Apenas le dirigió a Kal una mirada con sus ojos marrones antes de decirle a uno de sus sirvientes que fuera a traer un poco de pan y arroz afrutado. Comida de niños. Kal se sintió todavía más cohibido cuando advirtió que Barn había sabido al instante por qué lo habían enviado a las cocinas.
Se dirigió al pequeño comedor adjunto para esperar la comida. Era una alcoba encalada con una mesa de superficie de pizarra. Se sentó, los codos sobre la mesa, la cabeza en las manos.
¿Por qué lo enfurecía tanto pensar que su padre podría comerciar con la mayor parte de las esferas a cambio de seguridad? Cierto, si eso sucedía no habría suficiente para enviarlo a Kharbranth. Pero él ya había decidido hacerse soldado. Así que no importaba, ¿no?
«Voy a unirme al ejército. Me escaparé y…»
De repente, ese sueño, ese plan, pareció increíblemente infantil. Pertenecía a un niño que tenía que comer comidas afrutadas y se merecía estar aparte cuando los hombres hablaban de temas importantes. Por primera vez, la idea de no formarse con los cirujanos lo llenó de pesar.
La puerta de las cocinas se abrió de golpe. Rillir, el hijo de Roshone, entró charlando con una persona que lo seguía.
—No sé por qué padre insiste en tenerlo todo tan oscuro por aquí. ¿Lámparas de aceite en los pasillos? ¿Puede haber algo más provinciano? Le vendría bien si yo pudiera ir a una cacería o dos. Podríamos sacar algo bueno de estar en este lugar tan remoto.
Rillir reparó en Kal allí sentado, pero pasó de largo como se puede advertir la presencia de un taburete o un estante para el vino: lo veías, pero por lo demás lo ignorabas.
Kal tenía los ojos clavados en la persona que seguía a Rillir. Laral. La hija de Wistiow.
Muchas cosas habían cambiado. Había pasado mucho tiempo, y verla le hizo recordar antiguas emociones. Vergüenza, excitación. ¿Sabía ella que sus padres esperaban que se casara con él? Verla de nuevo casi lo abrumó por completo. Pero no. Su padre podía mirar a Roshone a los ojos. El podía hacer lo mismo con ella.
Kal se levantó y la saludó con un gesto de la cabeza. Ella lo miró y se sonrojó débilmente. La acompañaba una vieja ama: una carabina.
¿Qué había pasado con la Laral que conocía, la chica del pelo suelto amarillo y negro a la que le gustaba escalar rocas y correr por los campos? Ahora iba vestida con hermosas sedas amarillas, un vestido de ojos claros a la moda, su pelo perfectamente peinado teñido de negro para ocultar lo rubio. Llevaba la mano izquierda oculta recatadamente en la manga. Laral parecía una ojos claros.
Las riquezas de Wistiow (lo que quedaba) habían ido a parar a ella. Y cuando Roshone recibió autoridad sobre Piedralar y se le concedió la mansión y las tierras adyacentes, el alto príncipe Sadeas le había dado a Laral una dote en compensación.
—Tú —dijo Rillir, dirigiéndose a Kal y hablando con inmaculado acento de ciudad— sé buen chico y tráenos la cena. La tomaremos aquí en el comedor.
—No soy ningún criado.
—¿Y?
Kal se ruborizó.
—Si esperas algún tipo de propina o recompensa por traerme la comida…
—Yo no… Quiero decir… —Kal miró a Laral—. Díselo, Laral.
Ella apartó la mirada.
—Bueno, ve, muchacho —dijo ella—. Haz lo que te dicen. Tenemos hambre.
Kal la miró boquiabierto. Luego sintió que se ruborizaba todavía más.
—¡Yo no…, no voy a traeros nada! —consiguió decir—. No lo haría no importa cuántas esferas me ofrecieras. No soy ningún chico de los recados: soy cirujano.
—Oh, así que eres el hijo de
ese
…
—Lo soy —dijo Kal, sorprendido de lo orgullosamente que sentía esas palabras—. No voy a dejarme amedrentar por ti, Rillir Roshone. Igual que mi padre no se deja amedrentar por el tuyo.
«Aunque pueden estar haciendo un trato ahora mismo…»
—Padre no mencionó lo divertido que eras —dijo Rillir, apoyándose contra la pared. Parecía una década mayor que Kal, no solo dos años—. ¿Así que te parece vergonzoso traerle a un hombre su comida? ¿Ser cirujano te hace ser mucho mejor que el personal de cocina?
—Bueno, no. Pero no es mi Llamada.
—¿Entonces cuál es tu Llamada?
—Curar a la gente enferma.
—Y si no como, ¿no me pondré enfermo? ¿No dirías entonces que es tu deber encargarte de que esté alimentado?
Kal frunció el ceño.
—Es…, bueno, no es lo mismo.
—A mí me parece muy similar.
—Mira, ¿por qué no vas y te traes tú mismo la comida?
—No es mi Llamada.
—¿Entonces cuál es tu Llamada? —replicó Kal, devolviéndole al joven sus propias palabras.
—Soy heredero consistor —dijo Rillir—. Mi deber es liderar…, ver que se hagan los trabajos y que la gente esté ocupada haciendo labores productivas. Y como tal, le doy a los ojos oscuros ociosos tareas para que sean útiles.
Kal vaciló, enfadado.
—Ya ves cómo funciona su pequeña mente —le dijo Rillir a Laral—. Como un fuego moribundo, quemando el poco combustible que tiene, expulsando humo. Ah, y mira, su cara se vuelve roja por el calor.
—Rillir, por favor —dijo Laral, posando la mano en su brazo.
Rillir la miró y se encogió de hombros.
—A veces eres tan provinciana como mi padre, querida.
Se irguió y, con una expresión de resignación, salió del comedor y se dirigió a las cocinas.
Kal se sentó con fuerza, casi lastimándose las piernas con el banco por la energía de su acción. Un pinche le trajo su comida y la depositó sobre la mesa, pero eso tan solo le recordó su infantilismo, así que no la comió: tan solo se quedó mirándola hasta que, al cabo de un rato, su padre entró en la cocina. Rillir y Laral se habían ido ya.
Lirin entró en el comedor y miró a Kal.
—No has comido.
Kal negó con la cabeza.
—Tendrías que haberlo hecho. Era gratis. Vamos.
Salieron en silencio a la noche oscura. El carruaje los esperaba, y pronto Kal se sentó de nuevo frente a su padre. El conductor ocupó su puesto, haciendo que el vehículo se estremeciera, y un chasquido del látigo puso a los caballos en movimiento.
—Quiero ser cirujano —dijo Kal de repente.
El rostro de su padre, oculto en las sombras, era ilegible. Pero cuando habló parecía confuso.
—Lo sé, hijo.
—No. Quiero ser cirujano. No quiero escaparme para ir a la guerra.
Silencio en la oscuridad.
—¿Estabas considerando eso? —preguntó Lirin.
—Sí —admitió Kal—. Era infantil. Pero he decidido que quiero aprender cirugía.
—¿Por qué? ¿Qué te ha hecho cambiar?
—Necesito saber cómo piensan —dijo Kal, indicando con un gesto la mansión—. Están entrenados para decir sus frases de forma retorcida, y tengo que poder enfrentarme a ellos y replicarles. No plegarme como…
—¿Cómo he hecho yo? —preguntó Lirin con un suspiro. Kal se mordió los labios, pero tuvo que preguntar.
—¿Cuántas esferas accediste a darle? ¿Seguiré teniendo suficiente para ir a Kharbranth?
—No le di nada.
—Pero…
—Roshone y yo hablamos durante un rato, discutiendo sobre las cantidades. Fingí enfadarme y me marché.
—¿Fingiste? —preguntó Kal, confuso.
Su padre se inclinó hacia delante, susurrando para asegurarse de que el conductor no se enterara. Con el traqueteo y el ruido de las ruedas sobre la piedra, había poco riesgo de que así fuera.
—Tiene que creer que estoy dispuesto a ceder. La reunión de hoy tenía que dar la impresión de desesperación. Una fachada fuerte al principio, seguida de frustración, para hacerle pensar que me tiene en sus manos. Finalmente, una retirada. Me invitará de nuevo dentro de unos meses, después de hacerme «sudar».
—¿Pero no cederás entonces? —susurró Kal.
—No. Darle alguna de las esferas haría que desee con más ansia el resto. Estas tierras no producen como antes, y Roshone está casi arruinado por perder batallas políticas. Sigo sin saber qué alto señor era el responsable de enviarlo aquí para atormentarnos, aunque desearía tenerlo unos momentos en una habitación oscura…
La ferocidad con la que Lirin dijo aquellas palabras sorprendió a Kal. Era lo más cercano a la violencia que había oído jamás a su padre.
—¿Pero por qué has venido en primer lugar? —susurró Kal—. Dijiste que podíamos seguir resistiéndolo. Madre lo piensa también. No comeremos bien, pero no pasaremos hambre.
Su padre no respondió, aunque parecía preocupado.
—Tienes que hacerle creer que vamos a capitular —dijo Kal—. O que estamos a punto de hacerlo. Para que deje de buscar formas de someternos. Así centrará su atención en hacer un trato y no…
Kal se detuvo. Vio algo desconocido en los ojos de su padre. Algo parecido a la culpa. De repente, tuvo sentido. Un sentido frío, terrible.
—Padre Tormenta —susurró Kal—. Robaste las esferas, ¿verdad?
Su padre permaneció en silencio, ensombrecido y negro en el viejo carruaje.
—Por eso has estado tan tenso desde que murió Wistiow —susurró Kal—. La bebida, la preocupación… ¡Eres un ladrón! Somos una familia de ladrones.
El carruaje giró, y la luz violeta de Salas iluminó el rostro de Lirin. No parecía ni la mitad de ominoso desde ese ángulo; de hecho, parecía frágil. Unió las manos, los ojos reflejando la luz de la luna.
—Wistiow no estaba lúcido durante sus últimos días, Kal —susurró—. Yo sabía que, con su muerte, perderíamos la promesa de una unión. Laral no había llegado todavía al día de su mayoría de edad, y el nuevo consistor no permitiría que un ojos oscuros se quedara con su herencia por matrimonio.
—¿Y por eso le robaste? —Kal notó que se encogía.
—Me aseguré de que se cumplieran las promesas. Tenía que hacer algo. No podía confiar en la generosidad del nuevo consistor. Estaba en lo cierto, como puedes ver.
Todo este tiempo, Kal había asumido que Roshone los estaba acosando por malicia y rencor. Pero resultó que estaba justificado.
—No puedo creerlo.
—¿Cambia tanto? —susurró Lirin. Bajo la tenue luz, su cara parecía acosada—. ¿Qué es diferente ahora?
—Todo.
—Y sin embargo nada. Roshone sigue queriendo esas esferas, y nosotros seguimos mereciéndolas. Si Wistiow hubiera sido lúcido, nos las habría dado. Estoy seguro.
—Pero no lo hizo.
—No.
Las cosas eran iguales, pero diferentes. Un paso, y el mundo se ponía patas arriba. El villano se convertía en el héroe, el héroe en el villano.
—Yo… —dijo Kal—. No puedo decidir si lo que hiciste fue increíblemente valiente o increíblemente equivocado. Lirin suspiró.
—Sé cómo te sientes —se echó hacia atrás—. Por favor, no le digas a Tien lo que hemos hecho.
Lo que «hemos» hecho. Hesina lo había ayudado.
—Cuando seas mayor, lo entenderás.
—Tal vez —dijo Kal, sacudiendo la cabeza—. Pero una cosa no ha cambiado. Quiero ir a Kharbranth.
—¿Incluso con unas esferas robadas?
—Encontraré un modo de devolverlas. No a Roshone. A Laral.
—Será una Roshone dentro de poco —dijo Lirin—. Debemos esperar un compromiso entre Rillir y ella antes de que acabe el año. Roshone no la dejará escapar, no ahora que ha perdido favor político en Kholinar. Ella representa una de las pocas posibilidades que tiene su hijo de hacer una alianza con una buena casa.
Kal sintió que el estómago se le revolvía ante la mención a Laral.
—Tengo que aprender. Tal vez pueda…
«¿Poder qué? —pensó Kal—. ¿Volver y convencerla de que deje a Roshone por mí? Ridículo.»
Miró a su padre, que había inclinado la cabeza, entristecido. Era un héroe. Y un villano también. Pero un héroe para su familia.
—No se lo diré a Tien —susurró Kal—. Y voy a usar las esferas para viajar a Kholinar y estudiar. —Su padre alzó la cabeza—. Quiero aprender a enfrentarme a los ojos claros, como haces tú —indicó—. Cualquiera de ellos puede dejarme en ridículo. Quiero aprender a hablar como ellos, a pensar como ellos.
—Quiero que aprendas para que puedas ayudar a la gente, hijo. No para que puedas replicar a los ojos claros.
—Creo que puedo hacer ambas cosas. Puedo aprender a ser listo.
Lirin bufó.
—Eres bastante listo, hijo. Has heredado lo suficiente de tu padre para darle vueltas a cualquier ojos claros. La universidad te enseñará cómo, Kal.
—Quiero que empiecen a llamarme por mi nombre completo —replicó él, sorprendiéndose a sí mismo—. Kaladin.
Era un nombre de hombre. Siempre le había disgustado que pareciera el nombre de un ojos claros. Ahora parecía adecuado.
No era un granjero ojos oscuros, pero tampoco era un señor ojos claros. Algo intermedio. Kal fue un niño que quería unirse al ejército porque era lo que soñaban los otros niños. Kaladin sería un hombre que aprendería cirugía y todas las costumbres de los ojos claros. Y algún día regresaría a este pueblo y le demostraría a Roshone, Rillir y la mismísima Laral que se habían equivocado al despreciarlo.
—Muy bien —dijo Lirin—. Kaladin.
«Nacidos de la oscuridad, siguen llevando su mancha, marcada en sus cuerpos igual que el fuego marca sus almas.»
Considero a Gashash-son-Navammis una fuente fiable, aunque no estoy segura de esta traducción. ¿He de buscar la cita original en el décimo cuarto libro de
Se Id
y volver a traducirlo, tal vez?
Kaladin flotaba.
«Fiebre persistente, acompañada de sudores fríos y alucinaciones. La causa probable son las heridas infectadas; limpiar con antisépticos para alejar a los putrispren. Mantener al sujeto hidratado.»