Bajo el árbol sagrado crecen siempre las flores de Soll. Son grandes y firmes de pétalos anaranjados y potente aroma. Estas flores son germinadas por un curioso insecto que llaman Therashoi que produce un nutriente que deja en la planta al polinizarla. Después de la primera luna roja en la que la flor haya sido cubierta por el ignorante insecto, las flores de Soll son cortadas y trenzadas por habilidosas manos antes de pasar la primera fase de secado, controlado en todo momento por el maestro. Cuando los gruesos pétalos empiezan a endurecerse, lo que ocurre en sólo unas horas, pero aún son flexibles, reciben en su cara externa la Bruna, que es un baño en un líquido acuoso que al secarse sirve de película impermeable. Entonces las flores reciben el caldo y se procede a su sellado.
Las flores preñadas de sustancia vuelven a secarse hasta que endurecen totalmente adquiriendo la firmeza de la madera. Sólo en ese instante están listas para pasar a la bodega donde madurarán y envejecerán bajo estrictas condiciones, algunos confiesan que durante siglos. El resultado es este néctar providencial, sólo al alcance de unos pocos privilegiados. Muy pocos hay en todo el mundo conocido que puedan decir que estuvieron en presencia de este licor. Menos aún, aquellos que puedan afirmar haberlo probado. Los elfos no comercian con él salvo en cantidades insignificantes, las pocas flores fuera del Asûur probablemente se encontraban en las más refinadas mesas de príncipes, reyes y nobles. Ni siquiera puedo imaginar cómo llegaron estas tres flores a las bodegas de Rudá. Sólo me resta suponer que acabaron allí mucho antes de que fuese ocupada la abadía por la Orden de Kallah y que sus monjes ni siquiera supiesen del tesoro que se escondía en sus bodegas. Lo que vamos a hacer hoy es un pecado a los ojos de los elfos, digno de un desprecio mayor que el de ser marcado en el rostro. Pero ese es el descaro del que goza el ladrón y también nuestra mayor fortuna. ¿Qué razón existe para guardar un tesoro? Así que… aspiremos su aroma profundamente, bebamos suave y entremos en la leyenda.
Todo el mundo bebió...
A Odín y a Alexis, buenos amantes de la cerveza le entusiasmó aquel sabor rugoso y metálico que poseía la bebida enana de tan gélido tacto que ofrecía el medioenano. Sin embargo, nada pudo rivalizar con el extraordinario licor ofrecido por el medioelfo. Claudia, al igual que Gharin tan sólo probaría un pequeño sorbo del pesado brebaje enano y prefirieron llenar sus copas con el elixir elfo de proverbial nombre. Ni siquiera Ishmant pudo resistirse a sus encantos. Fueron horas divertidas de risas y anécdotas.
En ese clima de distensión Claudia iba a recibir una proposición que no esperaría.
—¡¡Callad!! —gritó Allwënn a una masa encendida de ánimo y risa. Pero esta vez, como muy raras ocasiones sucedía al aflorar una orden de sus labios, éstos se plegaban en una sonrisa cargada de malicia e intención... y bastante alcohol. Aquellos ojos anunciaban que en la cabeza del elfo rondaba una idea perversa—. ¡Silencio! Voy a sugerir algo.
Poco a poco y extrañados el grupo cayó. Las miradas se dirigieron por inercia a Gharin. Cuando Allwënn tenía un arranque como ese, cualquier cosa podía estar ocurriendo. Por ello los jóvenes se acostumbraron a mirar a los ojos de Gharin. Si aquellos se alteraban, entonces algo serio podía estar pasando. Si las pupilas azules del elfo no mostraban tensión, entonces Allwënn bromeaba. Y en esta ocasión Gharin vertía licor en su copa como si nadie hubiese interrumpido la fiesta.
El medioenano continuó sin apartar su lacerante mirada de los ojos negros de la chica, la única un tanto intranquila. Ignoro si por la situación o por el castigo de las pupilas del apuesto mestizo.
—Pocas aves salvo las lechuzas y los búhos se atreven a cantar en noches tan oscuras y frías como esta madrugada. Sólo el gemido del viento endulza nuestros oídos y nada más ha de esperar un guerrero que recorra las tierras altas. Pero... esta noche es una noche especial. Una noche en la que la canción del viento se hace insuficiente... ¡¡Quiero emborracharme una vez más!! Pero no únicamente de los licores que mi buen amigo afanó sin decirme nada... quiero embriagarme con el más dulce de los vinos—. Por primera vez apartó los ojos de la chica para cerrarlos durante un instante. Aquella sintió un eléctrico fluir cálido por su espalda y un nudo comenzó a obstruirle la garganta. Empezaba a temer cual sería la petición.
—¡Gharin! Dejemos que ellos sean la música esta madrugada—. El rubio semielfo entendió el matiz secreto de las palabras de Allwënn y descubrió la petición que en ellas habitaba. Sin decir palabra se levantó y marchó hasta los caballos. Cuando regresó lo hizo con dos instrumentos: el laúd que ya conocíamos y una guitarra. Era de formas y dimensiones similares a la guitarra clásica tan conocida y habitual entre nosotros pero mucho más esbelta y ornada. El laúd lo entregó a Alex y la guitarra acabó alojándose, acunada entre las piernas blancas de la joven y sostenida por sus manos lívidas y suaves.
—No puede faltar esta noche tu voz, Claudia. Así, si me concedéis el privilegio... solo deseo que cantéis como sé que sabéis hacerlo. Que el poderoso Ishmant no os ha escuchado y temo que a pesar de todo lo visto y oído, su vida no esté completa hasta que tu garganta no se lo demuestre.
Claudia tenía la boca seca...
El pecho le palpitaba con locura y ya había perdido la esperanza de poder contener el rubor en sus mejillas. Sin embargo, sus pupilas se habían anclado en las bahías verdes que rodeaban la negra pupila del elfo, como si no quisieran desfondar nunca. Al tiempo, otros ánimos se unieron al primero y pronto todo el mundo pedía a Claudia una canción. Antes de darse cuenta se vio rasgando las vivientes cuerdas de la fabulosa guitarra de elfos y deleitando a todos con su templada y hermosa canción.
Allwënn miró a Gharin satisfecho. Aquel le sonrió. Ishmant, como hechizado, apenas si se movió. La música animó aún más la entrada noche y los humanos dieron buena demostración de sus indudables cualidades como músicos, pero en un momento, sin saber muy bien cómo, los instrumentos regresaron a sus dueños y la petición de canto se tornó, cambiando de bando. Después de algunos intentos frustrados de evasión, al fin se decidieron a complacer a una audiencia entusiasmada.
—«Una antigua canción que compusimos hace mucho tiempo»—. Así fue presentada a través de los finos labios del elfo de rizados y abundantes cabellos dorados, justo antes de que sus dedos acariciaran los tensos hilos musicales del pequeño instrumento.
Alex abrió los ojos sorprendido y miró a sus amigos. También Odín le miraba. Y Claudia. No solamente aquellos primeros acordes ya apuntaban la sensibilidad de quien los compuso. Ya sus dedos hábiles demostraban una insospechada destreza y una innata cualidad para rozar las cuerdas. Además, el propio laúd parecía cantar de manera diferente cuando eran los gráciles dedos del elfo quien lo rasgaban. Sorprendió aún más si cabe contemplar a Allwënn tocando la guitarra. Era extraño observar a ese hombre de manos recias y brazos musculosos acunar con santísima suavidad el frágil instrumento y que sus dedos callosos robasen con tanta destreza y rapidez las notas a las cuerdas. Era una transformación increíble. El enano se desvanecía entonces por completo, de la misma forma que se marchaba el elfo cuando empuñaba una espada y cargaba a la batalla. Todos sus movimientos, cada insignificante gesto tomaba una dimensión distinta. Dudo que sea capaz de transmitir tanta elegancia con el único poder de las palabras. Desisto de antemano.
La voz de Gharin era un suave susurro dulcificado y leve. Cálida pero muy femenina. Apenas podía distinguirse con certeza si provenía de una garganta de hombre o acaso era una mujer la que cantaba a través de su garganta. Se quedaba en esos tonos ambiguos que hacían imposible despejar la incógnita. Con todo, resultaba una voz sólida, de textura recia cuando la hacía subir.
Luego dio paso a su compañero. Tenía la voz templada. Una voz masculina sin duda, potente y sonora que llenaba la escena y la modulaba con una sencillez casi imposible. Cuando alzaban y levantaban sus voces unidas, Gharin descargaba un torrente agudo y lírico mientras que Allwënn era capaz de desgarrar su voz en un caudal quebrado y poderoso. ¡Qué magnífico dúo! ¡Qué dos seres tan especiales!
Los músicos comentaron durante muchos días aquel recital pues jamás habían oído cantar a nadie de tal manera. Aprendieron mucho y se inspiraron largo tiempo en la forma de hacer, modular y tocar de los elfos a quienes incluso llegaron a pedir en más de una ocasión consejo. Sin embargo, Allwënn resultó el centro de atención de la joven Claudia aquella noche.
De la misma manera que una vez fue el temperamental elfo quien quedó preso de su voz, esa madrugada resultó ella la hechizada. Y no quizá por descubrir las indiscutibles cualidades que tenía para la música, sino por comprobar que aquella atormentada alma también se expresaba con notas y sones, también se proyectaba con lo que para ella resultaba el mismo mundo y su razón de existir. Ella era músico y descubrir que aquel extraño ser de terrible temperamento también utilizaban el lenguaje de la guitarra para expresar sus abismos le provocaban una conexión indescriptible. Sin embargo, resultaba esa distancia de Allwënn, ese misterio que envolvía todo lo que pertenecía o rodeaba al irritable elfo, capaz de rozar los dos extremos, la que lo convertían en objeto de atracción irremisible.
Aquella noche, Allwënn se mostró inusualmente cercano con los jóvenes, de los cuales, si lugar a dudas eligió a la muchacha como preferida. Para ella fueron momentos de fantasía. El bravo mestizo, no se sabe si por el efecto desinhibidor de los licores o con alguna otra intención oculta, pasó la mayor parte del tiempo con ella, a la que prodigó simpatías, con la que danzó y dedicó algunos bellos piropos. Tan repentino cambio de humor sorprendió a la mayoría. La primera, la joven, para quien todo aquello tenía más trazas de ser algún tipo de sueño del que temía despertar en lo mejor. Al resto de los humanos por lo inusual que era ver al híbrido reír y bromear.
Y para Gharin...
Bueno… la fascinación de Claudia por su amigo fue algo que no pasó desapercibido para el atractivo elfo. Aunque él descubrió algo más...
Una vez todo volvió a la calma...
Los jóvenes dormían. Allwënn, más acorde con su personalidad habitual se había internado en el bosque. Ishmant, que aunque más reticente a la fiesta, también acabó bebiendo, cantando y bailando como todo el mundo. Se acercó a Gharin que contemplaba las pulsantes luces del firmamento a unos cien pasos de la hoguera. Allí, consumidos por las sombras del bosque que difumina colores y ensombrece perfiles, el guerrero se aproximó por la espalda del elfo con tanta vaguedad que ni sus afilados oídos pudieron delatarle. Gharin supo que estaba acompañado cuando la voz de Ishmant le entresacó de sus pensamientos.
—La melancolía es como una hoja con dos filos. O envenena o produce bellas obras de arte—. Las palabras de Ishmant tenían un objetivo muy claro. Gharin se sentaba solo sobre una piedra alzada y hacía sonar su laúd, momentos antes de ser descubierto—. ¿Que te ocurre muchacho? El laúd sólo te ha acompañado cuando querías seducir a alguna mujer—. Gharin suspiró profundamente.
—Ya ves. Todo cambia —contestó lacónicamente, sin dar más intención a sus palabras. Ishmant se sentó junto a él en la piedra.
—No te esfuerces es esconderlo. Sé lo que ocurre. Pocas cosas pueden escaparse a mis ojos. Y lo he visto.
—¿Ver, qué? —buscaba vanamente comprobar la certeza en las palabras del guerrero. Pero quien se sentaba frente a él no solía equivocarse con eso
—La batalla en tus pupilas. Que tu siempre amigo ha sido tu enemigo durante algunos momentos de esta noche—. Gharin aguardó un momento en silencio reconociendo su derrota ante la inexplicable habilidad de quien le acompañaba. Al fin, delatado, dejó a un lado el laúd y se encaró con el guerrero.
—Supongo que para él es un juego —exclamó irritado como pocas veces se le había visto—. Estaba borracho y dudo que mañana recuerde lo que ha pasado hoy. Sin embargo, está empezando a hacer creer a esa joven cosas que son imposibles. Ella le mira como si fuese un Dios encarnado... y un instante con él bien valdría su propia vida y su alma, si pudiera pagarlo.
—¿Te asombra ahora? —añadió Ishmant pausadamente—. Eso es lo que tú has representado para miles de mujeres durante tanto tiempo —le replicó con mucha serenidad aquél—. Eso mismo han visto en tus ojos y el mismo precio o incluso más elevado te he visto cobrarles para luego olvidarlas tras unas horas de placer. ¿Por qué hoy te irrita que lo provoque tu amigo?
—¡¡Por los Altos Patriarcas de la Dama y toda la cohorte divina!! —se desahogó en un arrebato—. He probado miles de mujeres, de todas las razas, de todas las culturas. Sé que he sido cruel con muchas de ellas, que las he utilizado a mi capricho y sólo para saciar mi apetito, como simples instrumentos. Las he vaciado de espíritu, he bebido de su sangre y me ha saciado con su carne y sus deseos. Miles. Acaso no haya números que me permitan contarlas a todas, ni memoria que pueda recordarlas. Yo, Gharin hijo de Vâla, mestizo del Clan Sannshary en el Brazo de Armín, juro que he poseído a tantas mujeres que acaso no quede alguna sin hacerlo. ¡Y él, Allwënn, hijo del poderoso ‘Ullrig, Fäaruk de las columnas de maceros Tuhsêkii y de Sammara ‘Vallëdhor, hermana del Señor del Fin del Mundo; amó sólo a una mujer! Quizá... a la única que yo hubiera amado sin reservas por encima de todo… y jamás poseí—. Ishmant quedó mudo ante esa revelación.
—¿Sabes qué es perder un verdadero amor en favor de un amigo? Enseguida supe lo que Allwënn comenzaba a sentir por ella y no quise interferir. Estuvo a mi alcance, estuvo en mi deseo. Pero no podría haber vivido pensando que, de encontrar respuesta, hubiera negado el único amor a mi mejor amigo. ¡¡Pero Äriel murió!! Y con ella perdí a mi amigo también. ¡Oh, Ishmant! ¿Comprendes que cambiaría todas las mujeres que he tenido apenas por un sólo día de amor sincero? ¿Qué he tenido yo? solo carne vacía y deseo que tan pronto amanecía se esfumaba, quizá por mi propia voluntad. ¿Cuántas... cuántas mujeres han suplicado mi amor y yo sólo les di mi cuerpo? ¡Oh, Ishmant! Él la tuvo, la perdió y la llora ¿A quién lloraré yo? Pero... lo que más me preocupa, lo que más me duele, no es que despierte sentimientos en esa joven humana. Me los despierta a mí y soy varón —confesó el elfo—. Llevo demasiado tiempo en su compañía para no reconocer su fuerza y su carisma. Lo duro es que ella hace recordar demasiado a nuestra perdida compañera. Demasiado. Demasiado. Y temo... temo que él se haya dado cuenta. Porque... —suspiró amargamente —esta vez no sé si estoy preparado para ser tan generoso.