El circo de los extraños (31 page)

Read El circo de los extraños Online

Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

BOOK: El circo de los extraños
2.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Darren, ¿puedo ponerte el dedo en la boca? —preguntó.

Miré a Evra, que me indicó que hiciera lo que Cormac me pedía.

—Bien —dijo Cormac—, ahora muérdelo, por favor.

Lo mordí flojito.

—Más fuerte —dijo Cormac.

Lo mordí un poco más fuerte.

—¡Vamos, chico! —exclamó Cormac—. ¡Ponle ganas! ¡Haz trabajar esas mandíbulas! ¿Eres un tiburón o un ratón?

De acuerdo. ¿Quería un buen mordisco? Pues se lo daría.

Abrí la boca y le arreé un rápido mordisco, intentando darle un susto. Pero en vez de eso, el que se asustó fui yo, ¡
porque le arranqué el dedo de cuajo
!

Retrocedí espantado y escupí aquel dedo muerto. Miré a Cormac el Trozos con los ojos dilatados. Esperaba oírle gritar, pero sólo se rió y levantó la mano.

No había sangre allí donde le había arrancado el dedo, sólo un muñón blanco y dentado. Mientras lo miraba, ocurrió la cosa más increíble: ¡
el dedo empezó a crecer de nuevo
!

Pensé que me lo estaba imaginando, pero pasaban los segundos y seguía creciendo, y no tardó en volver a alcanzar su tamaño normal. Cormac lo mantuvo rígidamente en su sitio durante unos segundos más, y luego lo flexionó arriba y abajo para demostrar que estaba como nuevo.

La multitud aplaudió, y sentí que los latidos de mi corazón se apaciguaban.

Miré al suelo, a donde había escupido el dedo, y vi cómo empezaba a pudrirse. En un minuto no quedó más que un grisáceo montón de moho.

—Siento haberte asustado —dijo Cormac, dándome palmaditas en la cabeza.

—Está bien —respondí—. Ya tendría que haber aprendido a esperar lo inesperado en este lugar. ¿Puedo tocarle el dedo nuevo? —Él lo permitió. No parecía diferente de los otros—. ¿Cómo lo ha hecho? —pregunté, pasmado—. ¿Es una ilusión?

—En absoluto —dijo él—. Ésta es la razón por la que me llaman Cormac
el Trozos
. Puedo hacer que me crezcan trozos nuevos de mi cuerpo (dedos, brazos, piernas) desde que era un crío. Mis padres descubrieron mi habilidad cuando me corté accidentalmente la nariz con un cuchillo de cocina. Puedo hacer crecer prácticamente cualquier parte de mi cuerpo. Excepto la cabeza. Nunca he intentado cortármela, pero supongo que es mejor no tentar a la suerte.

—¿No le duele? —pregunté.

—Un poco —dijo—, pero no mucho. Cuando me corto un trozo de mi cuerpo, empieza a crecer uno nuevo casi de inmediato, así que sólo siento uno o dos segundos de dolor. Es un poco como...

—¡Vamos, vamos! —rugió Mr. Tall, interrumpiéndole—. No tenemos tiempo para entrar en detalles. Este espectáculo ha estado parado demasiado tiempo. Ya es hora de volver a entretener al público, antes de que se olviden de nosotros o piensen que nos hemos retirado.

“¡Eh, gente! —gritó a la muchedumbre, dando palmadas—. ¡Corred la voz! ¡Se acabó el descanso! ¡Esta noche hay función!

CAPÍTULO 18

El campamento bulló de actividad toda la tarde. La gente iba de acá para allá como loca. Un grupo estaba atareado montando la carpa del circo. Yo nunca lo había visto antes. Una vez montada, era impresionante, alta, redonda y roja, decorada con imágenes de los artistas.

Evra y yo estábamos muy ocupados, clavando estacas en el suelo para fijar la tienda en su lugar, colocando los asientos en el interior, montando el escenario para la función, preparando el atrezzo de los artistas (teníamos que encontrar latas, frutos secos y tornillos para Rhamus
Dostripas
, y ayudar a introducir la jaula del hombre-lobo en la carpa, entre otras cosas).

Era una labor tremenda, pero avanzaba con increíble rapidez. Todos en el campamento sabían cuál era su lugar y lo que se esperaba de ellos, y no cundió el pánico en todo el día. Todos trabajaban en equipo y las cosas marcharon como la seda.

Sam vino por la tarde, temprano. Yo le habría pedido que nos echara una mano, pero Evra dijo que sólo estorbaría, así que le sugerimos que lo mejor sería que se marchara. Se mostró ofendido y apenado, y le dio una patada a una botella de soda vacía que encontró en su camino. Sentí pena por él, y entonces se me ocurrió cómo podía animarle.

—¡Sam! ¡Espera un minuto! —le grité—. Volveré en un segundo —le dije a Evra, y eché a correr hacia la caravana de Mr. Tall.

Sólo golpeé la puerta una vez, y se abrió al instante. Mr. Tall estaba parado dentro, y antes de que yo pudiera decir una palabra, me tendió dos entradas para asistir a la función del Cirque Du Freak.

Me quedé mirando las entradas, y después a Mr. Tall.

—¿Cómo sabía...?

—Tengo mis métodos —repuso con una sonrisa.

—No tengo dinero —le advertí.

—Te lo descontaré de tu sueldo —dijo.

Fruncí el ceño.

—Usted no me paga.

Su sonrisa se ensanchó.

—Soy un viejo listo. —Me entregó las entradas y me cerró la puerta en las narices antes de que pudiera darle las gracias.

Volví corriendo con Sam y le di las entradas.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Son entradas para la función de esta noche —le dije—. Una para ti y otra para R.V.

—¡Oh, guau! —Sam se metió rápidamente las entradas en el bolsillo, como si temiera que salieran volando o se desvanecieran—. ¡Muchas gracias, Darren!

—No es nada —dije—. Sólo que la función será tarde. Empezaremos a las once, y no acabaremos hasta la una de la madrugada, más o menos. ¿Podrás venir?

—¡Claro! —dijo Sam—. Saldré a escondidas. Mamá y papá se van a la cama a las nueve todas las noches. Son muy madrugadores.

—Si te pillan —le advertí—, no digas a dónde vas.

—Mis labios están sellados —prometió, y luego fue en busca de R.V.

Excepto por una rápida cena, no tuvimos ningún otro respiro hasta el comienzo de la función. Mientras Evra le daba de comer a su serpiente, yo encendía las velas en el interior de la carpa. También había que colgar cinco enormes lámparas, cuatro encima del público y una sobre el escenario, pero las Personitas se encargaron de eso.

Mags (una preciosa mujer que vendía recuerdos y dulces en los intermedios) me pidió que la ayudara a preparar los carritos, y estuve una hora colocando telarañas de caramelo, figuritas de “cristal” comestible y jirones de pelo del hombre-lobo. Había algo nuevo que nunca había visto: una figurita de Cormac
el Trozos
. Cuando le cortabas un trozo, le crecía de nuevo. Le pregunté a Mags cómo funcionaba, pero no lo sabía.

—Es una de las invenciones de Mr. Tall —dijo—. Muchas de estas cosas las fabrica él mismo.

Le arranqué la cabeza a la figurita e intenté ver el interior de su cuello, pero antes de que pudiera hacerlo le creció una nueva cabeza.

—Las figuritas no duran eternamente —dijo Mags—. Se pudren al cabo de unos meses.

—¿Se lo dice a la gente cuando las compran? —pregunté.

—Por supuesto —respondió—. Mr. Tall insiste en que informemos exactamente a los espectadores de lo que compran. No le gusta estafar a la gente.

Mr. Crepsley me llamó media hora antes de que empezara la función. Se estaba poniendo el traje con el que actuaba cuando entré.

—Limpia la jaula de Madam Octa —ordenó—, y luego cepilla tu traje y lávate.

—¿Por qué? —pregunté.

—Saldrás a escena conmigo —dijo.

Mis ojos se iluminaron.

—¿Quiere decir que tomaré parte en el número? —exclamé sofocadamente.

—Una parte pequeña —dijo—. Traerás la jaula y tocarás la flauta cuando Madam Octa teja su tela en mi boca.

—Pero es Mr. Tall quien suele hacer eso, ¿no?

—Normalmente, sí —convino Mr. Crepsley—, pero esta noche andamos escasos de personal, así que él actuará por su cuenta. Además, tú eres más apropiado que él para asistirme.

—¿Y eso? —pregunté.

—Das más miedo —dijo—. Con esa cara pálida y esa ropa espantosa, parece que hayas salido de una película de terror.

Eso me dejó muy sorprendido. ¡Nunca había pensado que diera miedo! Me miré al espejo y vi que tenía razón. Como no había bebido sangre humana, estaba mucho más pálido de lo que debería, y el traje sucio me daba una apariencia aún más fantasmal. Me propuse buscar ropa nueva a la mañana siguiente.

La función comenzó exactamente a las once. No esperaba que acudiera mucha gente (estábamos en medio de la nada y no habíamos tenido mucho tiempo para anunciar el espectáculo), pero la carpa estaba atestada.

—¿De dónde han salido? —le susurré a Evra mientras mirábamos a Mr. Tall presentar al hombre-lobo.

—De todas partes —respondió tranquilamente—. La gente siempre sabe cuándo vamos a actuar. Además, aunque nos lo dijera hoy, seguro que Mr. Tall ya sabía que actuaríamos esta noche desde que montamos el campamento.

Observé la función entre bastidores, disfrutando aún más que la primera vez que la vi, pero ahora yo conocía a todos sus componentes y me sentía parte de la familia.

Hans
el Manos
salió después del hombre-lobo, seguido de Rhamus
Dostripas
. Tras el primer descanso, Mr. Tall salió a escena y revoloteó de un lado a otro a tal velocidad que era imposible seguir sus movimientos, desapareciendo de un lugar para reaparecer en otro. La siguiente fue Truska, y luego me llegó el turno de salir a escena con Mr. Crepsley y Madam Octa.

No había mucha luz, pero mi visión vampírica me ayudó a descubrir las caras de Sam y R.V. entre la multitud. Se sorprendieron al verme y aplaudieron más fuerte que nadie. Tuve que ocultar una sonrisa de satisfacción: Mr. Crepsley me había dicho que tenía que parecer miserable y abatido, para impresionar a la muchedumbre.

Me quedé a un lado mientras Mr. Crepsley pronunciaba su discurso sobre la peligrosidad de Madam Octa, y luego abrió la puerta de su jaula mientras un ayudante subía una cabra al escenario.

Alguien dejó escapar un sonoro y furioso jadeo cuando Madam Octa mató a la cabra... Era R.V. y supe que no tenía que haberle invitado (había olvidado cuánto cariño le tenía a los animales), pero ya era demasiado tarde para retirar la invitación.

Estaba muy nervioso cuando me llegó el turno de tocar la flauta y controlar a Madam Octa, sintiendo que todos los ojos bajo la carpa se clavaban en mí. Nunca había actuado ante una multitud, y durante unos segundos temí que mis labios no hicieran nada, o que se me hubiera olvidado la melodía. Pero en cuanto empecé a soplar y a enviar mis pensamientos a Madam Octa, me tranquilicé.

Mientras ella tejía su tela entre los labios de Mr.Crepsley, se me ocurrió que éste era el momento perfecto para deshacerme de él si quería.

Podía hacer que lo mordiera
.

La idea me sobresaltó. Ya había pensado antes en matarle, pero nunca en serio, y menos desde que nos habíamos unido al Cirque. Ahora él estaba aquí, y tenía su vida en mis manos. Bastaría un simple “error”. Podía decir que había sido un accidente. Nadie podría demostrar lo contrario.

Contemplé a la araña moviéndose de acá para allá, de allá para acá, con sus venenosos quelíceros centelleando a la luz de las lámparas. El calor de las velas era intenso. Estaba sudando copiosamente. Se me ocurrió que podría echarle la culpa al sudor de mis dedos.

Ella seguía tejiendo su tela sobre su boca. Sus brazos colgaban en sus costados. No podría detenerla. Bastaría un acorde equivocado de la flauta. Una nota desafinada rompería la conexión mental entre ella y yo, y...

No lo hice. Interpreté la melodía perfectamente y con seguridad. No estaba seguro de por qué le perdonaba la vida al vampiro. Quizá porque Mr. Tall habría sabido que yo lo había matado. Quizá porque necesitaba que Mr. Crepsley me enseñara a sobrevivir. Quizá porque no quería convertirme en un asesino.

O quizá, solo quizá, porque el vampiro empezaba a gustarme. Después de todo, me había traído al Cirque y me había dejado tomar parte en la función. Y no habría conocido a Evra ni a Sam de no haber sido por él. Había sido bueno conmigo, tanto como podía serlo.

Fuera cual fuera la razón, no permití que Madam Octa matara a su amo, y al terminar el número nos inclinamos y salimos juntos.

—Pensabas matarme —dijo suavemente Mr. Crepsley, una vez que abandonamos el escenario.

—¿De qué está hablando? —respondí, haciéndome el tonto.

—Lo sabes perfectamente —dijo. Hizo una pausa—. No habría funcionado. Ordeñé la mayor parte del veneno de sus colmillos antes de salir. Empleó el resto en matar a la cabra.

—¿Era una prueba? —Le miré fijamente, y el odio volvió a crecer en mi interior—. ¡Pensé que se estaba portando bien conmigo! —grité—. ¡Y fue una prueba todo el tiempo!

Su rostro estaba serio.

—Tenía que saberlo —dijo—. Tenía que saber si podía confiar en ti.

—¡Bien, pues escuche esto! —rugí, alzándome sobre la punta de mis pies tanto como pude para mirarle a los ojos—. ¡Su prueba ha sido inútil! ¡No le he matado esta vez, pero si vuelvo a tener una oportunidad, lo haré!

Salí como un vendaval sin decir ni una palabra más, demasiado enfadado para quedarme a ver a Cormac
el Trozos
o el final del espectáculo, sintiéndome traicionado, aun sabiendo en el fondo que él tenía razón.

CAPÍTULO 19

Aún seguía enfadado a la mañana siguiente. Evra me estuvo preguntando qué me pasaba, pero yo no se lo dije. No quería que supiera que había estado pensando en asesinar a Mr. Crepsley.

Evra me dijo que se había encontrado a Sam y a R.V. después de la función.

—A Sam le encantó —dijo Evra—, especialmente Cormac
el Trozos
. Deberías haberte quedado a ver a Cormac en acción. Cuando se cortó las piernas...

—Ya lo veré la próxima vez —dije—. ¿Qué le pareció a R.V.?

Evra frunció el ceño.

—No parecía muy contento.

—¿Se enfadó por lo de la cabra? —pregunté.

—Sí —dijo Evra—, pero no sólo por eso. Le expliqué que le compramos la cabra a un carnicero, así que de todas maneras habría acabado muerta. Lo que más le preocupó fueron el hombre-lobo, la serpiente y la araña de Mr. Crepsley.

—¿Qué pasa con
ellos
? —inquirí.

—Teme que no estén siendo bien tratados. No le gusta la idea de que estén encerrados en jaulas. Le expliqué que no lo estaban, a excepción de la araña. Le dije que el hombre-lobo es muy manso fuera del escenario. Y le enseñé mi serpiente y cómo dormía conmigo.

—¿Se creyó lo del hombre-lobo? —pregunté.

—Eso creo —dijo Evra—, aunque aún parecía receloso cuando se marchó. Y estaba
muy
interesado en sus hábitos alimenticios. Quería saber qué le dábamos de comer, con qué frecuencia, y dónde conseguíamos la comida. Tenemos que andarnos con cuidado con R.V. Podría causarnos problemas. Por suerte, se irá dentro de un día o dos, pero hasta entonces, hay que estar alerta.

Other books

The Duke's Bride by Teresa McCarthy
By Starlight by Dorothy Garlock
The Candy Shop by Kiki Swinson
The Cougar's Mate by Holley Trent
Ruins of Camelot by G. Norman Lippert