—Un mes —susurró el qualinesti—. Tardaremos un mes en llegar a la tumba y encontrar la lanza. —Miró a Ulin—. Quizás algo más. ¿Alguna vez has estado tanto tiempo separado de tu esposa? —Ulin negó con la cabeza—. Debe de ser duro para ti.
—La quiero, y también quiero a mis hijos —respondió Ulin—. Pero el amor no es suficiente. Tengo la sensación de que me falta algo en la vida.
—¿Y esperas encontrarlo bajo la nieve?
—Necesito dejar mi huella en el mundo, ya sea con mi magia o con mi inteligencia.
—¡Te pareces tanto a tu tío abuelo y a tu padre!
El joven Majere se pondría en contacto con su padre en cuanto alcanzaran la meta; o más precisamente «si» la alcanzaban, pensó Gilthanas. Luego Palin los sacaría de allí mediante un conjuro mágico. Devolver a una persona a su tierra le resultaba más sencillo que enviarla a un sitio que no conocía bien. Gilthanas recordó las palabras del hechicero: «Podríais acabar en medio de un glaciar».
Furia
se adaptaba al clima mucho mejor que ellos. Rara vez se alejaba del trío, y cuando lo hacía era porque había olido algo interesante. Con las orejas pegadas a la cabeza, el lobo avanzaba con cautela, olfateando el aire. En esas ocasiones, Gilthanas, Ulin y Groller aflojaban el paso y miraban con sigilo a su alrededor.
Ulin tenía la impresión de que los vigilaban o los seguían y estaba seguro de que eso explicaba la actitud recelosa de
Furia.
Aunque no encontraron huellas de ninguna clase, en dos ocasiones el joven Majere creyó ver un bulto con forma humana a su espalda, entre los montículos de nieve. Sin embargo, cuando Groller y Gilthanas se volvían a mirar, la silueta ya había desaparecido. No había rastros de otros seres vivos y
Furia
no parecía advertir ninguna presencia cercana.
Al caer la noche se sentaron junto a un banco de nieve, algo parecido a una ola congelada, para resguardarse de los fuertes vientos. Ulin continuaba intrigado por la silueta que creía haber visto y le preocupaba la posibilidad de que el refugio no fuera seguro. Pero estaban demasiado cansados para buscar un sitio mejor, así que rápidamente se asentaron allí.
El manto de nubes se hizo más fino y las estrellas se reflejaron en la nieve, embelleciendo el paisaje. Gilthanas admiró la vista mientras maldecía el frío para sus adentros y mantenía los ojos fijos en el horizonte. Pensó que era probable que Ulin hubiera visto un ogro o un kalanesti envuelto en pieles; un solitario Elfo Salvaje que habría permanecido en el territorio después de la llegada del dragón y que quizá temiera acercarse a los desconocidos.
Protegidos del silbido del viento por el banco de nieve, pudieron oírse entre sí por primera vez desde que habían llegado a Ergoth del Sur. Ulin dijo que la figura que había vislumbrado no se parecía a ninguna criatura que hubiera visto antes y que estaba seguro de que no se trataba de un elfo envuelto en pieles. La silueta con forma humana era grande y robusta, pero estaba demasiado lejos para que pudiera describirla en detalle.
Gilthanas se reclinó sobre la compacta pared de nieve y cerró los ojos. Él había sugerido hacer esa pequeña expedición a la Tumba de Huma, y sus palabras habían sido lo bastante convincentes para que lo pusieran al mando del grupo. Sin embargo, sus delgaduchas piernas de elfo ya acusaban los rigores del viaje. Clavó la lanza en la nieve.
—Espero que no la necesitemos —dijo a Ulin—. Rig se muere de ganas de usarla contra un dragón. No obstante, aunque ha sido forjada para matar dragones, dudo mucho que sirva de algo contra un señor supremo.
Ulin hizo un gesto afirmativo y cerró los ojos. Se había ofrecido voluntario para ir a Ergoth del Sur porque, aunque admiraba mucho a su padre, lo atraía la posibilidad de escapar de la temible sombra de Palin y hacer algo importante solo.
—Soy un adulto que siempre vivirá a la sombra de su padre —dijo para sí—, pero no en este lugar.
El qualinesti se arropó con las pieles y se acercó más a Ulin con la vana intención de calentarse un poco. Procuró imaginar arena, aguas brillantes, altos robles en primavera, cualquier cosa que lo distrajera del frío, pero no le sirvió de nada.
* * *
Una semana después avistaron otras dos criaturas con forma humana, que en esta ocasión llevaban lanzas o garrotes.
—No parecen amistosos —observó el elfo.
Ese mismo día descubrieron huellas de botas en el camino que conducía a la tumba. Había huellas claras de nueve individuos, ninguna lo bastante grande para pertenecer a ogros o a las robustas criaturas que habían visto con anterioridad.
—Esto no me gusta —dijo Gilthanas a Ulin por la noche, cuando se detuvieron a descansar en el claro de un pinar—. En un sitio tan desolado como éste, no debería haber rastros de otros seres.
—Aun así, está claro que hay alguien delante de nosotros y que se dirige en la misma dirección, en línea recta hacia la Tumba de Huma. Y me pregunto qué clase de criaturas son esas que nos siguen —añadió mientras masticaba un trozo de cecina—. Al ver las lanzas, he supuesto que serían hostiles. Pero hasta ahora no nos han molestado. Puede que ellos también nos teman a nosotros.
Ajeno a sus palabras, Groller se detuvo en seco y olfateó el aire. El semiogro miró con nerviosismo alrededor como si oliera algo preocupante, algo que no acababa de identificar. Sin embargo, era un olor familiar. ¿Peces? ¿Mar? Inclinó la cabeza a un lado y se adelantó a sus compañeros.
Furia
gruñó y sus pelos se erizaron formando una cresta congelada sobre el lomo. El lobo pasó entre dos pinos pequeños, y Groller se quitó la capucha para ver mejor.
De repente, el lobo aulló y dio un salto hacia atrás. Groller vio un lanza clavada en su flanco. El semiogro rebuscó entre los pliegues de la capa de piel, sacó la cabilla de maniobras y echó a correr cubriendo de nieve a Ulin y a Gilthanas, que caminaban a su espalda.
Cuatro criaturas surgieron súbitamente de atrás de un montículo de nieve situado entre dos pinos altos. Tenían forma humana, pero la luz de la luna que se filtraba entre las ramas iluminó sus grotescos rasgos, de modo que los hombres pudieron verlos bien por primera vez.
De color gris azulado y más altos que el semiogro, medían al menos dos metros y medio de estatura y un metro de ancho entre hombro y hombro. Pese a sus barrigas abultadas, eran extraordinariamente musculosos. Del grueso torso salían unos brazos humanoides acabados en garras palmeadas, lo que les daba el aspecto de un híbrido entre hombre y morsa. La cabeza de foca coronaba un cuello corto y ancho. Unos colmillos de casi medio metro de largo se proyectaban en curva desde la boca de dientes romos. Sobre los bigotes, que caían sobre el labio superior, había unos ojos pequeños, brillantes y negros. Las pieles que vestían eran rústicas y primitivamente curtidas.
Emitieron un sonido grave y gutural. Groller sólo vio el movimiento de las bocas y las nubes de vapor que salían de ellas cuando su aliento se encontraba con el aire gélido. El semiogro golpeó el pecho de la criatura más cercana con la cabilla de maniobras, pero su pellejo era tan grueso que la herramienta rebotó.
—¡Aparta a Groller de los árboles! —gritó Ulin a Gilthanas.
Sin apartar la vista de las ramas de los pinos, el joven Majere se acuclilló en la nieve y comenzó a pronunciar las palabras de un encantamiento. «Si esto funcionó con el barco de los Caballeros de Takhisis, debería funcionar con los pinos», se dijo.
El semiogro vio que las otras tres criaturas avanzaban hacia él y retrocedió hasta el tronco de uno de los pinos más grandes. La criatura que iba delante atacó con la lanza, pero Groller no se apartó. En cambio, extendió rápidamente el brazo e interceptó el golpe con la cabilla de maniobras. Los músculos del semiogro se tensaron mientras trataba de evitar que la punta de la lanza alcanzara su cuerpo. Luego tiró hacia arriba y arrebató el arma de manos del hombre-morsa. Los otros tres se cerraron sobre él, pero Groller usó la lanza para defenderse y atacar.
Furia
aulló a su espalda, luego saltó sobre la nieve y se arrojó contra la criatura desarmada. El feroz lobo comenzó a desgarrar el abultado vientre del hombre-morsa, que se retorcía y trataba desesperadamente de ahuyentar al animal. A pesar de sus heridas,
Furia
esquivó con agilidad los colmillos de la criatura. La sangre tiñó la nieve, que adquirió una tonalidad rosada bajo la pálida luz de la luna.
—¡No consigo atraer la atención de Groller! —gritó Gilthanas mientras caminaba hacia el semiogro con la lanza en la mano.
—¡No te acerques más! —gritó Ulin—. ¿Puedes hacerle un escudo?
Un suave resplandor rojizo rodeaba las manos de Ulin, que había unido los pulgares y señalaba con el resto de los dedos el árbol donde estaba el semiogro.
El qualinesti cerró los ojos y dejó caer su capa de pieles. Sintió que el viento le azotaba el cuerpo, como si fuera un ser vivo, una amante acariciándole la piel. Invocó a ese viento, le ordenó que se acercara y absorbió la energía de cada racha de aire. La fuerza del viento palpitó en su interior y, aunque no consiguió calentarlo, lo llenó de un poder mágico.
Los labios de Gilthanas comenzaron a temblar de frío. Aunque continuaba absorbiendo energía, el hielo empezaba a cuajar debajo de su nariz. Los dedos de sus manos y pies se entumecieron mientras él se sacudía de manera incontrolable; pero, cuando por fin el viento se rindió a su voluntad, Gilthanas ahuecó las palmas de las manos representando un escudo.
—¡Ya está, Ulin! —gritó el qualinesti sin dejar de concentrarse—. Pero no podré mantenerlo durante mucho tiempo.
En cuanto las palabras de Gilthanas se apagaron, Ulin puso en práctica su encantamiento. De inmediato, el pino en el que se apoyaba Groller se convirtió en un leño gigante. Su tronco y sus ramas se cubrieron de resplandecientes lenguas de fuego. Las agujas encendidas del pino cayeron de las ramas y bañaron a las criaturas. Sin embargo, ninguna de ellas tocó a Groller pues el viento formó una bóveda alrededor del sorprendido semiogro, aislándolo de la magia.
Los hombres-morsa, que no estaba acostumbrados al calor, se retorcían en el suelo, donde los alcanzaron más agujas y trozos de ramas encendidas que prendieron fuego a sus pieles. El aire se impregnó de olor a leña y carne quemadas, y las criaturas moribundas despidieron un hedor insoportable. Groller, que contemplaba la escena con una mezcla de fascinación y horror, echó un rápido vistazo a
Furia.
El lobo estaba fuera del círculo de fuego y continuaba mordiendo a la única criatura superviviente, cuyos forcejeos se hacían cada vez más débiles.
—¡Tenemos que marcharnos de aquí! —gritó Gilthanas mientras recogía su capa y se cubría con ella. Luego se puso la lanza sobre el hombro—. ¡Avistarán el fuego desde kilómetros de distancia!
—El Blanco —musitó Ulin, consciente de que tal vez había cometido un terrible error.
—Sí; Escarcha podría avistar el fuego —respondió Gilthanas mientras salía del claro—. Y si nos ve, moriremos. A menos que yo tenga mucha, mucha suerte con esta lanza.
Lo único que quedaba del pino era una silueta negra que crepitaba bajo el viento. El fuego se había consumido con la misma rapidez con que se había encendido, y Groller se apartó con cuidado del árbol. Los tres miraron al lobo con expresión atónita. La herida de la lanza había cicatrizado en unos minutos.
—Ahora no tenemos tiempo para desentrañar este misterio —dijo Gilthanas señalando al lobo—. ¡Larguémonos de aquí!
Groller y
Furia
tomaron la delantera y enfilaron hacia el borde de un cañón que se extendía como una profunda cicatriz en la tierra. La luz de la luna iluminaba los bordes y se filtraba hacia el lejano suelo cubierto de nieve.
Tardaron horas en descender por la cuesta y no llegaron al fondo hasta el amanecer. Allí descansaron, durmiendo por turnos por si aparecían osos polares o más hombres-morsa. Antes de bajar la cuesta del cañón, habían descubierto huellas de oso, y en el fondo volvieron a encontrar el rastro de nueve pares de botas.
Durante varios días siguieron el sinuoso curso del cañón, que afortunadamente los protegía del viento. Ya no necesitaban gritar para hacerse oír, y Gilthanas aprovechó la ocasión para interrogar a Ulin sobre su entrenamiento en el arte de la magia. Entretanto, seguían atentamente las huellas de las botas, se sobresaltaban ante cada sonido inesperado y especulaban sobre la milagrosa curación de
Furia.
Una nevisca de tres días los obligó a aflojar la marcha, cubrió por completo las huellas de las botas y les hizo preguntarse si morirían antes de llegar a destino. Pero por fin la nevisca amainó y el sol hizo su insólita aparición.
—Si no me equivoco, ya han pasado tres semanas —dijo Ulin cuando se acercaban al final del cañón.
—Casi cuatro —corrigió Gilthanas.
—Parece una eternidad. —La embocadura del cañón se ensanchó y salieron a una vasta planicie cubierta de hielo—. ¿Dices que ha pasado un mes?
—Eso creo —respondió el elfo—. Hace unas décadas, cuando este terreno estaba cubierto de vegetación, habríamos tardado un par de semanas en cruzarlo. Así que calculo que con tanta nieve hemos tardado un mes.
—Tal vez sea un cálculo demasiado optimista —dijo Ulin—. Me pregunto si mi padre ya habrá encontrado el cetro. Puede que él esté sano y salvo en la Ciudadela de la Luz, junto a Goldmoon, antes de que nosotros localicemos la tumba.
—Sano, salvo y caliente —añadió Gilthanas.
—Ya no recuerdo cómo es el calor.
—No te preocupes; no falta mucho. Si no recuerdo mal, sólo nos quedan unos días de viaje —observó el elfo—. La tumba está al otro lado de esta llanura.
Sacudió una mano. Sus dedos estaban entumecidos debajo de los guantes y apenas sentía los de los pies. Durante la primera semana de viaje, él y Ulin se habían turnado para protestar por el clima, pero ahora el qualinesti se guardaba las quejas para sí. Miró el suelo y contuvo el aliento. Unos pasos más adelante había unas manchas rojas sobre la nieve. Era imposible determinar si la sangre era fresca, pues estaba congelada.
—¡O... so po... lar! —exclamó Groller.
El semiogro dio media vuelta y arrojó la lanza que había robado a uno de los hombres-morsa. A unos cinco metros de distancia había un oso polar, preparado para el ataque. Era difícil diferenciar su pelaje blanco del fondo de hielo y nieve, pero el semiogro había visto su hocico y sus ojos negros. La lanza se hundió en el estómago del oso, pero éste no se movió ni rugió. Permaneció inmóvil, con la lanza clavada en el cuerpo.