar del golpe que recibió el verano pasado cuando Jack sugirió que podía haberse ido de la lengua, estuvo encantada al ser invitada otra vez a la Casa Blanca a fines de agosto; por cierto, se sentía muy feliz al describírselo a Willie. Según Modene, Jack le dijo que la amaba. No sé si creerlo. Polly Galen Smith me dijo confidencialmente que una de las virtudes de Jack es que nunca mezcla el sexo con el amor. Le dijo a Polly que la mujer debe darse cuenta desde el principio si se trata o no de una cuestión de amor. Sin embargo, Jack parece estar muy entusiasmado con Modene, de una manera irracional, quizá porque ella satisface una faceta virtualmente perdida de él. Quizá se trate del tipo despreocupado de Omega que habría preferido ser un marinero de Newport, adicto al sol y al mar, en vez de verse condenado a obedecer al Alfa presidencial, y estar siempre trabajando.
Un par de sábados después del veranillo de San Martín, a Jack empieza a molestarle otra vez la espalda. Sin duda, el punto culminante de su pasión ya ha quedado atrás. Según Modene le dijo a Willie, «ahora quiere que sea yo quien hace el amor».
—Bien, según tú, está muy cansado —replicó Willie.
—Quizá —dijo Modene— le guste demasiado estar cansado.
Ésta es la observación más desagradable que Modene ha emitido hasta ahora sobre el tema, pero a finales de noviembre dijo:
—Me espanta la idea de recibir una llamada de la Casa Blanca. Amo a Jack, pero no disfruto cuando lo veo en ese lugar.
Harry, sé de qué está hablando. Pese a su atracción patriótica, la Casa Blanca tiene la atmósfera grave de un tribunal. Creo que la vieja mansión ha sido testigo de demasiados compromisos y ha soportado los lugares comunes de demasiados políticos poderosos. Si exagero estos aspectos negativos, es porque Polly Galen Smith, cuyas citas también tienen lugar ahí, me ha dicho que la Casa Blanca podría estar afectando a Jack. ¡Asegura que le quita el apetito!
Mientras tanto, Modene ha seguido viendo a Giancana, aunque de manera irregular. No es un hombre seguro. Por ejemplo, en octubre pasado, exactamente dos meses después de que empezaran a acostarse, Sam transfirió sus atenciones nuevamente a Phyllis McGuire, y recorrió Europa con la cantante durante un mes. Es probable que tanto el Sr. G. como Modene necesiten dos amantes, ¿o tal vez estaba furioso con ella porque seguía frecuentando a Jack? De todos modos, según me enteré, su relación no había sido totalmente consumada. En ese momento la evidencia me pareció clara, pero no leí la transcripción fundamental de la conversación con Willie del 16 de agosto con suficiente atención.
MODENE: Bien, por fin le dije sí a Sam.
WILLIE: No puedo creer que estuviera dispuesto a esperar todos estos meses.
MODENE: Más de un año. Y todos los días hubo seis docenas de rosas amarillas.
WILLIE: ¿Nunca te cansaste de recibir todas esas rosas?
MODENE: Nunca me parecen suficientes.
WILLIE: Muy bien. ¿Cómo te ha ido con Sam?
MODENE: Nunca tengo bastante.
WILLIE: ¿Me estás diciendo la verdad?
MODENE: Fue virtualmente completo.
WILLIE: ¿Qué quiere decir virtualmente completo?
MODENE: Imagínatelo.
Como digo, no me di cuenta de que no estaba calificando el acto sino describiéndolo. Después de esa única indicación, Modene no se refirió a sus relaciones con Sammy durante un tiempo, aunque Willie siempre le pedía que le contase más. Lo que sigue corresponde a principios de noviembre de 1961:
WILLIE: ¿Para qué te pidió que te casaras con él si pensaba desaparecer con esa cantante?
MODENE: Se puso de muy mal humor cuando le dije que, en orden de prioridades, mi lealtad es hacia Jack.
WILLIE: Pero dijiste que Sam es mejor que Jack.
MODENE: Es más demostrativo. Sam comparte sus cosas. Todo lo hace con entusiasmo. Es como si una estuviese comiendo comida italiana del mismo plato que él.
WILLIE: Y Jack es calle de dirección única.
MODENE: Sí, pero yo soy la mujer en esa calle. Sam lo sabe. Sabe que con Jack comparto algo que nunca compartiré con él.
WILLIE: ¿Y qué es eso?
MODENE: Lo final.
Te evitaré las tres páginas que siguen hasta que nos enteramos de que «lo final» es, carnalmente hablando, lo primero. Modene aún no ha permitido que Sam la penetre. Tres páginas más adelante:
WILLIE: No puedo creerlo.
MODENE: Hacemos todo, excepto eso.
WILLIE: ¿Cómo puede ser tan bueno, entonces?
MODENE: Es sensual. Hay momentos en que pienso que de esa manera el sexo puede ser más íntimo.
WILLIE: Eres demasiado sofisticada para mí.
Cuando Sam regresa de Europa, él y Modene pasan muy buenos ratos en Chicago. En los bares la tratan como a una reina. En la cama, sigue siendo «todo, excepto eso». No la juzgaré. Hace años, recuerdo haberte sorprendido al confesarte que Hugh y yo habíamos encontrado la «solución italiana». Pero la cuestión es que me fastidió no haber comprendido a Modene.
Es más tarde de lo esperado. Mañana te contaré la segunda y definitiva seducción de la dama. Ten paciencia.
Te amo
KITTREDGE
La carta prometida llegó al día siguiente, pero ya no existe. En cuanto acabé de leerla, la destruí.
No lo lamento. Me sirvió para darme cuenta de lo mucho que sentía la pérdida de Modene. Podía incluso notar esa pérdida en los dedos al echar la última página en la trituradora de papel. Estaba furioso con Kittredge por no haberme ahorrado ningún detalle.
Aun así, es una pérdida. Una de las mejores cartas de Kittredge ya no existe, y mi tarea literaria sería más sencilla si no la hubiese destruido. Dieciséis años después, en 1978, logré obtener (gracias al ayudante de un senador), la copia de la transcripción en la cual Kittredge basó su carta, y eso ayudará a suplir la ausencia. No quiero hacer una montaña de esto. Han pasado muchos años.
En enero de 1962, los padres de Modene tuvieron un accidente de tráfico. Su padre tomó una curva a demasiada velocidad, la carretera estaba cubierta de hielo y el coche fue a estrellarse contra un árbol. La madre resultó ilesa, pero el padre quedó en coma; la cuestión era si moriría en unos pocos días, o si tardaría años.
El suceso afectó terriblemente a Modene. Confesó a Willie que odiaba a su padre desde hacía años, ya que era un alcohólico que a menudo maltrataba a su madre. Pero sentía que era muy parecida a él. En una ocasión, se echó desconsolada en brazos de su madre porque ya nunca más podría establecer un contacto estrecho con su padre, cuando siempre había pensado que, tarde o temprano, eso sucedería.
No obstante, una vez que se hubo reintegrado a su trabajo, se sintió recuperada, a la vez que sorprendida por lo poco que parecía afectarla ahora la condición de su padre. Una semana más tarde, durante una visita de tres días a Chicago, comprobó que estaba al borde de un colapso nervioso. No podía dormir por temor a que su padre pudiera haber muerto; incluso parecía visitarla en la oscuridad. Sin embargo, cuando por la mañana llamó a Grand Rapids, seguía vivo; en coma, pero vivo. (Tal vez valga la pena mencionar que Kittredge, en una monografía titulada
Estados medios de la aflicción en la persona dual
, sugeriría que tanto la aflicción como el amor raras veces son experimentados en proporciones iguales por Alfa y Omega. De hecho, en casos particularmente complejos, cuando dentro de la psique se libra una guerra territorial por dominación de los derechos de aflicción, la aparición de fantasmas, sostenía Kittredge, constituye una manifestación bastante usual.)
A la mañana siguiente de que el fantasma de su padre la visitara por segunda vez, Modene se sintió destrozada. Había adquirido la costumbre de no permitirle a Giancana que pasase nunca una noche entera con ella, razón por la cual él pasó a recogerla por el hotel para que desayunaran juntos. Al percibir el estado de profunda perturbación en que Modene se encontraba, le dijo que haría unas cuantas llamadas telefónicas y pasaría el resto del día con ella.
En esa ocasión no la llevó de bar en bar y de club en club para que le sirviese de compañía en sus reuniones, sino que hizo preparar una cesta de picnic con varias botellas de vino, una de bourbon y hielo en abundancia, y con voz calmada le anunció que tendrían un velatorio privado y personal; él la ayudaría a enterrar el fantasma de su padre, quien, por cierto, todavía no había muerto. Le aseguró que tenía bastante experiencia en temas como ése.
Mientras conducía su viejo sedán, le confesó que era capaz de comprender a su padre porque en otro tiempo él quiso ser corredor de motocicletas. Para probar que lo que decía era verdad, le hizo una demostración por las sórdidas callejas de los barrios obreros de Chicago oeste, doblando las esquinas a toda velocidad a fin de demostrarle cómo era capaz de tomar una curva bajo condiciones imposibles para otros conductores.
—Yo podría haber trabajado en el cine representando los papeles peligrosos —dijo Giancana—. Y tu padre también.
Ese día avanzó por la avenida South Ashland hasta una iglesia baja.
—Este lugar es el templo de San Judas Tadeo —le informó a Modene—. No se llama así por Judas el que traicionó a Jesús, sino por san Judas, el santo de casos desesperados, personas perdidas.
—Yo no estoy perdida —replicó ella.
—Digamos que él se ocupa de cosas que están fuera de lo común. Mi hija Francine tenía tan mal la vista que era casi ciega, pero la traje aquí. No soy de ir a las iglesias. Aun así, hice una novena, nueve visitas, y los ojos de Francine mejoraron tanto que ahora ve muy bien con lentillas. Dicen que san Judas intercede por aquellos que han perdido toda esperanza.
—No me considero alguien que ha perdido toda esperanza.
—Por supuesto que no. Pero se trata de un caso especial, que concierne a tu padre.
—¿Qué te hace suponer que vendré aquí nueve veces?
—No tienes por qué hacerlo. Yo ya he venido nueve veces. Intercederé por ti.
Ella se arrodilló y rezó en una de las capillas más pequeñas del templo, molesta por la presencia de otras personas que rezaban junto a ella. «Lisiados», le diría más adelante a Willie. «Algunos parecían absolutamente chalados. Había una atmósfera muy extraña en ese lugar. Sentí que mi padre estaba muy cerca de mí, y que estaba enfadado. "Estás rezando para que yo muera" oí que me decía al oído, pero yo me encontraba en un estado de ánimo distante, como si estuviera aprendiendo el modo de vivir en una caverna. San Judas es así. Sentía como si estuviera en una de las antiguas catacumbas cristianas. Quizá se debía a que las paredes carecían casi por completo de ornamentación. Es una iglesia pobre.»
Después de salir de la iglesia, Giancana la llevó a visitar la tumba de su esposa, Angelina, ubicada en un cementerio cuyo nombre ella no vio escrito en ningún lado. En el oscuro pero costosamente iluminado interior de un mausoleo, mantenido a una temperatura constante, Giancana dispuso sobre el suelo de piedra el contenido de la cesta, y se sentaron en un banco, también de piedra. Mientras bebían y comían, él repitió lo que una vez le había contado acerca de su vida con Angelina. Delgada y de baja estatura, había sufrido toda su vida a causa de una malformación congénita en la columna vertebral. Pero él la amaba. Angelina, por el contrario, durante años no lo había amado. Vivía con el recuerdo de su primer novio, que había muerto siendo muy joven. «Tuve que conquistarla —le dijo Giancana—, y lo logré. Después de que murió, solía visitarme por las noches. Créeme. Invitado por ella, yo venía al mausoleo.» Mientras él hablaba, comían y bebían, y empezaron a besarse.
En este punto usaré una copia de la transcripción.
WILLIE: ¿Empezaste a besarlo en ese mausoleo?
MODENE: No había nada malo en ello. ¿Tienes idea de las ganas que se sienten de besar la boca de una persona viva cuando ha habido una tragedia en tu familia?
WILLIE: Creo que entiendo lo que quieres decir.
MODENE: Bien, siempre me estás pidiendo que te cuente exactamente lo que pasó.
WILLIE: Prefiero sentirme escandalizada que frustrada.
MODENE: Te sentirás escandalizada. Sam no es un hombre común y corriente. Sabe qué cosas trato de olvidar cuando bebo. Volvió a decirme que los sicilianos entienden a los muertos, los fantasmas y las maldiciones, y son capaces de encarar situaciones ante las cuales otras personas se sentirían perdidas. Me aseguró que Angelina nos ayudaría si yo cooperaba con él. Me había llevado a ese lugar, el mausoleo de su esposa, porque debíamos demostrarle que no le teníamos miedo. Para ello, debíamos hacer algo que no hubiésemos hecho antes.
WILLIE: ¿Qué?
MODENE: Follar.
WILLIE: ¿Usó él esa palabra?
MODENE: Sí. Hacía meses que había dejado de pronunciarla en mi presencia, pero de pronto dijo que debíamos follar delante de ella, allí mismo. Me dijo que antes no había insistido porque él mismo le tenía un poco de miedo a Angelina, pero ahora quería hacerlo. Me amaba. Estaba dispuesto a correr el riesgo de que también a él las cosas empezasen a irle mal.