Durante la consulta —la parte de mi visita en la que me siento y me limito a escuchar la versión humana de la historia— pude ver, simplemente por las palabras que Oprah empleaba para describir a Sophie, que Sophie no era sólo su perra, era su bebé. «¡Es mi hija! —me dijo Oprah— La amo como si la hubiera parido yo misma». Decir que Oprah había «humanizado» a Sophie será quedarse corto.
Mientras hablábamos, me enteré de que Sophie había sido una niña muy insegura desde el primer momento. Tanto Oprah como Steadman describían cómo se escondía bajo la mesa y la poca autoestima que tenía cuando la trajeron a casa. ¿Y qué hizo Oprah? Lo que casi todos los dueños. Empleó la psicología humana y se dedicó a mimar a Sophie, con caricias y palabras de consuelo. Siempre que Sophie se mostraba nerviosa o asustadiza Oprah se acercaba y la tranquilizaba con afecto y energía emocional. Sin saberlo Oprah estaba haciendo exactamente lo mismo que había hecho Marina con Kane después del resbalón de éste sobre el suelo de linóleo. Al aplicar la psicología humana a un perro afligido, ambas mujeres estaban
alimentando
sin querer el comportamiento inseguro de sus perros.
No me cansaré de subrayar que un perro recoge toda señal de energía que le enviemos. Interpreta nuestras emociones a cada momento del día. ¡Oprah, que superó un pasado doloroso aferrándose a la vida del «ahora», jamás vivió el momento por lo que respecta a Sophie! Desde el mismo momento en que se le ocurría sacar de paseo a Sophie ya estaba anticipando la posibilidad de que Sophie pudiera atacar a otro perro. Estaba reviviendo en su cabeza enfrentamientos pasados e imaginándose otros nuevos. Todo ese catastrofismo hacía que Oprah se pusiera tensa y emocional: energías que Sophie interpretaba de forma natural como debilidad. Ello condicionó la dinámica entre las dos desde el momento en que Oprah cogía la correa: incluso
antes
del paseo.
Oprah solía comenzar el paseo dejando que Sophie fuera la primera en salir por la puerta: un error clásico que cometen casi todos las dueñas de perros. Es importante establecer la posición de liderazgo en el umbral de la puerta. El primero en salir será el líder. A continuación Oprah agravaba el error dejando que Sophie
la
guiara en el paseo. En un grupo el líder siempre se coloca al frente a menos que específicamente le dé «permiso» a otro perro para que camine al frente. Como Sophie iba por delante de la correa, básicamente las dos iban hacia donde Sophie quería. Por su constante terror a que Sophie se metiera en un altercado, Oprah se mostraba insegura y ansiosa. Mientras, Sophie iba abriendo el paso. ¡Una alumna de tercero habría adivinado quién era la líder y quién la seguidora de entre esas dos!
Tuve que recordar a Oprah que ella, la dueña de la perra, era la única en esa relación que se preocupaba por lo que pudiera ocurrir en el paseo por lo que había sucedido en el pasado. Sophie no pensaba en esas cosas. Sophie vivía el momento, disfrutando del césped, disfrutando de los árboles, disfrutando del limpio aire marino. No estaba pensando: «Me pregunto si hoy tendré que atacar a alguno de esos asquerosos perros». Tampoco había sido premeditado ninguno de sus enfrentamientos previos. Sophie no se pasaba despierta las noches, fantaseando: «¡Odio de verdad a esa paleta, Shana, y pienso morderla en cuanto pueda!». Como todos los perros, al atacar a otros perros sólo había reaccionado a un estímulo que estaba ocurriendo en ese momento.
¿Y qué pasaba cuando Sophie se encontraba con otro perro y empezaba a mostrar signos de agresividad? O bien Oprah la recogía rápidamente y la rescataba de la situación, o se volvía muy emocional, rogándole que parara y pidiendo disculpas a la dueña del otro perro. No actuaba como una líder de grupo, limitándose a corregir el comportamiento de Sophie. Cuando una líder de grupo corrige a uno de los perros de la manada, éste deja de comportarse desagradablemente. Un perro sumiso y tranquilo siempre atiende las instrucciones de la líder de su grupo.
¿Qué llevaba a Sophie a esas reacciones agresivas? Sophie era lo que yo describo como insegura dominante: no era una perra agresiva por naturaleza, pero cuando veía otro perro que le ocasionaba una reacción de miedo, respondía mostrando sus dientes y amenazando. Recuerde que un animal sólo tiene cuatro respuestas posibles ante cualquier amenaza: luchar, huir, evitarla o mostrarse sumiso. La reacción de Oprah ante la postura agresiva de Oprah sencillamente intensificaba la situación. Oprah se tensaba y le entraba el miedo, mandando así señales de alarma a Sophie, indicándole que su dueña había perdido el control. Tras el incidente, Oprah solía arrullar a Sophie, la mimaba, trataba de tranquilizarla diciéndole que todo estaba bien. Una vez más una plausible psicología para un niño humano asustado, pero ¡en absoluto psicología canina! Es algo natural que los seres humanos nos acerquemos y tranquilicemos a otros animales afligidos de la mejor forma que sabemos: con amabilidad y aliviándolos. Sin embargo, si en ese momento un perro le diera afecto a Sophie sería como decir: «Muy bien, muéstrale a ese perro malo quién nos amenaza». Al mostrar afecto a un cerebro que ha desarrollado un comportamiento inestable, ese cerebro no avanza. En el caso de Sophie, aumentó su ansiedad hasta el punto de que, al sentirse acorralada, atacaba fuera de sí.
Tuve que comunicarle a Oprah que tendría que cambiar todo su acercamiento a Sophie si quería que su perra fuera la mascota equilibrada y estable que debía ser. Como es tan inteligente, Oprah captó inmediatamente la base de este concepto, pero con todo no resultó fácil romper esa barrera tan personal, el hecho de que pensara en Sophie como en «su niñita». Recuerdo que, en un momento dado, le dije: «No te estás mostrando como una líder». Oprah se quedó muda un segundo. Se volvió y miró a Steadman. Luego me dijo muy lentamente: «¿Me estás diciendo que no noy una líder?». Exacto. Le estaba diciendo a la misma mujer que, según la revista
Forbes
, vale más de mil millones de dólares y que actualmente encabeza la lista de famosos más poderosos y que es la novena mujer más poderosa del mundo
[4]
, que no estaba siendo una líder para su cocker spaniel de diez kilos.
Al igual que todos los humanos que quieren a sus mascotas, Oprah sólo quería lo mejor para sus perros. Pero su concepto de lo que era «mejor» surgía de una perspectiva humana. Sólo quería amar a sus perros y darles la vida más maravillosa que pudiera. Pero los perros de Oprah no habían leído la lista de
Forbes
ni examinado la cuenta bancaria de Oprah. No les preocupaba si su hogar estaba amueblado por los mejores decoradores del mundo o por el Ejército de Salvación. Los perros de Oprah la querrían igual aunque mañana quedara en bancarrota (aunque, como Oprah comentó de forma seca, seguro que ambos perros notarían la diferencia si de repente se vieran obligados a viajar en la bodega de un avión comercial en lugar del confort de su avión privado). Sobre todo lo que sus perros querían en su vida era sentirse seguros en sus puestos en el «grupo» de la familia de Oprah. Y estaba claro que Sophie no se sentía segura.
Oprah necesitaba aprender a convertirse en líder de grupo. Ya lo era en el mundo humano. Ahora tenía que ensayar la clase de liderazgo que entendería un perro.
En la naturaleza un líder de grupo establece las reglas y se ciñe a ellas. Un grupo no podría sobrevivir sin reglas, independientemente de la especie. En muchos hogares humanos las reglas, las fronteras y los límites para los perros no están claros, en caso de que existan. Al igual que los niños, los perros necesitan reglas, fronteras y límites para llegar a ser socializados adecuadamente. Por ejemplo, en el hogar de Oprah Sophie no tenía muchas reglas, y las que existían no siempre eran acatadas. A veces, por ejemplo, cuando Sophie gimoteaba después de que Oprah la dejara sola, Oprah se ablandaba, volvía y se llevaba consigo a Sophie. Otras veces volvía y le decía a Sophie que «parara»: pero, normalmente, el comportamiento ya había sobrepasado el nivel de lo correcto. Tanto los psicólogos humanos como los de animales llaman a esto «refuerzo intermitente», y si usted tiene hijos, probablemente sabrá que este tipo de disciplina jamás funciona. Si un día permite que su hijo coja una galleta del tarro y lo castiga por ello al día siguiente, el crío siempre volverá a intentarlo, por si acaso consigue salirse con la suya. Ocurre lo mismo con un perro. El refuerzo intermitente de reglas es una forma infalible de criar un perro desequilibrado e inestable.
A pesar del hecho de que Sophie llevaba diez años viviendo en un estado de desequilibrio, sin reglas, fronteras o límites marcados, insistí a Oprah que casi nunca es demasiado tarde para rehabilitar a un perro. Incluso un humano puede darle la vuelta a su vida a los 50, 60 o 70 años, ¡y nosotros tenemos muchas más dificultades que los perros! Oprah estaba deseosa de ponerse a trabajar en el problema, pero quedó anonadada cuando llegué a su casa con otros cinco perros: Coco, nuestro chihuahua; Lida y Rex, nuestra pareja de galgos italianos; un Lhasa llamado Luigi, que pertenece a Will Smith y Jada Pinkett Smith; y el perro que más nerviosa ponía a Oprah: Daddy, el corpulento pitbull de aspecto aterrador que pasa algún tiempo en mi manada cuando su dueño, el artista de hip-hop Redman, está de gira. La verdad es que Daddy tiene la mejor energía de todos los perros. La primera vez que lo vi tenía cuatro meses, cuando Redman lo trajo a mi recién inaugurado centro. Entre los artistas de rap se ha puesto de moda tener perros grandes, de aspecto duro, como señal de estatus social. Redman era diferente: era un dueño de perro responsable. Dijo: «Quiero un perro que pueda llevar conmigo a cualquier lugar del mundo. No quiero una demanda judicial». Ese día empecé a trabajar con Daddy, y no ha pasado un solo día en que no se haya sentido pleno como perro. Todo el mundo que lo conoce se enamora de él aunque su apariencia sea imponente. Daddy ha ayudado a cientos de perros a alcanzar el equilibrio, simplemente compartiendo su energía sumisa y tranquila. Y es un pitbull: lo que viene a demostrar que, cuando se trata de comportamiento canino, la energía y el equilibrio pueden superar y superan la influencia de la raza. Todos los perros que llevé conmigo a casa de Oprah eran perros muy equilibrados. Estaban allí para ofrecerle a Sophie «terapia de grupo».
La reacción de Sophie ante los otros perros fue bastante predecible. Nada más verlos se quedó en el umbral, congelada. ¡Entre luchar, huir, evitarlo y mostrarse sumisa estaba escogiendo evitarlo! La coloqué entre los perros y le di un ligero correctivo con la correa cada vez que se mostraba asustadiza o ansiosa. En todo momento mi energía fue firme y tranquila. Al principio la verdad es que tuve que pedirle a Oprah que se mantuviera al margen de la situación; estaba tan aterrada que estaba contagiando con su energía a Sophie. Después de unos diez minutos Sophie pudo relajarse. Al cabo de una media hora se estaba contagiando de la energía sumisa y tranquila de la manada y realmente parecía disfrutar. Seguía mostrándose cautelosa, pero su lenguaje corporal se estaba tranquilizando y relajando. Ahí radica el poder de la manada: unos perros equilibrados ayudando a darle la vuelta a un perro inestable en cuestión de minutos. Pero la energía que yo estaba enviando a Sophie mediante la correa también resultó vital. Yo era su líder de grupo y la estaba instruyendo para que se llevara bien con el resto de la manada. Nada de «peros» al respecto. Y Sophie captó el mensaje.
Oprah y Steadman alucinaron al ver que Sophie se relacionaba tranquilamente con otros perros. El hecho de que aquello llegara a ser posible les parecía escalofriante. Les puse los «deberes» de convertir en algo habitual que Sophie pudiera estar con otros perros mientras ellos practicaban un liderazgo firme y tranquilo. Al igual que una dieta, el liderazgo firme y tranquilo no funciona a menos que lo practiquemos a diario. Sólo mediante una «terapia» regular como aquélla podría Sophie cambiar para siempre.
Normalmente un perro aceptará a un humano como su líder de grupo si ese humano proyecta la energía firme y tranquila correcta, establece reglas, fronteras y límites sólidos, y actúa responsablemente en la causa de la supervivencia del grupo. Esto no significa que no podamos seguir siendo únicamente líderes de grupo
humanos
. Igual que para vivir con nosotros un perro no debería tener que abandonar aquello que lo hace único, nosotros no deberíamos tener que abandonar aquello que hace tan especial al ser humano. Por ejemplo, somos los únicos líderes de grupo que van a querer a los perros según la definición que hacemos los humanos del amor. Su líder de grupo canino no les va a comprar juguetes chillones ni les organizará una fiesta de cumpleaños. Su líder de grupo canino no les premiará directamente su buen comportamiento. No se volverá para decirle: «Eh, chicos, gracias por seguirme durante quince kilómetros». ¡Se espera que hagan eso! Una madre no le dirá a su cachorro: «¿Sabéis, cachorros? Hoy os habéis portado tan bien, ¡que nos vamos a la playa!». En su mundo natural, la recompensa está en el proceso. (Éste es un concepto que a los humanos les vendría muy bien recordar a veces). Para un perro ya hay recompensa simplemente al encajar en la manada y ayudar a asegurar su supervivencia. Automáticamente la cooperación da como resultado las recompensas primarias de la comida, el agua, el juego y el sueño. Recompensar a nuestros perros con chucherías y las cosas que aman es una forma de estrechar nuestros lazos con ellos y reforzar su buen comportamiento. Pero si no proyectamos una fuerte energía de liderazgo antes de dar las recompensas, jamás tendremos un «grupo» auténticamente funcional.
Si bien el nexo entre humano y perro es algo único en ambas partes de la ecuación, no podemos limitarnos a desempeñar el papel de mejor amiga o de amante de los perros. Lo sepamos o no, cuando desempeñamos ese papel automáticamente estamos satisfaciendo en primer lugar nuestras propias necesidades, no las de nuestro perro. Somos nosotros los que necesitamos constante afecto y aceptación incondicional.
¿Qué perros cree usted que se encuentran entre los más felices y emocionalmente estables de Norteamérica? Es una observación mía y puede que le resulte bastante difícil de creer, pero creo que los perros que viven con la gente sin hogar a menudo tienen las vidas más plenas y equilibradas. Vaya algún día al centro de Los Ángeles, o al parque que domina el embarcadero de Santa Mónica, y fíjese en las personas sin hogar que tienen perros. Estos perros no tienen exactamente el mismo aspecto que los campeones del American Kennel Club, pero casi siempre se portan bien y no son agresivos. Observe cómo una persona sin hogar camina con su perro y verá un buen ejemplo de lenguaje corporal entre líder de grupo y seguidor de grupo. Normalmente, la persona sin hogar carece de correa, pero el perro camina al lado del humano o justo detrás de él. El perro realiza la migración con su líder de grupo, del modo en que la naturaleza le ha enseñado.