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Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (91 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
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La línea de puntos luminosos serpenteaba hacia uno y otro lado. Reith fue siguiéndolos meticulosamente, temiendo lo que pudiera haber a ambos lados. En una ocasión creyó oír un lejano rugido sordo, como de aire brotando desde alguna enorme profundidad.

La oscuridad se hizo menor, casi imperceptiblemente, debido a un resplandor procedente de alguna fuente desconocida. De pronto, sin advertencia previa, llegó al borde de un abismo al fondo del cual se divisaba un penumbroso paisaje, un lugar de objetos débilmente silueteados por una luminosidad oro o plata. A sus pies un largo tramo de escaleras conducía hacia abajo; Reith inició el descenso, peldaño a peldaño.

Alcanzó el fondo y se detuvo en medio de un incontrolable espasmo de terror; frente a él se erguía un Pnume.

Reith reunió todos los jirones de su voluntad. Con una voz tan firme como pudo conseguir, dijo:

—Soy Adam Reith. He venido aquí en busca de la joven, mi compañera, que os llevasteis ayer. Tráela aquí inmediatamente.

De la forma que se erguía ante él brotó el ronco susurro Pnume:

—¿Eres Adam Reith?

—Sí. ¿Dónde está la mujer?

—¿Viniste aquí desde la Tierra?

—¿Qué hay de la mujer? ¡Dímelo!

—¿Por qué viniste al viejo Tschai?

Un rugido de desesperación brotó de la garganta de Reith.

—¡Responde a mi pregunta!

La oscura forma se alejó deslizándose silenciosamente. Reith permaneció inmóvil unos instantes, indeciso entre quedarse o seguirle.

Las luminosidades oro y plata parecieron hacerse más brillantes; o quizá Reith había empezado a poner orden en las masas aparentemente sin relación. Empezó a ver siluetas y formas, esquemas como de pagodas, una hilera de columnas. Más allá aparecieron siluetas con aureolas oro y plata, sin significado todavía para su mente.

El Pnume se alejaba lentamente. La frustración de Reith alcanzó una intensidad que lo llevó casi al borde del desvanecimiento; luego experimentó una rabia que lo envió a grandes saltos tras el Pnume. Agarró el duro componente de su hombro y tiró; ante su completo asombro, el Pnume cayó como a la inversa, agitando los brazos y bajándolos para que le sirvieran de patas anteriores. Quedó con su superficie ventral hacia arriba, la cabeza agitándose extrañamente hacia abajo y hacia afuera, de tal modo que el Pnume adquirió el aspecto de un miembro de las jaurías nocturnas. Mientras Reith lo contemplaba con desconcierto y asombro, el Pnume saltó nuevamente en pie y miró a Reith con helada severidad.

Reith consiguió recuperar el uso de la palabra.

—Tengo que hablar con el responsable entre vosotros, y rápido. Lo que tengo que decir es urgente... ¡tanto para vosotros como para mí!

—Esto es Posteridad —dijo la ronca voz—. Tales palabras no tienen significado aquí.

—Pensarás de modo distinto cuando me oigas.

—Ven a ocupar tu lugar en Posteridad. Eres esperado. —La criatura echó a andar de nuevo. Lágrimas de rabia e impotencia asomaron en los ojos de Reith; una enorme maldición golpeó contra la parte de atrás de sus dientes. Si le había ocurrido algo a Zap 210, iban a pagarlo, ¡cómo iban a pagarlo!, independientemente de las consecuencias.

Caminaron por un espacio de tiempo, y al fin cruzaron una puerta encolumnada a un nuevo reino subterráneo: un lugar que Reith asoció con algún elegante jardín conmemorativo de la vieja Tierra.

A todo lo largo y ancho de la perspectiva oro y plata se agitaron unas oscuras siluetas. Reith no tuvo oportunidad de especular. Algunas de esas siluetas avanzaron; vio que eran Pnume; su extrema discreción le hizo comprender que eran del más alto status. Enfrentado a aquella veintena de sombras en las sombras de aquel hechizado rincón de Posteridad, no pudo evitar el pensar si tenía aún intactos todos sus sentidos. ¿Estaba completamente cuerdo? En aquel entorno, los procesos mentales ordinarios eran inaplicables. Debía imponer por medio de la más brutal energía su voluntad personal sobre aquel aberrante entorno de los Pnume.

Miró a su alrededor, al sombrío grupo.

—Soy Adam Reith —dijo—. Soy un terrestre. ¿Qué deseáis de mí?

—Tu presencia en Posteridad.

—Estoy aquí —dijo Reith—, pero tengo intención de marcharme de nuevo. Vine por voluntad propia; ¿sois conscientes de ello?

—Hubieras venido en cualquier circunstancia.

—Falso. No hubiera venido. Vosotros secuestrasteis a mi amiga, una joven. Vine a llevármela y a devolverla a la superficie.

Los Pnume, como obedeciendo a una señal, dieron simultáneamente un paso al frente: un movimiento siniestro, la acción de una pesadilla.

—¿Y cómo esperas conseguirlo? Esto es Posteridad.

Reith pensó unos instantes.

—Vosotros, los Pnume, lleváis mucho tiempo viviendo en Tschai.

—Mucho, mucho; somos el alma de Tschai. Somos el mundo en si.

—Otras razas viven en Tschai; son gente más poderosa que vosotros.

—Ellos vienen y van: sombras coloreadas para divertirnos. Los expulsamos cuando así lo deseamos.

—¿No teméis a los Dirdir?

—No pueden alcanzarnos. No saben nada de nuestros preciosos secretos.

—¿Y si los supieran?

Las formas oscuras se acercaron, al unísono, otro lento paso.

—¿Y si los Dirdir supieran todos vuestros secretos? —dijo Reith con voz alta y dura—. ¿Si supieran de todos vuestros túneles y pasadizos y salidas?

—Una situación grotesca que nunca puede llegar a ser real.

—Pero puede ser real. Yo puedo hacerla real. —Reith extrajo de entre sus ropas un portafolios de cuero azul—. Examinad esto.

Los Pnume aceptaron circunspectos el portafolios.

—¡Es el Mapa Maestro perdido!

—Falso de nuevo —dijo Reith—. Es una copia.

Los Pnume emitieron un sonido parecido a un gemido sordo, y Reith pensó de nuevo en las jaurías nocturnas; había oído a menudo aquella suaves llamadas en las estepas de Kotan.

Los tristes y medio susurrados lamentos cesaron. Los Pnume permanecían formando un rígido semicírculo. Reith pudo captar su emoción; era casi palpable, una loca e irresponsable ferocidad que hasta entonces sólo había asociado con los Phung.

—Tranquilos —dijo Reith—. El peligro no es inminente. Los mapas son una garantía de mi seguridad; estáis a salvo a menos que yo no regrese a la superficie. En este caso, los mapas serán entregados a los Chasch Azules y a los Dirdir.

—Intolerable. Los mapas deben ser mantenidos secretos. No hay alternativa.

—Eso es lo que esperaba que dijeseis. —Reith miró al semicírculo a su alrededor—. ¿Aceptáis mis condiciones?

—Todavía no las hemos oído.

—Quiero a la mujer que os llevasteis ayer. Si está muerta, planeo hacéroslo pagar muy caro. Me recordaréis durante largo tiempo; maldeciréis eternamente el nombre de Adam Reith.

Los Pnume guardaron silencio.

—¿Dónde está? —preguntó Reith con voz rasposa.

—Está en Posteridad, para ser cristalizada.

—¿Está viva? ¿O muerta?

—Todavía no está muerta.

—¿Dónde se encuentra?

—Al otro lado del Campo de los Monumentos, aguardando la preparación.

—Decís que aún no está muerta... ¿pero está viva y sin haber sufrido ningún daño?

—Está viva.

—Entonces sois afortunados.

Los Pnume lo contemplaron con incomprensión, y algunos componentes del grupo se alzaron de hombros de una forma casi humana.

—Traedla aquí o vayamos todos donde esté —dijo Reith—. Lo que resulte más rápido.

—Ven.

Avanzaron a través del Campo de los Monumentos: estatuas o simulacros representando gente de un centenar de razas distintas. Reith no pudo evitar el detenerse y mirar, fascinado.

—¿Quiénes o qué son todas estas criaturas?

—Episodios de la vida de Tschai, o lo que es lo mismo, de nuestras propias vidas. Aquí: los Shivvan, que vinieron a Tschai hace siete millones de años. Es un cristal muy antiguo, uno de los más viejos: el recuerdo de una lejana época. Más allá: los Gjee, que fundaron ocho imperios y fueron expulsados por los Fesa, los cuales a su vez huyeron ante la luz de la estrella roja Hsi. Más adelante: otros que han caído en el olvido hace ya mucho tiempo.

El grupo avanzó a lo largo de las avenidas. Los monumentos eran negros, orlados con un oro y un plata luminosos: criaturas cuadrúpedas, trípedas, bípedas; con cabezas, sacos cerebrales, redes nerviosas; con ojos, franjas ópticas, sensores flexibles, prismas. Aquí se alzaba una enorme masa con un pesado cráneo; blandía una espada de tres metros. Reith identificó a la criatura como un Chasch Verde. Cerca, un Chasch Azul azotaba a un grupo de agazapados Viejos Chasch, mientras tres Hombres-Chasch miraban desde un lado con ojos brillantes. Más allá había Dirdir y Hombres-Dirdir, escoltados por dos hombres y dos mujeres de una raza que Reith no pudo reconocer. A un lado, un único Wankh, solo y austero, vigilaba a un grupo de hombres dedicados a trabajos manuales. Más allá de esos grupos, excepto un único pedestal vacío, la avenida descendía solitaria hacia la negra orilla de un lento río negro, cuya superficie era señalada por derivantes remolinos plateados. Al lado del río había una jaula de barrotes plateados; agazapada dentro de la jaula estaba Zap 210. Contempló acercarse al grupo con rostro impasible. Vio a Reith; su rostro se crispó en opuestas emociones; dolor y alegría, alivio y desencanto. Había sido despojada de sus ropas de superficie; ahora llevaba únicamente una túnica blanca.

Reith tuvo problemas en controlar su voz; pero habló con firmeza.

—¿Qué le habéis hecho?

—Ha sido tratada con el Liquido Uno. Vigoriza y tonifica, y abre el camino al Líquido Dos.

—Traedla.

Zap 210 salió de la jaula. Reith tomó su mano, acarició su cabeza.

—Tranquila. Estás a salvo. Vamos a volver a la superficie. —Aguardó unos instantes inmóvil, en silencio, mientras ella lloraba de alivio y tensión nerviosa, con la cabeza hundida en su hombro.

Los Pnume se acercaron. Uno dijo:

—Exigimos la devolución de los mapas.

Reith consiguió lanzar una estentórea risa.

—Todavía no. Tengo otras peticiones que haceros... pero en otro lugar. Salgamos de aquí. Posteridad me oprime.

En la estancia de pulido mármol gris, Reith se enfrentó a los Ancianos Pnume.

—Soy un hombre; me siento molesto al ver a hombres de mi propia especie viviendo las vidas innaturales de los Pnumekin. no debéis criar más niños humanos, y los niños que están creciendo ahora deben ser transferidos a la superficie y mantenidos allí a vuestro cuidado hasta que sean capaces de valerse por si mismos.

—¡Pero eso significa el fin de los Pnumekin!

—Así parece. ¿Y por qué no? Vuestra raza tiene una antigüedad de siete millones de años o más. Solamente en los veinte o treinta mil años últimos habéis tenido Pnumekin a vuestro servicio. Su pérdida no representará un gran problema para vosotros.

—Si aceptamos... ¿qué hay de los mapas?

—Los destruiré todos menos algunas copias. Ninguna de ellas será entregada a vuestros enemigos.

—¡Esto es insatisfactorio! ¡Viviremos en constante temor!

—Esto no me preocupa. Necesito mantener un cierto control sobre vosotros, para garantizar que mis peticiones sean cumplidas. A su debido tiempo puede que os devuelva todos los mapas... en el momento en que lo crea oportuno.

Los Pnume murmuraron desconsolados entre sí unos instantes. Uno de ellos dijo, en un átono susurro:

—Tus peticiones serán cumplidas.

—En este caso, conducidnos de vuelta a las llanuras de sal de Sivishe.

Al atardecer, las llanuras de sal estaban tranquilas. Carina 4269 colgaba en un brumoso cielo tras los acantilados, resplandeciendo sobre las torres Dirdir. Reith y Zap 210 se acercaron al viejo almacén. La delgada silueta de Anacho apareció en la oficina. Avanzó a su encuentro.

—El vehículo aéreo está aquí. No hay nada que nos retenga en este lugar.

—Entonces apresurémonos. No puedo creer que estemos libres.

El vehículo aéreo partió de la parte de atrás del almacén y enfiló al Norte. Anacho preguntó:

—¿Adónde vamos?

—A las estepas de Kotan, al sur de donde tú y yo nos conocimos por primera vez.

Volaron durante toda la noche, sobre el desolado centro de Kislovan, luego por encima del Primer Mar y las marismas de Kotan.

Al amanecer llegaron al borde de las estepas, mientras Reith estudiaba el paisaje a sus pies. Cruzaron un bosque; Reith señaló un claro.

—Ahí: en este lugar llegué a Tschai. El campamento Emblema estaba al este. Ahí, junto a ese bosquecillo; en aquél lugar enterramos el Onmale. Desciende ahí.

El vehículo aterrizó. Reith salió y caminó lentamente hacia el bosque. Vio un resplandor de metal. Traz avanzó a su encuentro. Se detuvo en silencio mientras Reith se acercaba.

—Sabia que vendrías.

Traz había cambiado. Se había convertido en un hombre: en algo más que un hombre. Sobre su hombro llevaba un medallón de metal, piedra y madera. Reith dijo:

—Desenterraste el emblema.

—Sí. Me llamaba constantemente. Fuera a donde fuera por la estepa oía voces, todas las voces de todos los jefes Onmale, llamándome desde la oscuridad para que fuera a buscarles. Desenterré el emblema; ahora las voces han callado.

—¿Y la nave?

—Está preparada. Cuatro de los técnicos siguen aquí. Uno se quedó en Sivishe, otros dos perdieron su entusiasmo y terminaron marchándose a través de la estepa hacia Hedaijha.

—Cuanto más pronto partamos, mejor. Cuando me vea en el espacio creeré realmente que hemos escapado.

—Estamos preparados.

Anacho, Traz y Zap 210 entraron en la espacionave. Reith lanzó una última mirada al cielo. Se inclinó, acarició el suelo de Tschai, desmenuzó un grumo de tierra entre sus dedos. Luego él también entró en el poco estilizado casco. La esclusa fue cerrada y sellada. Los generadores zumbaron. La nave se alzó hacia el cielo. El rostro de Tschai se alejó; el planeta mostró su redondez, se convirtió en una esfera gris amarronada, y finalmente desapareció.

FIN

Notas

[1]
Palabra intraducible; aproximadamente: un hombre que ha desafiado y profanado su emblema, y en consecuencia ha pervertido su destino.

[2]
Estos adornos no eran una ocultación ornamental ni funcional, sino que expresaban más bien la obsesión Chasch por la complicación como un fin en sí. Incluso los nómadas Chasch Verdes compartían ese rasgo de carácter. Examinando su talabartería y sus armas, Reith se había sentido sorprendido por su similitud con los trabajos artesanos de los antiguos escitas.

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