Read El ciclo de Tschai Online
Authors: Jack Vance
—¿En qué estás pensando tan profundamente?
Ella le lanzó una fría mirada de reojo.
—Estaba pensando en mí miseria y en el amplio
ghaun
. Recuerdo mi época en la oscuridad. Ahora sé que bajo el mundo aún no había nacido. Todos esos años, mientras iba quietamente de un lado para otro ahí abajo, la gente de la superficie vivía en medio del color y el cambio y el aire.
—¡Así que es por eso por lo que has estado actuando tan extrañamente!
—¡No! —exclamó ella con una repentina pasión—. ¡No es eso! ¡La razón eres tú y tu secreto! No me dices nada. No sé dónde vamos, o lo que piensas hacer conmigo.
Reith frunció el ceño al negro hervor del agua de la estela.
—Ni yo mismo estoy seguro de nada de ello.
—¡Pero tienes que saber algo!
—Sí... Cuando llegue a Sivishe quiero volver a mi hogar, que es un lugar remoto, muy, muy lejos de Tschai.
—¿Y qué será de mí?
¿Y qué será de Zap 210?, se preguntó Reith. Una pregunta que había evitado hacerse a sí mismo.
—No estoy seguro de que desees venir conmigo —respondió sin convicción.
Las lágrimas brillaron en los ojos de la muchacha.
——¿A qué otro lugar puedo ir? ¿Debo convertirme en una esclava del trabajo? ¿O en una Gzhindra? ¿O llevar una cinta naranja por todo Urmank? ¿O debo morir? —Se apartó de él y se alejó hacia proa, pasando junto a un grupo de hombres de rostro negruzco que la contemplaron con el rabillo de sus pálidos ojos.
Reith volvió al banco... Transcurrió la tarde. Las negras nubes del norte generaron un frío viento. Las velas fueron izadas, y el barco avanzó a una buena velocidad. Zap 210 volvió finalmente a popa con una extraña expresión en su rostro. Lanzó a Reith una mirada de triste acusación y bajó a la cabina.
Reith la siguió, y la encontró tendida en una de las camas:
—¿No te sientes bien?
—No.
—Sal fuera. Aquí te sentirás peor.
Ella volvió tambaleándose a cubierta.
—Mantén los ojos en el horizonte —dijo Reith—. Cuando el barco se mueva, mantén la cabeza nivelada con él. Hazlo durante un rato y te sentirás mejor.
Zap 210 permaneció de pie apoyada en la barandilla. Las nubes se arracimaron sobre sus cabezas y el viento murió; el Nhiahar permaneció balanceándose con colgantes velas... Del cielo brotó un relámpago púrpura que golpeó sesgadamente el mar una, dos, tres veces. Todo ello en un abrir y cerrar de ojos. Zap 210 lanzó un gritito y retrocedió, aterrada. Reith la sujetó y la mantuvo contra si mientras retumbaba el trueno. Ella se agitó inquieta; Reith besó su frente, su rostro, su boca.
El sol se ocultó en un despliegue de oro y cobre y negro; con el anochecer llegó la lluvia. Reith y Zap 210 se retiraron a su cabina, donde el camarero les sirvió la cena: carne picada, marisco, galletas. Comieron, mirando a través de los grandes ventanales el mar y la lluvia y los relámpagos, y luego, con los relámpagos centelleando en la oscuridad, hicieron el amor.
A medianoche las nubes se aclararon; las estrellas brillaron en el cielo.
—¡Mira ahí arriba! —dijo Reith—. Entre esas estrellas hay otros mundos del hombre. Uno de ellos se llama la Tierra. —Hizo una pausa. Zap 210 permaneció tendida, escuchando, pero Reith, por alguna razón, no pudo decir más, y finalmente se quedó dormida.
El Nhiahar, empujado por vientos favorables, avanzaba por el Segundo Mar, hendiendo las grandes crestas blancas de espuma. El cabo Braise apareció al frente; el barco amarró en la antigua ciudad de piedra Stheine para cargar agua, luego enfiló hacia el Schanizade.
A treinta kilómetros costa abajo una lengua de tierra formaba una especie de hoz hacia el oeste. Un bosque de árboles azul oscuro alineados junto a la orilla rodeaba una ciudad de planos domos, curvados vértices, amplias columnas. Reith creyó reconocer la arquitectura, a hizo una pregunta al capitán.
—¿Se trata de una ciudad Chasch?
—Es Songh, el más meridional de los asentamientos de los Chasch Azules. He llevado cargas a Songh, pero es un negocio arriesgado. Tienes que conocer los juegos de los Chasch: las bromas de una raza agonizante. He visto ruinas en las estepas de Kotan: un centenar de lugares donde los Viejos Chasch o los Chasch Azules vivieron en su tiempo. ¿Y qué queda ahora de ellos? Sólo los Phung.
La ciudad retrocedió en la distancia y desapareció de la vista mientras la nave seguía hacia el sur bordeando la península. Poco después, un grito de uno de los miembros de la tripulación hizo salir a todo el mundo a cubierta. En el cielo había un par de naves aéreas. Una era una resplandeciente amalgama de metal blanco y azul, modelado en una serie de espléndidas curvas. Una balaustrada contenía la cubierta, sobre la que había una docena de criaturas con brillantes cascos. El otro aparato era austero y sombrío: una nave siniestra, fea, gris, construida con una exclusiva funcionalidad. Era ligeramente más pequeña que la nave de los Chasch Azules y algo más ágil; en la burbuja dorsal se hallaba apiñada la tripulación Dirdir, enfrascada en la tarea de destruir la nave Chasch. Los dos aparatos trazaban círculos el uno en torno al otro, ahora altos, ahora bajos, zumbando como insectos venenosos. De tanto en tanto, cuando lo permitían las circunstancias, las naves intercambiaban andanadas de fuego de los lanzaarena, sin efectos apreciables. Las resplandecientes formas giraban y giraban, trazando torbellinos y barrenas que los conducían hasta apenas unos metros por encima de la superficie del agua.
Toda la tripulación del Nhiahar subió a cubierta para contemplar la batalla, incluso las dos mujeres viejas que no se habían dejado ver hasta entonces. Mientras observaban el cielo, la capucha de una de ellas resbaló hacia atrás sobre su cabeza, revelando un rostro puntiagudo y pálido. Zap 210, de pie al lado de Reith, lanzó un suave jadeo y volvió rápidamente la mirada.
La nave de los Chasch Azules se deslizó de pronto en picado, y sus cañones delanteros lanzaron una andanada contra la parte baja del aparato Dirdir, que dio una vuelta de campana y cayó en barrena hacia el mar, donde golpeó la superficie del agua en un silencioso chapoteo. La nave de los Chasch Azules trazó un amplio círculo sobre su derrotada presa, asegurándose de su hundimiento, luego partió a toda velocidad hacia Songh.
Las mujeres viejas habían desaparecido de nuevo abajo. Zap 210 dijo con un tembloroso susurro:
—¿Lo viste?
—Sí. Lo vi.
—Son Gzhindra.
—¿Estás segura?
—Sí, estoy segura.
—Supongo que los Gzhindra viajan como el resto de la gente —dijo Reith, de una forma algo hueca—. Al menos hasta ahora, no han hecho nada por molestarnos.
—¡Pero están aquí, a bordo del barco! ¡Nunca hacen nada sin un propósito!
Reith emitió un gruñido escéptico.
—Quizá sí... ¿pero qué podemos hacer al respecto?
—¡Podemos matarlas!
Zap 210, pese a todos los condicionamientos estrictos de su educación, era una criatura de Tschai, pensó Reith. Dijo:
—Las mantendremos estrechamente vigiladas. Ahora que sabemos lo que son, y ellas no saben que lo sabemos, la ventaja es nuestra.
Esta vez fue el turno de Zap 210 de emitir un gruñido escéptico. Reith, sin embargo, se negó a acechar a las mujeres en la oscuridad y estrangularlas.
El viaje prosiguió hacia el sudoeste, en dirección a las islas Saschan. Los días transcurrieron sin otro acontecimiento más digno de mención que los cambios en el cielo. Cada mañana Carina 4269 cruzaba el horizonte trayendo consigo un amanecer bronce opaco y rosa oscuro. Al mediodía se formaban nieblas altas, filtrando la luz solar y derramando un resplandor como de seda antigua sobre el agua. Las tardes eran largas; los anocheceres melancólicos: guerras alegóricas entre oscuros héroes y los señores de la luz. Después de anochecer aparecían las lunas: a veces la rosa Az, a veces la azul Braz, y a veces el Nhiahar avanzaba solitario bajo las estrellas.
Para Reith esos días y sus noches hubieran sido los más agradables que había conocido en Tschai de no ser por la preocupación que lo atormentaba: ¿qué estaba ocurriendo en Sivishe? ¿Encontraría la nave espacial intacta o destruida? ¿Qué habría sido del artero Aila Woudiver; qué habría ocurrido con los Dirdir en su horrible ciudad al otro lado del agua? ¿Y qué significaban las dos mujeres viejas, que podían ser Gzhindra? Nunca aparecían excepto en lo más profundo de la noche, para pasear por cubierta. Una noche oscura Reith las observó, sintiendo que se le erizaba el pelo de la nuca. Podían ser Gzhindra o podían no serlo, pero a falta de información, Reith se veía obligado a suponer lo peor... y las implicaciones eran causa de los más tenebrosos presagios.
Una pálida y lúgubre mañana las islas Saschan aparecieron allá delante en medio del mar: tres antiguos conos volcánicos rodeados por plataformas de detritus donde crecían bosquecillos de psillas, kianthus, nueces de aceite, lethipodos. En cada isla había una ciudad trepando por la ladera del cono central, chozas pegadas las unas a las otras como las celdillas de un nido de avispas. Las negras aberturas miraban hacia el mar; volutas de humo ascendían al cielo.
El Nhiahar entró en la bahía y, virando para evitar un transbordador, se acercó a la isla sur. En el muelle aguardaban estibadores saschaneses de torcidas piernas vestidos con pantalones negros y enfundados en botas de retorcida puntera que les llegaban hasta los tobillos. Tomaron las cuerdas; el Nhiahar fue amarrado al muelle. Tan pronto como fue colocada la plancha, los estibadores subieron en enjambre al bordo. Se abrieron las escotillas; las balas de pieles, los sacos de hierba del peregrino, las embaladas herramientas, fueron descargadas al muelle.
Reith y Zap 210 bajaron a tierra. El capitán les llamó desde cubierta:
—El barco parte exactamente al mediodía, estén ustedes a bordo o no.
La pareja caminó por la explanada, con la innatural incrustación de chozas acumulándose sobre ellos. Zap 210 miró por encima del hombro.
—Están siguiéndonos.
—¿Las Gzhindra?
—Sí.
Reith lanzó un gruñido de disgusto.
—Entonces es definitivo. Tienen órdenes de no perdernos de vista.
—Pues es lo mismo que si estuviéramos muertos. —Zap 210 dijo aquello con una voz carente de emoción—. En Kazain informarán a los Pnume, y entonces nada podrá salvarnos; seremos arrastrados de vuelta a la oscuridad.
Reith no pudo pensar en nada que decir. Llegaron a un pequeño puerto protegido del mar por un par de espigones, que se estrechaban hasta convertirse en la rampa de acceso de un transbordador. Reith y Zap 210 se detuvieron para observar la llegada del transbordador de las islas exteriores: una ancha embarcación de fondo plano con cabinas de control a ambos extremos y que transportaba a un par de centenares de saschaneses de todas edades y condiciones. Aplicó el morro contra la rampa; los pasajeros desembarcaron. Más o menos la misma cantidad de gente pagó su pasaje a un hombre sentado ante una cabina y subió a bordo; el transbordador partió inmediatamente. Reith lo contempló cruzar el agua, luego condujo a Zap 210 a una zona de espera con bancos y mesas junto a la rampa. Reith pidió al camarero vino dulce y pastas, luego fue a conferenciar con el gordo expendedor de billetes. Zap 210 miró nerviosamente a uno y otro lado. En las sombras de un tramo de escaleras creyó ver dos figuras envueltas en gris. Se preguntan qué estamos haciendo, se dijo a si misma.
Reith volvió.
—El próximo transbordador parte dentro de poco más de una hora... unos cuantos minutos antes del mediodía. Ya he pagado nuestros billetes.
Zap 210 lo miró desconcertada.
—¡Pero debemos subir a bordo del Nhiahar a mediodía!
—Cierto. ¿Están cerca las Gzhindra?
—Acaban de sentarse en la mesa más apartada.
Reith emitió una hosca risita.
—Vamos a darles algo en qué pensar.
—¿Qué es lo que deben pensar? ¿Que puede que tomemos el transbordador?
—Algo así.
—¿Pero por qué deberían pensar eso? ¡Parece tan extraño!
—En absoluto. Es probable que haya un barco en alguna de las otras islas que pueda llevarnos a algún lugar más allá de su alcance.
—¿Existe ese barco?
—No que yo sepa.
—¡Pero si tomamos el transbordador las Gzhindra nos seguirán, y el Nhiahar partirá sin ninguno de nosotros!
—Eso espero. El capitán no sentirá ningún remordimiento en absoluto.
Pasaron los minutos. Zap 210 empezó a ponerse nerviosa.
—Ya casi es mediodía. —Estudió a Reith, preguntándose qué era lo que pasaba por su mente. Ningún otro hombre de Tschai, al menos ninguno que ella hubiera conocido, se le parecía; era de un tipo completamente distinto.
—Ahí viene el transbordador —dijo Reith—. Bajemos a la rampa. Quiero que seamos los primeros de la fila.
Zap 210 se puso en pie. ¡Nunca comprendería a Reith! Le siguió fuera de la zona de espera. Otros viajeros se les unieron, empujando y codeando y murmurando. Reith preguntó:
—¿Y las Gzhindra?
Zap 210 miró por encima del hombro.
—Están de pie en la parte de atrás de los que esperan.
El transbordador entró en la rampa; se abrieron las barreras, y los pasajeros empezaron a bajar.
Reith acercó su boca al oído de Zap 210.
—Camina hacia la cabina del expendedor de los billetes. Cuando llegues a ella, agáchate dentro.
—Oh.
La puerta se abrió. Reith y Zap 210 avanzaron, entre caminando y corriendo, desviándose hacia un lado. Al llegar a la cabina de los billetes, Reith agachó la cabeza y se deslizó dentro; Zap 210 le siguió. Los pasajeros que embarcaban empujaron hacia delante, tendieron sus billetes al controlador y entraron en el transbordador. Casi al final del grupo iban las Gzhindra, intentando mirar por entre las cabezas que tenían delante. Avanzaron con el resto de la gente, subieron al transbordador.
La barrera se cerró; el transbordador partió. Reith y Zap 210 salieron de la cabina.
—Ya casi es mediodía —dijo Reith—. Es hora de volver a bordo del Nhiahar.
Hacia el sudeste, camino de Kislovan, fuertes vientos empujaron al Nhiahar. El mar era casi negro. Las olas que agitaban el barco salpicaban surtidores de blanca espuma en su proa.
Una ventosa mañana Zap 210 se reunió con Reith allá donde se hallaba éste, en la proa. Por un momento ambos miraron al frente, más allá de las agitadas aguas, hacia el lugar donde Carina 4269 arrojaba prismas y agujas de dorada luz.