Read El fantasma de Harlot Online

Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (151 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
5.6Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Harvey me dictó un memorando dirigido a Aumentar: «En mi opinión, el énfasis de Mangosta debería ser puesto en la adquisición de más Inteligencia». Yo ya sabía que esos memorandos no tenían ninguna relación con las verdaderas intenciones de Harvey. De hecho, podrían haber servido como modelo para nuestro tácito Libro de Estilo de la Agencia. A estas alturas, yo mismo podía compilarlo. Si había que realizar una tarea que excediese los límites del reglamento, resultaba crucial establecer un rastro de papeles para confundir a cualquiera que tratase de seguir el rastro de lo que uno había hecho. La regla empírica era escribir lo contrario de lo que uno pensaba hacer. Si Harvey estaba enviando saboteadores a volar fábricas, sobre el papel insistía en la necesidad de intensificar nuestros esfuerzos de Inteligencia. En su opinión, Lansdale había actuado demasiado tiempo como agente solitario, por eso ahora acostumbraba a poner todo por escrito. «Conocí una puta en Alaska, una vieja y gorda esquimal con una vagina tan amplia y cómoda como el asiento trasero de un Cadillac —dijo Harvey en una ocasión—. Así de grande es la boca de Lansdale.»

Pronto llegué a la conclusión de que el verdadero problema se debía a que Lansdale podía haber llegado a hacer ciertas concesiones, pero en modo alguno había abandonado sus ideas. Quería verdaderas organizaciones clandestinas; buscaba a cubanos autónomos que quisieran tener su propia Inteligencia, la cual, presumiblemente, compartirían con nosotros. Al parecer, no comprendía que Harvey prefiriese prescindir de un movimiento clandestino a menos que pudiera ejercerse sobre él un control absoluto. Por lo tanto, Harvey estaba formando cuadros con exiliados de confianza para utilizarlos en operaciones paramilitares. ¿De qué otra manera podía JM/OLA mantener algún tipo de seguridad en la atmósfera abierta de Miami?

—El énfasis —dijo Harvey— recaerá sobre el oficial de caso, no sobre el agente. El oficial de caso será tan importante como un cura. Nuestros exiliados deberán prepararse para decírselo todo. ¿Me entiendes? Hubbard, tú hiciste ese trabajo durante un par de años. ¿Ves factible esa relación?

—En un cincuenta por ciento —respondí.

—Bien —gruñó—. Me gusta tu respuesta. Como oficial de caso debes de haber sido bastante blando.

—No tan blando como usted cree —respondí, y se echó a reír.

—Mierda, en Uruguay sólo te mojaste los pies.

Finalmente, un día Lansdale me llamó a su despacho.

—¿Tienes alguna influencia sobre Bill Harvey?

—Puedo hacerle llegar un mensaje personal. De hecho, creo que preferiría que usted le dijera directamente lo que le tiene que decir.

—¿Por escrito?

—No precisamente, señor.

Suspiró.

—Me he pasado la mayor parte de mi vida tratando de aprender a hacer las cosas de una manera militar. En el Ejército nadie se mueve si no recibe órdenes claras por escrito. Obviamente, Harvey no está acostumbrado a eso.

—Creo que no, señor.

—Dile de mi parte que me gustaría que recordase que no soy el enemigo.

Al recibir el mensaje, Harvey dijo: «De modo que el muy cabrón cree que no lo es».

Volví a visitar al general.

—Harry, me gustaría estar seguro del terreno que piso —dijo—. Te diré que creo que es conveniente llevarse bien con la gente. Si te pido que le digas eso a Harvey, ¿qué crees tú que respondería?

—No puedo responder a eso, general.

—Bien, pues ya me lo has respondido.

—Sí, señor.

—Te explicaré algo, Harry. Para que puedas comunicar mi punto de vista.

—Lo intentaré.

—Así lo espero. Porque lo que está haciendo JM/OLA en Cuba es nada más que algún ataque relámpago sin orden ni concierto. No hay una estrategia general. No hay penetración. No sé qué esperan conseguir con estos movimientos. Días atrás volaron un puente. «¿Qué comunicaciones intentaban destruir?», le pregunté a Harvey. ¿Sabes lo que me contestó? «Usted nunca nos dijo que no voláramos puentes.» Hubbard, esa clase de independencia no sirve de nada. Quiero que terminen estos sabotajes sin objeto. Quiero salvar a los cubanos de una muerte sin sentido. No me cansaré nunca de repetir que los estadounidenses que salen al extranjero deben poseer los principios más altos.

Parecía tan concentrado al hablar, que sólo al final se dio cuenta de que yo estaba tomando apuntes.

—No necesitas puntos de referencia —dijo—. Dile simplemente que he sido muy paciente, pero que la semana próxima habrá ciertos cambios.

—Sí, señor.

—Si tienes oportunidad, transmítele mis palabras a Montague.

Por supuesto, no pensaba hacer tal cosa. Podía imaginar la reacción de Harlot. Cuba era un embrollo. Las acciones impulsadas por Harvey al menos reducirían el peligro implícito de las ideas que los Kennedy tenían acerca de la guerra. La prevención de filtraciones era preferible a la dudosa búsqueda de resultados luminosos. En una carta, Kittredge me escribió acerca de esto. «Hugh está convencido de que la Inteligencia de Castro siempre será superior a la nuestra. Él tiene el poder de matar a sus traidores; nosotros sólo los despedimos. Nuestros agentes luchan por la libertad, sí, pero también por futuros beneficios en Cuba. La avaricia trae aparejada una Inteligencia corrupta. Por el contrario, mucha gente de Castro cree que se ha embarcado en una cruzada. Además, Castro conoce Cuba mucho mejor que nosotros, y utiliza para guiarse los mismos métodos que el KGB. Nosotros debemos satisfacer a los políticos. De modo que su DGI siempre será superior a nuestra CIA. En resumidas cuentas, hay que reducir las pérdidas. Por supuesto, Hugh no le habla de esa manera al presidente Jack, sino que sólo intenta sugerirle cuál es la dirección correcta. Yo, por ser mujer, y por lo tanto no del todo formal, estoy en condiciones de tomarle en cierta forma el pelo. "¿No piensa que Castro no ha enseñado todavía todas sus cartas?", le digo, y a continuación le transmito el análisis de Hugh como si fuese mío. Pero sin demasiado énfasis. Las damas deben relajar al presidente, no confundirlo. Debo decir que Jack escucha con atención. No es obcecado con sus pasiones políticas. Ojalá pudiera decir lo mismo de Bobby, que es mucho más emocional. Quizás en otra carta te hable de él.»

El contraataque de Lansdale no se hizo esperar. Si bien había manifestado su desprecio por la metodología militar, sabía muy bien cómo valerse de ella. Al sótano comenzaron a llegar cuestionarios a diario. Apenas los respondíamos, llegaban otros cuestionarios de seguimiento. Harvey le envió a McCone varios memorandos llenos de quejas:

Se nos requiere que informemos al grupo especial, Aumentado, de una manera nauseabundamente detallada, sobre asuntos irrelevantes a propósito de una operación, como la pendiente de la playa elegida para el desembarco y la composición de la arena. Se nos pide que especifiquemos las horas de desembarco y partida, lo que a menudo es imposible predecir o coordinar. Cada plan debe especificar todos los pertrechos empleados, cuando dicho plan de batalla sólo consiste en seis cubanos armados hasta los dientes en un bote de goma que tratan de eludir la guardia costera de Castro. Están haciendo todo lo posible para arruinar nuestra misión. Luego se quejan de que no pasa nada. ¿No es posible actuar de manera menos restrictiva y agobiante?

Los cuestionarios siguieron llegando durante enero y febrero de 1962. Una vez, mientras viajábamos a Miami en el vuelo del mediodía de la Eastern (al que llamábamos el «vuelo rutinario» porque siempre veíamos hombres de la Agencia, con sus respectivas mujeres e hijos, que eran trasladados a JM/OLA), Harvey me dijo: «Yo tengo las tropas, y él está sentado en su escritorio. Le enseñaré a ese hijo de puta lo que es una guerra sucia».

Nunca supe si Harvey fue el autor de la siguiente travesura, pero al oír el placer con que me la contó, no pude por menos que sospechar que, en efecto, lo había sido. En una reunión conjunta de comités de Mangosta, un coronel de apellido Forsyte, del Departamento de Defensa, se refirió a la operación Generosidad.

—El Departamento de Defensa no quiere atribuirse todo el mérito —dijo Forsyte—. No hemos hecho más que robar una de las ideas de Ed Lansdale.

La operación Generosidad era una propuesta para cubrir Cuba con panfletos anunciando que se pagarían sumas de entre cinco mil y cien mil dólares por la muerte de varios altos oficiales cubanos. Sin embargo, por la vida de Castro se pagarían dos centavos.

Lansdale se puso en pie de inmediato.

—Eso es terrible —dijo — . Totalmente contraproducente.

—¿Por qué te opones, Ed? —preguntó McCone—. ¿Acaso no está de acuerdo con tus principios?

—Diablos, no —replicó Lansdale—. Esta idea se volverá contra nosotros. No es conveniente mofarse de Castro. Debemos reconocer que la condición de vida de los campesinos cubanos ha mejorado, y no aceptarán que se lo ridiculice de esa forma.

Con esas pocas palabras, Lansdale perdió a McCone, a la mitad del Departamento de Estado, y a la mitad del de Defensa. A McCone no se le debe hablar de los logros de Castro.

—¿Qué es lo apropiado, entonces? —preguntó McCone, tieso como una estaca.

—Yo enfatizaría el hecho de que el diablo lo da todo excepto la libertad. Debemos hacerles ver que nosotros podemos darles todo lo que consiguen de Satanás, pero también la libertad.

«McCone no quiere que le hablen de Satanás —dijo Harvey—. Maxwell Turner parecía molesto. Roger Hilsman, del Departamento de Estado, no podía contener la risa. Había diez jefes alrededor de la mesa del directorio, y unos treinta lacayos detrás. Era posible cortar la niebla con la mano. Lansdale no sabe cuándo una guerra empieza a perderse.»

Una semana más tarde, en las oficinas del destacamento especial W comenzó a circular la historia de que Lansdale quería difundir en Cuba la noción de que Castro era el Anticristo, y que se aproximaba el Segundo Advenimiento. En el sótano se decía que Lansdale lo había anunciado en la reunión del Consejo Nacional de Seguridad. En una noche sin luna, un submarino estadounidense subiría a la superficie en la bahía de La Habana el tiempo suficiente para disparar luces de bengala. Esto se haría en una escala suficiente como para sugerir que Jesús había resucitado y que se dirigía a La Habana, caminando sobre las aguas. Entonces se haría correr el rumor de que Castro estaba patrullando la bahía con sus lanchas guardacostas para impedir que Cristo llegase a la playa. Si esto se hacía bien, provocaría una reacción enorme, e incluso podía hacer caer a Castro.

También se decía que un hombre del Departamento de Estado había comentado: «A mí eso me suena como eliminación por iluminación».

La historia mortificó a Lansdale. En una carta, Kittredge comentaba: «Anoche volvió a llamar a Hugh para quejarse por lo que él denomina "el bulo". Jura que no es verdad. Afirma que nunca se dijo nada parecido en el Consejo Nacional de Seguridad y que el infame rumor provino del destacamento especial W. Obviamente, sospecha de Harvey, pero a mí no me extrañaría que hubiese sido Hugh».

8

A mediados de marzo me llegó una nota de Kittredge: «Hazme un favor, Harry. Me has contado muchas cosas acerca de JM/OLA, pero de modo fragmentario. ¿No puedes darme una visión general? Ni siquiera estoy segura de saber qué es JM/OLA».

23 de marzo de 1962

Querida Kittredge:

No estaba seguro de poder satisfacer tu petición. JM/OLA es grande. Sin embargo, la semana pasada, después de recibir tu carta, pude verlo en su totalidad. Fue durante una reunión del grupo especial, Aumentado, sin duda un lugar insólito para tener una visión. Te diré que por regla general los oficiales de mi nivel no suelen estar tan cerca el uno del otro. ¿Puedo dar por sentado que estás familiarizada con el grupo especial Aumentado, su personal y su protocolo? En caso de que no sea así, permite que te diga que no debes confundirlo con el Grupo Especial o el grupo especial CI (Contra Insurgencia). El Grupo Especial se reúne en el edificio de Oficinas Ejecutivas todos los jueves a las dos de la tarde con los asesores presidenciales Maxwell Taylor, McGeorge Bundy, Alexis Johnson y John McCone a fin de repasar los hechos militares producidos en el mundo desde el jueves anterior. Cuando terminan con la agenda, llega Robert Kennedy desde el Departamento de Justicia, y entonces comienza su sesión el grupo especial CI, que tiene que ver con las Fuerzas Especiales, es decir, los Boinas Verdes. La última reunión del día, generalmente al caer la tarde, es la del grupo especial Aumentado, y está dedicada enteramente a Cuba.

La semana pasada, Bill Harvey debía hacer una presentación, y me llevó para que le echase una mano. Esa tarea puede llegar a ser molesta. Hay que arrastrar dos enormes maletines llenos de documentos a los que él, concebiblemente, puede hacer referencia. Yo soy el hombre que se sienta a sus espaldas, y me encargo de que cometa la menor cantidad de errores posible. Si alguno de los reunidos trae a colación cualquier asunto discutido en los últimos seis meses, debo estar listo para exhibir el documento pertinente. Cuando, como en mi caso, se tiene tiempo para organizar los archivos, resulta menos complicado de lo que parece, de modo que la reunión fue provechosa, por tenso que me sintiese debido a la importancia de la tarea y a la categoría de los funcionarios presentes. Confieso que siento todo el peso de la solemnidad cuando estoy en el mismo recinto con McNamara, McCone, Helms y Maxwell Taylor, y esa sensación formidable de respirar el mismo aire que esos pesos pesados siempre está presente, por mucho que bromeen entre ellos. Allí las bromas son tan amistosas como las que se gastan durante un partido de tenis. Aun así, es indudable que valió la pena asistir. ¿Cuántas veces habré pasado por los ventanales y balcones del antiguo edificio de Oficinas Ejecutivas y sentido el deseo de verlo por dentro? Si bien la sala de reuniones es lo que uno esperaría que fuese —pesados sillones de cuero con apoyabrazos almohadillados para los jefes y directores, una mesa irlandesa baja y un par de grabados con motivos de caza (corceles del Potomac,
circa
1820)— me sentía como si hubiese dejado atrás un mojón fundamental en mi carrera.

Harvey permaneció en la reunión unos cuarenta y cinco minutos. Se lo veía nervioso mientras esperaba conmigo en la antesala de la secretaria, aunque yo sólo me daba cuenta de ello por el tono de su voz. Ese hombre tiene dos voces: la no demasiado suave, que reserva para sus subalternos, y la tranquila, que usa para presentaciones en público; es ésta una voz baja, profunda, y por momentos casi inaudible. Cuando no le interesa que lo entiendan, nadie mejor que William Harvey para expresar con la mayor cantidad de palabras posible el pensamiento más simple. Ese día se le había requerido un informe sobre las actividades de los agentes adscritos a Mangosta y demás operaciones alrededor del mundo. No quiero apabullarte con detalles, de modo que me limitaré a enumerarlas. Harvey empezó refiriéndose durante algunos minutos a la operación Frankfurt. Como recordarás, Hugh participó en ella. Había que convencer a un industrial alemán, cuyo nombre en código es SCHILLING (al parecer, un viejo amigo de Reinhard Gehlen) para que enviase cojinetes defectuosos a una fábrica de herramientas de Cuba. Recuerdo que tú cuestionaste la ética de la operación, mientras que a mí me impresionó la habilidad de Hugh para convencer a un alemán, cuya reputación se basaba en la alta precisión de sus productos, de que rebajara su nivel en función de «la amenaza que representa Cuba». Quiero decir que esto no me gusta, pero he llegado a la triste conclusión de que, a la larga, la única manera de derrotar a Castro es desgastándolo. Harvey mencionó también los autobuses ingleses que pudimos manipular en los muelles de Liverpool. (El pronóstico, según Harvey anunció en la reunión, es que pronto comenzarán a averiarse.) También se explayó acerca de nuestra operación de crédito, que está utilizando avanzadas técnicas bancarias para bloquear los préstamos a Cuba. ¿Lo recuerdas? Tenemos agentes bancarios en Amberes, El Havre, Génova y Barcelona. Tú dijiste que no entendías los aspectos técnicos. Bien, yo tampoco los entiendo del todo. Actualmente, Cuba no recibe ningún producto de Europa, y casi ninguno de Sudamérica, a menos que pague por adelantado. Según Harvey informó al grupo especial Aumentado: «Éste es el resultado de una directiva de la Agencia impartida por mí, y que contó con la aprobación del señor Helms y del director McCone, a la totalidad de las ochenta y una estaciones que poseemos en el extranjero. La directiva ordena que en cada estación al menos un agente de la Agencia sea asignado al asunto Cuba. —Señaló uno de los maletines—. En esta carpeta, conforme con dicho proyecto, están las ciento cuarenta y tres operaciones puestas en marcha en consonancia con nuestro consejo paradigmático.»

BOOK: El fantasma de Harlot
5.6Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Devil's Bridge by Linda Fairstein
The Guardian by Beverly Lewis
Aspen Gold by Janet Dailey
Muck by Craig Sherborne
Bad Blood by Aline Templeton
Breaking Leila by Lucy V. Morgan
Sparks and Flames by CS Patra
Tackling Summer by Thomas, Kayla Dawn
Mystery in the Moonlight by Lynn Patrick