Read El complot de la media luna Online
Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler
Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción
—¿Lo has visto? —preguntó a Pitt.
—He visto un destello.
—A mí me ha parecido una bola de fuego.
—¿Una explosión? —preguntó Lazlo, que inclinó la cabeza hacia delante—. ¿Es el buque tanque?
—No, no lo creo —contestó Pitt—. No parecía lo bastante grande. Pero estamos demasiado lejos para saberlo a ciencia cierta.
—Podría estar a diez millas —señaló Giordino. Miró la pantalla de navegación con la entrada del
Bósforo
cerca de la parte superior del mapa digital—. Eso sería muy cerca de Estambul.
—O sea que todavía llevamos unos quince minutos de retraso —dijo Pitt.
En la cabina, tanto los tres hombres como la radio guardaron silencio. Pitt, como los demás, solo podía suponer que las autoridades turcas habían fracasado en su intento de detener el buque tanque. Evitar la catastrófica explosión que mataría a decenas de miles de personas tal vez dependía solo de ellos. Pero ¿cómo podían conseguirlo tres hombres en un sumergible?
Pitt apartó ese pensamiento, golpeteó las palancas de los aceleradores para asegurarse de que estaban a tope, y puso rumbo hacia las luces de Estambul.
Maria iba de un lado a otro del puente del buque tanque; la ira que la embargaba hacía que sus facciones parecieran labradas en piedra.
—No contaba con el desafío de la Guardia Costera —dijo—. ¿Cómo sabían que nos acercábamos?
Al timón del buque, un hombre bajo y de rostro ceniciento sacudió la cabeza.
—Saben que el
Dayan
ha desaparecido. Es posible que algún barco nos identificase y lo comunicase a la Guardia Costera. Quizá eso nos beneficie. Las autoridades sabrán de inmediato que los israelíes son los responsables del ataque.
—Supongo que tiene razón. De todos modos, no podemos permitirnos nuevas interferencias.
—La radio ha permanecido en silencio. No creo que les diese tiempo de avisar a nadie —dijo el capitán—. Además, en el radar no aparece ninguna embarcación delante de nosotros.
Miró por la ventana lateral y se fijó en las luces del yate azul, visibles a unos pocos metros de la borda del buque tanque.
—El
Sultana
avisa de algunos daños menores provocados por la embestida contra la patrullera —informó—, pero están preparados para recogernos al primer aviso.
—¿Cuánto falta para que podamos salir de aquí?
—Reduciré la velocidad cuando entremos en el canal oriental del
Bósforo
. Puede prepararse para salir mientras pongo rumbo al Cuerno de Oro y conecto el piloto automático. Calculo que el barco estará en posición en unos quince minutos.
Maria consultó su reloj. Las espoletas electrónicas estaban programadas para detonar en poco más de una hora.
—Muy bien —dijo con voz calma—. No nos demoremos.
Unas bandas de color rosa claro cruzaban el cielo gris oscuro cuando el sol se preparaba para su diaria ascensión por encima del horizonte oriental. Por todo Estambul, los fieles musulmanes se levantaban temprano para participar en una copiosa comida antes del amanecer. Los muecines no tardarían en convocar a los fieles a las mezquitas para la oración del alba. Las mezquitas estarían más llenas que de costumbre porque, según el calendario islámico, era la última semana del Ramadán.
El Ramadán abarca el noveno mes del calendario islámico, cuando la tradición señala que los primeros versos del Corán fueron revelados a Mahoma. Durante ese tiempo, los musulmanes intentan acercarse a Dios a través del estricto cumplimiento del ayuno en las horas diurnas. La purificación individual se consigue no solo con el ayuno sino realizando buenas obras hacia los demás. Se obsequia a los amigos y parientes con comidas especiales y regalos, y se ofrece caridad y ayuda a los pobres. Pero a unos pocos kilómetros de las históricas mezquitas de la ciudad, Maria Celik se preparaba para descargar lo que ella entendía por caridad.
El buque tanque israelí entró en la boca del
Bósforo
, muy cerca de la costa asiática. Cuando apareció a la vista el Cuerno de Oro a través del estrecho, el piloto del barco redujo la potencia.
—Ha llegado la hora —comunicó a Maria.
La rápida corriente del
Bósforo
, que fluía hacia el sur desde el mar Negro, no tardó en reducir la velocidad del buque tanque al mínimo. Maria reunió a varios hombres en la borda de estribor y estos bajaron una escalerilla de acero por la amura. El yate se acercó de inmediato y se detuvo al pie de la escalerilla.
—Encerrad a los prisioneros. Que desembarquen el resto de los hombres —ordenó Maria, ya con un pie en la escalerilla, a varios jenízaros.
Bajó los peldaños metálicos y uno de los tripulantes del yate la ayudó a subir a bordo. Fue al puente, donde la esperaban los dos matones iraquíes a los que había contratado. Farzad llevaba sus habituales gafas de sol incluso con la luz grisácea del alba.
—¿Os habéis encargado de los preparativos en Grecia? —preguntó.
—Sí —respondió Farzad—. Podemos entrar con discreción por Thios. Hay un amarre cubierto para el
Sultana
, y un coche la llevará a Atenas. Su vuelo a Estambul está reservado para dentro de tres días.
Maria asintió mientras miraba cómo los jenízaros bajaban por la escalerilla y saltaban al yate. Los guardias que se habían encargado de vigilar a la tripulación del buque tanque habían trabado la puerta del comedor con una cadena y habían desembarcado.
En el puente del
Dayan
, el piloto esperó hasta que el último jenízaro hubo desembarcado, y luego indicó al yate que se disponía a cambiar de rumbo. El
Sultana
se apartó un poco del costado del buque tanque, y el piloto del
Dayan
aumentó las revoluciones del motor a media velocidad, pero antes apuntó la proa hacia el oeste. Puso rumbo hacia la mezquita de Süleymaniye, programó el piloto automático y lo conectó.
Estaba a punto de salir del puente cuando advirtió un destello en la consola. Miró la luz de aviso, y se limitó a sacudir la cabeza.
—Ya no puedo hacer nada —murmuró. Bajó la escalerilla a toda prisa, saltó al yate que le esperaba y dejó que el enorme
Dayan
se las arreglara solo.
Mientras entraba en el estrecho del
Bósforo
, el
Bala
levantaba tras la popa un chorro de agua blanca que parecía una cola de gallo. Unos cuantos pescadores madrugadores miraron asombrados el híbrido sumergible-lancha rápida que atravesaba como un rayo la luz gris de la aurora.
Pitt inspeccionaba el horizonte con la mirada cuando vio una embarcación que se acercaba a gran velocidad.
—Ese perfil me suena —comentó a Giordino.
Cuando el yate italiano pasó a toda máquina con rumbo sur, las dos embarcaciones se cruzaron a poca distancia.
—Es el yate de Celik —confirmó Giordino.
—Se aleja de la escena del crimen.
—Lo que probablemente significa que no queda mucho tiempo. —Giordino dirigió a Pitt una mirada de cautela.
Pitt no dijo nada. Apartó de su mente el pensamiento de que acercarse al barco bomba era un acto suicida y comenzó a preparar un plan para detenerlo.
—Tiene que ser ese de ahí. —Lazlo señalaba a proa por la banda de babor.
A dos millas de distancia vieron la popa de un buque tanque que desaparecía detrás de una elevación en la costa occidental.
—Lo envían al Cuerno de Oro —dijo Pitt, que no tenía ninguna duda en cuanto a la misión del buque tanque.
La famosa bahía, el corazón acuático de Estambul desde hace más de dos mil años, está rodeada por algunos de los barrios más densamente poblados de la ciudad. Dirigido hacia la mezquita de Süleymaniye, a solo dos manzanas del frente marítimo, la explosión del buque tanque no solo destruiría la histórica estructura, sino que acabaría con medio millón de personas que vivían en un radio de un kilómetro y medio de la zona de impacto.
Sin embargo, el
Dayan
, guiado por el piloto automático, aún no había llegado allí. Acababa de salvarse por los pelos de una colisión con un transbordador de primera hora cuando el
Bala
se le acercó por detrás. Pitt vio que el capitán del transbordador, ajeno a que en el puente del buque tanque no había nadie, sacudía un puño en el aire y hacía sonar la bocina en señal de protesta.
—No se ve nadie a bordo. —Giordino había echado la cabeza hacia atrás para ver la superestructura y la cubierta.
Pitt dio una pasada por la banda de babor del
Dayan
en busca de un medio de acceso, luego lo adelantó por la proa para dirigirse a la banda de estribor. Giordino se apresuró a señalar la escalerilla que colgaba cerca de la popa.
—Mucho mejor que trepar por un cabo —dijo.
Pitt acercó el sumergible a la escalerilla.
—El timón es tuyo, Al. Quédate por aquí... pero no demasiado cerca.
—¿Estás seguro de que quieres subir a bordo?
Pitt asintió con una mirada firme. Se volvió hacia el teniente.
—Lazlo, con su experiencia intentaremos quitar los detonadores de los explosivos. Si no lo conseguimos, procuraré desviar el buque hacia el mar de Mármara y nos largaremos.
—No os entretengáis contemplando las vistas —les recomendó Giordino mientras salían por la escotilla trasera.
—Si te necesito, te llamaré por el canal 86 —añadió Pitt antes de saltar.
—Seré todo oídos —replicó Giordino.
Pitt avanzó por el pontón de babor hasta llegar a la escalerilla, se agarró al pasamanos y subió. Lazlo le pisaba los talones. Pitt llegó arriba, saltó a bordo y miró hacia la enorme cubierta de proa. Vio de inmediato los dos grandes agujeros que Green había descrito: ahí donde estaba la mezcla de materiales explosivos.
«Danos tiempo —se dijo a sí mismo mientras Lazlo le seguía a la carrera hacia los tanques—. Solo danos tiempo».
El jenízaro se acercó a Maria con algo de recelo, poco deseoso de interrumpir su conversación con el capitán del yate. Al ver que se les acercaba, la joven por fin se volvió.
—¿Qué pasa? —le espetó.
—Señorita Celik, la embarcación que acabamos de ver navegando en la dirección opuesta... creo que podría ser la misma que utilizaron los intrusos en el puerto de Kirte.
Maria se quedó boquiabierta, pero solo un momento. Miró por la ventanilla de atrás y alcanzó a ver el
Bala
cuando rodeaba el risco hacia el Cuerno de Oro. Miró al capitán del yate con los ojos encendidos por la furia.
—¡Vire de inmediato! —gritó—. Volvemos.
Pitt no sabía por dónde empezar. El tanque de proa por la banda de babor parecía un laberinto. Por todas partes había palés de casi dos metros de altura cargados con las bolsas de ANFO. Escondidas por allí en medio tenían que estar las cargas de HMX. Pitt esperaba que los detonadores estuvieran más o menos a la vista.
Le había dicho a Lazlo que tenían cinco minutos para encontrar y desactivar los explosivos. Lazlo le había explicado lo que debía buscar y se había adentrado en el tanque de estribor. Cuando había pasado la mitad del tiempo que se habían dado,
Pitt llegó al centro del tanque y descubrió docenas de bloques de explosivo plástico apilados en varios cajones de madera. Con los segundos resonando en su cabeza, abrió a toda prisa los cajones, uno tras otro, y fue arrojando los explosivos a un lado; no había ningún detonador a la vista. Pero cuando llegó al último cajón encontró un reloj eléctrico conectado a un pequeño detonador metido en un bloque de explosivo plástico. Asintió con esperanza y se apresuró a arrancar el mecanismo del HMX; luego volvió sobre sus pasos a través del laberinto.
Habían pasado cinco minutos cuando subió la escalerilla del tanque y llegó a la cubierta. Lazlo acababa de subir del tanque de estribor y corrió hacia Pitt con un par de detonadores en la mano. Pitt levantó el suyo y se lo dio.
—Encontré esto en el grupo principal de HMX —dijo Pitt.
—No sirve de nada —manifestó Lazlo con expresión grave—. Escondieron varios detonadores por el todo el tanque. Encontré este por casualidad metido en una caja de ANFO. Estoy seguro de que hay más.
Miró el temporizador de Pitt y lo comparó con los dos que tenía en la mano.
—Faltan catorce minutos para que estallen —explicó al tiempo que los arrojaba por encima de la borda—. No podemos encontrarlos todos.
Pitt asimiló las palabras de Lazlo.
—Intente dar con la tripulación —le dijo—. Me encargaré de poner el barco rumbo al estrecho.
Sin esperar respuesta, Pitt echó a correr hacia el puente. La cubierta vibró bajo sus pies y de pronto sintió que todo el barco se sacudía. Al llegar a una escalerilla lateral, lanzó un rápido vistazo a popa y deseó no haberlo hecho.
Por el este se acercaba el yate azul de Ozden Celik.
Giordino, situado a popa del buque tanque, ya había visto que el yate había cambiado de rumbo. Sintonizó el canal 86 en la radio e intentó avisar a Pitt, pero no obtuvo respuesta del puente del
Dayan
. Aceleró los motores, se apartó del buque tanque y se dirigió al centro del canal mientras se ponía paralelo a la superestructura del
Dayan
. Desde su posición, demasiado baja, no podía ver si había alguien en el puente, pero sí vio a Lazlo avanzando por la cubierta.
Al mirar atrás le sorprendió descubrir que el yate se acercaba al
Bala
a gran velocidad. Comprendió que no le habían visto dejar a Pitt y a Lazlo en el buque tanque. A pesar de la débil luz de primera hora de la mañana, atisbo dos figuras encaramadas en la borda de proa del yate. Sabía que aferraban armas automáticas que le apuntaban.
Aceleró el sumergible de inmediato. El
Bala
casi saltó del agua y salió disparado. Giordino pasó por delante de la proa del buque tanque y luego se acercó a la costa norte. A poca distancia estaba el puente de Gálata, e imaginó que podía darle cobijo. Pero un rápido vistazo atrás le reveló que el yate se hallaba a menos de cincuenta metros, acortaba distancia mientras el
Bala
aceleraba. Giordino maldijo en voz alta al ver un fogonazo de luz amarilla en la proa del yate.
La descarga impactó en el agua, a un palmo del casco del sumergible, aunque Giordino ni vio ni oyó el impacto de las balas.
No obstante, movió el timón a fondo a la izquierda y luego bruscamente a la derecha. El ágil sumergible respondió de inmediato y avanzó en zigzag por la superficie. La acción bastó para desbaratar la puntería de los pistoleros del yate.