El día transcurrió tranquilamente. Sam no apareció hasta última hora de la tarde, y ninguno de nosotros estaba de humor para jugar. El día estaba nublado, y todos estábamos un poco decaídos. Sam sólo se quedó media hora, y luego volvió a su casa.
Mr. Crepsley me llamó a su caravana poco después de la puesta del Sol. No iba a ir, pero decidí que sería mejor no incomodarlo demasiado. Era mi guardián, al fin y al cabo, y probablemente podría echarme a patadas del Cirque Du Freak.
—¿Qué quiere? —le espeté cuando llegué.
—Ven aquí, donde pueda verte mejor —dijo el vampiro.
Me inclinó la cabeza hacia atrás con sus huesudos dedos y me subió los párpados para examinar el blanco de mis ojos. Me dijo que abriera la boca y me miró la garganta. Luego comprobó mi pulso y mis reflejos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Cansado —dije.
—¿Débil? —indagó—. ¿Enfermo?
—Un poco.
Lanzó un gruñido.
—¿Has bebido suficiente sangre últimamente? —preguntó.
—Tanta como se supone que debo beber —repuse.
—¿Pero no sangre humana?
—No —dije en voz baja.
—De acuerdo —dijo—. Prepárate. Vamos a salir.
—¿A cazar? —inquirí.
Negó con la cabeza.
—A ver a un amigo.
Me subí a su espalda al salir de la caravana, y empezó a correr.
Cuando estuvimos lo bastante lejos del campamento, cometeó y el mundo se difuminó a nuestro alrededor.
No me fijé mucho a dónde íbamos. Estaba más preocupado por mi traje. Había olvidado conseguir ropa nueva, y ahora, cuanto más miraba mi traje, peor lo veía.
Tenía docenas de agujeritos y desgarrones, y era de un color mucho más grisáceo del que se suponía que debía ser, a causa de la suciedad y el polvo. Tenía muchos hilos sueltos, y cada vez que sacudía un brazo o una pierna parecía que se me estaba cayendo el pelo.
Nunca había estado tan preocupado por la ropa, pero no quería parecer un
vagabundo
. Mañana, definitivamente, buscaría algo nuevo que ponerme.
Un rato después nos aproximamos a la ciudad, y Mr. Crepsley aminoró la marcha. Se detuvo detrás de un edificio alto. Quería preguntarle dónde estábamos, pero se puso un dedo en los labios indicándome que guardara silencio.
La puerta trasera estaba cerrada, pero Mr. Crepsley apoyó una mano en ella y chasqueó los dedos de la otra. Se abrió instantáneamente. Me condujo por un largo y oscuro pasillo, luego subimos un tramo de escaleras y entramos en un vestíbulo bien iluminado.
Al cabo de unos minutos, llegamos a un escritorio blanco. Mr. Crepsley echo un vistazo alrededor para asegurarse de que estábamos solos, y luego tocó el timbre que estaba en la pared.
Tras la pared acristalada del otro lado del escritorio se recortó una figura. La puerta se abrió y un hombre de cabellos castaños, que llevaba una bata blanca y una mascarilla verde cruzó el umbral. Parecía un médico.
—¿En qué puedo...? —Se detuvo sin acabar la frase—. ¡Larten Crepsley! ¿Qué estás haciendo aquí, viejo diablo?
El hombre se quitó la mascara y vi que sonreía.
—Hola, Jimmy —dijo Mr. Crespley. Se estrecharon las manos y se sonrieron mutuamente—. Cuánto tiempo sin verte...
—No tanto como pensaba —dijo el hombre llamado Jimmy—. Oí que te habían matado. Un viejo enemigo que finalmente había clavado una estaca en tu podrido corazón; más o menos, así era la historia.
—No deberías creer todo lo que oyes —dijo Mr. Crepsley. Apoyó una mano en mi hombro y me hizo avanzar—. Jimmy, éste es Darren Shan, mi compañero de viaje. Darren, éste es Jimmy Ovo, un viejo amigo y el mejor patólogo del mundo.
—Hola —saludé.
—Encantado de conocerte —dijo Jimmy, estrechándome la mano—. ¿No serás un...? Quiero decir, ¿perteneces
al club
?
—Es un vampiro —dijo Mr. Crepsley.
—Sólo a medias —mascullé—. No soy un vampiro completo.
—Por favor —Jimmy hizo una mueca lastimera—, no utilicéis esa palabra. Sé lo que sois, y me parece perfecto, pero esa palabra que empieza por “V” siempre me ha dado escalofríos. —Simuló tener uno— Creo que es por todas esas películas de terror que vi cuando era niño. Sé que no sois como os pintan en esas películas de monstruos, pero es difícil apartar esa imagen de mi mente.
—¿Qué hace un patólogo? —pregunté.
—Abro cadáveres para saber cómo murieron —explicó Jimmy—. No lo hago con todos, sólo con los que han muerto en circunstancias sospechosas.
—Esto es el depósito de la ciudad —dijo Mr. Crepsley—. Aquí traen los cuerpos de quienes llegan muertos al hospital o fallecen allí.
—¿Los tiene ahí? —le pregunté a Jimmy, señalando la habitación que había tras la pared acristalada.
—Sip —dijo alegremente. Dio la vuelta por el escritorio y nos invitó a seguirle.
Yo estaba nervioso. Esperaba ver docenas de mesas abarrotadas de cuerpos abiertos en canal. Pero no fue así. Había un cadáver, cubierto por una gran sábana de la cabeza a los pies, pero fue el único que vi. Aparte de eso, era una habitación grande y bien iluminada, con grandes archivadores en las paredes y un montón de equipo médico disperso por el lugar.
—¿Cómo va el negocio? —preguntó Mr. Crepsley mientras ocupábamos tres sillas cercanas a la mesa del cadáver. Jimmy y Mr. Crepsley no le prestaron la más mínima atención, y como yo no quería estar fuera de lugar, tampoco lo hice.
—Bastante tranquilo —respondió Jimmy—. Ha habido buen tiempo y no hemos tenido muchos accidentes de tráfico, ni enfermedades extrañas, ni intoxicaciones, ni derrumbamientos de edificios. Por cierto —añadió—, un viejo amigo tuyo pasó por aquí hace unos años.
—¿Ah, sí? —repuso cortésmente Mr. Crepsley—. ¿Quién era?
Jimmy aspiró potentemente por la nariz, y luego se aclaró la garganta.
—¿
Gavner Purl
? —silbó Mr. Crepsley, encantado—. ¿Cómo está ese perro viejo? ¿Sigue siendo tan patoso?
Empezaron a hablar de su amigo Gavner Purl. Mientras charlaban, eché un vistazo a mi alrededor, preguntándome dónde estarían almacenados los cuerpos. Finalmente, cuando hicieron una pausa para tomar aliento, se lo pregunté a Jimmy. Él se levantó y me dijo que lo siguiera. Me condujo hacia los grandes archivadores y tiró de uno de los cajones.
Se produjo un sibilante sonido y una nube de aire frío se elevó del interior del cajón. Cuando se aclaró, vi una figura cubierta por una sábana, y comprendí que aquello no eran archivadores, después de todo. ¡Era ataúdes refrigerados!
—Aquí conservamos los cuerpos hasta que están listos —dijo Jimmy—, o hasta que sus parientes más próximos vienen a recogerlos.
Eché un vistazo alrededor de la habitación, contando las filas de cajones.
—¿Hay un cadáver en cada uno? —pregunté.
Jimmy meneó la cabeza.
—Ahora sólo tenemos seis inquilinos, sin contar el de la mesa. Como ya he dicho, todo ha estado muy tranquilo. Incluso en nuestras épocas más atareadas, el depósito permanece desocupado en su mayor parte. Es raro que llegue a estar ni siquiera medio lleno. Pero hemos de estar preparados para lo peor.
—¿Hay disponible algún cadáver reciente? —indagó Mr. Crepsley.
—Espera un minuto, que voy a mirar —dijo Jimmy.
Consultó un bloc grande y pasó unas cuantas páginas
—Hay un hombre de unos treinta años —dijo Jimmy—. Murió en un accidente automovilístico hace ocho horas.
—¿No hay nada más fresco? —preguntó Mr. Crepsley.
—Me temo que no —repuso Jimmy.
Mr. Crepsley suspiró.
—Habrá que conformarse.
—Espere un minuto —dije—. No estará pensando en beber de un muerto, ¿verdad?
—No —dijo Mr. Crepsley. Rebuscó en el interior de su capa y sacó unas cuantas botellitas pequeñas donde guardaba su suministro de sangre humana—. He venido a rellenar.
—¡No puede hacer eso! —grité.
—¿Por qué no? —inquirió.
—Porque no es correcto. No es justo beber de un muerto. Además, estará agria.
—No estará en su mejor momento —convino Mr. Crepsley—, pero se podrá embotellar. Y no estoy de acuerdo contigo: un cadáver es el sujeto ideal para hacer esto, porque ya no necesita su sangre. Con ella podré llenar todas estas botellas. Sería demasiado peligroso hacer esto con una persona viva.
—No si tomara un poco de varias —protesté.
—Cierto —dijo él—. Pero eso requiere tiempo, esfuerzo y riesgo. Es más sencillo de esta forma.
—Darren no habla como un vampiro —observó Jimmy.
—Todavía está aprendiendo —gruñó Mr. Crepsley—. Ahora, llévame hasta el cuerpo, por favor. No tenemos toda la noche.
Sabía que sería inútil seguir discutiendo, así que cerré la boca y los seguí en silencio.
Jimmy sacó el cuerpo de un hombre alto y rubio y retiró de un tirón la sábana. En la cabeza del muerto había un feo hematoma y su cuerpo estaba muy pálido, pero aparte de eso, daba la impresión de estar dormido.
Mr. Crepsley hizo un corte largo y profundo en el pecho del hombre, dejando su corazón al descubierto. Colocó las botellas junto al cadáver, y luego sacó un tubo y metió un extremo en la primera botella. Hundió el otro extremo en el corazón del muerto, y entonces cerró una mano alrededor del órgano y lo apretó, bombeando.
La sangre se deslizó lentamente por el tubo hasta la botella. Cuando estuvo casi llena, Mr. Crepsley retiró el tubo y la taponó con un corcho. Metió el extremo del tubo en la segunda botella y comenzó a llenarla.
Levantó la primera botella, tomó un sorbo y lo saboreó sin tragarlo, como si degustara un vino.
—Esta buena —gruñó, relamiéndose los labios—. Es pura. Podemos consumirla.
Llenó ocho botellas, y luego se volvió hacia mí con una expresión muy seria.
—Darren —dijo—. Sé que eres reacio a beber sangre humana, pero esta vez tienes que vencer tu temor.
—No —respondí inmediatamente.
—Vamos, Darren —gruñó—. Esta persona está muerta. Su sangre ya no le sirve para nada.
—No puedo —dije—. No de un cadáver.
—¡Pero tampoco quieres beber de los vivos! —estalló Mr. Crepsley—. Tienes que beber sangre humana de vez en cuando. Ésta es la mejor forma de empezar.
—Hum, escuchad, chicos —dijo Jimmy—. Si vais a alimentaros, creo que os esperaré fuera...
—¡Silencio! —dijo bruscamente Mr. Crepsley. Me miraba con ojos llameantes—. Tienes que beber —insistió con firmeza—. Eres asistente de vampiro. Ya es hora de que te comportes como tal.
—Esta noche, no —supliqué—. En otra ocasión. Cuando salgamos de caza. De una persona viva. No puedo beber de un cadáver. Es horrible...
Mr. Crepsley suspiró y sacudió la cabeza.
—Una noche te darás cuenta de lo tonto que eres —dijo—. Sólo espero que para entonces no sea demasiado tarde.
Mr. Crepsley le dio las gracias a Jimmy Ovo por su ayuda, y los dos empezaron a hablar del pasado y sus amigos. Me senté solo mientras charlaban, sintiéndome miserable, y preguntándome cuánto tiempo más podría aguantar sin sangre humana.
Cuando hubieron acabado, bajamos por las escaleras. Jimmy nos acompañó y nos dijo adiós. Era un tipo agradable, y lamenté haberle conocido en tan lúgubres circunstancias.
Mr. Crepsley no dijo nada en todo el trayecto de vuelta, y cuando llegamos al Cirque Du Freak, me empujó furiosamente a un lado y me apuntó con un dedo.
—Si te mueres —dijo—, no será por mi culpa.
—Está bien —repuse.
—Mocoso estúpido —gruñó, y se dirigió como una tromba a su ataúd.
Permanecí levantado largo rato y contemplé la salida del Sol. Pensé mucho en mi situación y en lo que ocurriría cuando mis fuerzas se agotaran y comenzara a morir. Un semi-vampiro que no bebía sangre; habría sido gracioso si no fuera cosa de vida o muerte.
¿Qué debía haber? Ésa era la pregunta que me mantuvo despierto hasta mucho después de que saliera el Sol. ¿Qué debía hacer? ¿Olvidarlo todo y beber sangre humana? ¿O aferrarme a mi humanidad y...
morir
?
Permanecí en el interior de mi tienda la mayor parte del día y ni siquiera salí a saludar a Sam cuando llegó. Estaba demasiado triste. Me sentía como si ya no perteneciera a ningún sitio. No podía ser humano y no iba a ser un vampiro. Estaba atrapado entre ambos mundos.
Dormí mucho aquella noche, y al siguiente día me sentía mejor. El Sol brillaba, y aunque sabía que mis problemas no habían desaparecido, fue capaz de olvidarlos por un rato.
La serpiente de Evra se puso enferma. Había cogido un virus, y Evra tuvo que quedarse para cuidarla.
Cuando apareció Sam, decidimos ir a visitar su vieja estación de trenes abandonada. A Evra no le importó que fuéramos sin él. Ya vendría con nosotros en otra ocasión.
La estación de trenes era estupenda. En medio de un gran patio circular con agrietadas baldosas de piedra, había una casa de tres plantas que había sido el hogar del vigilante, un par de viejos cobertizos y unos cuantos vagones abandonados. También había vías de tren donde quiera que uno mirara, cubiertas por rastrojos y hierba.
Sam y yo anduvimos sobre unos raíles jugando que caminábamos sobre la cuerda floja por encima del suelo. Cada vez que uno de nosotros resbalaba, chillaba y fingía caer mortalmente a tierra. Yo era mucho mejor en este juego que Sam, porque mis poderes vampíricos me conferían un equilibrio mejor que el de cualquier ser humano.
Exploramos algunos de los viejos vagones. Un par de ellos estaban arruinados, pero el resto se conservaban bien, muy sucios y polvorientos, pero en buenas condiciones. No entendía por qué los habían dejado pudrirse allí.
Nos subimos al techo de uno de los vagones y nos tumbamos al Sol.
—¿Sabes lo que podríamos hacer? —dijo Sam al cabo de un rato.
—¿Qué? —pregunté.
—Convertirnos en hermanos de sangre.
Me incorporé sobre un codo y lo mire fijamente.
—¿Hermanos de sangre? —inquirí—. ¿Para qué? ¿Y cómo se hace eso?
—Sería divertido —dijo—. Cada uno se hace un cortecito en una mano, las juntamos y juramos ser los mejores amigos para siempre.
—Eso suena bien —admití—. ¿Tienes un cuchillo?
—Podemos utilizar un trozo de cristal —dijo Sam. Se asomó por el borde de techo, alargó una mano y arrancó un trozo de cristal de una de las ventanas del vagón. Cuando volvió a mi lado, se hizo un pequeño corte en la parte más carnosa de la palma de su mano, y luego me tendió el cristal.