—Supongo, señor O'Brien —dijo al cabo—, que usted es la personificación de un verdadero hijo de puta.
—Espere a conocerme mejor.
—Beba algo —insistió Roselli.
—Muy bien. Martini. Eche un poco de whisky sobre los cubitos de hielo, luego tírelo y ponga la ginebra.
—¿Y usted, señor? —me preguntó Roselli—. ¿Le apetece algo? Lo miré y no le contesté. Me resultaba más difícil de lo que había esperado no responder a la cortesía de gente que no conocía. Además, quería una copa. Roselli se encogió de hombros, se dirigió adonde estaban las bebidas, junto al piano blanco de media cola. Harvey y yo permanecimos en silencio.
Roselli le dio el martini a Harvey. Había preparado un bourbon con hielo para él y un scotch para mí, que colocó en una mesita junto a mi sillón.
—Refirámonos al lado positivo de la cuestión —dijo Roselli—. ¿Qué ocurrirá si consigo hacerlo? ¿Y si el gran jefe...?
—Rasputín.
—¿Qué ocurrirá si conseguimos darle?
—En ese caso —dijo Harvey—, usted obtendrá su ciudadanía.
—Bebamos por el éxito —dijo Roselli, levantando la copa.
—Ahora, responda a mis preguntas —dijo Harvey.
—Dispare.
—En primer lugar, ¿cómo entró en este proyecto?
—Bob vino a mí.
—¿Por qué?
—Nos conocemos.
—¿Qué hizo usted? —Fui a Sam.
—¿Por qué?
—Porque necesitaba llegar al Santo.
—¿Por qué? —Usted lo sabe.
—No se preocupe por lo que yo sé. Conteste mi pregunta.
—El Santo es el único hombre que conoce suficientes cubanos para poder seleccionar al tipo adecuado para el trabajo.
—¿Qué hizo Sam?
—¿Además de echarlo todo a perder? —preguntó Roselli.
—Sí.
—Se ocupó superficialmente. Eligió a unos cuantos. No se esforzó demasiado.
—Sin embargo, metió a Bob en líos con el FBI.
—Eso lo dice usted.
—Y usted ha dicho que Sammy lo echó todo a perder.
—No sé lo que hizo. Yo creía que estábamos listos para actuar. Se suponía que Rasputín habría sido eliminado antes de las elecciones. Nixon para presidente. De modo que le hago una pregunta: ¿Fue Sam el que lo embrolló todo?
—Nos estamos refiriendo al 31 de octubre del año pasado, en Las Vegas.
—Sí.
—¿Dice usted que Sam lo hizo?
—Me gusta evitar todo aquello que no puedo probar —respondió Roselli.
—Sam se jacta de haber trabajado con uno de mis colegas —dijo Harvey.
—Para ser tan reservado, Sam sabe abrir bien la boca —dijo Roselli.
—¿Por qué?
—Por vanidad.
—Explíquese —dijo Harvey.
—Cuando Sam empezó, no era más que otro tipo feo del montón, con una mujer fea. Ahora va por ahí diciendo: «Nosotros los italianos somos los mejores amantes del mundo. Superamos a cualquier negro en su mejor día. Fijaos en la evidencia».
—¿A quién se lo dice?
—A los imbéciles que lo rodean. Pero uno termina por enterarse. Fanfarronea demasiado. Por vanidad. Dice: «Fijaos en la evidencia. Dos líderes mundiales. Kennedy y Castro». —Se interrumpió — . Perdóneme. ¿Le importa si uso nombres?
—No —respondió Harvey—. Úselos.
—Muy bien —dijo Roselli—. Dos italianos como Sammy G. y Frank Fiorini se folian a las mujeres de Kennedy y Castro. Modene puede acostarse con Kennedy, pero ella vuelve junto a Sammy, dice Sammy, porque sabe lo que es bueno. Yo diría que tiene una opinión demasiado buena de sí mismo. Cuando lo conocí, Sam G. usaba medias blancas y zapatos negros, y las medias blancas se le caían todo el tiempo. Así de hortera solía ser.
—Gracias —dijo Harvey—, me está haciendo una buena descripción.
—En este país, Sam es un hombre importante —dijo Roselli—. En Chicago, Miami, Las Vegas, Los Angeles. No hay que molestarlo. Con Cuba, es distinto. Para Cuba necesita al Santo.
—¿Y Maheu?
—El es leal a Howard Hughes.
—Hughes, ¿está interesado en La Habana?
—¿Quién no? La Habana hará que Las Vegas vuelva al desierto de donde surgió.
—Eso tiene sentido —dijo Harvey—. Usted ya no trabajará más con Bob y Sammy. Considérelos indignos de confianza, prescindibles.
—Estoy de acuerdo.
—Ahora veamos la situación de Santos —dijo Harvey.
Luego levantó la copa de martini para que se la volviese a llenar.
—Él es el menú —dijo Roselli.
—Mierda —dijo Harvey. Trafficante trabaja para nosotros, y él trabaja para Castro. ¿Cómo confiar en él?
—El Santo trabaja para mucha gente. Solía trabajar para Batista. Hoy mismo está muy cerca de gente de Batista, como Masferrer y Kohly. El Santo tiene amigos en Inter-Pen, en MIRR, Alfa 6o, DRE, MDC y CFC. Puedo nombrar un montón de organizaciones. En Miami, la mitad de los exiliados desconfía de la otra mitad, pero el Santo es amigo de todos. Es amigo de Prío Socarrás y de Carlos Marcello en Nueva Orleáns, una gran amistad, y de Sergio Arcacha Smith. De Tony Varona y de Toto Bárbaro. De Frank Fiorini. Es amigo de Jimmy Hoffa y de los petroleros millonarios de Texas. ¿Por qué no puede ser amigo de Castro? ¿Por qué no puede ser su amigo? Le dirá a Castro lo que quiera decirle. Y lo mismo ocurrirá con usted. Trabajará para usted, y lo hará bien; hará un trabajo para Castro, y lo hará bien. Su lealtad...
—Sí —lo interrumpió Harvey—. ¿Su lealtad?
—Su lealtad es para con sus posesiones en La Habana.
—¿Y qué hay de Meyer?
—También es amigo de Meyer, pero no pierde el sueño por él. Si Castro cae, Santos controlará los casinos. Eso es más grande que ser Lansky o Jimmy Hoffa. Santos podría ser el número uno, lo cual equivale a ser el número dos en los Estados Unidos. Sólo por debajo del presidente.
—¿Quién le enseñó a contar? —preguntó Harvey.
—Al menos reconozca que es una cuestión discutible.
—Si yo fuese Santos —dijo Harvey—, trataría de llegar a un arreglo con Castro. Castro está allí. Puede darle los casinos.
—Sí, pero tendría que administrarlos para Castro.
—Eso es verdad —convino Harvey.
—Castro nunca devolverá los casinos —dijo Roselli—. Los mantiene cerrados. Es un jodido puritano. Conozco a Santos. Se unirá a nosotros para derrocar a Castro.
—Bien, tengo mis dudas —dijo Harvey—. Hay un imbécil al que le sale fuego por las orejas, llamado Bobby Kennedy. Él no hace tratos. Aunque Sammy haya ayudado a Jack Kennedy a triunfar en Illinois, ahora mismo el FBI está tras él. Santos no pasa estas cosas por alto.
—Santos se arriesgará. Una vez que Castro haya muerto, tendrá varias cartas para jugar.
Ambos hombres guardaron silencio.
—Muy bien —dijo Harvey por fin—. ¿Con qué medios contamos?
—Nada de armas —respondió Roselli.
—Sirven.
—Sí —dijo Roselli—, pero al tipo que dará el golpe le gustaría seguir viviendo.
—Puedo conseguirle un rifle de alta precisión, equipado con silenciador.
Roselli meneó la cabeza.
—Santos prefiere las píldoras.
—Demasiado complicado. A Castro siempre le han avisado —dijo Harvey.
—Píldoras. Y las necesitamos la semana próxima.
Harvey se encogió de hombros.
—Las entregaremos en la fecha estipulada.
Los minutos siguientes los pasaron hablando de un cargamento de armas para un grupo de exiliados al que Trafficante quería proveer.
—Las entregaré yo mismo —dijo Harvey.
Se puso de pie, guardó la cajita negra y le dio la mano a Roselli.
—Me gustaría hacerle una última pregunta —dijo Harvey.
—Adelante —respondió Roselli.
—¿Es usted pariente de Sacco, el de Sacco y Vanzetti?
—Nunca he oído hablar de ese soplapollas —contestó Roselli.
El esfuerzo consciente de mirar a Roselli como si fuera algo que se pudiese borrar de la pared me había dejado tan cansado como un modelo que se ha mantenido en la misma posición durante demasiado tiempo. Harvey, que podía sentirse igualmente cansado, no habló en el viaje de regreso, sino que se limitó a servirse un martini. Una vez que hubo descendido de su Cadillac, dijo: —Cuando le hagas el informe a Su Señoría, dile que le pida a Helms que dé el visto bueno a Trafficante. Ésta es una albóndiga podrida y no quiero comérmela yo solo.
Envié una descripción de seis páginas a LÍNEA/VAMPIRO-DESVÍO ESPECIAL con todo lo sucedido, pero mientras escribía a Harlot, empecé a pensar si sería correcto informar también a Kittredge.
Decidí no hacerlo. Parte del material era demasiado privilegiado. Pero debía decirle algo, de modo que le envié la siguiente ficción:
27 de abril de 1962
Querida Kittredge:
Se está preparando la línea de acción más extraordinaria que puedas imaginarte, y ahora me doy cuenta de por qué Harvey no me quería como su ayudante, y también por qué Hugh pensaba que yo era la persona adecuada. Sin embargo, no debes indicarle a Su Alteza, ni insinuarle siquiera, que tú lo sabes, pues estamos ante una buena operación: el secuestro de Fidel Castro. Si todo sale bien, lo meteremos en un avión, lo llevaremos a Nicaragua, ileso, y dejaremos que Somoza, que ama la publicidad, se haga cargo de él. Se repite lo de la bahía de los Cochinos, en el sentido de que nosotros nos mantendremos al margen, sólo que esta vez puede funcionar. Los nicaragüenses someterán a Castro a un juicio. Se redactarán leyes especiales para la ocasión y se declarará que es una grave felonía que un estadista latinoamericano haya introducido el comunismo soviético en este hemisferio. Lo más importante de esta treta prodigiosamente teatral, es que Castro parecerá un subalterno y no un mártir. Lógicamente, Cuba se verá sumida en el caos.
Los peligros son obvios. Nuestro mayor temor es que Castro pueda morir en la operación, motivo por el cual ahora Harvey ha iniciado una búsqueda de talentos para reclutar sólo al personal latino más especializado. Esto también me permite darme cuenta de por qué lo entusiasmaba tan poco el que yo lo acompañase. Es obvio que estoy fuera de mi elemento. Por otra parte, dado que se juega el todo por el todo, Hugh debe de haber necesitado a alguien en quien confiar, alguien capaz de informarle con exactitud lo que hace Harvey.
Te daré más detalles a medida que continúen nuestras reuniones con varios grupos de exiliados extremistas. Mi próxima carta, presumiblemente, será más larga. De ahora en adelante, refiérete a la operación como CAVIAR.
Fiel a los hechos,
tu
HERRICK
La mendacidad no me molestaba. En verdad, estaba contento con mi ingenio. En caso de que Castro fuese asesinado, podía atribuírselo a un secuestro fallido; si la operación fracasaba, pues bien, sencillamente había sido demasiado difícil.
Ese mismo día llegó una carta de Kittredge, que se cruzó con la mía. Ofrezco un extracto de ella.
... No te sientas desalentado si últimamente mis cartas te han resultado demasiado grandilocuentes. Si me muestro tan ansiosa por saber lo que estás haciendo, no se debe a que sea víctima de una ambición fáustica que me obligue comprender a la Agencia y me haga guiar a los hermanos K a través de toda clase de peligros. No, mi motivo es esencialmente modesto. En verdad, Harry, necesito saber mucho más acerca de todo, por si alguna vez logro escribir sobre Alfa y Omega en las distintas esferas de la vida. Salgo, naturalmente, y conozco personas, pero sé muy poco acerca de la manera en que funcionan los mecanismos en el gran mundo exterior.
Me sentí apenado al leer este pasaje. Kittredge quería saber cómo funcionaban los mecanismos y yo estaba inventando una maquinaria surrealista para ella. A mi mente acudió la línea de un libro cuyo título no pude recordar: «Porque precisamente cuando nos acercamos más el uno al otro nos rechazamos con una mentira, y seguimos adelante a trompicones, tratando de comprendernos en base a las percepciones erróneas del pasado».
De pronto me sentí agitado. Tuve que recordarme que ella también podía jugar conmigo, y algunos de sus juegos no eran particularmente atractivos. Le contesté con la siguiente nota:
28 de abril de 1962
Kittredge:
Han pasado meses. ¿Qué querías decirme de Modene? Los amores a medias mueren mejor cuando se los entierra del todo.
30 de abril de 1962
Queridísimo Harry:
Te debo diez mil disculpas. No he tenido tiempo de escribirte la carta que el tema se merece. Como tengo veinte páginas de transcripciones que tú no has visto, me siento tentada de enviártelas en un paquete, pero sé que te debo un resumen y trataré de dártelo. Concédeme un poco de tiempo.
Entretanto, mantenme informada con respecto a CAVIAR. No puedo creer tu última carta. No es extraño que el gordo sea una leyenda. ¡Y Hugh! La sociedad tiene suerte de que no haya optado por ser un archicriminal.
1 de mayo de 1962
Escribo esto con mucha prisa, Kittredge.
Hace tres días volé a Washington, recogí algunos elementos de TSS que se usarán para CAVIAR, y regresé el mismo día. A la mañana siguiente, Harvey y yo nos reunimos con un representante italoamericano de los nicaragüenses en el bar del aeropuerto de Miami. Este italiano, que se hace llamar Johnny Ralston, vestía un traje de seda, hecho a medida, que brillaba tanto como su pelo, sus zapatos de piel de caimán y su reloj de oro. Harvey llevaba su acostumbrada camisa blanca y traje negro con manchas de sudor en las axilas, causadas por la pistolera. Tenía la camisa medio salida de los pantalones debido a la otra pistola que carga a la cintura. Yo me sentía un impostor. (Tenía puesta una camisa floreada.) Harvey tomó sus martinis dobles, Ralston pidió Stolichnaya con hielo, y las cuatro cápsulas que yo había llevado le fueron entregadas.
Después de las copas salimos al aparcamiento del aeropuerto, donde Harvey señaló a Ralston un camión. Yo había estado atareado desde las seis de la mañana alquilando ese camión y ayudando a cargar fusiles checos, ametralladoras de Alemania del Este y varios explosivos, detonadores, radiotransmisores y un precioso radar para barco de nuestro depósito en JM/OLA, todo por valor de cinco mil dólares. Harvey se limitó a entregarle las llaves del camión a Ralston, una vez hecho lo cual, nos fuimos. Nuevamente pude comprobar que uno suda incluso en las transferencias más limpias.
Esa misma tarde surgió un terrible problema. Bobby Kennedy nos visitó durante un par de horas para recorrer JM/OLA, y Harvey le mostró los salones de Zenith. Como te imaginarás, ninguno de los dos disfruta con la compañía del otro. En el Centro de Mensajes, Kennedy se alejó y empezó a leer los códigos de algunos cables. Uno de ellos le llamó particularmente la atención; sin duda, se trataba de una información a la que podría referirse en la siguiente reunión del Grupo Especial, Aumentado, de modo que arrancó el cable y se dirigió a la puerta.