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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (42 page)

BOOK: El camino de los reyes
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Kal se apoyó contra la piedra, mirando a su hermano, recordando los días, no tan lejanos, en que perseguir lurgs era mucho más emocionante.

—Bueno —dijo Laral, cruzándose de brazos—. ¿Qué vas a hacer si tu padre intenta enviarte a Kharbranth?

—No lo sé —respondió Kal—. Los cirujanos no aceptan a nadie antes de su decimosexto Llanto, así que tengo tiempo para pensar.

Los mejores cirujanos y curanderos se educaban en Kharbranth. Todo el mundo lo sabía. Se decía que la ciudad tenía más hospitales que tabernas.

—Parece que tu padre te está obligando a hacer lo que él quiere, no lo que quieres tú —dijo Laral.

—Es lo que le pasa a todo el mundo —respondió Kal, rascándose la cabeza—. A los demás chicos no les importa ser granjeros porque sus padres eran granjeros, y Ral se convirtió en el nuevo carpintero del pueblo. No le importó que fuera el oficio de su padre. ¿Por qué debería importarme a mí ser cirujano?

—Yo solo… —Laral parecía furiosa—. Kal, si vas a la guerra y consigues una espada esquirlada, entonces serías un ojos claros… Quiero decir… Oh, esto es inútil —se cruzó de brazos con más fuerza.

Kal se rascó la cabeza. Sí que estaba rara.

—No me importaría ir a la guerra, ganar honor y todo eso. Sobre todo, me gustaría viajar. Ver cómo son las otras tierras.

Había oído historias de animales exóticos, como enormes crustáceos o anguilas que cantaban. De Rail Ellorin, la ciudad de las sombras, o de Kurth, la ciudad de los relámpagos.

Había pasado mucho tiempo estudiando estos últimos años. La madre de Kal decía que debería permitírsele que tuviera una infancia, en vez de concentrarse tanto en su futuro. Lirin argumentaba que las pruebas para ser admitido por los cirujanos de Kharbranth eran muy rigurosas. Si Kal quería tener una oportunidad con ellos, tenía que empezar a aprender pronto.

Y sin embargo, convertirse en soldado… Los otros muchachos soñaban con enrolarse en el ejército, con luchar con el rey Gavilar. Se hablaba de ir a la guerra contra Jah Keved, de una vez por todas. ¿Cómo sería ver por fin a un héroe de las historias? ¿Luchar con el alto príncipe Sadeas, o Dalinar, el Aguijón Negro?

Al cabo de un rato, el lurg cayó en la cuenta de que lo habían engañado. Se posó en una roca y se dispuso a tejer de nuevo su crisálida. Kal cogió una piedra gastada del suelo y puso una mano en el hombro de Tien, impidiendo que el chico siguiera molestando al cansado anfibio. Kal avanzó y empujó al lurg con dos dedos, haciéndolo saltar de la roca y caer en la piedra. Se la entregó a Tien, que miró con los ojos muy abiertos cómo el lurg tejía la crisálida, escupiendo la seda húmeda y usando manos diminutas para darle forma. Esa crisálida sería impermeable por dentro, sellada con moco seco, pero por fuera el agua de la lluvia disolvería el saco.

Kal sonrió, luego alzó la cantimplora y bebió. Era agua fresca y limpia de la que habían eliminado ya el crem. El crem (el sucio material marrón que caía con el agua de lluvia) podía enfermar a los hombres. Eso lo sabía todo el mundo, no solo los cirujanos. Siempre había que dejar reposar el agua durante un día, y luego retirar el agua fresca de la parte de arriba y usar el crem para la alfarería.

El lurg terminó su crisálida. Tien inmediatamente echó mano a la cantimplora.

Kal la sostuvo en alto.

—Estará cansado, Tien. Ya no dará más saltos.

—Oh.

Kal bajó la cantimplora y le dio una palmada a su hermano en el hombro.

—Lo puse en esa piedra para que pudieras llevártelo. Lo podrás sacar más tarde —sonrió—. O puedes dejarlo caer en el agua del baño de padre a través de la ventana.

Tien apartó cuidadosamente la piedra y luego se encaramó a los peñascos. Aquí la falda de la colina había resultado muy degradada por una alta tormenta meses atrás. Estaba aplastada, como si hubiera sido golpeada por el puño de una criatura enorme. La gente decía que podría haber sido una casa destruida. Quemaron oraciones de agradecimiento al Todopoderoso mientras susurraban al mismo tiempo sobre cosas peligrosas que se movían en la oscuridad durante la tormenta. ¿Estaban los Vaciadores detrás de la destrucción, o habían sido las sombras de los Radiantes Perdidos?

Laral se encaminaba de nuevo hacia la mansión. Se alisó nerviosa el vestido: últimamente se preocupaba mucho más que antes por no ensuciarse la ropa.

—¿Sigues pensando en la guerra? —preguntó Kal.

—Hmm… Sí.

—Tiene sentido —dijo él. Un ejército había venido a reclutar hacía tan solo unas semanas y había escogido a unos cuantos de los chicos mayores, aunque solo después de que el consistor Wistiow diera permiso—. ¿Qué crees que rompió aquí las rocas, durante la alta tormenta?

—No sabría decir.

Kal miró hacia el este. ¿Qué enviaba las tormentas? Su padre decía que ningún barco había navegado jamás hacia el Origen de las Tormentas y había regresado. Pocos barcos dejaban siquiera la costa. Quedar atrapado en alta mar durante una tormenta significaba la muerte, o eso decían las historias.

Dio otro sorbo de su cantimplora, le puso el tapón, guardando el resto por si Tien encontraba otro lurg. Los hombres trabajaban en los campos lejanos, vistiendo monos, camisetas marrones y botas recias. Era temporada de gusanos. Un solo gusano podía arruinar todos los granos de un pólipo. Incubaba dentro, devorando lentamente a medida que el grano crecía. Cuando por fin abrías el pólipo en invierno, lo único que encontrabas era una gruesa babosa del tamaño de las manos de dos hombres. Y por eso buscaban en primavera, repasando cada pólipo. Donde encontraban un nido, metían un palo recubierto de azúcar al que el gusano se adhería. Lo sacabas y aplastabas al bicho con el talón, y luego cubrías el agujero con crem.

Se tardaban semanas en cubrir adecuadamente un campo, y los granjeros solían repasar sus colinas tres o cuatro veces, fertilizando al mismo tiempo. Kal había escuchado describir el proceso más de un centenar de veces. No se vivía en una población como Piedralar sin escuchar a los hombres despotricar sobre los gusanos.

Extrañamente, advirtió a un grupo de chicos mayores congregados al pie de una de las colinas. Los reconoció a todos, claro. Jost y Jest, hermanos. Mord, Tift, Naget, Khav, y algunos más. Todos tenían recios nombres de ojos oscuros alezi. No como el nombre de Kaladin. Era diferente.

—¿Por qué no están buscando gusanos? —preguntó.

—No lo sé —respondió Laral, dirigiendo su atención a los muchachos. Tenía una extraña expresión en la mirada—. Vamos a ver.

Echó a andar colina abajo antes de que Kal pudiera poner ninguna pega.

Se rascó la cabeza y miró a Tien.

—Vamos a esa colina.

Una cabeza juvenil asomó tras un peñasco. Tien asintió con fuerza, y luego continuó su búsqueda. Kal se bajó del peñasco y caminó por la pendiente detrás de Laral. Ella llegó junto a los muchachos, y ellos la miraron con expresiones incómodas. Nunca había pasado mucho tiempo con ellos, no como hacía con Kal y Tien. Sus padres eran buenos amigos, a pesar de que uno era ojos claros y otro ojos oscuros.

Laral se encaramó a una roca cercana, esperó y no dijo nada. Kal se acercó. ¿Por qué había querido ella venir aquí, si no iba a hablar con los otros chicos?

—Hola, Jost —dijo Kal. El mayor entre los chicos de catorce años, Jost era casi un hombre…, y lo parecía. Su pecho era ancho más allá de sus años, sus piernas gruesas y fornidas, como las de su padre. Tenía en las manos una rama que había recortado hasta darle la forma general de un palo de lucha—. ¿Por qué no estáis buscando gusanos?

Fue un error preguntar aquello, y Kal lo supo de inmediato. Las expresiones de varios de los chicos se ensombrecieron. Les molestaba que Kal no tuviera que trabajar nunca en las colinas. Sus protestas porque tenía que pasarse horas y horas memorizando músculos, huesos y curas caían siempre en saco roto. Todo lo que ellos veían era a un chico que se pasaba los días a la sombra mientras ellos trabajaban bajo el sol ardiente.

—El viejo Tarn encontró un puñado de pólipos que no crecen bien —dijo Jost por fin, dirigiendo una mirada a Laral—. Nos dejó ir por hoy mientras decidían si plantar otros o dejarlos crecer a ver qué sale.

Kal asintió, cohibido ante los nueve chicos. Estaban sudorosos, las rodillas de sus pantalones manchadas de crem y gastadas por frotar la piedra. Pero Kal estaba limpio, y llevaba un par de bonitos pantalones que su madre le había comprado unas semanas antes. Su padre les había dado permiso a Tien y a él para salir de casa mientras atendía unos asuntos en la mansión del consistor. Kal pagaría el permiso estudiando de noche a la luz tormentosa, pero no tenía sentido explicárselo a los otros chicos.

—Bueno, esto… ¿De qué estabais hablando? —preguntó. En vez de contestar, Naget dijo:

—Kal, tú sabes cosas —de pelo claro y larguirucho, Naget era el más alto del grupo—. ¿No? ¿Del mundo y demás?

—Sí —dijo Kal, rascándose la cabeza—. A veces.

—¿Has oído hablar alguna vez de que un ojos oscuros se convierta en ojos claros?

—Claro. Puede suceder, dice mi padre. Los ricos mercaderes ojos oscuros se casan con ojos claros de baja cuna y se unen a su familia. Entonces tal vez tengan hijos ojos claros. Ese tipo de cosas.

—No, no se refiere a eso —dijo Khav. Tenía cejas bajas y siempre parecía tener el ceño fruncido—. Ya sabes. Ojos oscuros de verdad. Como nosotros.

«No como tú», parecía implicar su tono. La familia de Kal era la única del segundo
nahn
en el pueblo. Todos los demás eran del cuarto o el quinto, y el rango de Kal los hacía sentirse incómodos. La extraña profesión de su padre tampoco ayudaba.

Todo aquello dejaba a Kal extrañamente fuera de lugar.

—Sabéis cómo puede suceder —dijo—. Preguntadle a Laral. Estaba hablando de eso. Si un hombre gana una espada esquirlada en el campo de batalla, sus ojos se vuelven claros.

—Así es —intervino Laral—. Lo sabe todo el mundo. Incluso un esclavo podría convertirse en ojos claros si ganara una espada esquirlada.

Los chicos asintieron: todos tenían ojos marrones, negros o de otros colores oscuros. Ganar una hoja esquirlada era una de las principales razones por las que los plebeyos iban a la guerra. En los reinos vorin, todo el mundo tenía una oportunidad para ascender. Era, como decía el padre de Kal, un valor fundamental de su sociedad.

—Sí —dijo Naget, impaciente—. ¿Pero sabes si ha sucedido alguna vez? No en las historias, quiero decir. ¿Sucede en la realidad?

—Claro —dijo Kal—. Tiene que suceder. Si no ¿por qué irían tantos hombres a la guerra?

—Porque tenemos que preparar a los hombres para combatir en los Salones Tranquilos —dijo Jest—. Tenemos que enviar soldados a los Heraldos. Los fervorosos siempre hablan de eso.

—Con el mismo tono con que nos dicen que también está muy bien ser granjero —dijo Khav—. Como si ser granjero fuera un segundo puesto o algo así.

—Eh —dijo Tift—. Mi padre es granjero, y muy bueno. ¡Es una Llamada noble! Todos vuestros padres son granjeros.

—Muy bien, vale —replicó Jost—. Pero no estamos hablando de eso. Estamos hablando de los portadores de esquirlada. Vas a la guerra, puedes ganar una espada esquirlada y te conviertes en un ojos claros. A mi padre, ¿sabéis?, tendrían que haberle dado aquella espada. Pero el hombre que estaba con él la cogió mientras estaba inconsciente. Le dijo al oficial que fue él quien mató al portador de esquirlada, así que se quedó con la hoja, y mi padre…

Lo interrumpió la risa tintineante de Laral. Kal frunció el ceño. Era un tipo de risa distinta de la que oía normalmente en ella, mucho más tenue y algo molesta.

—Jost, ¿estás diciendo que tu padre ganó una espada esquirlada?

—No. Se la quitaron —respondió el muchacho.

—¿No luchó tu padre en las escaramuzas de las tierras asoladas del norte? —dijo Laral—. Díselo, Kaladin.

—Tiene razón, Jost. No había ningún portador de esquirlada allí: solo incursores reshi que pensaban que podrían vencer al nuevo rey. No tenían hojas esquirladas. Si tu padre vio una, debe recordarlo mal.

—¿Recordarlo mal? —dijo Jost.

—Er… claro —dijo Kal rápidamente—. No digo que esté mintiendo, Jost. Solo que pudo tener alguna alucinación inducida por el trauma, o algo así.

Los chicos guardaron silencio y miraron a Kal. Uno se rascó la cabeza.

Jost escupió a un lado. Parecía estar mirando a Laral con el rabillo del ojo. Ella miró a Kal y le sonrió.

—Siempre haces que la gente se sienta idiota, ¿no, Kal? —dijo Jost.

—¿Qué? No, yo…

—Quieres que mi padre parezca tonto —dijo Jost, la cara roja—. Y quieres que yo quede como un estúpido. Bueno, algunos de nosotros no tenemos tanta suerte como para pasarnos los días tumbados y comiendo fruta. Tenemos que trabajar.

—Yo no…

Jost le lanzó el palo a Kal, quien lo cogió con torpeza. Entonces Jost recogió otro palo de manos de su hermano.

—Si insultas a mi padre, tendrás que pelear. Eso es honor. ¿Tienes honor, alteza?

—No soy ninguna alteza —escupió Kal—. Por el Padre Tormenta, Jost, soy solo unos pocos
nahn
más alto que tú.

Los ojos de Jost delataron su ira cuando mencionó el
nahn
. Alzó el bastón.

—¿Vas a luchar conmigo o no?

Los furiaspren empezaron a aparecer en pequeños charcos a sus pies, rojo brillante.

Kal sabía lo que estaba haciendo Jost. No era extraño que los chicos buscaran modos de parecer mejores que él. El padre de Kal decía que tenía que ver con la inseguridad. Le habría dicho a Kal que tirara el palo y se marchara.

Pero Laral estaba allí sentada, sonriéndole. Y los hombres no se convertían en héroes marchándose.

—Muy bien. Claro.

Kal alzó su palo.

Jost atacó inmediatamente, más rápido de lo que Kal esperaba. Los otros chicos miraron con una mezcla de alegría, sorpresa y diversión. Kal apenas consiguió alzar su bastón. Los palos de madera entrechocaron, enviando una descarga por los brazos de Kal.

Perdió el equilibrio. Jost se movió rápidamente, haciéndose a un lado y descargando un golpe hacia abajo que alcanzó a Kal en el pie. Kal soltó un grito cuando un destello de agonía le corrió por la pierna, y soltó el bastón con una mano.

Jost hizo girar su bastón y lo golpeó en el costado. Kal boqueó, dejando que el bastón castañeteara sobre las piedras, y se llevó la mano al costado mientras caía de rodillas. Respiró jadeante, esforzándose contra el dolor. Pequeños y volátiles dolospren (brillantes formas de mano de color naranja claro, como músculos o tendones estirados) brotaron de la piedra a su alrededor.

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