Se acercó más con su nave hasta que pudo observar el lento sistema de tracción de la gran máquina andante. Había algo hipnótico y relajante en los movimientos secuenciales de los arbotantes. No era su imaginación: la
Lady Morwenna
seguía avanzando ignorando la desaparición del puente. No se esperaba aquello.
Quizás empezaría a detenerse en cualquier momento, cuando los sensores detectasen la interrupción de su ruta. O quizás continuaría caminando hacia el borde como si el puente aún existiese. Un pensamiento le cruzó la mente por primera vez: ¿y si realmente no pudieran detenerse y no fuese solo una bravuconada de Quaiche?
Colocó su nave a unos quinientos metros de la catedral, a la altura aproximada de la torre principal. Lo único que necesitaba era una plataforma de aterrizaje o algo que le sirviera de pista improvisada y alguna forma para acceder al interior de la catedral desde allí. La plataforma de aterrizaje principal estaba ocupada. No podía aterrizar sin arriesgarse a colisionar con una de las otras dos naves que ya estaban allí. Una de las naves era una desconocida concha roja, la otra era la lanzadera que Vasko y Khouri habían traído desde la
Nostalgia por el Infinito
. La lanzadera era la única nave capaz de llevarlos a todos, incluyendo a Aura y al sarcófago de vuelta a la órbita, así que no podía arriesgarse a dañarla o empujarla fuera de la plataforma.
Pero había otras posibilidades, y aterrizar en la plataforma oficial le arruinaría el elemento sorpresa. Rodeó la catedral, dando golpecitos de propulsión para mantener su altitud estable y observando el intermitente resplandor parpadear sobre la
Lady Morwenna
como un rayo de una tormenta veraniega. Las sombras y luces se movían con él, provocando la ilusión de que los rasgos arquitectónicos se deslizaban y rezumaban entre sí, como si la catedral bostezara al despertarse de un tremendo sueño de piedra y metal. Incluso las gárgolas se unían a la impresión de movimiento con sus rostros boquiabiertos siguiéndolo con la suave y bien engrasada malevolencia de las torretas de los tanques. No era ninguna ilusión.
Vio un fogonazo desde una de las gárgolas y luego sintió cómo la nave se sacudía y daba un bandazo. En su casco se dispararon las alarmas. La consola se iluminó con iconos de emergencia. Vio la catedral y el paisaje inclinarse de forma inquietante y notó que la nave emprendía un brusco y descontrolado descenso. La propulsión hacía lo posible por estabilizar la nave pero no había ninguna esperanza de alejarse de la
Lady Morwenna
y mucho menos de alcanzar de nuevo la órbita. Escorpio tiró con fuerza de los controles, intentando alejar la nave del sistema de defensas de las gárgolas. Le dolía el pecho mientras aplicaba toda su fuerza en los mandos de dirección, gruñendo y mordiéndose el labio inferior. Notó el sabor de su propia sangre. Otra de las cabezas vomitó fuego en su dirección. La nave giró y siguió cayendo con mayor rapidez aún. Se preparó para el impacto, que llegó un instante después. Permaneció consciente mientras la nave se estrellaba contra el hielo y gritó de dolor, soltando un bramido sin sentido de rabia e indignación. La nave rodó por la superficie deteniéndose finalmente de costado. La puerta abierta estaba encima de él, casi enmarcando el ahora revelado interior de Haldora. Esperó al menos un minuto antes de poder moverse.
El destacamento de la Guardia de la Catedral vigilaba a los prisioneros mientras Grelier abandonaba la buhardilla siguiendo las órdenes que Quaiche le había susurrado al oído. Cuando regresó, traía consigo un traje más o menos de la talla de Rashmika. Era un traje del color rojo sangre de los adventistas y no el que había llevado durante su viaje a bordo de la caravana. Grelier dejó las distintas partes del traje en el regazo de Rashmika.
—Póntelo —dijo—, y no vayas a tardar una eternidad. Tengo tantas ganas como tú de salir de aquí.
—No me iré sin el sarcófago —dijo ella antes de mirar a su madre—, ni sin mis amigos. Ellos vienen conmigo, los dos.
—No —dijo Quaiche—. Ellos se quedan aquí, al menos hasta que tú y yo estemos a salvo en la nave.
—¿Qué nave? —preguntó Vasko.
—Vuestra nave, por supuesto —dijo Quaiche, como si fuese algo obvio—. La
Nostalgia por el Infinito
. Aún hay mucho que desconozco de esa nave, incluso parece tener algo parecido a una voluntad propia. Misterios, misterios: sin duda llegaremos hasta el fondo de todos ellos a su debido tiempo. Lo que sí sé es que no me fío de que esa nave haga algo estúpido, como estallar.
—Hay gente a bordo —dijo Vasko.
—Un escuadrón armado de la Guardia de la Catedral bien armado está ocupando la nave desde la estructura de sujeción en este momento. Tienen las armas y las armaduras que no pudo llevar la primera unidad infiltrada y no necesitan esperar a los refuerzos aéreos. Os aseguro que la habrán limpiado en cuestión de horas, por muchos trucos que se saque de la manga. Mientras tanto, se me ocurre que lo único capaz de evitar que esa nave haga una insensatez sería la presencia de Rashmika, perdón, de Aura. No en vano, prácticamente se arrojó a los brazos de mi estructura en cuanto declaré mis condiciones.
—No le salvaré —dijo Rashmika—. Conmigo o sin mí, deán, es hombre muerto a menos que me entregue a las sombras.
—Las sombras se quedan aquí, con tus amigos.
—Esto es un asesinato.
—No, simplemente prudencia. —Le hizo señas a uno de los oficiales de la Guardia de la Catedral para que se acercase a su diván—. Haken, mámenlos aquí hasta que te confirme que he llagado sano y salvo a la nave. Llegaré allí en unos treinta minutos, pero que no se te ocurra actuar sin mis órdenes directas, ¿entendido?
El guardia asintió con un seco movimiento de cabeza.
—¿Y si no tenemos noticias suyas, deán?
—La catedral no llegará el extremo occidental del puente hasta dentro de cuatro horas. Dentro de tres horas y treinta minutos podrás liberar a los prisioneros y salir vosotros también. Reagrupaos en la estructura lo más rápido que os sea posible.
—¿Y el sarcófago, señor? —preguntó Haken.
—Se despeñará con la
Lady Morwenna
. La catedral se llevará a estos demonios consigo cuando muera. —Quaiche se dirigió ahora a Grelier, quien estaba ayudando a Rashmika con los últimos preparativos del traje adventista—. ¿Inspector general? ¿Tienes tu maletín médico aquí, por casualidad?
Grelier pareció ofendido.
—Nunca salgo de casa sin él.
—Pues ábrelo, busca una jeringa con un virus potente, como el DEUS-X. ¿Crees que será eso suficiente estímulo?
—Apáñatelas como puedas para controlar a la chica —dijo Grelier—. Yo me voy de aquí por mi cuenta. Creo que ya es hora de que tú y yo vayamos por caminos separados.
—Podemos discutir eso más tarde —dijo Quaiche—, pero por el momento creo que me necesitas tanto como yo a ti. Me había imaginado que tú y yo acabaríamos sufriendo una pequeña crisis en nuestra relación, así que les pedí a los hombres de Haken que inutilizaran tu nave.
—No importa, usaré la otra.
—No hay ninguna otra. Los hombres de Haken se encargaron de la lanzadera ultra al mismo tiempo.
—Entonces estamos todos atrapados a bordo de la catedral, ¿no es así? —preguntó Grelier.
—¿No acabo de decir que nos vamos a la nave ultra? Ten fe, inspector general, ten un poco de fe.
—Un poco tarde para eso, me temo —dijo Grelier. Pero incluso mientras hablaba empezó a rebuscar en su maletín, abriéndolo por completo para dejar ver una ordenada fila de jeringas.
Rashmika terminó de ajustarse el traje ella sola. No tenía casco. Se lo estaban guardando por ahora. Miró a su madre y luego a Vasko.
—No puede dejarlos aquí. Tienen que venir con nosotros.
—Se les permitirá abandonar la nave a su debido tiempo —dijo Quaiche.
Rashmika sintió la fría presión de la jeringa en su cuello.
—¿Lista para irnos? —preguntó Grelier.
—No pienso dejarlos aquí —insistió Rashmika.
—Estaremos bien —dijo Khouri—. Ve con él y haz lo que te dice. Ahora tú eres lo único que importa.
Rashmika suspiró profundamente con resignación, sabiendo que no tenía otra elección.
—Acabemos con esto —dijo.
Glaur echó un último vistazo al palpitante imperio de la Fuerza Motriz antes de despedirse para siempre. Se sentía orgulloso: la máquinas funcionaban a la perfección a pesar de que llevaban haciéndolo sin ayuda humana desde que Seyfarth y él mismo girasen las llaves a la vez en el panel de bloqueo, activando el control automático de la
Lady Morwenna
. Era el mismo sentimiento que debía de experimentar el director de un colegio al espiar a una clase de diligentes alumnos enfrascados en sus estudios incluso en ausencia de cualquier autoridad. Con el tiempo, la falta de atención humana empezaría a notarse: las luces de sobrecalentamiento se encenderían en el reactor y las turbinas y sus mecanismos asociados empezarían a recalentarse por la falta de lubricación y ajustes. Pero eso sería dentro de muchas horas, mucho más allá de la probable esperanza de vida de la
Lady Morwenna
. Glaur ya no estaba preocupado por la probabilidad de que la catedral superase la travesía del puente. Ya sabía, gracias a los indicadores del panel principal de navegación, que el cable de inductancia había sido cortado por delante de la catedral. Podía ser en cualquier punto a cien kilómetros de la
Lady Mor
, pero Glaur sabía con absoluta certeza que era porque el propio puente había sido derribado. No podía decir cómo o quién lo había hecho. Lo más probable es que fuera una de las catedrales rivales, para robarle al deán incluso este insensato baño de gloria. Debía de haber sido todo un espectáculo, la verdad. Casi tanto como el episodio que pronto protagonizaría la propia catedral.
Le dio la espalda a sus máquinas y comenzó a ascender la escalera de caracol que daba acceso al siguiente piso de la catedral. Subió penosamente paso a paso, incómodo en el traje de vacío de emergencia que había recuperado del taller de reparación. Llevaba la visera levantada, pero esperaba poder estar fuera, en la superficie de Hela, pronto, recorriendo los pasos de la catedral de vuelta hacia la ruta ortodoxa del Camino. Muchos se habían ido ya. Si mantenía un buen ritmo, estaba seguro de alcanzar alguno de los grupos en poco tiempo. Quizás incluso encontrara algún vehículo que pudiera utilizar en el garaje, si no los habían usado ya todos.
Glaur llegó casi al final de la escalera. Algo fallaba: la salida habitual estaba bloqueada, cerrada con una reja de metal. Era una verja de protección que normalmente estaba abierta y únicamente en raras ocasiones era cerrada por miembros de la Torre del Reloj cuando estaban en alguna misión delicada. Lo habían dejado encerrado en la Fuerza Motriz.
Glaur se retiró de la verja. Había otras escaleras, pero estaba seguro de que encontraría el mismo problema en todas ellas, ¿para qué iban a molestarse en bloquear una salida y no las demás?
Sufrió un ataque de pánico. Agarró la verja y la zarandeó en sus goznes. Se sacudió, pero era imposible que pudiera abrirla por la fuerza y aunque tuviera llave, no tenía cerradura por su lado. Necesitaría sus herramientas de corte para acceder al resto de la
Lady Morwenna
.
Intentó tranquilizarse. Aún tenía tiempo más que suficiente. Con toda probabilidad lo habían encerrado en la Fuerza Motriz por error, quizás porque alguien pensaba que la maquinaria estaba desatendida y que sería más seguro cerrar las puertas frente a cualquier intento de sabotaje, por muy ineficaz que este resultase.
Lo único que necesitaba era un equipo de corte, y afortunadamente eso no era un problema, al menos no aquí abajo en la Fuerza Motriz.
Manteniendo la cabeza fría, obligándose a sí mismo a no correr escaleras abajo, Glaur comenzó a bajar de nuevo. En su imaginación ya se veía hurgando entre las herramientas del taller de reparaciones, eligiendo las más indicadas para el trabajo.
Desde su recién construida comandancia en las empinadas paredes de la zanja, los destacamentos de la Guardia de la Catedral tomaron al asalto el casco de la
Nostalgia por el Infinito
. En esta ocasión estaban preparados: habían estudiado los informes de inteligencia del ataque anterior y tenían al menos una idea de lo que les esperaba. Sabían que estaban entrando en un entorno activo y hostil, y no solo por la resistencia que pudieran encontrar por parte de los ultras, sino porque esta nave tenía la capacidad de volverse contra ellos, aplastándolos, ensartándolos, ahogándolos y asfixiándolos. Sin embargo nada de esto requería una explicación: eso era problema de otro, lo que a la Guardia le importaba era la respuesta apropiada.
Ahora portaban lanzallamas más potentes y armas de energía, enormes armas de proyectiles de alta penetración y perforadoras de punta de hiperdiamante. Llevaban baluartes hidráulicos para apuntalar los pasillos y mamparas frente a los hundimientos o cierres indeseados. Llevaban pulverizadores de epoxi que congelaban en el acto las cambiantes estructuras. Llevaban explosivos y gas nervioso. Llevaban nanotecnología proscrita.
Su objetivo seguía siendo el mismo: debían tomar la nave con el menor número posible de víctimas mortales; pero la estricta interpretación de esa orden se dejaba a la discreción de los oficiales al mando. Los daños a la propia nave, aunque eran de lamentar, no eran una cuestión tan importante como cuando la
Nostalgia por el Infinito
estaba aún en órbita. El deán les había prometido a los ultras que les devolvería la nave, pero teniendo en cuenta todo lo que había pasado desde el primer intento de asalto, parecía poco probable que la nave volviese a abandonar la superficie de Hela. Quizás incluso dejase de ser ya una nave.
La Guardia de la Catedral avanzaba con rapidez. Entraron en tropel en la nave, neutralizando cualquier resistencia con la máxima fuerza. La rendición siempre era una opción, pero nunca era la que elegían los ultras.
Que así fuera. Si el mínimo de víctimas significaba la muerte de todos los miembros de la tripulación, entonces así tendría que ser.
La nave gemía a su alrededor conforme se abrían paso salvajemente cortando, agujerando y quemando a su paso. La nave contraatacaba, acabando con algunos de los intrusos, pero sus esfuerzos se volvían esporádicos y estaban mal orientados. Conforme la Guardia de la Catedral declaraba cada vez más zonas de la nave bajo su control, les dio la impresión de que la nave se estaba muriendo. No tenía importancia, lo único que el deán había querido desde le principio eran los motores. El resto no eran más que complicaciones innecesarias.