—¡No ganarás! —gritó Alba pasando junto al Blanco—. Encontraremos más dragones como nosotros y nos uniremos para luchar contra ti.
—¡Estúpido jovencito! —Escarcha echó la cabeza atrás y rió. Se elevó más en el cielo y batió las alas con fuerza, agitando el viento—. ¡No importa cuántos dragones como vosotros consigáis reunir! —gritó por encima del ruido—. Al final perderéis. ¡Takhisis regresará! —Giró en el aire y su risa lo siguió, retumbando en las montañas cercanas—. ¡Malystryx traerá a la Reina Oscura! ¡Y ella gobernará Krynn!
El viento aulló y las montañas temblaron, amenazando con causar una avalancha.
—¡Takhisis! —susurró Ulin mientras luchaba por salir de entre la nieve. Estaba vivo de milagro y volvía a sentir sus entumecidos miembros.
El Dragón Dorado aterrizó cerca de él.
—Debo regresar rápidamente al barco y contarle lo que he oído a mi padre —dijo Ulin mientras caminaba con paso tambaleante al encuentro de Alba—. Takhisis. El Blanco ha dicho que la Reina Oscura regresará.
—¡Volved dentro! —ordenó Silvara. Cuando se posó en la tierra, su cuerpo volvió a transformarse y de inmediato recuperó la apariencia de una mujer solámnica—. ¡Deprisa!
Alba flotó hacia la tumba cambiando de forma en el camino. Unos instantes después, volvía a ser el joven de brillante cabello rubio y resplandecientes ojos verdes.
Ulin echó un último vistazo al cielo e hizo una seña a Groller y Gilthanas, que se apresuraron a entrar en la tumba, seguidos por los Caballeros de Solamnia y los prisioneros. En cuanto entraron en el edificio, las puertas de bronce se cerraron tras ellos.
—Al revelarnos, nos arriesgamos a que los señores supremos nos destruyan —dijo Silvara respirando entrecortadamente—. Y, ahora que Gellidus sabe que estoy en su territorio, tratará de hacer algo. Es probable que creyera que Alba no representaba un gran peligro, pero dos dragones... —Se volvió a mirar a Alba—. Por suerte no puede entrar aquí ni puede dañar los poderosos muros exteriores de la Tumba de Huma.
—Aunque puede sepultarla en la nieve —explicó Alba—. De hecho, lo hace a menudo.
Silvara asintió.
—Sin embargo, la magia que usaron para construir este edificio mantiene alejado el Mal. La tumba es más fuerte que el Blanco.
—¿Y qué pasa con los Caballeros de Takhisis? —Gilthanas señaló a los prisioneros maniatados—. Han entrado, a pesar de ser malos.
—Lo cierto es que vosotros los obligasteis a entrar. No entraron por propia voluntad. Además, no son tan perversos como el Dragón Blanco. Sin duda hay un ápice de bondad en su corazón.
Ulin procuró ordenar sus ideas. La noticia del regreso de Takhisis lo había dejado atónito.
—Goldmoon cree que los dioses sólo se han retirado temporalmente y que observan a los mortales desde lejos —dijo—. Está convencida de que algún día regresarán. Pero Takhisis... —Se apoyó sobre la lustrosa pared y se dejó caer al suelo—. Si la Reina Oscura vuelve, estaremos perdidos.
—Regresará —sentenció uno de los Caballeros Oscuros irguiendo los hombros—. Lo dice la profecía.
Alba lo fulminó con la mirada.
—Palin Majere debe enterarse de las palabras del Blanco —dijo el Dragón Dorado—. Él puede advertir a otros, incluidos sus amigos hechiceros. No obstante, no será Ulin quien se lo diga.
Los ojos del joven dragón resplandecieron.
Ulin le devolvió la mirada y recordó cómo había absorbido el aura mágica de Alba para potenciar su propio hechizo.
—Gilthanas, yo también me quedo aquí.
El bosque de Beryl
El dragón pasó rozando la frondosa cúpula. Su silueta negra como la noche contrastaba con el pálido cielo de la mañana. El Dragón de las Tinieblas giró su largo cuello a un lado y a otro para ver mejor entre las ramas. Al no hallar lo que buscaba, empleó la magia de su mente para localizar a los dragones inferiores en el bosque de Beryl. Muerte Verde, la señora suprema que regía el territorio qualinesti, tenía dragones subalternos desperdigados por todo su reino.
El dragón emitió un suave gruñido, un sonido semejante al del viento al pasar tras la rendija de una ventana, mientras abría y cerraba las garras negras como el azabache. Aunque ese día había planeado matar a un Dragón Verde, ahora se contentaría con un Negro. De modo que había restringido la búsqueda al bosque y los pantanos donde era fácil encontrar a esa clase de dragones.
—Tal vez al noreste —dijo el Dragón de las Tinieblas y ahora su voz sonó como un fuerte viento—. Un Negro pequeño en el pantano de Onysablet. O puede que...
Las palabras flotaron en el aire. Algo había llamado su atención. El dragón clavó sus negros ojos en los dos humanos, un enano y una elfa que se abrían paso entre la densa vegetación.
—Palin Majere —dijo el Dragón de las Tinieblas—, y también su esposa, Usha. —Los siguió, volando tan cerca de la bóveda del bosque que sus garras rozaban las ramas. Escuchó la intrascendente conversación del hechicero y sus amigos y trató de adivinar sus propósitos—. La elfa también tiene poderes mágicos. Fascinante. Pero los muy necios no saben que los estoy vigilando.
El dragón tuvo la paciencia necesaria para observar y esperar, hasta que olfateó a una presa más interesante a pocos kilómetros de allí. Sus negros ollares temblaron y sus ojos se entornaron.
—Un Negro —susurró. Volvió a olfatear el aire—. Un jovencito. Otra vez será, Palin Majere.
El Dragón de las Tinieblas giró hacia el norte y dejó que su mente mágica localizara a la presa.
* * *
En opinión del enano, había demasiado verde; tanto que apenas podía ver el cielo o el suelo. Naturalmente, las tonalidades variaban: verde pálido, verde intenso, verde pardo —a juego con la túnica y las polainas de Usha—, verde esmeralda, verde oliva, un verde tan oscuro que parecía negro y un verde tan claro que parecía blanco.
Si el enano miraba el suelo con atención, entre las matas de hierba y las enredaderas, también podía vislumbrar algo de marrón: el barro producido por la lluvia torrencial que había caído poco antes del amanecer. Unos días antes, cuando habían desembarcado, el cielo estaba completamente despejado, sin rastro de nubes. Sin embargo, el clima había cambiado rápidamente y desde entonces había llovido a diario. La humedad hacía que las distintas tonalidades de verde parecieran más intensas.
Pero, si Jaspe miraba a los árboles, podía ver el marrón y el gris de los troncos entre las manchas de musgo y el tupido velo de las plantas trepadoras. Aquí y allí había también vetas azules y púrpura y estallidos de rojo: flores. Pero prácticamente pasaban inadvertidas entre tanto verde. Tanta vegetación lo hacía estornudar y lagrimear.
—Gilthanas pensaba que yo los obligaría a ir más despacio en Ergoth del Sur —dijo con una risita mientras se secaba la nariz con la manga—. ¡Vaya! —Pisó algo blando y al principio creyó que era musgo. Pero tras un rápido vistazo vio que en su esfuerzo por eludir un charco de barro había metido el pie en un tronco podrido y cubierto de musgo—. Demonios —gruñó mientras trataba de liberar el pie.
—¿Qué pasa, Jaspe? —preguntó Usha.
—No es la vegetación —murmuró él a modo de respuesta—, es este lugar. Debería haber ido con Gilthanas. ¿Cómo se las arreglarán él y Ulin sin mí para comunicarse con Groller? Debería haber discutido con ellos.
—¿Jaspe? —llamó la voz de Feril.
La kalanesti y Palin habían estado andando unos metros por delante, hablando de Dhamon y de la escama adherida a su pierna, cuando les llamó la atención el súbito silencio. Ya no oían el crujido de las ramas bajo los pies del enano.
—Había barro alrededor del tronco —explicó Jaspe—. Sólo quería evitar ensuciarme las botas.
Usha y la elfa rieron.
—Jaspe es incapaz de apreciar este paisaje —dijo Feril a la esposa del hechicero.
—A mí también me está costando bastante —respondió Usha en voz baja mientras se apartaba del enano—. Quizá no debería haber insistido en venir. Pero estoy cansada de oír hablar a terceros de las aventuras de Palin. Me gusta participar en ellas de vez en cuando.
Palin se arrodilló para ayudar al enano. El tronco podrido estaba lleno de barro, musgo e insectos. Cuando el enano consiguió sacar el pie, saltó a la pata coja sobre el otro y buscó un trozo de tierra seca. Cuando lo encontró, debajo de un gigantesco roble, se quitó la bota y dejó caer el agua y el barro. De inmediato lo envolvió una nube de tábanos.
Palin esperó pacientemente mientras miraba a su esposa. No había puesto demasiadas objeciones cuando ella había dicho que quería acompañarlo. Sabía que podía ser peligroso, pero Usha tenía razón: ya no había un solo lugar seguro en todo Krynn. Palin le sonrió y vio un brillo de alegría en sus ojos. El hechicero pensó que estaba preciosa rodeada de tanto verde.
—No quería demoraros —se disculpó el enano.
A pesar de sus cortas piernas, hasta el momento no lo había obligado a ir más despacio. Ahora desenvainó una daga y la usó para retirar todo el barro posible de la bota. Luego se quitó el fajín y secó la plantilla. Finalmente se guardó el fajín sucio en el bolsillo.
Usha le decía una palabra de ánimo de vez en cuando, mientras Palin espantaba a los mosquitos que se habían unido a los tábanos, formando una nube densa como la niebla. La kalanesti se alejó unos pasos, atenta a los sonidos del bosque.
—Me encantaría vivir en un sitio como éste —dijo.
—Apuesto a que Dhamon no estaría de acuerdo —replicó Jaspe—. Hay demasiados bichos. —Satisfecho con la limpieza de la bota, se la calzó e hizo una mueca de disgusto—. Todavía está un poco húmeda —protestó—. Bueno; supongo que podría haber sido peor. Podía haber metido los dos pies dentro del tronco.
Palin lo ayudó a levantarse.
—Feril, hace décadas éste era un bosque templado, muy distinto de esta... jungla. Yo estuve aquí en una ocasión.
—Beryl lo ha cambiado —dijo Feril mientras miraba hacia arriba con expresión ceñuda.
Los árboles más grandes medían más de treinta metros y sus troncos, más anchos que una casa, formaban una cúpula a través de la cual sólo se filtraba la luz más intensa. La kalanesti percibió docenas de aromas embriagadores: a madera podrida; a tierra húmeda; a flores silvestres, la mayoría ocultas bajo las gigantescas hojas de los helechos; al denso musgo que cubría la tierra, las piedras y los troncos. Pero había otros olores, aromas almizcleños que Feril no alcanzaba a identificar y que la inquietaban.
La elfa procuró olvidar que ese bosque era una degeneración de la naturaleza, una abominación, una afrenta a los dioses que habían ayudado a crear el mundo. Sí; era una abominación, pero la kalanesti necesitaba explorarlo. Había pasado tanto tiempo en el
Yunque de Flint
que casi había olvidado lo maravilloso que era el bosque.
—Ojalá tuviéramos tiempo para explorar el bosque de Beryl —dijo mientras pensaba que ojalá Dhamon estuviera allí para recorrerlo con ella—. Me gustaría descubrir qué animales despiden algunos de estos olores. Hablar con este lugar —musitó en voz alta. Las hojas parecían hablar con ella.
Únete a nosotras,
imaginó que decían. Tal vez después de que ella y sus compañeros se apoderaran de los cuatro objetos mágicos, ella podría regresar allí y cumplir sus deseos. Con Dhamon, naturalmente. La kalanesti esperaba que, incluso si conseguían vencer al Verde, el bosque no recuperara su forma original de inmediato—. Es hermoso.
—Sí, lo es —asintió Usha.
—Y verde —añadió Jaspe.
Se adentraron más en el bosque tropical, con Feril a la cabeza. Los ojos de la elfa se iluminaron al ver un
trillium,
una flor de tres pétalos de color rojo oscuro, sobre una mata de helechos aterciopelados. La planta debería haberle llegado al tobillo, con una flor del tamaño de un pulgar, pero ésta en particular le llegaba a la cintura. Feril se acercó y acarició los pétalos de la flor, que tenía forma de cono y el tamaño de un puño. Aspiró su fragancia embriagadora.
—¡Demonios!
Feril oyó un crujido a su espalda y se volvió.
—Lo siento —dijo el enano mientras sacaba el pie de entre dos raíces—. No es mi intención insultar a tu precioso bosque, Feril. Pero es difícil caminar por aquí. Todo es tan grande.
—Tú quisiste venir —le recordó Palin.
—Sólo porque Gilthanas no quiso llevarme a Ergoth del Sur. Y porque no quería que volvieran a dejarme solo en el barco. Mira lo que me perdí por no ir al desierto con vosotros. Había elefantes y todo.
—Podrías haber ido a Schallsea con Dhamon y Rig —dijo Usha.
Jaspe alcanzó a la kalanesti.
—En mi opinión,
tú
deberías haberte quedado en el barco. A Dhamon no le hizo ninguna gracia que te fueras.
Feril frunció el entrecejo.
—Yo tampoco quería separarme de él, pero más tarde estaremos juntos. Además, Goldmoon tiene que examinar la escama.
El enano sonrió.
—Si es posible hacer algo al respecto, seguro que Goldmoon lo hará. Ahora apresuremos el paso; ya prácticamente no hay luz.
—Queda mucho tiempo de luz —respondió la elfa con una sonrisa—. Lo que pasa es que no llega hasta aquí.
—Entonces por la noche estará muy oscuro.
—Como una cueva —murmuró Palin.
El enano suspiró.
Los monos gritaban y saltaban de rama en rama. Entre la multitud de pájaros, algunos lanzaban chillidos estridentes y otros cantaban melodiosamente. Había muchos loros, pájaros tropicales que no eran nativos de esa región pero que habían llegado allí atraídos por la cálida y densa vegetación y se habían reproducido rápidamente. Feril echó la cabeza atrás y vislumbró las plumas amarillas y anaranjadas de los guacamayos más grandes. Se lo señaló a Jaspe, que sólo demostró interés por cortesía. Usha, sin embargo, quedó fascinada por ellos y continuó la marcha con la cabeza inclinada. Cogida del brazo de Palin, los miraba saltar de un árbol a otro.
Cuando llevaban aproximadamente una hora de viaje, los sonidos se apagaron de forma súbita. Feril fue la primera en reparar en el misterioso silencio. Se paró en seco para aguzar sus sentidos: sus ojos de elfa rastrearon el follaje, sus fosas nasales temblaron tratando de detectar olores nuevos. Quizá se tratara de un carnívoro grande, un animal que había asustado a los pájaros.
—Mira, Palin, allí. ¡Hay una especie de red en el suelo! —gritó Jaspe.
—¡No la toques! —exclamó Feril mientras corría a su encuentro.