—No, Samuel, no. Aun en la Tierra, es casi instantáneo. Aquí no lo notamos, pero si nos quedamos ahora tranquilitos esperando el amanecer, cuando veamos aparecer los primeros rayos de sol, no sabremos si en ese preciso instante nuestra estrella sigue encendida, porque lo que veamos, hará más de 8 minutos que ocurrió. Por muy rápida que sea la luz, ése es el tiempo que tarda en recorrer los 150 millones de kilómetros que nos separan.
—Lucía: si hay algo cierto es que todos los días amanecerá, tarde lo que tarde la luz solar en llegar a nosotros.
—Al menos eso es lo que suponemos y esperamos... Mira: ¿ves aquella estrella?
—No creo, yo de noche veo menos que un gato de escayola.
—Sí que la ves, tonto; es la más brillante de todas. Aquella de allí.
Samuel nunca olvidaría cómo un segundo antes de que Lucía le hablara de esa estrella, ya la había visto reflejada en sus ojos. Entonces comprendió que esa transparencia, esa mirada inocente llena de dulzura lo había atrapado para siempre, al igual que había capturado a la estrella, alimentándose de ella, absorbiendo su luminosidad, como si poseyera un agujero negro lleno de vida capaz de embriagar y cautivar todo lo que se cruzara con su mirada. Samuel supo que nunca podría escapar de ese embrujo. Con un tremendo esfuerzo, tragando saliva y controlando el inexplicable temblor de piernas que le acababa de sobrevenir, acertó a continuar conversando aparentando serenidad.
—Es muy linda.
—Se llama Sirius y está muy cerquita, a menos de nueve años luz. Lo que vemos puede no ser cierto ahora. Esa imagen de la estrella ocurrió hace más de ocho años. Ahora Sirius igual ni existe.
—No puede ser; es demasiado bonita.
—Créeme, Samuel: nada de lo que ocurre a nuestro alrededor es completamente real. Sirius está muy próxima, pero hay estrellas que distan de nosotros cientos, miles de millones de años. La famosa galaxia de Andrómeda se encuentra a dos millones y medio de años luz. Nos podrían estar engañando: lo que vemos de ella ocurrió hace más de dos millones de años.
—No sabía que te gustara tanto la astronomía... ni que te preocuparan estas cuestiones trascendentales.
—Bueno, en realidad no suelo hablar de estos temas con nadie; ¡me tomarían por loca! De hecho no sé por qué te cuento todo esto...; dejémoslo ya.
—No, Lucía, por favor, continúa —le rogó Samuel, interesado por conocer el desenlace de su disertación—. ¿Qué querías decirme al afirmar que vivimos en el pasado?
—Que si ralentizamos todo e imaginamos que alguien puede percibir con tranquilidad el paso de nuestro tiempo, como si el transcurso de un segundo nuestro equivaliera a un año para él, y que pudiera captar el viaje del sonido, de la luz e incluso de las vibraciones que nos rodean, entonces se podría adelantar a los acontecimientos, sabría todo lo que va a ocurrir y podría interferir y cambiar nuestros destinos.
—Como si fuera Dios.
—Tú lo has dicho, Samuel; como si fuera Dios.
El día siguiente, domingo 16 de mayo, a las doce de la mañana, apareció la sexta prueba de
Kamduki
:
Prueba nº 6:
¿A qué tres países más cercanos del baricentro de AMP, que viene de GEF, podríamos navegar casi en el mismo tiempo?
Tiempo de resolución: 24 horas
La prueba número seis pudo ser resuelta sin excesivos problemas. En esta ocasión Samuel consiguió salir airoso del ataque que
Kamduki
lanzaba contra su sistema nervioso con cada una de las pruebas. A ello contribuyó su recién estrenada estabilidad emocional, la grata compañía de Lucía y, sobre todo, su inestimable ayuda. Fue ella precisamente la primera en llamar para interesarse por la dificultad del nuevo ejercicio y para ofrecerle su colaboración, que gustosamente aceptó Samuel. Quedaron en verse a las cinco de la tarde en la cafetería de siempre. Samuel llevaría su ordenador portátil y trabajarían allí el tiempo que hiciera falta. Si se hacía tarde y no daban con la solución, se habían prometido salir a cenar y luego volver a la carga hasta resolver el problema, aunque pasaran en vela toda la noche. Lo que no habían acordado era dónde, si cada uno en su casa o los dos juntos en cualquiera de ellas. Desgraciadamente para Samuel, la prueba la resolvieron en la propia cafetería. ¡Por una vez habría preferido tardar algunas horas más en hallar la solución!
En rigor no había motivos objetivos para certificar que aquella prueba era más sencilla que las demás. Pero la palabra «sencilla» necesita de la subjetividad para su existencia, porque el significado que recoge el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua es el siguiente: «Que no ofrece dificultad», y esto es muy relativo, pues lo que se muestra asequible para algunos, para otros puede resultar tremendamente complicado. La laboriosidad o sencillez de algo depende estrictamente de quien lo interprete. Por tanto, puede que las cosas no sean difíciles o fáciles; simplemente se saben o no se saben, se ven o no se ven.
La página destinada a la resolución de la prueba presentaba un nuevo diseño: no figuraba el típico recuadro para teclear la solución; en su lugar, se mostraba una relación con todos los países del mundo para que se eligieran tres de ellos.
En esta ocasión todo parecía estar muy claro: el baricentro es el punto donde se unen las medianas de un triángulo. Así que se trataba de una cuestión meramente geográfica. Había que localizar en un mapa el triángulo AMP, donde cada uno de sus vértices estaba representado por esas letras. Era necesario hallar, pues, tres puntos concretos del planeta representados por las letras A, M y P, de forma que al trazar el triángulo correspondiente, el baricentro se situara necesariamente en el mar, en un lago o en un río, a la misma distancia aproximada de tres países. La pista que debía encaminar la resolución de la prueba indicaba que los puntos geográficos A, M y P procedían de G, E y F, presumiblemente otros tres lugares. De modo que lo que había que hacer era conseguir un buen mapa, establecer las distintas correspondencias posibles, buscar lugares geográficos que comenzaran con esas letras y comenzar a dibujar triángulos, a medir sus lados y trazar medianas hasta dar con un baricentro que cumpliera las premisas del enunciado.
Cuando se encontraron en la cafetería, Samuel ya tenía preparado el material básico de trabajo: varios mapas físicos y políticos, un par de reglas, lápices, gomas y una relación de las posibles correspondencias entre las letras. Había configurado dos grupos, de modo que en el primero, destinado a las letras A, M y P, daba cabida a un amplio abanico de posibilidades: ciudades, capitales de provincias o de cualquier otra subdivisión, capitales de países, cabos, puertos, aeropuertos, montes, etc. Pero para el grupo destinado a las letras G, E y F, se había quedado sólo con la posibilidad de que fueran países o, como mucho, subdivisiones territoriales. Y estaba efectivamente en lo cierto. Lo que no podía imaginar era que Lucía fuera tan rauda en encontrar la solución.
Una vez acabó su infusión le pidió a Samuel que le dejara la lista de países que comenzaban por las letras G, E y F, pues pretendía anotar al lado las respectivas capitales. Así pudo ver enseguida la relación directa del grupo de ciudades: «Atenas, Madrid y París» con el de naciones «Grecia, España y Francia». No tuvieron más que trazar el triángulo para comprobar que el baricentro se situaba en un lugar del mar Mediterráneo cercano a la costa y, prácticamente, a la misma distancia de Mónaco, Francia e Italia.
Samuel no supo determinar si la prueba fue demasiado simple, si con lo grande que es el mundo —y no siendo rigurosos con las distancias— el ejercicio admitía más de una solución o si los concursantes que quedaban eran formidables competidores, pero la cuestión fue que sólo una veintena de los participantes supervivientes no dieron con la respuesta correcta, lo cual suponía que, a falta de sólo tres pruebas, quedaran en liza aún más de novecientas personas. Y eso pareció enrabietar a los responsables de
Kamduki
, que unas horas después de que expirara el plazo para la resolución de la prueba número seis, emitieron un comunicado un tanto desafiante: anunciaban que las tres pruebas que restaban tendrían una dificultad extrema y que, en caso de que nadie resolviera alguna de ellas, se consideraría ganador aquel participante que hubiese invertido menos tiempo en la resolución de las anteriores. Era evidente que ese sistema de desempate no le favorecía mucho.
La séptima prueba no se iba a hacer de rogar, pues tenía prevista su aparición en sólo unos días, concretamente el viernes 21 de mayo, a las siete y veinte de la mañana. A Samuel no le gustaba ni el día ni la hora, porque sabía que necesitaba de la ayuda de Lucía y, para ello, hubiese sido preferible que el nuevo desafío comenzara en sábado o en domingo. Cierto es que las bases no lo permitían, pero si había llegado hasta allí había sido gracias a ella, a su extraordinaria clarividencia para con las pruebas cuarta y quinta. Puede que la sexta la hubiera logrado resolver sin su ayuda y, quién sabe, igual hasta las venideras, pero a él nunca le interesó la idea de proclamarse el más sagaz, ingenioso o inteligente, ni le preocupaba lo más mínimo hacer trampas, porque no se trataba de una cuestión de honor. Lo que realmente anhelaba era alcanzar ese premio que le brindara la independencia económica para disfrutar el resto de su vida de la plena libertad.
Samuel se levantó a las siete en punto, justo cuando sonó el primero de los tres despertadores que había programado. Comprobó con satisfacción que su conexión a Internet le seguía siendo fiel. A la hora exacta prevista apareció la séptima prueba. Su enunciado hacía presagiar la consumación de la amenaza de los creadores de
Kamduki
; la inclusión de su nombre le provocó un profundo escalofrío.
Prueba nº 7:
La gloria fue para Samuel, pero otro te mostrará el camino
BUSCA AHÍ
EN EL ARCA
A 34 PASOS
AARON RIP
7 CASI FUE
PERO DIME
EL EXACTO
VERAS ORO
¿Cuántos había?
Tiempo de resolución: 12 horas
¿Qué hacía su nombre allí? ¿Se trataba de una siniestra broma? Samuel apenas prestó atención al resto del enunciado. No podía ser una casualidad: su nombre, sin ser especialmente inusitado, tampoco era muy común. Y luego, el contenido de la frase: «La gloria fue para Samuel, pero otro te mostrará el camino». Parecía como si, hablando en pasado, estuvieran profetizando su futuro triunfo. La gloria, el éxito sería para él, pero otro le indicaría el camino, la forma de conseguirlo... «¡Santo Dios, Lucía!
»
—exclamó para sí—. Ella le estaba ayudando, mostrando el camino... ¿Pero qué macabra burla era esa? ¿Cómo podían saber...? Estaba inmerso en esas retorcidas reflexiones cuando sonó el telefonillo de la puerta. Era Lucía.
Los nervios se apoderaron de su cuerpo. Bloqueado, no atinaba a elegir qué tarea acometer: hacer la cama, arreglarse, ordenar un poco la casa...
—Buenos días, Samuel —Lucía le obsequiaba con una radiante sonrisa.
El aroma natural de su piel impregnaba todo el rellano y comenzaba a inundar su propia casa. Sentía cómo su perfume traspasaba su cuerpo, encorsetado aún en los nocturnos efluvios de las sábanas. Una gorra de color rojo fuego cubría su cabeza. Áureos flecos parecían recogerse a modo de visillos para dejar expedito el paso a la aurora de la mañana, personificada en la radiante hermosura de su tez. Estaba espléndida.
—Lucía, no te esperaba, yo...; la casa está algo desordenada... —farfulló Samuel aturrullado.
—¿Puedo pasar? Se enfrían los churros.
Sin dejar de sonreír, Lucía levantó la mano para mostrar a Samuel el servicio de desayuno, café incluido, que le llegaba directamente a casa. Colgado sobre su hombro llevaba un bolso con su ordenador portátil. Eran poco más de las siete y media de la mañana.
Tenían doce horas por delante y era imposible determinar en aquel momento si aquello sería mucho o poco tiempo. Lo que sí tenía Samuel claro era que la ocasión merecía ser disfrutada con tranquilidad. Por ello, desayunaron y departieron sobre temas banales, hasta que Lucía tomó la iniciativa.
—Bueno, manos a la obra... que igual luego nos pueden hacer falta estos minutitos.
—Que será lo más probable —coincidió Samuel.
Se sentía orgulloso de Lucía, por el esfuerzo que acababa de hacer, madrugando y tomándose el día libre en su trabajo para enfrascarse en la escabrosa tarea de intentar resolver un previsiblemente espinoso problema de ingenio, habiendo confesado que los pasatiempos de ese tipo no le gustaban lo más mínimo. Entonces, ¿por qué lo hacía? —se preguntaba—, ¿por su innata abnegación por ayudar al prójimo, por la amistad que les unía o... porque disfrutaba estando a su lado?
—Sí, es curioso que aparezca tu nombre —reconoció ella—. Pura coincidencia; es más que probable que haya algún otro Samuel entre los novecientos supervivientes, y puede que algún Aarón... Por cierto, ambos nombres son bíblicos.
—Lo mismo que el Arca.
—Eso parece, aunque desconocemos si se refiere al Arca de Noé o al Arca de la Alianza.
Durante unos minutos, ambos se mantuvieron inmóviles, estudiando detenidamente el enunciado.
—No sé... —intervino Lucía—, no creo que tengamos ante nosotros un criptograma clásico.
—¿A qué te refieres?
—En los criptogramas, el contenido del mensaje debe sustituirse siguiendo un patrón determinado. Se suelen descifrar procediendo a reemplazar cada letra, número o símbolo por otros, de acuerdo con la pauta establecida por el autor, pero en este texto cada frase tiene sentido por sí misma o entrelaza con la siguiente... No parece que haya que sustituir nada.
—Igual no se trata de un criptograma.
—Puede, pero tampoco debemos descartar la idea de que estemos ante un documento cifrado. De momento, necesitamos abundante información: vamos a investigar todo lo que podamos sobre las palabras claves del ejercicio —propuso Lucía tomando el mando de las operaciones.
Cogió un folio y anotó la siguiente relación de palabras:
Samuel: amigos y conocidos
Aarón: muerte
Arca de Noé
Arca de la Alianza
34 pasos
—Comencemos con los protagonistas principales: investiga a tu tocayo que yo me ocupo de Aarón —continuó Lucía—, a ver qué encontramos. Debemos prestar atención a cualquier cosa que veamos relacionada con el oro y con el número 6, porque dice que
7 casi fue
. ¡A la carga!