Sonreí complacido. Una sonrisa vacía para quienes me miraban e ignoraban el origen de mi satisfacción, una sonrisa, al fin y al cabo, que abanderaba una pequeña y merecida victoria sobre mi inconsciente.
—¿Me... acompañas? —Me preguntó en un perfecto castellano, inclinando las manos para que avanzase con él. Creo que me sonrojé. A pesar de ser ya algo cotidiano, siempre me ruborizaba cuando alguien me cazaba perdido en mis cavilaciones. Sin que la artificial sonrisa que aún perduraba en mis facciones se perdiese, asentí con un golpe de cabeza y le seguí.
—Ahora habréis de excusarme, jovencitos. Y en cuanto a vos... —dijo refiriéndose a mí, sin duda —me encontraréis de seguro bajo este mismo techo tras el refrigerio. Espero que seáis puntual, mi joven extranjero. Volveré cuando Yelm pueda rozarse a punta de lanza.
Nos reverenció y aguardó mi gratitud. Tras esto se marchó y yo seguí a ciegas los pasos de mi nuevo acompañante que prometió conducirme hasta mi cama y mi arcón.
—Así que ya conoces al viejo Taarom —me comentó Alann sin detenerse, intentando mostrarse amable.
—Sí, es... un tipo... peculiar —dije a falta de un calificativo mejor.
—Siento que hayas tenido que aguantarle hasta aquí. Es un buen tipo pero, si no perteneces a la nobleza, es posible que te produzca un serio dolor de sesos escuchar su verborrea más tiempo de lo recomendable—. Me carcajeé. No entendí su broma pero aquello no me resultó imprescindible para provocarme la risa. Él se volvió entusiasmado.
—Eso está bien. El sentido del humor es una buena terapia para casi todo. Ésta es tu cama —anunció cuando llegamos a los pies de uno de tantos camastros. No me pareció distinto a ningún otro—. Y puedes dejar tus cosas aquí —continuó señalándome el arcón. Tampoco mostraba diferencias con los otros baúles.
—¿Qué ha querido decir con eso de la lanza? —pregunté.
—¡Ah, la lanza! —exclamó Alann que tardó un momento en reconocer mi duda—. Volverá a media tarde. Cuando el sol quede sobre nuestras cabezas —e hizo el ademán de ensartar al astro con una lanza—. Pronto te acostumbrarás a sus extravagancias —aseguró.
Le di un lacónico «gracias» y me senté abatido sobre el inestable plumón que habría de procurarme el sueño a partir de ahora. El mundo se cayó por entero a mis pies, entonces. Su pesada carga se derrumbó como un castillo de naipes.
A partir de ahora
. Qué interminable sonaba. A partir de ahora hasta el fin de tus días.
Hasta el fin de tus días...
Aquélla, la cama donde dormiría y frente a mí, la ventana por la que vería pasar el tiempo. Aquel techo de madera, lo primero que habría de ver cuando mis ojos despertasen. Y aquel joven, la gente con la que tendría que convivir. Para siempre...
Hundí mi rostro amargamente entre mis manos y me derrumbé. Enseguida noté como los brazos amplios del joven me rodeaban en un abrazo comprensivo y cálido. Con un gesto enérgico de su cabeza que yo apenas pude apreciar, Alann mandó marchar al resto de los ocupantes del vasto recinto y entonces pude sentir cómo su voz trataba vanamente de consolarme.
—Sé cómo te sientes. Sé perfectamente lo que sientes. Todos hemos pasado por eso antes o después, de una u otra manera. Todo el que te rodea aquí tiene una historia triste como la tuya. Ha sido duro. Pero, mírame. Deja en el pasado cualquier recuerdo. Será mejor. Ahora estás a salvo. Ahora estás entre amigos. Nadie podrá regresarte lo que hayas perdido. No somos Dioses, para nuestra fortuna y desgracia. Pero nada va a pasarte a partir de ahora. Te doy mi palabra.
«¿Una historia como la mía?» pensé. «No, como la mía, no».
Ishmant emanaba un aura distinta a la de los jóvenes ladrones medioelfos. Aquel extraño humano hacía respirar un ambiente de tranquilidad a todo el que se encontrase con él. Resultaba un hombre poco hablador. Prefería escuchar y observar con minuciosidad, con tanto detalle y atención que casi se diría trataba de memorizar las palabras o los más insignificantes gestos de la persona. Como si fuese capaz de extraer información al más leve movimiento de los ojos, al más suave matiz de la voz. Sin embargo, poseía el extraño don que parecen guardar con celo quienes profesan tan contemplativa actitud de saber decir la palabra oportuna en el instante idóneo. Y solía ser por norma una reflexión profunda. Pensamientos que otros hombres alcanzan tras un prolongado ejercicio de reflexión.
Frente a esa imagen de solidez, la fuerza incontenible de Allwënn y la chispa embrujadora de Gharin parecían menguar hasta casi desvanecerse. Nadie dijo que así fuese y en ningún momento se explicitó si entre los tres supuestos amigos existiese jerarquía alguna. Sin embargo, aunque subliminal y escondido, incluso aquella pareja de elfos ácratas parecía profesarle un asombroso respeto a este individuo de poderosa presencia.
Durante los siguientes días, el campamento no se mudó del abrigo hallado en aquel bosque frío de alta montaña. Las heridas de Odín mejoraban y prácticamente había de agradecerlo a la magia empleada con él y al reposo. Su abdomen había sido dañado muy gravemente hasta tal punto que durante la primera noche ninguno de aquellos tres veteranos hubiera apostado por que el joven abriera los ojos al nuevo día. Ni siquiera el formidable físico del ario muchacho podía ser una garantía de vida. Pero Odín abrió los ojos y se recuperó. Su constitución, como tantas veces repetía Allwënn, era la de un Toro de Berserk. Regeneró pronto, con la insustituible ayuda de la magia de Ishmant, unas heridas que solían cobrarse por norma la vida de la víctima.
El transcurso de ese tiempo sirvió para conocerse un poco más. Aunque no pareciese posible, los días de marcha daban poco tiempo para esos menesteres y la última semana no había resultado muy pródiga en charlas. El reencuentro de los elfos con Ishmant relajó el entristecido ambiente que se venía respirando y alegró los ánimos incluso del esquivo elfo de larguísimos cabellos. Por primera vez en mucho tiempo, descubrimos a un Allwënn risueño y entusiasmado, de ojos chispeantes, como solía decir Claudia; que no necesitaba demasiado para hechizarse con el misterio verde de los iris del ladrón aunque lo negara. Allwënn decidió sacar de sus alforjas un pequeño tesoro en forma de barril de cerveza.
—Cerveza de piedra. Creo que es un buen momento para abrir el barril. Lo guardaba para una ocasión especial —aseguró con rigor—. Caldo enano de la mejor calidad. Se la compré a unos carreteros enanos que partían desde las fronteras sur de Dhûm’Amarhna—. Odín se vio tentado por el espeso licor que afloraba de los maderos envejecidos y curvos del barril. Poseía un tono gris plateado muy intenso y de la capa de espuma se elevaban brillos y chispas que creaban una pequeña nube brillante sobre la jarra llena.
—Claro que sí —aprobó el dueño de la cerveza cuando Odín le propuso compartirla extendiéndole la jarra vacía—. Hay bebida para llenar la tripa de un pelotón de soldados sedientos. Prueba un sorbo de esto, amigo Odín, y despreocúpate de tus heridas. Los brebajes enanos tienen una facultad especial: o te curan del todo... o terminan por matarte.
Gharin le miró con esa chispa maliciosa y femenina en los ojos. Allwënn la captó enseguida
—¡Oh, no! —dijo leyendo aquella mirada—. Tú eres un afectado orejas de punta Sannshary ¿recuerdas? Tu delicado estómago no resiste las bebidas de enanos.
—Muy bien, muy bien amigo… le devolvió la sorna—. Este orejas de punta también tienen guardado un tesoro que de seguro tu encallado estómago de Tuhsêk probablemente no querrá probar.
Fue demasiado evidente.
En el tono del semielfo había una carga irónica que no pretendió disimular y eso animó la curiosidad de Allwënn. Gharin caminó despacio hasta las alforjas mientras todos le seguíamos con la mirada y con suma parsimonia extrajo de sus abultadas bolsas un extraño recipiente. Debo decir que era extraño y, como lo que voy a narrarles no tuve ocasión de experimentarlo por mí mismo, espero ser lo suficientemente fiel a los comentarios de mis compañeros, a quienes debo estas líneas. Era un recipiente, sin duda. Tenía la forma y aspecto de una botella de panza amplia y largo cuello pero estaba confeccionado a partir de algún vegetal trenzado y seco, cerrado naturalmente, en cuyo apergaminado interior debía de alojar el preciado líquido.
Volviéndose hacia el grupo, el elfo mostró las acartonadas formas que alojaban en su interior el preciado caldo. Allwënn cambió radicalmente su expresión al creer adivinar lo que su amigo traía para alegrar la velada. Abrió los ojos de par en par como si fuesen grandes ventanales y exclamó atropelladamente.
—¡¡Maldito bribón deslenguado de orejas enormes!! ¿Llevas ahí lo que me imagino que traes? Porque si es así, vas a tener que dar algunas explicaciones por no haberlo confesado antes.
—El más exquisito de los elixires de bayas Yjar’ar’ëes. Un D’aavällah’ de Ass’yell, envejecido en el mismísimo corazón de los bosques del Urnna’Asûur. Los Kallyh’vannes
[ 42 ]
del monasterio de Rudá saben escoger bien los caldos élficos en sus bodegas—. Allwënn se levantó de un brinco y se aproximó a su amigo para robarle de las manos aquel insólito recipiente que tenía aspecto de todo menos de contener algo de valor en su interior.
—No puedo creerlo —exclamó Allwënn como si las palabras de Gharin no fuesen posibles de creer—. ¿Un D’aavällah auténtico? ¡Bromeas! He visto hombres matarse por este licor—. Gharin sonreía satisfecho con su victoria.
—Tan auténtico como que hoy respiras, viejo lobo. Lo afané de las bodegas de Rudá después de nuestra
brillante actuación musical
[ 43 ]
. Pensé que sería una buena inversión. Que nos podría sacar de algún apuro en caso de necesitar un buen soborno. Aunque tenía certezas de que no aguantarían mucho si te lo contaba. Perdona, compañero, pero sé perfectamente a lo que no puedes resistirte… aunque la mitad de tu sangre sea enana.
—¿Tan caro es? —preguntaría Alex, extrañado ante tanta fascinación por un trozo retorcido de vegetal seco.
—¿Caro? —le contestó Allwënn—. En el mercado negro podrían pagar una fortuna. Una verdadera fortuna. Este licor pasa por ser el más selecto de los caldos jamás elaborados. Es bebida exclusiva de príncipes… o de aquellos capaces de pagar un reino por ella. Muchos ni siquiera creen que exista en realidad y aseguran que no es más que otra de las leyendas que envuelven el fascinante bosque del Urnna’Asûur.
—Creo que hay cosas que debemos celebrar, como dicen los Sannshary, con vinos viejos y laúdes afinados —añadió Gharin arrebatando de nuevo el objeto del deseo de manos de su compañero—. La ocasión lo merece. No todas las noches puede un ladrón hambriento recordar sus días de gloria con viejos y nuevos amigos.
Y con un elegante movimiento, cortó con su cuchillo la parte superior de aquellas hojas laboriosamente secadas.
—Desde luego, no conozco que ningún ladrón hambriento haya brindado jamás con D’aavällah’ —apuntó el mestizo.
—No te apures, guardo dos flores más.
Si hay algo que caracterice a un excelente licor elfo, eso es que su sabor está a prueba de las plumas más hábiles y de los más consumados talentos. Quienes gozaron de la experiencia probaron la joya de la corona de los licores elfos: el D’aavällah’, literalmente, la Esencia del Bosque. Yo sé que no puedo considerarme merecedor de ninguno de esos títulos. Las palabras de mis compañeros fueron las primeras en rendirse ante tan exquisito deleite del paladar...
Cuando las primeras gotas de jugo se escaparon de su encierro para despeñarse sobre la primera copa, lo primero que observaron fue su textura y color. De un intenso color ambarino, parecía miel, quizá un poco más líquida, pero densa y pesada como el néctar. Era ámbar líquido. Aquella expresión resultó recurrente en mis compañeros y quizá la que mejor lo describiese.
Sobre su sabor…
No pudieron precisarme si su sabor era dulce. Claudia insistió en que dulce acaso no sería la palabra más apropiada para describir su presencia en la boca. Su dulzor no era almibarado ni persistente, más bien intenso, lleno de matices florales difíciles de reflejar por escrito. Su transito, pese a la densidad de su textura, era suave y delicado dejando un eco de sabor en la garganta, envolvente y profundo… indescriptible, por más que me esfuerce.
Otra de las propiedades del afamado caldo era sin duda su altísima capacidad de embriaguez. Apenas se habían apurado los primeros sorbos de la botella, el licor navegó a sus anchas por las venas de todos los componentes de aquel grupo y la velada se animó bastante. Sin embargo, no resultaba una embriaguez etílica, tal y como nosotros la podemos reconocer. Antes que emborrachar el cuerpo, aquel néctar embriagaba el espíritu. Proporcionaba una sensación de bienestar serena y abierta, un gozo extraño para los sentidos, como si las penas y los males pudieran ser desterrados del alma apenas aquel licor hacía presencia en el cuerpo.
Entonces, Gharin explicó el secreto de tanta adoración.
—Dicen que su receta es el secreto mejor guardado de los celosos elfos del Asûur, que tiene fama de ser los más celosos de los hijos de Alda. Su divulgación se paga con la muerte para el condenado y el destierro de todo su linaje. Cuenta la leyenda que el secreto fue revelado por la mismísima diosa Voria, Dama de los licores, a un jardinero de bayas de su jardín sagrado, como premio a la devoción de su noble trabajo artesano. Desde entonces sólo un selecto número de los más virtuosos maestros bodegueros de Voria conocen la receta. Su transmisión, bajo inquebrantable juramento, se realiza de maestro a discípulo sólo cuando aquel reúne las exigencias y virtudes necesarias, después de una larga trayectoria de dedicación al oficio.
Nadie jamás ha revelado la receta exacta pero algunos de los pasos de su elaboración han trascendido en algunas crónicas, lo que ha contribuido a extender la fascinación y curiosidad por este exclusivo licor élfico.
Dicen que en los jardines secretos de Voria, en una tierra privilegiada regada con las aguas nacientes del río Syril crecen los arbustos de bayas de Yjar’ar’ëes, que son el ingrediente principal del nutriente inicial del caldo. Estos arbustos son regados en sus últimas fases solo con el agua del Syril, sino también con una combinación de las esencias de determinados pétalos de flores, cuidados y recolectados con la misma minuciosidad por las blandas manos de las vírgenes de Istah. El gramaje y cantidad de dichos pétalos, cuyas flores tiene un proceso de germinación y cuidado similares a los de las propias bayas, constituyen una de las piezas más importantes en la receta del licor. Expertos maestros jardineros controlan todo el proceso de maduración de las bayas atendiendo a los ciclos estacionales y lunares, de los cuales, son seleccionados los mejores frutos en un momento muy preciso de los ciclos celestes. Con ellos se elabora el Candrial, que es el caldo madre. Este caldo se combina a su vez con la sabia del árbol del D’aavällah’, que da nombre al licor, y cuya existencia, perdida en los rincones más celosamente guardados del corazón del bosque, sólo es conocida por un escogido número de maestros licoreros. El proceso de recolección de esta sabia tampoco es asunto sencillo. Sólo el maestro bodeguero conocedor de la receta sabe exactamente dónde han de producirse los cortes, de qué tamaño y qué profundidad es necesaria para que el árbol desangrado ofrezca la mejor esencia. Esta nueva mezcla está lista entonces para ser envasada, después de pasar por un meticuloso proceso de decantación.