El Cortejo de la Princesa Leia (23 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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Isolder alzó la vista y sintió la mordedura de ese deseo. Una parte de él se preguntó si el curso de la batalla estaría siendo favorable a Astarta y sus tropas, y deseó poder estar en el cielo protegiendo la nave desde su caza. El enorme disco rojo que era el
Cántico de Guerra
se alejó de repente a toda velocidad, se volvió borroso y se esfumó al activarse los hiperimpulsores.

—Tú también has sentido el tirón, la sed de sangre, la llamada de la cacería.. —dijo Luke, y empezó a quitarse su traje de vuelo. Debajo vestía una holgada túnica que tenía el color rojo de la piedra arenisca del desierto—. Es el lado oscuro de la Fuerza que te habla en susurros y que te llama. —Isolder retrocedió un paso temiendo que Skywalker hubiera conseguido leerle la mente de alguna manera, pero Luke se apresuró a seguir hablando—. ¿Cuál es la presa que persigues? Dímelo, Isolder...

—Es Han Solo —murmuró Isolder con irritación.

Luke asintió pensativamente.

—¿Estás seguro? —le preguntó—. Ya has perseguido a otros hombres antes. Puedo sentirlo... ¿Cómo se llamaba ese hombre? ¿Cuál era su crimen?

Isolder tardó unos momentos en responder, y Luke caminó a su alrededor observándole con gran atención y viendo a través de él.

—Se llamaba Harravan —dijo Isolder por fin—. Capitán Harravan...

—¿Y qué te arrebató? —preguntó Luke.

—A mi hermano. Mató a mi hermano mayor.

Estar siendo interrogado de aquella manera por un hombre al que había creído muerto hacía tan solo unos momentos era una experiencia tan increíble que Isolder se sintió aturdido, y le pareció que le daba vueltas la cabeza.

—Sí, Harravan —dijo Luke—. Querías mucho a tu hermano. Puedo oíros cuando erais niños, intentando conciliar el sueño en la misma gran sala... Tu hermano te cantaba por la noche, y te hacía sentir a salvo cuando estabas asustado.

Isolder se sintió muy confuso, y se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Cuéntame cómo murió tu hermano —dijo Luke.

—Le dispararon... —dijo Isolder—. Harravan le disparó en la cabeza con un desintegrador.

—Comprendo —dijo Luke—. Debes perdonarle. Tu ira arde dentro de ti, y es como una mancha negra en tu corazón. Debes perdonarle y servir al lado luminoso de la Fuerza.

—Harravan está muerto —dijo Isolder—. ¿Por qué debería tomarme la molestia de perdonarle?

—Porque todo está volviendo a ocurrir ahora —dijo Luke—. Alguien ha vuelto a arrebatarte una persona a la que amas. Han, Harravan... Leia, tu hermano... La rabia y el dolor resultado de ese acto malvado que se cometió hace mucho tiempo siguen tiñendo tus emociones ahora. Si no les perdonas, el lado oscuro de la Fuerza siempre gobernará tu destino.

—¿Qué importa eso? —preguntó Isolder—. No soy como tú. No tengo ningún poder... Nunca aprenderé a flotar por los aires o a volver de entre los muertos.

—Tienes poder —respondió Luke—. Debes aprender cómo servir a la luz que hay dentro de ti sin importar lo débil que pueda parecer.

—Te vi en la nave —dijo Isolder, y pensó en la conducta de Luke durante su viaje. Luke había parecido estar lleno de curiosidad y de preguntas, pero siempre se había mantenido a una cierta distancia—. No hablas así con todo el mundo.

Luke le contempló en silencio, y las sombras dobles creadas por los rayos de la luna se deslizaron sobre su rostro. Isolder se preguntó si Luke estaba intentando convertirle a su causa porque era el Chu-me'da, el consorte de la mujer que llegaría a ser reina.

—Te hablo así porque la Fuerza nos ha unido y porque ahora estás intentando servir al lado luminoso de la Fuerza —dijo—. ¿Por qué otra razón ibas a arriesgar tu vida viniendo a Dathomir conmigo para salvar a Leia? ¿Por venganza? No lo creo.

—Pues en eso te equivocas, Jedi. No he venido para salvar a Leia. He venido a arrebatársela a Han Solo.

Luke dejó escapar una suave carcajada, como si Isolder fuera un colegial que no se conocía en lo más mínimo a sí mismo. El sonido era peculiarmente desconcertante.

—Bien, que sea como tú quieras... Pero vendrás conmigo a rescatar a Leia, ¿verdad?

Isolder extendió los brazos en un gesto que abarcaba todo el desierto.

—¿Dónde buscamos? Podría estar en cualquier parte. Podría estar a mil kilómetros de aquí...

Luke movió la cabeza señalando las montañas.

—Está por esa zona, a unos ciento veinte kilómetros de distancia. —Sonrió como si estuviera pensando en un secreto conocido únicamente por él—. Te advierto que el viaje no resultará fácil. Cuando has decidido caminar bajo la luz, tu sendero te llevará a lugares a los que no quieres ir. Las fuerzas de la oscuridad ya se están reuniendo contra nosotros.

Isolder estudió en silencio al Jedi. El corazón le latía muy deprisa. No estaba acostumbrado a pensar en el mundo empleando términos como fuerzas de la oscuridad y fuerzas de la luz, y ni siquiera estaba muy seguro de si creía en la existencia de tales fuerzas. Pero tenía delante de sus ojos a un Jedi no mayor que él que había bajado flotando del cielo como un vilano, que parecía leer sus pensamientos y que afirmaba conocer a Isolder mejor de lo que éste se conocía a sí mismo.

Luke volvió la mirada hacia el horizonte. Su androide descendía lentamente colgado de un paracaídas a un par de kilómetros de donde se encontraban.

—¿Vienes?

Hasta aquel momento Isolder había actuado casi sin pensar en lo que hacía, pero de repente se sintió más asustado de lo que nunca hubiese creído posible. Sus rodillas amenazaban con doblarse de un momento a otro, y descubrió que le ardía el rostro de pura vergüenza. Algo le asustaba, y sabía qué era. Luke estaba pidiéndole algo más que el que le siguiera a las montañas. Luke le estaba pidiendo que siguiera sus enseñanzas y su ejemplo, y le prometía que Isolder iría adquiriendo detractores y enemigos a lo largo de ese proceso de la misma manera en que lo hacían todos los Jedi. Isolder se lo pensó, pero sólo durante un momento.

—Deja que saque unas cuantas cosas de mi nave —dijo—. Vuelvo enseguida, y nos iremos juntos.

Mientras buscaba otro desintegrador en los compartimentos del
Tormenta,
Isolder descubrió que se iba calmando poco a poco, y comprendió que en realidad todo lo que le había dicho el Jedi y que tanto le había asustado no significaba nada. Quizá no había fuerzas de la oscuridad acechando a su alrededor, y en realidad seguir a Luke por las montañas tampoco significaba nada. Eso no quería decir que Isolder tuviera que comprender los misterios de la Fuerza. De hecho, Luke podía estar engañándose a sí mismo y no ser más que un chiflado inofensivo. «Pero bajó flotando del cielo...»

—Estoy listo —dijo Isolder.

El terreno que recorrieron durante la primera parte de su viaje era increíblemente abrupto, y consistía básicamente en cañadas creadas por las riadas que serpenteaban por entre un sinfín de riscos y hondonadas. Las hondonadas solían contener los huesos de herbívoros enormes, criaturas con las patas traseras muy largas, colas cortas y gruesas, cabezas triangulares y achatadas y unas patas delanteras minúsculas. Los esqueletos demostraban que habían sido bestias muy grandes, quizá de cuatro metros de longitud desde el hocico hasta la cola. Muchos huesos estaban rodeados por montones de resecas escamas grises, pero no encontraron ningún animal vivo. De hecho, casi parecía como si todas aquellas criaturas hubiesen muerto en un pasado reciente, probablemente dentro de los últimos cien años.

Había muy poca vida vegetal capaz de crecer en aquel desierto calcinado, y sólo se veían árboles achaparrados de troncos retorcidos y corteza parecida al cuero alzándose entre retazos de una hierba purpúrea tan flexible como el cabello.

El viaje apenas presentó dificultades para Luke, pues a veces bajaba de un salto diez metros para llegar hasta el fondo de una cañada que obligaba a Isolder a un agotador descenso. Isolder no tardó en quedar empapado de sudor, pero el Jedi no sudaba mucho, no jadeaba y no daba ninguna señal de ser ni remotamente humano. Sus rasgos estaban inmóviles en una expresión pensativa. Necesitaron casi toda la noche para llegar hasta el androide, y Luke no quiso marcharse sin él y mostró una devoción nada común hacia la pequeña masa de circuitos y engranajes.

Como consecuencia tuvieron que ir hacia las montañas siguiendo una ruta larga y agotadora lo bastante llana como para que pudiera ser recorrida por el androide, hasta que acabaron llegando a una parte del desierto menos abrupta que fluía por entre pequeñas colinas.

No había ni rastro de agua, y el sol empezó a alzarse sobre el desierto proyectando una etérea claridad azulada.

—Será mejor que encontremos algún cobijo para pasar el día —dijo Luke—. Vayamos por allí.

Señaló una de las últimas grandes grietas del suelo, bajó a Erredós hasta el fondo y después saltó.

Isolder les siguió al fondo de la grieta. Se puso en cuclillas sobre el suelo arenoso y bebió la mitad de su agua. Luke tomó un sorbito, se sentó y cerró los ojos.

—Deberías dormir un rato —le dijo—. Va a ser un día muy largo, y esta noche tendremos que caminar mucho.

El Jedi pareció quedarse dormido después de haber pronunciado esas palabras, y su respiración se volvió profunda y regular.

Isolder le lanzó una mirada de irritación. Había sido despertado de su ciclo de sueño a primera hora de la mañana, y en lo que a él concernía sólo era mediodía. Siempre había tenido bastante dificultad para alterar sus períodos de sueño, por lo que se quedó inmóvil con los brazos cruzados intentando fingir el sueño o, por lo menos, demostrar que tenía un cierto control de sí mismo digno de un discípulo Jedi.

Isolder oyó el terremoto casi media hora después, justo cuando el sol estaba empezando a iluminar todo el desierto. Empezó como un retumbar ahogado que bajaba de las montañas y que se fue haciendo más y más potente a cada momento que pasaba. La tierra empezó a temblar, y pellas de tierra se desprendieron de los lados de la grieta. El androide Erredós lanzó un silbido y un pitido de alarma, y Luke se levantó de un salto.

—¿Qué ocurre, Erredós? —preguntó.

—¡Un terremoto! —gritó Isolder.

Luke escuchó los sonidos durante un momento.

—¡No es un terremoto! —gritó después.

Y de repente una sombra enorme pasó a toda velocidad por encima de sus cabeza, y después surgió otra y otra más. Grandes reptiles de escamas azul claro estaban saltando sobre la grieta. Uno de ellos tropezó y faltó muy poco para que cayera sobre ellos, pero consiguió utilizar sus diminutas patas delanteras para recobrar el equilibrio y se alejó al galope.

—¡Es una estampida! —gritó Isolder, y se protegió la cabeza con las manos.

Erredós silbó y sus ruedas le impulsaron en un rápido círculo buscando algún refugio. Centenares de reptiles pasaron saltando sobre la cañada.

El rugir atronador de la manada se fue desvaneciendo pasados unos momentos, y de repente un enorme reptil saltó al fondo de la grieta cayendo a unos cinco metros de ellos. La criatura les observó sin moverse. Estaba jadeando, y su respiración entrecortada hacía oscilar los grandes pliegues de carne azul claro de su garganta. El último de sus congéneres se alejó de un salto.

La bestia tenía los ojos rojos como la sangre y dientes negros en forma de hoja de pala. Las escamas de la parte superior de su cabeza brillaban con un débil resplandor iridiscente. Su aliento olía a rancio y vegetación putrefacta, y el herbívoro permaneció muy quieto observándoles con curiosidad desde arriba.

—No te preocupes, no te haremos daño —le dijo Luke mirándole a los ojos. La criatura fue hacia él, pegó las fosas nasales a su mano extendida y la olisqueó—. Eso es, chica... Somos tus amigos.

Luke echó un poco de agua de su cantimplora en la palma de su mano y dejó que la lamiese con su larga lengua negra. La criatura emitió una especie de eructos a los que siguieron unos gimoteos quejumbrosos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Isolder—. Esa cosa se está bebiendo toda nuestra agua...

—Hay ochenta kilómetros de desierto hasta llegar a las montañas —replicó Luke—. Es un viaje duro y difícil incluso para un Jedi, y entre el sitio en el que estamos y nuestra meta no hay agua, sólo arena. Pero estas criaturas corren hacia las colinas cada anochecer para alimentarse, y vuelven corriendo aquí cada mañana para esconderse de los depredadores y del sol del día. Por eso vimos tantos esqueletos en las hondonadas y las cañadas... Son el sitio donde han muerto sus antepasados. Se llaman a sí mismos el Pueblo Azul del Desierto, y esta noche nos llevarán a las montañas. No necesitaremos tanta agua.

—¿Quieres decir que son inteligentes? —preguntó Isolder, no muy convencido.

—No mucho más que la gran mayoría de los animales —dijo Luke mirando a Isolder—, pero sí lo suficiente. Cuidan los unos de los otros y poseen su propia clase de sabiduría.

—¿Y puedes hablar con ellos?

Luke asintió y acarició el hocico del reptil.

—La Fuerza está dentro de todos nosotros. Tú, yo, ella... Todos la llevamos dentro. Es lo que nos une a todos, y a través de la Fuerza puedo captar sus deseos e intenciones y hacerle conocer las mías.

Isolder les observó durante un momento y después volvió a sentarse, inquieto por alguna razón que no era capaz de expresar y que no lograba definir del todo. Durmió parte del día, comió de las raciones de su mochila y bebió su agua. La criatura pasó todo el día durmiendo al lado de ellos, con la cabeza apoyada en el suelo para poder olisquear los pies de Luke.

La criatura alzó la cabeza por la tarde justo cuando el sol estaba a punto de iniciar su declive, y emitió una especie de graznido ahogado. Unas cuantas bestias respondieron a él y acudieron a su llamada.

—Es hora de irse —dijo Luke.

Isolder salió de la cañada mientras Luke cerraba los ojos y hacía levitar a Erredós hasta dejarle en el suelo del desierto, después de lo cual le siguió.

El Pueblo Azul del Desierto estaba por todas partes. Las criaturas salían de sus agujeros, lanzando ruidosos resoplidos y contemplando la puesta de sol. No parecían estar dispuestas a iniciar el viaje hasta que el sol se hubiera ocultado detrás de las montañas, o quizá algún recuerdo genético hacía que fueran realmente incapaces de ponerse en marcha hasta ese momento.

Luke ayudó a Isolder a instalarse sobre la grupa de un macho de gran tamaño, y después se colocó justo debajo de sus brazos. Cuando la criatura se hubo incorporado la posición se volvió bastante precaria, pero Luke llevó a Erredós hasta el mismo sitio en un macho aún más grande y el androide pareció quedar perfectamente equilibrado. El borde inferior del disco solar rozó la cima de las montañas y el Pueblo Azul del Desierto gritó al unísono, y todos los animales alzaron la cabeza, extendieron su cola detrás de ellos dejándola totalmente recta para que sirviera como contrapeso equilibrándoles, y echaron a correr sobre la arena impulsados por sus potentes patas traseras.

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