—¡El temblor! —dijo Gharin relacionando lo hechos. Rexor se volvió a él con un gesto entre la sorpresa y el reconocimiento.
—¿Qué temblor? —preguntó Forja extrañada—. Perdonad que no entienda nada. Todo esto me suena tan extraño—. Akkôlom la invitó a la paciencia con un gesto.
—Los estratos temblaron. La Gran Cadena Mágica se estremeció, como en una sacudida. Aunque sólo aquellos de gran sensibilidad espiritual hayan podido captarlo. La última de las señales de la vieja profecía: el Anuncio del Advenimiento.
—¿Qué profecía? ¿Qué maldito Advenimiento? ¿De qué estás hablando, Rexor?
—La profecía oculta en la Vieja Letanía de la Flor de Jade, mi querido Allwënn. La misma que el sabio Arckannoreth creyó desentrañar y que plasmó en sus «Enigmas». La llegada de un Enviado de los Dioses.
Allwënn frunció el ceño como si lo que acabase de escuchar no solamente fuese improbable. Sonaba aún más disparatado en los labios del Guardián del Conocimiento, pero no pudo articularle réplica. El discurso había continuado.
—Busqué, entonces, al Maestro del Templado Espíritu, El Venerable Ishmant —añadió señalándolo con su mano. Todos los ojos se fueron a aquella figura sombría que observaba desde atrás. Ishmant seguía inalterable—. Logré convencerle para que abandonase de su voluntario exilio. Le pedí que me acompañara en esta descabellada empresa que estoy dispuesto a acometer. Y él aceptó. Pronto nos separamos en nuestro viaje. Seguimos caminos divergentes que respondían a objetivos distintos pero salvaguardar la identidad y las finalidades que perseguíamos se convirtió en nuestra máxima prioridad. El Venerable viajó más al sur buscando el origen del temblor. Su epicentro.
—Y lo encontré —anunció solemne aquel monje avanzando desde su atrasada posición—. Muy al sur. En los Páramos Yermos. En el interior de una gruta escondida entre sus quebradas.
Los chicos se miraron entre ellos. ¡No podía ser cierto!
Aquella gruta... era, sin duda...
—Pronto descubrí un rastro y ese rastro delató nuevas presencias. Indicios inequívocos que no tardé en reconocer. Pensé que Cleros estaba de nuestra parte. Aquellas marcas me condujeron hasta el Arco y la Espada. Y al tesoro que ellos habían protegido sin saberlo.
—Gharin, el Arco y Allwënn, la Espada —clarificó Rexor como una presentación al resto de la concurrencia.
—¿Allwënn? ¿Murâhäshii Allwënn? —se sorprendería el tullido lancero—. ¡Debo considerarme un elfo afortunado por haberos combatido y continuar respirando!
Allwënn le lanzó una mirada severa. No le gustó nada el tono mordaz con el que aquel marcado había dicho aquellas palabras. Rexor dejó pasar el detalle y continuó.
—Celebro vuestra presencia aquí —reconoció aquel gigante león con un noble gesto—. Muchos fueron en el pasado los momentos que compartimos. Grandes las victorias que celebramos y muy duros los quebrantos que padecimos. Significa mucho para mí que asistáis a este encuentro, porque temí haberos perdido para siempre.
Ishmant continuó hablando.
—Gharin y Allwënn no viajaban solos. Habían recogido a un grupo de humanos. Desorientados, extraños y asegurando cosas que no caben en el sano juicio. Muy cerca. Demasiado cerca del epicentro.
Rexor se mesó la blanquecina perilla que alargaba su mentón de felino con preocupación y quedó un momento en silencio, pensativo.
—Esto modifica mucho mis planteamientos —dijo el félido al fin—. No había calculado esta posibilidad. Esto me obliga a replantear algunas estrategias.
Los chicos estaban perdidos.
Habían llegado hasta allí con la esperanza de encontrar esa persona que les ayudara y con cada nueva noticia que salía a la luz, llegaban nuevos interrogantes y ninguna respuesta. Estaba claro que todo aquello estaba de algún modo motivado por su aparición en aquel extraño mundo. Por extraño que pudiera parecerles, alguien más lo había notado. Alguien más lo sabía. Cansados de mirarse entre ellos y no entender nada, Alex decidió intervenir.
—Todo esto también es muy extraño para nosotros —comenzó a decir—. Si alguien nos escucha quizá.
Rexor detuvo su intervención con un gesto.
—Habrá tiempo para eso, muchacho —le aseguró dejándole con la palabra en la boca. Alex se sintió frustrado y quiso continuar a pesar de aquel evidente gesto.
—¡Pero es cierto! —exclamó—. Nosotros aparecimos en esa cueva y si alguien escucha nuestra historia… —Rexor volvió a interrumpirle, pero esta vez sus palabras dejaron al chico sin ellas.
—Lo sé —manifestó firme—. Conozco vuestra historia. Y créeme, hijo, que nadie le dará más crédito que el que yo le he dado.
La voz grave de aquel félido envolvió aquella sentencia que sobrevoló a los presentes. Todos quedaron sorprendidos ante aquella revelación. ¿Cómo podía aquel enigmático ser conocer los detalles de algo que nadie le había contado? Rexor se sintió con el deber de aclarar aquella tajante convicción.
—Yo me desvié mucho antes. Necesitaba sumar nuevas voluntades. Lo que pretendo iniciar no puedo hacerlo solo. Mis viejos aliados, El Círculo de Espadas, al que Gharin y Allwënn pertenecían se había roto y desmembrado. Después de tantos años apenas si tengo vagas ideas de dónde pueden caminar sus destinos, si es que aún caminan. Por eso, su presencia aquí es tan importante para mí. Sin embargo, recordé dónde se encontraba un viejo camarada. Hacía muchas décadas que había regresado a la seguridad del anonimato pero su aura legendaria aún pervive en muchas historias. Su leyenda le sobrevive y siempre fue un valioso aliado. No en vano, tanto él como la Hermana Äriel, Jinete del Viento de las Hermanas Dorai de Hergos a punto estuvieron de evitar el desastre.
Allwënn alzó la mirada con malevolencia cuando escuchó aquella referencia a su fallecida mujer. No conocía aquellos datos y eso le puso en guardia.
—Estuvimos juntos en los Montes del Sagrado donde no pudimos evitar que el enemigo se hiciese con el Cáliz del Sagrado, la vieja reliquia Jerivha que custodiaban sus muros inmortales. La misma pieza con la que el Demonio Némesis fue convocado. Él aún guarda marcas profundas de aquel día—. Akkôlom se llevó su mano por inercia a las severas heridas que surcaban su rostro y bajó su mirada avergonzado. Rexor le miraba con fijación, el resto comenzó a darse cuenta del sentido de aquella mirada—. Volví para pedirle ayuda y él me la concedió. ¿No es verdad, Ariom?
—¿Asymm’Ariom? ¿El Shar’Akkôlom?
—Es... cierto, Poderoso—. Todo el mundo miraba aquel elfo marcado con sorpresa, especialmente quien había sido su compañera, su pupila, como si ante ella se hubiese descubierto un nuevo ser.
—¿Tú eres el Shar’Akkôlom? —preguntó Gharin con sorpresa. Allwënn también le miraba, pero en sus ojos no había fascinación o asombro por la noticia sino un sentimiento mucho más habitual en el mestizo: fiereza. El ‘Shar’Akkôlom era un personaje de una reputación extraordinaria entre los guerreros y aventureros. Pertenecía a la leyenda popular. Muchos le consideraban un mito. Un elfo solitario cazador de dragones. Allwënn jamás le había tratado antes de aquel desafortunado y peculiar encuentro en el que casi acaba ensartándolo con su espada. Aunque había oído hablar mucho de él. Lo que no encajaba es que aquel elfo hubiese tenido algún trato con su fallecida esposa. Las palabras de Rexor invitaban a pensar lo contrario. Äriel jamás le había hablado de aquel guerrero. Pensar por qué razón le ocultaría algo así le envenenaba la sangre y la sola idea de pensar que aquel desfigurado lancero tuviera algo que ver con ella le llenaba de furia. No pudo evitarlo. En algún momento posterior de aquella noche, una vez acabada la charla que en aquellos momentos se daba lugar, Allwënn no dudó en abordarle.
Ariom, aquél Akkôlom que yo conocí, aún se resentía de su tremendo combate con el semielfo. La herida del tórax no había alcanzado ningún punto vital, pero resultaba muy molesta aún vendada y tratada con magia. Aquella desgarrada fuerza de su adversario le desconcertaba al tiempo que le fascinaba. Sin embargo, pronto sentiría hacia el robusto semielfo una particular aversión. Una aversión que no se nutría de su perceptible mezcla de la sangre. Ni siquiera con las más que predecibles marcas enanas de su constitución, como hubiese sido de esperar por cualquier otro hijo de la estirpe de Alda celoso de su pureza de sangre. Aquella particular antipatía, aquella velada hostilidad hacia el mestizo tenía otras y más profundas razones. Razones que entraban dentro de la esfera del pasado y de lo personal. Ya estaba presente cuando Allwënn le dio los primeros motivos para odiarle, apenas le abordó poco después.
—¿De qué conocías a mi esposa?
—¡Murâhäshii! ¡Cuánto honor! ¿Mis heridas? Bien, gracias —ironizó el lancero—. Me llamo Ariom, encantado de conocerte.
Allwënn clavó sus ojos hirvientes en aquel elfo herido.
Sus pupilas, al contrario que la superviviente del mutilado lancero, resultaban mucho más sinceras. Ocultaba peor los sentimientos. Tenían el color verde, propio de elfos, pero la franqueza clara y nítida de las rabiosas pupilas Mostalii.
—No bromees conmigo, elfo o tu único ojo peligrará también. Respóndeme. ¿De qué conocías a Äriel?
—Fue mi compañera —le dijo aquél borrando toda ironía de su rostro mutilado—. Fuimos viejos amigos.
—Era mi esposa —arremetió el mestizo.
—Äriel era una Virgen —contestó el lancero dudando de la veracidad de aquellas palabras. Pero lo cierto es que conocía bien aquella historia... demasiado bien.
—Nunca me habló de ti, marcado—. Allwënn le miraba como si buscara encontrar la mentira en sus ojos antes de que le respondiese.
—Eso, mestizo... —le dijo muy serio—. No es algo que debas reprocharme a mí.
Ariom trató de acabar en ese punto su charla con aquel guerrero pero Allwënn le agarró del brazo evitando que se marchase.
—He matado a hombres por mucho menos—. Ambos quedaron mirándose apenas a un palmo del otro. Aquel lancero se percató al instante que aquél tema hacía vulnerable al guerrero que tenía en frente, le torturaba y le escocía como ningún otro. Supo que si quería hacerlo sufrir bastaba con alargar aquella agonía. De un brusco tirón se desenganchó de la presa y continuó su camino. Aquel bastardo mentía. Mentía o no decía toda la verdad. Le escocía el alma imaginar a Äriel la criatura que amó hasta desfallecer, la desgarrada pieza de su alma, compartiendo momentos con aquel marcado. Imaginar su piel acariciada por otras manos, sus oídos escuchando palabras de otros labios le ensangrentaba el alma y el recuerdo.
Sentía celos, unos celos viscerales, incontrolables. Unos celos inhumanos de ese incierto pasado, de ese momento, tal vez; anterior incluso a su primer encuentro con ella. Pero ¿qué importaba? Äriel era todo lo que le quedaba en esta vida. Nadie pudo jamás amarla como su torturado corazón llegó a hacerlo. Aquel recuerdo le pertenecía y no estaba dispuesto a compartirlo con nadie. Menos aún con un elfo desfigurado.
Si por él hubiese sido, le habría cortado en aquel mismo momento las manos que quizá tocaron su pelo, arrancado los ojos que probablemente recorrieron su piel y la lengua que tal vez le dijo palabras en su oído. Pero no era ni el momento ni el lugar. Aquello, estaba claro, no iba a quedar así.
Sin embargo, todo eso sucedería más tarde. En aquel momento, era otra mirada la que echaba en cara cosas al lancero.
Forja estaba asombrada. Miraba a Ariom como si no fuese capaz de reconocerle.
—¿Le conocías? ¡Le conocías! —reafirmó ella ante la evidencia.
—Si, Foja, le conocía —reconoció el lancero habiendo sido desvelada su relación con Rexor.
—Entonces... entonces ¿por qué? ¿Por qué fingisteis? —La mestiza se sentía como una estúpida a la que han tomado el pelo descaradamente—. ¿Qué razón había para todo aquel teatro? ¿Para qué hacernos creer que solo era un vulgar mercenario?
—Para protegeros —respondió Rexor salvando del apuro al Shar’Akkôlom—. A ti y al chico.
—¿Qué chico? —Ahora la que preguntó fue Claudia. Rexor volvió la mirada hacia ella y la joven sintió el calor de aquellas pupilas anaranjadas en su carne. Entonces la mirada del félido se perdió tras ella y esbozando una sonrisa señaló con su dedo hacia el umbral de la puerta a su espalda.
Todas las cabezas se volvieron hacia mí
.
—Dios santo ¡No puedo creerlo!
Sentí aquellas miradas de incredulidad atravesarme de parte a parte. Sus ojos queriendo salirse de sus órbitas. Parpadeando como si estuviesen contemplando a un fantasma. Quizá no era para menos, pero mi rostro poco se diferenciaba de los suyos. Lo último que esperaba cuando Ariom, alertado ante la inesperada presencia de visitantes y en ausencia de Rexor, ordenó que me escondieran apresuradamente fuera de aquella habitación es que aquellos que llegaban y que tanta suspicacia despertaban en mi protector, iban a ser precisamente mis antiguos compañeros.
Breddo había vuelto a buscarme y con él entré de nuevo en aquel salón. Ya había perdido la esperanza de volver a encontrarme con aquel par de semielfos y el resto de mis forzosos compañeros de infortunio. Les hacía a decenas de kilómetros de allí. Lo último que podía suponer es que al final nuestros destinos volverían a cruzarse. En algún punto debimos tomarles la delantera, probablemente durante su desvío a los Valles Hundidos. Pero ¿qué importa eso? Estaban allí. Mi rostro apenas podía ser lo bastante fiel a la alegría que me embargaba.
—¡Chicos... ¿pero...?! ¡Estáis aquí! ¿Cómo...?!
—¡Estás vivo! —Claudia fue la primera en reaccionar—. ¡Estás...! Oh, Cielos ¿cómo es posible? Te vimos desaparecer en la corriente.
En unos instantes fui rodeado por mis viejos compañeros. Todos querían tocarme, abrazarme y me asediaban a preguntas. No podían explicarse cómo había podido sobrevivir.
—Ella me rescató —dije señalando a Forja—. Había una ciudad colgante en lo profundo del bosque llena de refugiados de muchos lugares... y... —al cruzar la mirada con la semielfa me percaté de que estaba hablando demasiado y que ella me reprendía con la mirada—. Pero... es un secreto. No podéis decírselo a nadie.
—¿Una ciudad colgante? ¿Que ella te rescató? —mi descuidado comentario abrió las sospechas de Allwënn que se apresuró a preguntar extrañado—. ¿De qué demonios hablas, chico?
—Esos bosques esconden un campamento de refugiados —nos aleccionó el Shar’Akkôlom después de tranquilizar a Forja con un gesto—. Exiliados de la guerra. Los supervivientes de los viejos Ducados se esconden allí. Una antigua Dama de Keshell, Diva Gwydeneth y yo ideamos aquel refugio. La vida de varios centenares de humanos dependen de que este secreto nunca se conozca. Hay una red de puestos de vigía ocultos por todo el bosque. La patrulla de Forja os siguió desde que tuvimos constancia de vuestra entrada. Ellos sacaron del río al muchacho.