—¿Acaso no tiene mi marca personal? —Se levantó su visera y sonrió—. Pues sí, ¿cómo iba a conseguir que detuvieran esta cosa si no?
—Lo entiendo —dijo ella—. Era una buena idea. Es una pena por el puente, pero…
—¿Pero?
—La catedral no puede pararse, Escorp. Va a despeñarse. Pareció asumirlo únicamente como un pequeño cambio en su visión del mundo.
—Pues entonces será mejor que nos vayamos lo antes posible. ¿Dónde están los demás?
—En lo alto de la Torre del Reloj, en la buhardilla del deán. Están vigilados.
—Los sacaremos de allí —dijo—. Confía en mí.
—¿Y que pasa con el sarcófago, Escorp? He venido hasta aquí para encontrarlo.
—Tenemos que hablar sobre eso —dijo.
Ascendieron con el ascensor hasta la buhardilla mientras el sol deslizaba colores sobre sus caras. Escorpio metió la mano en un bolsillo de su traje.
—Remontoire me dio esto —dijo.
Rashmika miró el fragmento de concha, lo examinó con el cauteloso ojo crítico de alguien que había vivido entre fósiles y huesos y sabía que el más mínimo arañazo podía contarles muchas cosas, verdaderas o falsas.
—No lo reconozco —dijo finalmente.
Escorpio le contó todo lo que le había dicho Remontoire, todo lo que suponía o conjeturaba.
—No estamos solos en esto —dijo Escorpio—. Hay alguien más ahí fuera. Ni siquiera tenemos un nombre para ellos, solo los conocemos por los restos que han dejado a su paso.
—¿Han dejado esto en Ararat?
—Y en los alrededores de Ararat —dijo Escorpio—, y puedes apostar que en más sitios también. Quienesquiera que sean, deben de llevar ahí fuera mucho tiempo. Son muy listos, Aura. —Usó su nombre real a propósito—. Tienen que serlo para haber sobrevivido a los inhibidores durante tanto tiempo.
—No entiendo qué tienen que ver con nosotros.
—Quizás nada —dijo él—, quizás todo. Depende de lo que les pasase a los scuttlers. Ahí es donde creo que entras tú.
—Todo el mundo sabe lo que les pasó a los scuttlers —dijo con rotundidad.
—¿El qué?
—Fueron destruidos por los inhibidores.
Escorpio observó los colores que pintaban su cara. Estaba radiante y peligrosa, como un ángel vengador en un evangelio herético.
—¿Y tú qué opinas? —le preguntó.
—No creo que los inhibidores tuvieran nada que ver con la extinción de los scuttlers. Nunca lo he creído, al menos no desde que empecé a prestar atención. No me parecía que fuese una matanza del estilo de los inhibidores. Dejaron demasiados vestigios. Sin duda fue exhaustiva, no me malinterpretes, pero no lo suficiente. —Hizo una pausa y miró al suelo como si se avergonzara—. De eso trataba mi libro, en el que estaba trabajando cuando vivía en las tierras baldías. Era una tesis que demostraba mi hipótesis mediante la acumulación de datos.
—Nadie te habría escuchado —dijo—, pero si te sirve de consuelo, creo que tienes razón. La cuestión es: ¿qué tienen que ver las sombras en todo esto?
—No lo sé.
—Cuando llegamos aquí creíamos que era sencillo. Las pruebas apuntaban hacia una conclusión: los scuttlers habían sido eliminados por los inhibidores.
—Eso es lo que el sarcófago me dijo —dijo Rashmika—. Que los scuttlers habían construido el mecanismo para recibir las señales de las sombras, pero no dieron el último paso. No permitieron que las sombras cruzasen para ayudarles.
—Pero ahora tenemos la oportunidad de no repetir el mismo error —dijo Escorpio.
—Sí, pero en realidad tú no crees que debamos hacerlo, ¿verdad? —dijo Rashmika, aunque sonaba como si temiera una trampa.
—Creo que el error que cometieron los scuttlers fue contactar con las sombras —dijo Escorpio.
Rashmika negó con la cabeza.
—Las sombras no aniquilaron a los scuttlers. Eso no tiene ningún sentido. Sabemos que son al menos tan poderosas como los inhibidores. No habrían dejado ni rastro de los scuttlers aquí y si hubieran cruzado a este lado, ¿por qué iban a seguir rogándonos que les demos la oportunidad de hacerlo?
—Exacto —dijo Escorpio.
—¿Exacto? —repitió Rashmika.
—No fueron los inhibidores los que aniquilaron a los scuttlers —dijo—, ni tampoco las sombras. Fueron los que, o lo que, construyó ese fragmento de concha.
Rashmika le devolvió el fragmento, como si de alguna manera el objeto estuviese mancillado.
—¿Tienes alguna prueba de eso, Escorp?
—Ninguna en absoluto, aunque si excavásemos en Hela, pero de verdad, no me sorprendería encontrar finalmente algo como esto. Nos bastaría con un fragmento. Por supuesto hay otra forma de comprobar mi teoría.
Rashmika sacudió la cabeza, como si intentase aclararse.
—Pero ¿qué hicieron los scuttlers para que tuvieran que exterminarlos?
—Tomaron la decisión equivocada —dijo Escorpio.
—¿Y cuál fue?
—Negociaron con las sombras. Esa es la prueba, Aura, eso era lo que los fabricantes de conchas estaban esperando. Sabían que lo único que los scuttlers no debían hacer era abrirles la puerta a las sombras. No se puede vencer a un enemigo negociando con otro peor. Debemos asegurarnos de no cometer el mismo error.
—Los fabricantes de conchas no me suenan mucho mejor que las sombras, o que los inhibidores, la verdad.
—No estoy diciendo que tengamos que compartir cama con ellos, solo que deberíamos tenerlos en cuenta. Están aquí, Aura, en este sistema. Solo porque no los veamos, no quiere decir que ellos no estén observando todos nuestros movimientos.
Ambos siguieron ascendiendo en silencio varios segundos más. Finalmente Rashmika volvió a hablar.
—No has decidido todavía dónde encaja el sarcófago, ¿no?
—Tenía la mente abierta —dijo Escorpio.
—¿Y ahora?
—Me has ayudado a tomar una decisión: no va a salir de la
Lady Morwenna
.
—Entonces el deán Quaiche tenía razón —dijo Rashmika—. Él siempre dijo que el sarcófago estaba lleno de demonios.
El ascensor redujo su velocidad. Escorpio se volvió a guardar el fragmento en la bolsa de su cinturón y luego sacó el cuchillo de Clavain.
—Quédate aquí —dijo—, si no salgo de esa habitación en dos minutos, baja con el ascensor a la superficie y sal de la catedral lo más rápido que puedas.
Los cuatro estaban de pie en el hielo: Rashmika, su madre, Vasko y el cerdo. Habían estado caminando junto a la
Lady Morwenna
desde que lograron salir de ella, siguiendo a la inmensa catedral en su viaje hacia el muñón que había quedado del puente y que sobresalía del borde del acantilado. De hecho estaban precisamente en esa parte final del puente, a más de un kilómetro de la pared de la falla.
Era muy poco probable que quedara nadie con vida dentro de la catedral, pero Escorpio se había resignado a no saberlo con certeza jamás. Había recorrido los espacios principales de la catedral buscando supervivientes, pero estaba seguro de que había docenas de escondites presurizados que nunca encontraría. Ya era suficiente con haberlo intentado. En su actual estado de debilidad, incluso eso era ya más de lo que cualquiera hubiera esperado.
Por lo demás, nada parecía haber cambiado mucho en la
Lady Morwenna
. Los niveles inferiores habían sido despresurizados, como descubrió cuando subió a bordo usando el cable que el técnico había atado desde la cámara de propulsión. Pero evidentemente las grandes máquinas trabajaban igual de bien en el vacío como con aire. No se había producido ni una vacilación en la marcha hacia delante de la catedral y los subsistemas de generación eléctrica no se habían visto afectados. Allí arriba, en la buhardilla de la Torre del Reloj, las luces seguían encendidas, pero nada se movía en su interior, ni en ninguna de las otras ventanas iluminadas en el edificio móvil.
—¿Cuánto le queda ahora? —preguntó Escorpio.
—Doscientos metros hasta el borde —dijo Vasko—, es lo más exacto que puedo ser.
—Quince minutos —dijo Rashmika—. Luego la parte delantera de la catedral se quedará en el aire, suponiendo que lo que queda del puente aguante su peso hasta entonces.
—Creo que aguantará —dijo Escorpio—. Creo que la hubiera aguantado todo el trayecto, para ser sincero.
—Eso habría sido algo digno de ver —dijo Khouri.
—Supongo que nunca sabremos quién hizo el puente —dijo Vasko. Junto a él uno de los enormes pies se izaba en el aire mediante la compleja maquinaria de los arbotantes. El pie avanzó hacia delante y luego descendió en silencio hasta el hielo.
Escorpio pensó en el mensaje que había interceptado a través de su traje.
—Uno de los misterios de la vida —dijo—. Aunque no fueron los scuttlers, de eso podemos estar seguros.
—No, ellos no fueron —corroboró Rashmika—, ni en un millón de años. Ellos nunca habrían dejado algo tan maravilloso.
—No es demasiado tarde —dijo Vasko.
Escorpio se volvió hacia él, viendo el reflejo distorsionado de su propia cara en el casco del hombre.
—¿No es demasiado tarde para qué, hijo?
—Para volver a bordo. Quince minutos, pongamos trece o catorce para estar seguros. Podría llegar a la buhardilla a tiempo.
—¿Y cargar con el sarcófago escaleras abajo? —preguntó Khouri—. No cabe en el ascensor.
—Podría romper una ventana de la buhardilla y entre dos podríamos empujar al sarcófago por ella.
—Creía que la idea era salvarlo —dijo Escorpio.
—Es una caída mucho menor desde la buhardilla hasta el hielo que desde el puente hasta el fondo de la falla —dijo Rashmika—. Probablemente sobreviva, aunque con algunos daños.
—Doce minutos, si quieres estar seguro —dijo Khouri.
—Aún podría hacerlo —dijo Vasko—. ¿Y tú, Escorp?
¿Podrías hacerlo?
—Probablemente podría si no hubiera planeado nada más para el resto de mi vida.
—Supongo que eso es un no.
—Habíamos tomado una decisión, Vasko. En mi tierra solemos ceñirnos a ellas.
Vasko estiró el cuello para observar las zonas más altas de la
Lady Morwenna
. Escorpio se sorprendió haciendo lo mismo, aunque le mareaba mirar hacia arriba. Con las estrellas fijas al fondo la catedral apenas parecía moverse, pero el problema no eran las estrellas fijas, sino las veinte nuevas brillantes ensartadas en un desigual collar alrededor del planeta. No podían permanecer allí para siempre, pensó Escorpio. El Capitán había hecho lo correcto al proteger a los congelados de las incertidumbres de la estructura de sujeción, incluso si había sido una especie de suicidio. Pero tarde o temprano alguien tendría que encargarse de esas dieciocho mil almas durmientes.
Ese no es mi problema
, pensó Escorpio. Otro tendrá que encargarse de ellos.
—Nunca creí que llegaría hasta aquí —dijo en un susurro.
—¿Qué, Escorp? —preguntó Khouri.
—Nada —dijo negando con la cabeza—. Solo me preguntaba qué demonios hace un cerdo de 50 años tan lejos de su hogar.
—Marcar la diferencia —dijo Khouri—, como siempre supimos que harías.
—Tiene razón —coincidió Rashmika—. Gracias, Escorpio. No tenías por qué hacer lo que hiciste. Nunca lo olvidaré.
Y yo nunca olvidaré los gritos de mi amigo mientras le clavaba aquel escalpelo
, pensó Escorpio. Pero ¿qué otra opción tenía? Clavain nunca le habría culpado por ello. De hecho, hizo todo lo posible para absolverlo de cualquier sentimiento de culpa. El hombre estaba a punto de morir de una forma horrible y lo único que de verdad le importaba era ahorrarle a su amigo cualquier angustia emocional. ¿Por qué no podía Escorpio honrar la memoria de Clavain dejando salir todo su odio? Simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. No era culpa del cerdo. Ni tampoco de Clavain. Y si de alguien estaba claro que no era la culpa era de Aura.
—¿Escorp? —dijo Rashmika.
—Me alegro de que estés a salvo —le contestó. Khouri lo rodeó con su brazo.
—Y yo también me alegro de que lo hayas logrado, Escorp. Gracias por volver a buscarnos a todos.
—Un cerdo tiene que hacer… —dijo.
Todos se quedaron allí en silencio, observando cómo disminuía la distancia entre la catedral y el borde del puente. Durante más de un siglo no se había detenido, nunca se había retrasado en su persecución de Haldora. Un tercio de metro por segundo, durante cada segundo de cada día de todos los días de cada año. Y ahora esa misma inevitable puntualidad de reloj la enviaría a su destrucción.
—Escorp —dijo Rashmika rompiendo el silencio—, aunque se destruya el sarcófago, ¿qué vamos a hacer con la maquinaria de Haldora? Sigue ahí arriba y sigue siendo igualmente capaz de dejarlas pasar.
—Si tuviéramos un arma caché más… —dijo Khouri.
—Si con desear bastara… —respondió Escorpio, pisoteando el suelo para mantenerse caliente. O bien le pasaba algo al traje, o le pasaba algo malo a él—. Mira, ya encontraremos la forma de destruirla, o sabotearla, o lo que sea. Ya nos lo dirán ellos.
—¿Ellos? —preguntó Khouri.
—Los que todavía no hemos conocido, pero que están ahí fuera, de eso puedes estar segura. Han estado observándonos, esperando y tomando apuntes.
—¿Qué pasa si nos hemos equivocado? —preguntó Khouri—. ¿Qué pasa si no somos lo suficientemente inteligentes como para contactar con las sombras? ¿Qué pasa si eso era lo que teníamos que haber hecho?
—Pues entonces habremos añadido un nuevo enemigo a la lista —dijo Escorpio—. Y, bueno, si es así…
—¿Qué?
—Que no es el fin del mundo. Confía en mí, llevo coleccionando enemigos desde que nací.
Durante otro minuto, más o menos, nadie dijo nada. La
Lady Morwenna
continuaba su crepitante avance hacia el olvido. Las dos ráfagas gemelas de fuego de la
Nostalgia por el Infinito
continuaban cortando el cielo, como si fuese el primer borrador de una nueva constelación.
—Entonces lo que estás diciendo es que debemos hacer lo que creamos correcto, ¿aunque a ellos no les guste? —dijo Vasko.
—Más o menos. Por supuesto, puede que además sea lo acertado. Todo depende de qué les pasara en realidad a los scuttlers.
—Sin duda cabrearon mucho a alguien —dijo Khouri.
—¡Y que lo digas! —replicó Escorpio riéndose—. Eran de los míos. Seguro que nos habríamos llevado de escándalo.
No pudo evitarlo.
Aquí estoy yo
, pensó,
gravemente herido, casi muerto. En el último día he perdido mi nave y a algunos de mis mejores amigos. Acabo de entrara por todas en la catedral, asesinando a cuantos han tenido la insolencia de interponerse en mi camino. Estoy a punto de ver la total destrucción de algo que quizás, solo quizás, sea el descubrimiento más importante de la historia del hombre, lo único capaz de interponerse entre nosotros y los inhibidores, y aquí estoy, riéndome como si fuese una noche de juerga. Típico de un cerdo
, concluyó,
no tenemos sentido de la perspectiva
.