El Cortejo de la Princesa Leia (26 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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Por fin llegaron a un círculo de chozas de barro y juncos, y en la entrada de cada choza había una gran urna de piedra que Han supuso contenía agua. Las puertas estaban abiertas, y Han pudo ver mantas de un vivo color rojo colgadas de las paredes, cestas llenas de nueces sobre mesitas de madera y varias clases de instrumentos agrícolas de madera.

Su guardiana le llevó hasta la explanada que había detrás de las chozas, donde Han se encontró con docenas de hombres, mujeres jóvenes y niños. Los aldeanos habían cavado hoyos en una zona arenosa llena de hierbajos y los habían llenado con agua traída mediante cubos, formando pequeños charcos. Cada adulto estaba sentado delante de un charco observándolo con gran atención, y los niños formaban círculo a su alrededor sin apartar la mirada ni un solo instante.

El rancor se detuvo y la guerrera que lo montaba se inclinó y rozó el hombro de Han con su lanza, y después señaló los charcos.

—Whuffa...
—dijo—.
¡Whuffa!

Estaba claro que le indicaba que fuera a mirar un charco.

—¿Tienes alguna idea de lo que quieren? —preguntó Han volviéndose hacia Cetrespeó.

—Me temo que no —contestó Cetrespeó—. Su lenguaje no figura en mi catálogo. Algunas de las palabras que ha utilizado pueden pertenecer al paeciano antiguo, pero nunca había oído el término
whuffa.

Han se preguntó qué relación podía haber entre aquella lengua y el paeciano. El Imperio Paeciano se había desmoronado hacía ya tres mil años. Han fue hacia un anciano canoso y clavó la mirada en su charco. El charco no era muy grande, de medio metro de diámetro como mucho, y sólo tenía un dedo de profundidad.

El anciano alzó la vista hacia Han, y le lanzó una mirada entre burlona y despectiva.


¡Whuffa!
—gruñó.

Después le entregó una paleta de bronce indicándole que debía utilizarla para cavar, y luego le dio un cubo de agua y señaló un espacio libre en el campo.

—Whuffa, ¿eh? Vale, de acuerdo... Lo he entendido —dijo Han.

Fue con el cubo y la paleta al espacio libre alejado de los demás que le había señalado el anciano, cavó un pequeño hoyo en el suelo y echó el agua dentro de él. Olía muy mal, y de repente Han comprendió que no era agua sino alguna variedad de bebida toscamente fermentada. «Estupendo —pensó—. He sido capturado por una pandilla de chifladas que quieren que me dedique a contemplar un charco hasta que tenga una visión.»

Han contempló su reflejo en el charco durante un momento, vio que tenía los cabellos muy despeinados y utilizó sus dedos para alisarlos. Las guerreras no parecían saber qué hacer con Cetrespeó y dejaron al androide a un lado con los niños, quienes lo contemplaron con gran curiosidad pero sin dar ninguna señal de adoración. Leia ya había desaparecido entre las sombras de una entrada abierta de la fortaleza. Han oyó el sonido lejano de un caza TIE que hendía la atmósfera, y las mujeres de los rancors escrutaron nerviosamente el cielo haciéndose sombra en los ojos con las manos.

Parecía una buena señal. Si aquellas mujeres estaban teniendo problemas con Zsinj, entonces al menos Han se encontraba en el campamento adecuado; pero teniendo en cuenta la naturaleza un tanto improvisada de las fortificaciones, quizá no fuera el adecuado después de todo. En cualquier caso, a Han no le había gustado demasiado cómo sonaban las palabras «ser juzgado». Si aquellas mujeres eran xenófobas, el miedo podía impulsarlas a matar o esclavizar a las gentes de otros mundos. Si pensaban que Han y Leia eran espías, entonces quizá estuvieran metidos en un lío todavía más grande. Además, también estaba el hecho de que las mujeres habían dado por sentado automáticamente que Han era el esclavo de Leia. Han contempló a las guerreras de los rancors. Las mujeres le estaban observando con expresión impasible, y Han decidió fingir que estaba muy concentrado en la labor que le habían asignado.

Permaneció inmóvil durante una hora con los ojos clavados en su charco de líquido fermentado mientras los rayos de sol caían sobre su espalda, y siguió en esa postura hasta que se dio cuenta de que estaba empezando a tener mucha sed. Han se preguntó si le estaría permitido beber un poco del licor. «Será mejor que no lo haga —acabó decidiendo—. Puede que a los esclavos no les esté permitido...»

Leia todavía no había salido de la fortaleza. Han vio cómo una mujer aparecía en un parapeto situado a unos cien metros por encima del suelo del valle. Era muy mayor, y llevaba una especie de capa de cuero y un cubo. La anciana permaneció inmóvil durante un momento mirando hacia abajo, y después agitó las manos en el aire y habló, pero sus palabras no llegaron hasta los oídos de Han. Pasado un instante una bola de cristal subió lentamente desde el suelo del valle y flotó por los aires hasta llegar a ella. La anciana se inclinó sobre el parapeto, colocó el cubo debajo de la bola y ésta cayó derramando líquido por encima del borde del cubo. La anciana volvió a la fortaleza con el cubo, y Han la siguió con la mirada, totalmente asombrado. Lo que había visto flotar por los aires no era una bola de cristal, sino agua, y sin embargo estaba clarísimo que no se había tratado de un fenómeno natural. La bola de agua había subido hacia la anciana moviéndose muy despacio.

Han oyó un gorgoteo ahogado y bajó la mirada hacia su charco de licor. Alguna variedad de gusano de gran tamaño se había acercado al charco y estaba bebiendo. Un viejo que estaba cerca de él murmuró un
«¡Whuffa!»
ahogado, y Han se volvió hacia el abuelo desdentado. El anciano movió las manos imitando los gestos de agarrar y tirar, e indicó a Han que sacara la criatura del charco.

Han contempló al gusano. Lo único que podía ver de él por el momento era su piel correosa de color marrón oscuro y un agujero por el que bebía. Pasado un instante el gusano se movió un poco y mostró una cabeza que tendría el grosor del brazo de un niño. Toda la multitud le estaba observando: niños, adultos, guerreras montadas en sus rancors... Todos permanecían en el silencio más absoluto y contenían el aliento. Fuera lo que fuese un whuffa, estaba claro que aquellas personas querían uno con todas sus fuerzas. Incluso podía haber una recompensa a ganar con su captura.

El gusano se estiró y empezó a rodar sobre el barro buscando más licor. Parecía bastante grande, y no había mucho que agarrar para capturarlo. Han esperó tres minutos, hasta que el gusano reunió el valor suficiente para alejarse un poco más de su agujero y dirigirse hacia el cubo de licor. Han pensó que quizá sería mejor permitir que la criatura acabara un poco más borracha de lo que ya lo estaba en aquellos momentos, y dejó que el gusano metiera su orificio en el cubo y empezara a vaciarlo con ruidosas aspiraciones. El gusano tenía el cuerpo formado por segmentos bastante largos, y carecía de ojos. Han se inclinó sobre él y lo cogió con las dos manos, sujetándolo cautelosamente por miedo a que se le rompiera entre los dedos.

El gusano se retorció hacia atrás tan deprisa y con tanta violencia que derribó a Han, pero no lo soltó.

—¡Eres mío! —gritó.

De repente todo el mundo corrió hacia él queriendo ayudarle mientras los niños daban saltos de alegría y gritaban «¡Whuffa, whuffa!».

El gusano se retorció entre los dedos de Han, volvió su orificio hacia él y escupió una considerable cantidad de licor en su rostro, y después empezó a emitir siseos y bufidos.

Han no lo soltó. Podía sentir cómo el cuerpo del gusano se estaba tensando y utilizaba la fricción con el suelo para retroceder, pero pasados un par de minutos el gusano se quedó sin fuerzas y Han logró tirar de él sacando un metro de gusano del suelo. Pero aún quedaba más cuerpo oculto, por lo que Han agarró otro palmo de criatura y tiró con fuerza. El sudor chorreaba por su cara y sus manos haciendo que su presa resultara un tanto precaria, pero pasados otros tres minutos había logrado sacar un metro más de whuffa del suelo. Otros hombres habían agarrado la cabeza de la criatura detrás de él, y la mantenían inmovilizada a pesar de sus frenéticos intentos de soltarse.

Han estuvo esforzándose durante media hora antes de comprender que aquel trabajo iba a ser muy largo. Ya tenía veinte metros de whuffa fuera del suelo, y el cuerpo de la criatura aún mostraba el mismo grosor y no daba señales de terminarse. Por suerte, Han había empezado a desarrollar un sistema de captura. Cuando el whuffa se fatigaba, tiraba de él lo más deprisa posible y lograba sacar hasta dos o tres metros seguidos de gusano antes de que el whuffa pudiera encontrar un nuevo asidero.

Una hora después Han estaba tambaleándose de fatiga cuando sacó un poco más de whuffa del suelo y descubrió que, milagrosamente, parecía haber llegado al final del gusano. El ímpetu de su tirón hizo que Han cayera al suelo. Todos los niños y hombres de la aldea estaban agarrando al whuffa, que se había quedado totalmente flácido en la parte de la cabeza. Han calculó que el gusano debía tener unos doscientos cincuenta metros de longitud. Los aldeanos llevaron el whuffa hasta un huerto como en un desfile triunfal. Algunos ancianos fueron hacia Han y le dieron palmaditas en la espalda murmurándole palabras de agradecimiento, y Han les siguió.

Los aldeanos empezaron a enrollar el whuffa alrededor del tronco de un árbol muerto, y Han vio otros whuffas que estaban secándose bajo los rayos del sol. Fue hasta ellos y rozó uno con la punta de los dedos. El gusano parecía estar muerto y haber adquirido una consistencia casi gomosa, pero aquella piel flexible tan parecida al cuero tenía un tacto agradable y fuerte, y casi resultaba elegante. El color chocolate también era muy bonito. Han sintió un impulso repentino de averiguar su resistencia e intentó arrancar un trocito, pero la piel se negaba a romperse y ni siquiera se estiró un poco. Han se volvió hacia las mujeres montadas en los rancors, y vio que las sillas colocadas sobre los cuellos de los rancors estaban sujetadas con piel de whuffa.

«Así que he atrapado una cuerda, ¿eh? —comprendió Han—. ¡Estupendo!» Pero los aldeanos parecían pensar que el whuffa era un prodigio valiosísimo, y todos estaban radiantes de alegría. Bueno, ¿quién sabía qué clase de recompensa podían llegar a darle a cambio? Si ejecutaban a las gentes de otro mundo, quizá ser Han Solo, el heroico Cazador de Whuffas, acababa de salvarle la vida; y aunque el whuffa no fuera más que una cuerda, Han tenía que admitir que se trataba de una cuerda condenadamente buena. Si lograse sacar un whuffa de Dathomir probablemente podría venderlo a los diseñadores de alta costura, y sus usos quizá no terminaran en el empleo como cuerda. ¿Y si el whuffa poseía propiedades medicinales? Aquellas gentes estaban en guerra. Quizá aplicaban piel de whuffa a las heridas como antibiótico, o la hervían para obtener drogas contra el envejecimiento. De hecho, y en cuanto Han pensó un poco en ello, comprendió que la gama de usos de un whuffa podía ser casi infinita.

—¿Han?

Era una voz femenina, y Han se volvió. Una mujer de cabellos oscuros estaba sentada a horcajadas sobre el cuello de un rancor allí donde terminaba el huerto.

—Me llamo Damaya. Me seguirás.

La mujer golpeó suavemente la nariz del rancor con un talón e hizo girar a la bestia.

Han sintió que se le secaba la boca de repente.

—¿Por qué? ¿Dónde vamos?

—Tu amiga Leia ha pasado las dos últimas horas defendiéndote ante el clan de la Montaña del Cántico. Ha obtenido tu libertad, pero ahora hay que decidir tu futuro.

—¿Mi futuro?

—Quienes formamos el clan de la Montaña del Cántico hemos decidido no ser enemigos vuestros, pero eso no significa que vayamos a ser vuestros aliados. Se nos ha dicho que tienes una nave celeste que quizá pueda repararse. Si esto es cierto, las Hermanas de la Noche y sus esclavos imperiales querrán hacerse con ella; y dado que eres un hombre que tiene poder fuera de este mundo, quizá también quieran hacerse contigo. Nuestro clan necesita averiguar si quieres contar con nuestra protección y, de ser así, qué pagarás a cambio de ella.

Han siguió a Damaya. Aún estaba jadeando y el sudor le goteaba por la espalda. Había pasado casi un día sin sueño, le escocían los ojos y los senos nasales le ardían como si fuera alérgico a algo del planeta. La mensajera le llevó hacia la fortaleza, y justo antes de que llegaran a la explanada en que la escalera de piedra se dividía en tres ramales, un grupo llegó del exterior del valle. Eran nueve mujeres, humanoides y con la piel extrañamente moteada y de color purpúreo. No llevaban cascos exóticos como las guerreras, y su atuendo se reducía a holgadas capas oscuras con capuchón toscamente tejidas con alguna fibra vegetal que habían quedado cubiertas de polvo de los caminos. Han se preguntó nerviosamente si aquellas mujeres habían sido llamadas para que fuesen sus jueces.

Pero Han observó a las guerreras que vigilaban el camino, y enseguida comprendió que las mujeres encapuchadas eran enemigas. Los rancors gruñeron y se agitaron nerviosamente, arañando las calzadas de piedra con sus enormes palmas. Las guerreras tenían sus desintegradores preparados y permanecían impasibles, aunque la líder de las nueve recién llegadas empuñaba una lanza rota, probablemente un signo de tregua.

Damaya bajó de su rancor e indicó a Han que subiera por los escalones que llevaban hasta la fortaleza.

Las nueve mujeres vacilaron y se detuvieron en la explanada para verles pasar, y todas contemplaron a Han con gran atención. Su líder, una mujer ya bastante mayor de sienes canosas, tenía unos relucientes ojos verdes y la piel de sus mejillas hundidas era de un enfermizo color amarillento. La mujer le sonrió, y su sonrisa hizo que Han se estremeciera.

—Dime dónde está tu nave, hombre de otro mundo —murmuró a su espalda.

El corazón de Han empezó a latir a toda velocidad y se volvió hacia ella.

—Está por..., eh..., por...

Alzó una mano disponiéndose a indicar la dirección, y la mensajera Damaya hizo girar violentamente a su rancor.

—¡No le digas nada! —ordenó.

Las palabras de Damaya fueron como un cuchillo que cortara una cuerda invisible que se había tensado alrededor de la garganta de Han, y en ese mismo instante Han comprendió que la anciana había utilizado el truco Jedi de Luke que le permitía dar órdenes a las mentes más débiles.

Han debía haber enrojecido, pues cuando volvió a hablar Damaya utilizó un tono menos duro.

—No tienes por qué sentirte avergonzado —le dijo—. Baritha tiene un don muy poderoso para obtener lo que quiere de las mentes.

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