El encantador de perros (17 page)

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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

BOOK: El encantador de perros
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Usted se preguntará: «¿Gente sin hogar? ¿Cómo es posible que sus perros sean más felices? ¡No pueden permitirse alimentarlos con la carísima comida orgánica para perros! ¡No pueden llevarlos al salón de belleza dos veces al mes, ni siquiera al veterinario!». Muy cierto, pero recuerde que un perro no ve diferencia alguna entre comida para perros orgánica o normal; no piensa en salones de belleza; y en la naturaleza no hay veterinarios. Muchas veces la gente sin hogar ni siquiera tiene un objetivo en su vida: al menos, no del mismo modo que algunas triunfadoras de la clase A. Parece que algunas se contentan con ir de un sitio a otro, recogiendo latas y buscando una comida y un lugar cálido donde dormir. Este estilo de vida podría parecer inaceptable para muchos humanos. Pero para un perro ésta es la rutina natural ideal creada por la naturaleza para él. Tiene la cantidad adecuada de ejercicio primario que necesita. Y es libre para viajar. En la naturaleza todo animal tiene «territorios» —algunos extensos, otros reducidos— que le encanta atravesar una y otra vez. La exploración es un rasgo animal natural, y genéticamente equivale a la supervivencia
[5]
porque cuanto más explore un animal más probabilidades tendrá de encontrar comida y agua y más información tendrá del mundo
[6]
. En Los Ángeles he observado que los perros que viven con personas sin hogar realmente llegan a conocer su ciudad mucho mejor que un perro que viva en Bel Air. El perro que vive en Bel Air tiene un jardín gigantesco. Pero, para él, no deja de ser una perrera inmensa. El perro sin hogar vaga durante kilómetros y luego se va a la cama agotado. El perro de Bel Air ve su casa, el interior del coche y el salón de belleza: y luego se va a la cama con la energía de otro día encerrado y frustrante.

En un perro no se crea el equilibrio dándole cosas materiales. Se crea permitiéndole expresar plenamente los componentes físicos y psicológicos de su ser. Al vivir con una persona sin hogar, un perro emigra en busca de comida. Normalmente funciona para la comida, y sin necesidad de correa se crea entre la persona y el perro una clara relación de líder y seguidor.

Mucha gente que me llama para que los ayude tienen problemas para pasear a sus perros por todas las distracciones que hacen que el perro tire de la correa o eche a correr o ladrar: niños, coches, otros perros. Piensan que es un problema del perro. Pero fíjense en el perro de una persona sin hogar. Él y la persona sin hogar pasean por las concurridas calles cruzándose con gatos, viandantes, personas con perritos chillones atados a correas extensibles: a pesar de todo, el perro no deja de avanzar. Esto es lo que sucede en la naturaleza; ¡una manada de perros o de lobos jamás se mantendría unido si sus miembros estuvieran todo el tiempo corriendo, distraídos por las ranas o las mariposas! Si el perro se distrae, la persona sin hogar actúa como el líder de la manada: sólo tiene que lanzar una mirada o un gruñido hacia el perro para recordarle las reglas y hacerle volver a la manada. Cuando el día llega a su final, la persona sin hogar recompensará al perro con comida y afecto justo antes de disponerse a dormir. Comparten una existencia muy elemental, probablemente muy parecida a las primeras relaciones entre nuestros antepasados humanos y sus perros.

¿Quién manda en su casa?

En cuanto mis clientes empiezan a captar el concepto de grupo y de líder de la manada, normalmente me preguntan: «¿Cómo puedo saber quién es el líder de la manada en mi casa?». La respuesta es muy simple: ¿quién controla la dinámica de su relación?

Hay docenas y docenas de distintos modos en que su perro le dirá, alto y claro, quién es el dominante de los dos. Si salta sobre usted cuando por la tarde vuelve a casa del trabajo, no sólo está feliz de verla. Es el líder de la manada. Si usted abre la puerta para dar un paseo y él sale delante de usted, no es sólo porque le encanten sus paseos. Es el líder de la manada. Si le ladra y entonces usted le da la comida, no es «una monada». Es el líder de la manada. Si usted está durmiendo y la despierta con sus patas a las cinco de la mañana para decirle: «Sácame, tengo que hacer pis», le está demostrando, antes incluso de que salga el sol, quién manda en la casa. Siempre que la obligue a usted a hacer algo, él será el líder de la manada. Así de simple.

Casi siempre un perro es el líder de la manada del mundo humano porque el humano suele decir: «¿No es adorable? Está intentando decirme algo». Ahí está otra vez el viejo síndrome de
Lassie
: «¿Qué ocurre, Lassie? ¿El abuelo se ha vuelto a caer al pozo?». Sí, humano, en este caso su perro está tratando de decirle algo: está tratando de recordarle que él es el líder y usted su seguidor.

Así pues, cuando se dé cuenta de quién es realmente, usted será el líder de la manada. Cuando salga de casa delante de su perro, será el líder de la manada. Cuando sea usted quien tome las decisiones en casa, entonces será el líder de la manada. Y no estoy hablando de un 80 por ciento de las veces. Estoy hablando del cien por cien del tiempo. Si sólo ofrece un 80 por ciento del liderazgo, su perro la seguirá sólo al 80 por ciento. Y el restante 20 por ciento del tiempo será él quien dirija el espectáculo. Si da a su perro la oportunidad de mandar sobre usted, la aprovechará.

Pepper y los peligros del liderazgo parcial

¿Qué pasa cuando sólo le ofrecemos un liderazgo parcial a nuestro perro? He presenciado muchas situaciones en las que el humano proyectaba la energía y conducta de liderazgo correctas en prácticamente todas las situaciones. Es una fórmula genial para un perro desequilibrado, porque para él resulta aún más confuso no saber cuándo ha de mandar y cuándo obedecer que el hecho de tener que ejercer de líder de un humano.

Tomemos otro ejemplo de la primera temporada de
Dog Whisperer
. Un fotógrafo, Christopher, había adoptado una adorable mestiza de terrier y Wheaton, de 8 años, llamada Pepper, y entre los dos había crecido una estrecha relación. Cada día Chris caminaba desde su casa hasta el estudio que compartía con otro fotógrafo, y había entrenado a Pepper para que fuera con él caminando. Pepper era una perra tan buena en sus paseos, que Chris ya ni siquiera necesitaba usar una correa para el «traslado». Verlos juntos era presenciar el mismo lenguaje corporal apropiado entre líder y seguidor que había visto en las personas sin hogar y sus perros. Podía haber tráfico, podían pasarles rozando críos en monopatín, podía haber bocinazos de claxon; Pepper no dejaba de trotar junto a Chris con la cabeza gacha y moviendo la cola. Una sola palabra de él bastaba para corregirla si se distraía. Estaba claro que a Pepper le encantaban esos momentos de paseo conjunto; siempre llegaba al estudio fresca y relajada.

Sin embargo, una vez en el estudio asomaba la cabeza otra faceta de Pepper.

El estudio donde Chris y su socio Scott trabajaban era también el sitio donde fotografiaban a sus clientes. Esto significaba que, varias veces al día, nuevas personas entraban y salían de allí. A Pepper parecía no gustarle que la gente fuera al estudio. Corría hacia la puerta, ladraba, gruñía y mordisqueaba los talones del recién llegado, «guiándolo» hasta el centro de la sala.

Mientras Chris y Scott preparaban los focos y el material, normalmente invitaban a los clientes a que se sentaran en una zona de espera. Desgraciadamente Pepper había decidido que el enorme sofá de vinilo de la zona de espera era «su» sofá. Los clientes que se sentaban allí eran recibidos con temibles gruñidos y ladridos, e incluso amenazados con mordiscos.

Estaba claro que ésa no era la clase de comportamiento que se pudiera tolerar. No era inofensivo: en cierta ocasión Pepper había desgarrado el dobladillo del pantalón de una persona, y si seguía amenazando a los clientes de Chris y Scott, podría resultar muy perjudicial para el negocio. Chris temía tener que deshacerse de ella: para muchos perros cuyos dueños no pueden encontrarles un nuevo hogar (¿y cuánta gente aceptaría un perro sabiendo que tiene problemas?) esto significa volver al refugio. Desgraciadamente el 56 por ciento de los perros que van a un refugio —sobre todo perros que han sido devueltos muchas veces— acaban siendo víctimas de la eutanasia, simplemente porque no pueden encontrar a un humano que se lleve bien con ellos
[7]
.

Chris me llamó como última solución. Estaba pensando seriamente regalar a Pepper. Al hablar con él y con Scott, me quedó claro que ninguno de los dos le estaba ofreciendo a Pepper liderazgo alguno en el estudio. Desde el momento en que entraba el lugar era suyo: ni reglas, ni fronteras, ni límites. Chris cruzaba el umbral e inmediatamente empezaba a concentrarse en su trabajo, y Pepper tenía que arreglárselas sola. Ya que ni Chris ni Scott actuaban como el «líder» en el entorno del estudio —al menos, no en términos caninos— Pepper asumía que todo dependía de ella. Era la reina, y protegía de forma neurótica su territorio de la única manera que sabía.

Fue durante nuestra conversación cuando descubrí que Chris había triunfado plenamente a la hora de pasear a Pepper en la calle: incluso sin correa. Resulta mucho más difícil conseguir que un perro nos obedezca al aire libre, con tanta distracción, que en el interior de una casa. Tengo muchos más casos de perros que obedecen en casa, pero que se portan mal en los paseos, que al revés, por lo que este caso me pareció intrigante. Pedí a Chris que me mostrara cómo iba caminando al trabajo con Pepper, y vi un animal totalmente diferente. ¡También vi a un Chris totalmente diferente! Estaba centrado, controlándolo todo, y atento a Pepper, y parecían estar entre ellos en una armonía emocional. ¿Por qué la situación cambiaba radicalmente en el estudio?

Básicamente, cuando Chris se dirigía al trabajo, cambiaba de mentalidad. Toda esa gran disciplina que había inculcado a Pepper salía por la ventana en cuanto los dos cruzaban la puerta del estudio. Chris no cumplía con sus obligaciones como líder, en parte por falta de información sobre psicología canina, pero también porque ser líder es una tarea ardua. Requiere una cierta cantidad de energía y concentración serlo todo el tiempo, y a menudo Chris estaba tan ocupado y estresado en su trabajo que no podía perder tiempo estableciendo las reglas adecuadas para Pepper. En cuanto dejaban el trabajo redirigía su energía para volver a ser su líder y todo iba bien. Pero ahora, como la situación se había descontrolado tanto, tenía que volver al tablero si quería que ella lo volviera a respetar dentro de las paredes del estudio.

Ensayamos diversas situaciones en las que alguien llegaba a la puerta, y observé cómo Chris permitía que Pepper se volviera loca cada vez que sonaba el timbre. Le mostré cómo hacer que se sentara en silencio, en un estado de sumisión, antes incluso de abrir la puerta. Se puede saber si un perro está en una postura sumisa por la posición de sus orejas y por su mirada, pero también hay que estar en armonía con él para percibir una energía sumisa. Chris había enseñado a Pepper a responder a órdenes, y observé cómo le decía una y otra vez (de forma no muy convincente) que «se acostara». Su cuerpo se recostaba, pero estaba claro que su mente seguía activa y agitada. Sus orejas seguían moviéndose ligeramente y tenía la mirada fija sobre la puerta. Cuando abrieron y entró el visitante, volvió a enloquecer.

Le mostré a Chris que era menos importante que Pepper estuviera echada cuando se abriera la puerta, que el hecho de que su mente estuviera en un estado de sumisión y relax. También le enseñé a darle una orden que fuera en serio. Básicamente Chris se estaba mostrando como un blando, y no podía engañar a Pepper en ese respecto. Recuerde que la energía no miente. Aún no se había entregado al esfuerzo que requeriría el hecho de dividir su concentración en el estudio entre ser el líder de Pepper y ser fotógrafo a jornada completa. Parecía abrumarle tener que hacer ambas cosas a la vez. Realmente Chris quería conservar a Pepper, y lo ayudé a comprender que solucionar esa situación desesperada era únicamente responsabilidad suya.

Cuando por fin lo vi hablar en serio al dar una orden a Pepper, no utilizó palabra alguna. Hizo lo que yo hago. Sencillamente emitió un sonido: shhhh. Lo importante no era el tipo específico de sonido: ¡de hecho escogí ese sonido porque era el sonido que mi madre solía emplear para mantenernos a raya a mis hermanos y hermanas y a mí! Lo importante era la energía que había detrás de ese sonido. La clave, le dije a Chris, consistía en corregir a Pepper antes de que su mente quedara atrapada en un estado de nerviosismo y agresividad. Eso significaría que la tendría que corregir —con ese «shhh»— una y otra vez, hasta que quedara condicionada a permanecer tranquila y sumisa en todo momento mientras estuviera en el estudio con él.

El caso de «Pepper de póster» muestra un resultado extremo del hecho de dar a nuestro perro sólo un liderazgo parcial. Con un perro de baja energía, despreocupado por naturaleza, las consecuencias podrían no ser tan graves, pero en el caso de Chris y Pepper había mucho en juego. Chris se arriesgaba a una querella judicial, a perder clientes y en definitiva a perder su negocio si no podía controlar a Pepper: y Pepper se arriesgaba a perder su hogar, su dueño y muy posiblemente su vida (si Chris no lograba encontrarle un hogar para siempre). Por suerte, en cuanto comprendió la gravedad del problema, Chris se tomó en serio su responsabilidad y afrontó el problema. Una perra como Pepper no tiene por qué llevar una vida tan desequilibrada. Todo cuanto necesitaba para ser feliz y estable estaba dentro de ella. Sin embargo, sí necesitaba que Chris, como líder de su grupo, la ayudara a sacarlos a la superficie.

Mandar supone un trabajo a jornada completa

Un perro necesita liderazgo, desde el día de su nacimiento hasta el día en que muere. Instintivamente necesita saber cuál es su lugar respecto de nosotros. Normalmente, las dueñas han dispuesto un lugar a sus perros en su corazón, pero no en su «manada». Es entonces cuando el perro se hace con el mando. Se aprovecha de un humano que lo adora pero que no le ofrece liderazgo. Un perro no razona. No piensa: «Vaya, es genial que esta persona me adore. Me hace sentir tan bien, que jamás volveré a atacar a otro perro». A un perro no se le puede decir lo que se le diría a un niño: «Si no te portas bien, mañana no vas al parque de perros». Un perro no puede establecer esa conexión. Toda muestra de liderazgo que le ofrezca a un perro ha de darse en el momento en el que hay que corregir su comportamiento.

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