El enigma del cuatro (39 page)

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Authors: Dustin Thomason Ian Caldwell

Tags: #Intriga, Historia

BOOK: El enigma del cuatro
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A medida que crece el impulso de sus ideas, sus pies se mueven con más velocidad por los oscuros pasillos.

—¿Quieres científicos? —dice—. ¿Qué me dices de Leonardo da Vinci? ¿Quieres políticos? Ahí está Maquiavelo. ¿Poetas? Boccaccio y Dante. Y muchos de estos tipos eran contemporáneos. Y además de todo eso, ahí tienes a los Médicis, una familia tan rica que podía permitirse patrocinar a tantos artistas e intelectuales como produjera la ciudad.

»Todos ellos juntos en la misma ciudad, y casi al mismo tiempo. Los mayores héroes culturales de toda la historia de Occidente se cruzaban por la calle, se conocían, algunos se tuteaban. Hablaban entre sí, competían, se influenciaban y se empujaban mutuamente para obligarse a ir más lejos de lo que hubieran podido llegar solos. Y todo eso en un lugar donde la belleza y la verdad eran reyes, donde las principales familias se enfrentaban por ver quién podía encargar el mejor arte, quién podía subsidiar a los más brillantes pensadores, quién podía ser dueño de la biblioteca más grande. Imagínatelo. Es como un sueño. Un imposible.

Regresamos al cubículo y Paul se sienta por fin.

—Luego, en los últimos años del siglo quince, poco antes de que la
Hypnerotomachia
sea escrita, ocurre algo incluso más sorprendente. Algo que todo erudito del Renacimiento conoce, pero que nadie ha conectado jamás con el libro. El acertijo de Francesco habla una y otra vez de un poderoso predicador de la tierra de sus hermanos. Pero yo no lograba encontrar la conexión.

—Yo creía que Lutero no fue hasta 1517. Colonna escribe en la década de 1490.

—No es Lutero —dice Paul—. A finales de 1400, un monje dominico fue enviado a Florencia para unirse a un monasterio llamado San Marco.

De repente me doy cuenta.

—Savonarola.

El gran predicador evangélico que, tratando de restaurar la fe de la ciudad, azuzó a Florencia durante el cambio de siglo.

—Exacto —dice Paul—. Savonarola es un tipo que se fija un objetivo y lo persigue en línea recta. La línea más recta que verás jamás. Y cuando llega a Florencia, comienza a predicar. Le dice a la gente que su comportamiento es malvado, su cultura y su arte profanos, su gobierno injusto. Dice que Dios los mira con malos ojos. Les dice que se arrepientan.

Sacudo la cabeza.

—Sí, sé cómo suena —continúa Paul—, pero Savonarola tiene razón. En cierto modo, el Renacimiento es una época sin dioses. La iglesia está corrupta. El papado es un puesto político. Prospero Colonna, tío de Francesco, muere supuestamente de gota, pero algunos creen que el papa Alejandro lo envenenó porque venía de una familia enemiga. Ése es el mundo del momento: un mundo en que se sospecha que el Papa es un asesino. Y eso era sólo el comienzo: se temían que había cometido sadismo, incesto, cualquier cosa que se te pueda ocurrir.

»Mientras tanto, a pesar de todo su vanguardismo en el arte y en los estudios, Florencia está en estado de constante agitación política. En las calles, las facciones se pelean, las familias más notables conspiran contra las otras para ganar poder y, aunque la ciudad es supuestamente una república, los Médicis lo controlan todo. La muerte es algo normal, la extorsión y la coerción lo son todavía más, la injusticia y la desigualdad son la regla de la vida. Se trata de un lugar bastante incómodo, considerando las cosas tan bellas que produjo.

»Así que Savonarola llega a Florencia y ve el mal dondequiera que mira. Urge a los ciudadanos a que limpien sus vidas, a que dejen el juego, a que comiencen a leer la Biblia, a que ayuden a los pobres y den comida a los hambrientos. En San Marcos, comienza a ganar seguidores. Incluso algunos de los principales humanistas lo admiran. Se dan cuenta de que es un tipo culto y versado en filosofía. Poco a poco, Savonarola va en ascenso.

Lo interrumpo.

—Yo pensaba que todo esto sucedió cuando los Médicis todavía controlaban la ciudad.

—No. Desafortunadamente para ellos, su último heredero, Piero, era un ingenuo. Era incapaz de gobernar la ciudad. La gente comenzó a reclamar libertad, lo cual era un grito sagrado en Florencia, y al final los Médicis fueron expulsados. ¿Recuerdas el grabado número cuarenta y ocho? ¿El niño del carro descuartizando a las dos mujeres?

—El que Taft mostró en su conferencia.

—Exacto. Vincent siempre lo interpretó así. El castigo tenía que deberse a una traición. ¿Dijo lo que creía que significaba?

—No. Quería que lo resolviera el público.

—Pero preguntó acerca del niño del grabado. Por qué lleva una espada, o algo así, ¿no es verdad?

Imagino a Taft debajo de la imagen con su sombra proyectándose sobre la pantalla.

—« ¿Por qué obliga a las mujeres a tirar del carro a través del bosque para luego matarlas de esta manera?» —recuerdo.

—La teoría de Vincent era que la figura de Cupido representaba a Piero, el heredero de los Médicis. Piero se comportaba como un niño, de manera que el artista lo representó así. Por su culpa, los Médicis perdieron su dominio sobre Florencia y fueron expulsados. Así que los grabados lo muestran en retirada a través de los bosques.

—Pero ¿quiénes son las mujeres?

—Florencia e Italia, dice Vincent. Al comportarse como un niño, Piero las destruyó a ambas.

—Parece posible.

—Es una interpretación coherente —acepta Paul, tanteando el lado inferior de su escritorio en busca de algo—. Pero no es la correcta. Vincent se negó a aceptar que la regla del acróstico fuera la clave. Nunca quiso creer que la primera de esas imágenes fuera la más importante. Sólo pudo ver las cosas a su manera.

»El asunto es que, cuando los Médicis fueron expulsados, las otras familias principales se reunieron para discutir acerca de un nuevo gobierno para Florencia. El único problema era que nadie confiaba en nadie. Al final terminaron por ponerse de acuerdo en darle a Savonarola una posición de autoridad. Él era el único incorruptible, y eso lo sabía todo el mundo.

»Así que la popularidad de Savonarola crece todavía más. La gente comienza a tomarse a pecho sus sermones. Los tenderos comienzan a leer la Biblia en su tiempo libre. Los jugadores dejan de hacer ostentación de sus partidas de cartas. La bebida y el desorden parecen entrar en decadencia. Pero Savonarola se da cuenta de que el mal persiste. Así que lleva su programa de mejoras cívicas y espirituales un paso más allá.

Paul estira el brazo bajo el escritorio para llegar más al fondo. Se oye el ruido de la cinta que se desprende; enseguida, Paul saca un sobre de papel de Manila. Dentro del sobre hay un calendario que ha diseñado de su puño y letra. Cuando pasa las páginas, veo una secuencia de festividades religiosas desconocidas, marcadas con bolígrafo rojo —días de santos, días de fiesta—y en negro, una serie de notas que no logro distinguir.

—Es febrero de 1497 —dice, señalando ese mes—, dos años antes de la publicación de la
Hypnerotomachia
, y se acerca la Cuaresma. Ahora bien, la tradición era ésta: puesto que la Cuaresma era un periodo de ayuno y abnegación, los días inmediatamente anteriores eran un periodo de celebración, un gigantesco festival, de manera que la gente pudiera disfrutar antes del comienzo de la Cuaresma. Igual que ahora, ese periodo se llamaba Carnaval. Puesto que los cuarenta días de la Cuaresma comienzan siempre el Miércoles de Ceniza, el Carnaval culmina el día antes: el Martes Gordo, o
Mardi Gras
.

En lo que me dice hay fogonazos de cosas que me resultan familiares. Mi padre debió de hablarme de todo esto alguna vez, antes de darse por vencido conmigo o de que yo me diera por vencido con él. O quizás es que aprendí poco en la iglesia, antes de tener edad suficiente para decidir por mi cuenta cómo pasar las mañanas de domingo.

Paul saca otro diagrama. En el título se lee: Florencia, 1500.

—El Carnaval en Florencia era un periodo de gran desorden, ebriedad, libertinaje. Había pandillas de jóvenes que cerraban las bocacalles y obligaban a la gente a pagar peajes para pasar. Luego se gastaban el dinero en alcohol y en juego.

Señala un espacio amplio en medio del dibujo.

—Cuando ya estaban completamente borrachos, acampaban alrededor de hogueras en la plaza principal, y terminaban la noche con una inmensa pelea en la cual cada grupo arrojaba piedras a los demás. Cada año había heridos, incluso muertos.

»Savonarola, por supuesto, es el opositor más ferviente del Carnaval. En su opinión, ha surgido un reto contra la Cristiandad que amenaza con hacer que la gente de Florencia caiga en la tentación. Y reconoce que hay una fuerza más poderosa que las demás, una fuerza que contribuye como ninguna a la corrupción de la ciudad. Esa fuerza enseña a los hombres que las autoridades paganas pueden competir con la Biblia, que la sabiduría y la belleza de cosas no cristianas debería ser venerada también. Esa fuerza lleva a los hombres a creer que la vida humana es una búsqueda de conocimientos y satisfacciones terrenales, y los distrae del único objeto que en verdad importa: la salvación. Esa fuerza es el humanismo. Y sus más grandes defensores son los principales intelectuales de la ciudad, los humanistas.

»Entonces se le ocurre a Savonarola la idea que constituye probablemente su más grande legado histórico. Decide que el Martes de Carnaval, el último día de las fiestas, pondrá en escena un evento gigantesco: algo que mostrará el progreso y la transformación de la ciudad, pero al mismo tiempo recordará a los florentinos sus pecados. Deja que las pandillas de jóvenes recorran la ciudad, pero ahora les da un propósito. Les dice que recojan objetos no cristianos de todos los barrios y los lleven a la plaza principal. Hace una gigantesca pirámide con los objetos. Y ese día, Martes de Carnaval, en un momento en que las pandillas normalmente estarían sentadas alrededor de sus hogueras y enfrentándose a pedradas, Savonarola consigue que construyan otro tipo de hoguera.

Paul mira el mapa, y enseguida sus ojos se fijan en mí.

—La hoguera de las vanidades —digo.

—Correcto. Las pandillas regresaban a la plaza con una carreta tras otra de cartas y dados, tableros de ajedrez, sombras para los ojos, carmín de labios, redecillas para el pelo, joyas, máscaras de carnaval y disfraces. Pero lo más importante es que traían libros paganos. Manuscritos de escritores griegos y romanos. Esculturas y pinturas clásicas.

Paul devuelve el dibujo al sobre. Su voz se torna sombría.

—El Martes de Carnaval, el siete de febrero de 1497, la ciudad entera salió a mirar. Los registros dicen que la pirámide tenía veinte metros de alto, que su base tenía un perímetro de noventa metros. Y todo aquello ardió en llamas.

»La hoguera de las vanidades se convierte en un momento inolvidable de la historia del Renacimiento. —Paul hace una pausa, mira los recortes de papel que cubren la pared y que se levantan levemente cuando el aire del ventilador recorre el cubículo—. Savonarola se hace famoso. Poco tiempo después, ya es conocido en toda Italia y más allá. Sus sermones se imprimen y se leen en media docena de países. Esadmirado y odiado. Miguel Ángel se sentía cautivado por él. Maquiavelo lo consideraba un impostor. Pero todo el mundo tenía su propia opinión, y todo el mundo admitía su poder. Todo el mundo.

Ya veo adonde me está llevando.

—Incluyendo a Francesco Colonna —digo.

—Y aquí entra en juego la
Hypnerotomachia
.

—Entonces ¿es un manifiesto?

—De alguna manera, sí. Francesco no soportaba a Savonarola. Para él, Savonarola representaba el peor tipo de fanatismo, todo lo que el cristianismo tenía de equivocado. Era destructor. Vengativo. Se negaba a permitir que los hombres usaran los dones que Dios les había dado. Francesco era un humanista, un amante de la Antigüedad. Él y sus primos habían pasado sus años de juventud estudiando con los grandes maestros de prosa y poesía antigua. Cuando cumplió los treinta años, ya había amasado una de las más importantes colecciones de manuscritos originales de toda Roma.

»Mucho antes de la primera hoguera, Francesco se había dedicado a recopilar arte y libros. Había contratado a mercaderes de Florencia para que compraran lo que pudieran y lo enviaran a una de las propiedades de su familia en Roma. Esto causó una ruptura importante entre Francesco y su familia: la familia consideraba que Francesco estaba despilfarrando el dinero en cachivaches florentinos. Pero a medida que Savonarola ganaba poder, Francesco actuaba con más decisión: no soportaba pensar en la pirámide que se desvanecía en el humo, y poco importaba el coste que aquello pudiera tener para él o su familia. Bustos de mármol, cuadros de Botticelli, cientos de objetos de valor incalculable. Y sobre todo, libros. Aquellos libros raros e irreemplazables. Francesco y Savonarola estaban en extremos opuestos del universo intelectual. Para Francesco, la violencia más grande era la que se ejercía contra el arte, contra el conocimiento.

»En el verano de 1497, Francesco viaja a Florencia para verlo todo con sus propios ojos. Y lo que todos los demás admiran de Savonarola (su santidad, su capacidad para pensar únicamente en la salvación) a Francesco le hace sentir el miedo y el odio más profundos. Ve lo que Savonarola es capaz de hacer: destruir los mayores logros del primer resurgimiento del saber clásico desde los tiempos de la Roma antigua. Ve la muerte del arte, la muerte del conocimiento, la muerte del espíritu clásico. Y la muerte del humanismo: el fin de ese impulso por cruzar fronteras, por sobrepasar las limitaciones, por ver las plenas posibilidades del pensamiento.

—¿Y escribió sobre esto en la segunda parte del libro?

Paul asiente.

—Francesco lo escribió todo en la segunda parte, todas las cosas que tenía miedode decir en la primera. Registró lo que había visto en Florencia y lo que temía. Que la influencia de Savonarola aumentaba. Que lograría, de alguna manera, ganar la atención del rey de Francia. Que tenía admiradores en Alemania e Italia. A medida que Francesco escribe, uno siente el desarrollo de esa influencia. Francesco se convencía más y más de que había legiones enteras de seguidores apoyando a Savonarola en todos los países de la Cristiandad. «Este predicador», escribió, «es tan sólo el comienzo de un nuevo espíritu cristiano. Habrá levantamientos de predicadores fanáticos, estallarán las hogueras a lo largo y ancho de Italia». Dice que Europa está a punto de sufrir una revolución religiosa. Y si consideramos que ya se acerca la Reforma, comprendemos que tenía razón. Savonarola no vivirá para verla, pero, tal como has dicho, cuando Lutero ponga en marcha su plan, pocos años después, recordará a Savonarola como un héroe.

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