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Authors: César Mallorquí

El Círculo de Jericó (46 page)

BOOK: El Círculo de Jericó
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—¡Me calmaré cuando consiga que alguien me responda! —dijo Sara con determinación—. Usted conoce Mansión. ¿Por qué se comportan todos como si estuvieran locos? El doctor, Yubal, Betania... ¿Qué sucede aquí?

—No sé de qué me habla, niña... —Jorge vaciló—. No suelo salir de la Biblioteca, y yo...

—Déjale, Sarita. —Ambrose había aparecido por entre las estanterías; depositó encima de una mesa los libros que llevaba en las manos—. Jorge no sabe nada sobre Mansión.

—Pero usted sí, Ambrose. ¿Qué está pasando?

Ambrose la miró con irritación. Tras una pausa, le dijo a Jorge:

—Ahora vuelvo. Sólo será un momento —y dirigiéndose a Sara—: Acompáñame.

Estaban en la biblioteca del Museo Británico. Ambrose y Sara fueron a una sala contigua (la biblioteca del Pótala).

—¡Ya está bien! —exclamó Ambrose tras cerrar la puerta—. Déjame en paz. Te lo he dicho: si buscas respuestas, pregunta a las personas adecuadas.

—Y lo he hecho. He preguntado al doctor, a Yubal, a Betania. Y todos parecen volverse locos en cuanto menciono a Rosa Pétalo. —Sara apretó los puños—. ¿A quién debo preguntar entonces?

—Al auténtico guardián de Mansión —contestó Ambrose con sequedad—. Al verdadero administrador. —Cerró los ojos y respiró hondo—. A Dostigres.

—¿Dostigres...? —Las cejas de Sara se elevaron como dos aves sorprendidas—. Pero Dostigres es el secretario del...

—No seas ingenua —la interrumpió con exasperación Ambrose—. El doctor Pétalo es el secretario de Dostigres, y no al revés. —Abrió la puerta y comenzó a traspasarla. Antes de salir, se volvió hacia Sara—. Estás hurgando en heridas aún abiertas; pero supongo que eso no te importa. Eres joven y estás enamorada; así que sólo piensas en ti misma. Adelante, busca a Dostigres y sacia tu curiosidad.

Y Ambrose abandonó la sala dando un portazo.

Sara flotando en una inmensidad negra cubierta de estrellas. No hay gravedad. Un temblor y Pasillo Central reaparece.

La voz dice: «Dostigres se encuentra tras la puerta marcada
Resh-Resh-Teth
. Despacho del Sector Tierra.»

Sara abandona el ascensor y cruza la Puerta indicada.

THAU

Dostigres estaba sentado tras una mesa Chippendale cubierta de papeles y planos, junto a una vieja máquina de escribir Underwood. Se puso en pie cuando la mujer entró en el pequeño despacho atestado de archivos.

—Buenas noches, Sara. —Con un gesto la invitó a sentarse—. ¿Desea algo? ¿Quizás un jerez...?

Sara negó con la cabeza y tomó asiento en el borde de un sillón de cuero castaño. Tragó saliva antes de hablar.

—Creo que me debe algunas explicaciones, Dostigres. Según Ambrose, usted no es lo que parece ser.

—Es cierto, no lo soy. —Dostigres volvió a sentarse. Sus ojos, pequeños y negros, demasiado juntos, miraban con melancolía—. Me he visto obligado a ocultarle parte de la verdad. Pero nunca creí que Yubal fuese a llegar tan lejos. Era imprevisible.

—¿Qué le pasa a Yubal? ¿Y cómo murió la mujer del doctor Pétalo? —Sara se inclinó hacia delante— ¿Qué está ocurriendo aquí, Dostigres? No sé qué pensar... ¿Yubal tuvo algo que ver con la muerte de su madre? ¿O fue el doctor...? ¿Qué pasó?

—Tranquilícese. Nadie mató a Rosa Pétalo. Fue un accidente, un terrible accidente. Pero usted desea saber lo que sucedió, es natural... —Dostigres se reclinó en el asiento y apoyó la cabeza en su mano (peluda como una garra)—. Desgraciadamente, para explicarme con claridad debo remontarme muy atrás en el tiempo, y además hablar de mí mismo...

»Verá, Sara, muchos miles de años antes de su época, yo vivía en lo que usted conoce como Cantabria, en el norte de España. Éramos un grupo, o una bandada (desde luego, no una tribu) de primitivos
sapiens
. Hombres de las cavernas, trogloditas, como quiera llamarnos... Nuestro grupo estaba formado por unos cincuenta individuos, entre mujeres, hombres y niños. Éramos recolectores y cazadores. Y también el alimento preferido de los grandes gatos. Yo tenía diecisiete años y era cazador. El mejor.

»Pero un verano, ya le hablé de ello, un tigre me dejó inutilizada la pierna. Mis días de caza pasaron a la historia. A partir de entonces tuve que quedarme en el campamento, con las embarazadas, los ancianos y los niños, fabricando utensilios o masticando grano para convertirlo en una pasta comestible. Quizá no lo entienda, Sara, pero para un macho de finales del pleistoceno eso era peor que la muerte.

»Por aquel entonces yo dormía en una pequeña cavidad de la roca, un lugar cálido y seguro, pero desagradablemente húmedo cuando llovía. No era un problema importante; sin embargo, al disponer de mucho tiempo, comencé a buscar una solución. Y se me ocurrió construir un armazón de maderas y hojas que, no sólo mantuviese seco el interior, sino que además ampliase el espacio de la cueva. Quizá le parezca algo muy elemental, pero en aquel entonces constituyó una auténtica revolución. Fui el primero en edificar una casa.

«Entonces me visitó el Arquitecto. Yo le llamo así, aunque nunca supe su nombre, si es que lo tenía. Tampoco creo que fuese el constructor de Mansión, pero en cierto modo sí uno de sus arquitectos. Era un ser irreal, sin forma determinada, compuesto de luz y geometrías extrañas. Una noche apareció y habló directamente en mi cabeza, ofreciéndome ser el administrador del Sector Tierra de Mansión. Desde luego, entonces apenas comprendí la naturaleza de lo que me ofrecía, pero yo veía al Arquitecto como un ser sobrenatural, un dios. Por lo tanto, obedecí. Esa misma noche encontré una puerta adosada a mi cueva. Y entré en Mansión.

»Lo primero que hice fue aprender. Salir del salvajismo, si lo prefiere. Mansión dispone de excelentes métodos pedagógicos. En pocos años me encontré preparado para afrontar mi labor: buscar, entre las mejores arquitecturas construidas por la humanidad, nuevos recintos para ampliar Mansión. Pero enseguida tropecé con un grave problema. Si bien mi aspecto físico no constituía ningún obstáculo para tratar con hombres de eras remotas, sí lo era cuando debía ponerme en contacto con los propietarios mas "civilizados". Les asustaba, les hacía recelar, lo que complicaba mucho las cosas...

—Dostigres —le interrumpió Sara, impaciente—, ¿qué tiene que ver todo eso con Yubal... con los Pétalo?

—No se impaciente, Sara; ahora llegaremos a eso... Como decía, mi aspecto complicaba el trabajo. A una persona de su época, por ejemplo, le resulta muy difícil aceptar la existencia de Mansión. Pero si quien le habla de ella es un ser más parecido a un gorila que a un hombre, entonces todo se vuelve realmente arduo. Era evidente que necesitaba encontrar a alguien que actuase de intermediario. Y lo busqué por todo el mundo, a lo largo de toda la historia. Finalmente lo encontré en Italia.

»El doctor era inteligente, amable y divertido. Poseía un poderoso encanto personal que inspiraba confianza a cualquiera que, simplemente, le mirase. Créame, Sara, el Pétalo que conoce no es ni sombra del que fue. Además, el doctor tenía una familia tan encantadora como él. Yubal, serio y sensible, siempre con su música. La alegre y desinhibida Betania. Y, sobre todo, Rosa Pétalo.

»Ah, Sara, la mujer del doctor tenía un don único: era capaz de ver más allá de las apariencias, podía percibir a las personas tal y como son en realidad. Y eso la hacía querer a todo el mundo. Y que todo el mundo la quisiera a ella... El doctor la adoraba. Llevaban más de veinte años casados, y aún se amaban con locura, como dos adolescentes en primavera.

»Cuando se instalaron en Mansión las cosas comenzaron a marchar. El doctor adoptaba el papel de administrador, y yo, de cara a los propietarios, simulaba ser su secretario. Aquel pequeño teatro funcionó perfectamente. Las adquisiciones se sucedían con regularidad, y el Sector Tierra de Mansión creció y creció. Fueron años felices, llenos de risas y alegría... Entonces, cuando menos podía esperarse, llegó la desgracia.

«Supongo que la culpa fue de Betania, aunque tampoco puedo responsabilizarla totalmente. Quizás entre todos la malcriamos, quizá debimos ser más rígidos con ella. Quién sabe, el caso es que Betania era... era víctima de la curiosidad. Quería experimentarlo todo, probarlo todo, hacerlo todo. Como es lógico, las Puertas Aleph, la única prohibición de Mansión, eran como un imán para ella. En cierta ocasión, eso lo supe más tarde, Betania abrió un poco una de esas puertas y miró por la rendija. Tuvo suerte, lo que había detrás era relativamente inofensivo y sólo le provocó un intenso dolor de cabeza. Pero...

»Un día, toda la familia Pétalo se encontraba en el Pasillo Central, íbamos a celebrar la fiesta de apertura de un nuevo recinto (por aquel entonces todo era motivo de fiesta). Junto a la puerta de la estancia que debíamos inaugurar se alzaba una Puerta Aleph. Betania y Yubal estaban frente a ella, Rosa Pétalo se encontraba a unos cinco metros de los jóvenes. El doctor y yo salíamos de un ascensor en ese momento.

«Entonces, con una sonrisa traviesa, Betania abrió de par en par la Puerta Aleph. Detrás había un monstruoso universo de dimensiones alteradas. ¿Cómo explicárselo, Sara...? Lo que se alzaba tras la puerta negra era una singularidad, es decir, un lugar donde todas las leyes de la física carecen de sentido. Algo inconcebible para nuestra mente, algo que contradice nuestra propia existencia. Al abrir la Puerta Aleph, Betania destapó la caja de Pandora, dejó expedito el acceso a un mundo surreal que no puede convivir con nuestra realidad. Betania y Yubal, enfrente del Portal Aleph abierto de par en par, eran refutados, negados, por la simple contemplación de aquel universo dislocado.

»Así que Betania y Yubal se quedaron petrificados, como un par de ratoncillos hipnotizados por la mirada de una serpiente. Rosa Pétalo gritó una advertencia vana, y corrió a apartar a sus hijos del peligro. Pero fue demasiado tarde. La singularidad que había tras la Puerta atrapó con sus redes de gravedad alterada a Betania, a Yubal y a Rosa Pétalo. Los atrajo hacia sí, los absorbió, se los llevó, convirtiéndolos en quarks, en partículas, en abstracciones. En definitiva, los mató. Dejaron de existir.

—¿Qué está diciendo? —exclamó Sara—. ¡Betania y Yubal están vivos!

—Déjeme acabar la historia, Sara. —La mirada de Dostigres era ahora pura tristeza, como los ojos de un perro extraviado—. El doctor gritó como un loco y corrió hacia la Puerta Aleph. Le derribé, impidiéndole lo que no era otra cosa que un suicidio. Gritó y forcejeó como un poseso. Tuve que dejarle inconsciente para evitar que siguiese a su familia a través del umbral fatídico. Cerré la Puerta Aleph y saqué al doctor del Pasillo. Supongo que salvé su vida, pero no su cordura. Cuando el doctor recuperó la conciencia y recordó lo que le había ocurrido a su familia, su razón se enajenó. Dejó de hablar, de moverse, de comer...

Se encerró en sí mismo y cortó cualquier lazo con la realidad. »El doctor era mi amigo, mi mejor amigo, quizás el único que he tenido. Y ahí estaba, muerto en vida. ¿Qué podía hacer yo? Durante meses intenté encontrar la terapia adecuada. Pero todo fue en vano. Hasta que un día, observando a un tulpa mientras me servía la comida, tuve una idea: era muy probable que en el mundo interior del doctor todavía viviese su familia, y que para sacarle de allí fuera necesario traer de vuelta a su mujer y a sus hijos al mundo exterior. Entonces recurrí a Mansión y le pedí que hiciera tres tulpas muy especiales, tres imitaciones perfectas de seres humanos. Los tulpas de Rosa, de Betania y de Yubal.

»Mi idea funcionó hasta cierto punto. Cuando el doctor vio al tulpa de su mujer, entró en crisis. Acurrucado en un rincón, no dejaba de llorar y de balbucear. De algún modo sabía que aquella figura familiar no era Rosa Pétalo, y eso le causaba un gran horror. De modo que le pedí a Mansión que hiciera desaparecer la imitación de Rosa. Sin embargo, los tulpas de Betania y Yubal parecían tranquilizar al doctor. Gracias a su presencia, Pétalo fue recobrando, parcialmente, el juicio, hasta alcanzar su estado actual. Ni cuerdo, ni loco, viviendo en una zona crepuscular.

»En cuanto a Betania y Yubal... Mansión hizo un buen trabajo. Son imitaciones tan perfectas que, ignoro cómo, han llegado a alcanzar un cierto grado de autoconciencia. Sobre todo Yubal. Su autonomía se ha desarrollado hasta tal punto que ha conseguido averiguar la verdad acerca de su naturaleza. El pobre Yubal sabe que no existe, que sólo es un fantasma. Y eso le desespera.

Dostigres dejó caer las manos sobre su regazo. Cerró los ojos, apesadumbrado. Sara le miraba atónita, desencajada.

—Es mentira —dijo furiosa—. ¡Mentira! ¡Yubal existe, es un ser real!

—No, Sara. —Dostigres movió lentamente la cabeza de un lado a otro—. Yubal es un tulpa, una creación de Mansión, como Betania, como los sirvientes. No es un hombre, no está vivo.

Y Sara supo que Dostigres estaba diciendo la verdad. Y recordó las palabras de Betania: «Mi hermano dice que estamos muertos»; y las palabras de Yubal: «Yo soy Mansión»; y la extraña crisis del doctor en el Invernadero, y la rara melancolía que presidía cada rincón de aquella casa desmesurada. Y entonces Sara, hirviendo de rabia, se levantó y le gritó a Dostigres:

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué me permitiste continuar con la farsa?

—¿Cómo podía prever que te fueses a enamorar de Yubal? —la tuteó por primera vez—; y mucho menos que Yubal te correspondiese. —Inclinó la cabeza—. Si te hubiese dicho la verdad, te habrías ido.

—¿Y tan importante era para ti mi estúpida terraza?

—No, Sara; no es la terraza. —Se levantó y mostró las palmas de sus manos, implorante—. En ocasiones lo que importa no es el recinto, la arquitectura, sino el propietario. Y eres tú, Sara, lo que me interesa. Porque en ti hay la misma cualidad que encontré en Rosa Pétalo: eres capaz de ver más allá de la superficie. Y pensé que podrías llegar a mirar en mi interior, y ver que no soy un mono amaestrado. Y quizá sentir...

—¿Amor? —preguntó Sara con amargura—. ¿Crees que podría llegar a querer a alguien como tú? Estás loco, Dostigres. —Frunció los labios con furia—. ¿Te acostabas con Betania? Es posible, a ella le gustaba hacer cosas raras, ¿verdad? Pero yo no soy así; me mataría antes de permitir que un fenómeno de feria como tú me tocase...

—Sara, por favor...

—¡Cállate! —gritó Sara. Luego permaneció unos instantes en silencio, aturdida, con el aliento agitado y los ojos perdidos. De pronto, encajó la mandíbula y se volvió desafiante hacia Dostigres—. Es mentira. Quieres apartarme de Yubal porque estás celoso, ¿verdad? Pero Yubal existe, y me quiere, y tú no puedes hacer nada por impedirlo. ¡Nada!

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