El Camino de las Sombras (50 page)

BOOK: El Camino de las Sombras
3.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Debo preguntar por qué?

—Voy a matarla.

—¿Después de todo lo que ha hecho por ti? Eres...

—Me ha traicionado, Jarl, y lo sabes. Me manipuló para que intentara matar a Durzo Blint. Lo hizo tan bien que pensaba que había sido idea mía.

—A lo mejor deberías oír su versión antes de matarla. A lo mejor el asesinato no debería ser tu primer recurso contra las personas que te han ayudado —sugirió Jarl.

—Me convenció de que, para salvar a un amigo, debía matar a Hu Patíbulo. Solo que no era Hu, sino Durzo. Nos traicionó a él y a mí. Por su culpa he hundido a un amigo y le he arrebatado todo lo que ama.

—Lo siento, pero no puedo ayudarte.

—No te lo estoy pidiendo —advirtió Kylar.

—¿Me lo vas a sacar a hostias? —preguntó Jarl.

—Haré lo que haga falta.

—Está escondida —dijo Jarl, impasible—. Tuvo una pelea tremenda con Blint no hace mucho. No sé sobre qué discutieron. Pero me ha ayudado, y no la traicionaré.

—Sabes que ella te la jugaría sin pensarlo un segundo, Jarl.

—Lo sé —dijo su amigo—. Quizá me dedique a vender mi cuerpo, Kylar, pero hago lo que puedo para preservar el resto de mí. Solo me quedan unos pocos retazos de dignidad. Si me los quitas, no estarás matando únicamente a Mama K.

—Una cosa es decir que te llevarás un secreto a la tumba y otra muy distinta hacerlo realidad —avisó Kylar—. Nunca he torturado a nadie, Jarl, pero sé cómo se hace.

—Si fueses a torturarme, ya habrías empezado, amigo mío.

Se miraron a los ojos hasta que Kylar apartó la vista, derrotado.

—Si necesitas ayuda con cualquier otra cosa, soy todo tuyo, Kylar. Espero que lo sepas.

—Lo sé. —Kylar suspiró—. Solo estate preparado, Jarl. Van a pasar muchas cosas antes de lo que nadie se imagina.

Llamaron a la puerta.

—¿Sí? —dijo Jarl.

Un guardaespaldas asomó la cabeza calva.

—Du... Durzo Blint desea veros, señor. —Parecía aterrorizado.

Kylar intentó recurrir a su Talento para camuflarse en las sombras como había hecho al entrar en El Jabalí Azul.

No pasó nada. «Oh, mierda.» Prácticamente se lanzó de cabeza detrás del escritorio de Jarl.

—¿Señor? —preguntó el guardaespaldas, que no había visto a Kylar por la rendija de la puerta que había abierto.

—Ah, sí, que pase —dijo Jarl.

La puerta se cerró y volvió a abrirse al cabo de poco. Kylar no se atrevió a mirar. Si se asomaba lo bastante para ver a Durzo, Durzo lo vería a él.

—No voy a desperdiciar tu tiempo ni el mío —oyó decir a Durzo. Unos pasos avanzaron con suavidad por el suelo y el escritorio crujió cuando alguien se sentó sobre él—. Sé que eres amigo de Kylar —dijo Durzo, apenas unos centímetros por encima de su aprendiz.

Jarl lo admitió con un gruñido inarticulado.

—Quiero que le transmitas un mensaje lo antes posible. Ya se lo he mandado por otros medios, pero tengo que asegurarme de que lo reciba. Dile que debo hablar con él. Estaré en La Fulana Alegre durante las próximas dos horas. Dile que será
arutayro
.

—Deletrea eso —dijo Jarl, mientras se acercaba a su escritorio y cogía una pluma del tintero.

Durzo lo deletreó y entonces se oyó una protesta ahogada de Jarl, probablemente porque Durzo lo había agarrado.

—Házselo llegar rápido, chico de alquiler. Es importante. Te haré responsable si no lo recibe. —El escritorio volvió a crujir cuando Durzo se levantó para salir del despacho.

En cuanto se cerró la puerta, Kylar salió a rastras de debajo del escritorio. Jarl abrió los ojos sorprendido.

—¿Estabas debajo de la mesa?

—No siempre se puede hacer bonito.

Jarl sacudió la cabeza.

—Eres increíble. —Mientras arrugaba el papel que contenía su nota, dijo—: ¿Qué significa
arutayro?

—Sin sangre. Significa que no intentaremos matarnos durante la reunión.

—¿Y te fías de él? ¿Después de que lo intentaras matar anoche?

—Blint me matará, pero lo hará de manera profesional. Cree que al menos eso me lo merezco. ¿Te importa que use la ventana? Tengo mucho que hacer antes de encontrarme con él.

—Tú mismo.

Kylar abrió la ventana y se volvió hacia su amigo.

—Lo siento, Jarl. Tenía que intentarlo. Debo matarla y tú eras el camino más rápido para encontrarla.

—Lamento no haber sido de ayuda.

Kylar salió por la ventana, se apartó del ángulo de visión de Jarl y después intentó alzar las sombras de nuevo. Esa vez funcionó a la primera. «Perfecto.» Ni siquiera entendía qué había hecho diferente en el despacho.

«Por los Angeles de la Noche.» Kylar se imaginaba que aprender a controlar su Talento ya habría sido lo bastante difícil si hubiese tenido a Durzo para explicárselo. Averiguarlo por su cuenta sería poco menos que imposible.

Regresó a la ventana. Al cabo de un minuto, Jarl se asomó por ella y después volvió a su mesa y escribió una nota rápida. Llamó a un mozo a su despacho y le entregó el papel.

Kylar dio la vuelta al edificio y siguió al chico tras verlo salir por una puerta lateral. Sabía de antemano que Jarl no se lo diría, y esperaba que su amigo nunca descubriese que aun así lo había utilizado.

Los sucesivos mensajeros fueron de diversa calidad. Algunos pasaban la misiva con tanta discreción que Kylar apenas podía seguirlos con la vista. Otros se limitaban a tenderle la carta al siguiente muchacho.

Les llevó media hora llegar a una casa pequeña del lado oriental. Kylar reconoció al guardia que recibió el mensaje del último mozo. Era un ymmurí de ojos rasgados y pelo liso moreno al que había visto otras veces en casa de Mama K. Era prueba suficiente. Mama K estaba allí. Se las vería con ella más tarde.

Se dirigió hacia La Fulana Alegre.

Durzo Blint estaba sentado contra una pared y había un fardo sobre la mesa. Kylar se sentó con él, se quitó la faja de la cintura y dejó en la mesa sus armas: la daga y el wakizashi que llevaba escondidos en la faja, la espada ceurí de mano y media de la espalda, dos dagas de sus mangas, cuchillos arrojadizos y dardos del cinturón y un tanto de una bota.

—¿Nada más? —preguntó Blint con sarcasmo.

Kylar enrolló la faja y la dejó junto a la de Blint, que era igual de grande.

—Parece que los dos trabajaremos pronto.

Blint asintió y dejó una jarra de inmunda cerveza ladeshiana en el centro exacto de un tablón, de modo que no pisara ninguna rendija.

—¿Querías hablar conmigo? —preguntó Kylar, que se sorprendió de que Blint estuviera bebiendo. Nunca bebía cuando tenía que trabajar.

—Tienen a mi hija. Han hecho amenazas. Amenazas creíbles. El tal Roth es todo un sádico.

—La matarán si no les das el ka'kari —conjeturó Kylar.

Blint solo bebió a modo de respuesta.

—De modo que tienes que matarme —prosiguió Kylar.

Blint lo miró a los ojos. Era un sí.

—¿Es solo un trabajo, o porque yo he fallado? —preguntó, sintiendo un hormigueo en el estómago.

—¿Fallar? —Blint alzó la vista de la cerveza oscura y bufó—. Muchos ejecutores atraviesan lo que llamamos el Crisol. A veces está diseñado a propósito para ejecutores noveles que tienen algún problema serio, cualquier cosa que impida a un aprendiz dotado convertirse en un ejecutor dotado. A veces le pasa a un ejecutor cuando ya es maestro. Es uno de los motivos por los que hay tan pocos ejecutores viejos.

»Mi Crisol fue Vonda, la hermana pequeña de Gwinvere. Nos creíamos enamorados. Creíamos que ciertas realidades no valían para nosotros. Me convertí en un ejecutor con una debilidad manifiesta, y Garoth Ursuul la secuestró. Buscaba un ka'kari, y sigue buscándolo. Igual que yo.

—No sé para qué sirve. Ni siquiera puedo usar mi Talento siempre que quiero. ¿Puedo usar el ka'kari cuando ni siquiera lo tengo en mi poder?

—Deja de interrumpir. Esta historia tiene su sentido, y si esperas que te dé un cursillo el mismo día en que voy a tener que matarte, es que no me conoces —dijo Durzo—. Baste decir que el poder de un ka'kari es inmenso. Yo llevaba años trabajando para conseguir uno. Garoth Ursuul también. El creía que un ka'kari le daría ventaja sobre los otros príncipes y los vürdmeisters para poder convertirse en rey dios. Por eso secuestró a Vonda, me hizo saber dónde la retenía y me dijo que, si iba a por el ka'kari, la mataría.

—Nunca se te han dado bien las amenazas —comentó Kylar.

—Yo diría que siempre se me han dado de maravilla —replicó Durzo—. La cuestión era que había un tiempo limitado para conseguir el ka'kari. El hombre que supuestamente lo había enlazado se hallaba en su lecho de muerte, con lo que el momento de obtenerlo sería inmediatamente después de que estirase la pata. Como es natural, Garoth retenía a Vonda muy lejos de la ciudad. Yo sabía que el Sa'kagé pensaba envenenar a aquel hombre esa noche. Supuse que Garoth también lo sabía. Al no poder estar en dos sitios a la vez, tuve que tomar una decisión.

»Conocía a Garoth Ursuul. Es un maestro de las trampas. Es más listo que yo. Más retorcido. De modo que supuse que, si iba a por Vonda, acabarían conmigo o bien las trampas o bien unos meisters a sus órdenes. Sabía de una trampa que Garoth había usado en otras ocasiones, una en la que mi llegada sería lo que disparase el mecanismo que la mataría. Era propio de él, hacer que mi intento de rescatar a Vonda fuese lo que provocara su muerte. Si además conseguía el ka'kari de ese modo, mejor que mejor para él. Ese fue mi Crisol, Kylar. ¿Me lanzaría de cabeza a una trampa intentando ser un héroe, o usaría la cabeza, daría a Vonda por perdida e iría a por el ka'kari?

—Elegiste el ka'kari.

—Era una falsificación. —Durzo examinó la mesa, y le tembló la voz—. Después, salí corriendo, robé un caballo y lo reventé del esfuerzo, pero pasaba media hora del amanecer cuando llegué a la casa donde se encontraba Vonda. Estaba muerta. Repasé todas las ventanas, pero no pude encontrar indicio alguno de trampas.

Nunca sabré si fue porque alguien las retiró, si eran puramente mágicas o si nunca hubo ninguna trampa en ellas. Qué hijo de puta más grande. Lo hizo a propósito. —Blint echó un trago largo de su cerveza—. Soy un ejecutor, y el amor es un nudo corredizo. La única manera de redimirme por la elección que tomé era convertirme en el mejor ejecutor de todos los tiempos.

Kylar sentía un nudo en la garganta.

—Por eso no podemos conocer el amor, Kylar. Por eso hice todo lo que pude para alejarte de sus garras. Cometí un error, me permití ser débil una vez, y ahora, después de tantos años, vuelve para atormentarme. No vas a morir porque fallases, Kylar. Morirás porque fallé yo. Así funcionan las cosas. Siempre pagan otros por mis errores. Fallé, Kylar, porque pensé que solo se pasa una vez por el Crisol. Me equivocaba. La vida es el crisol.

Por lo que Kylar podía ver, la decisión de Durzo nunca había dejado de atormentarlo. El hombre era una cáscara vacía. Era un ejecutor legendario, pero lo había sacrificado todo a ese dios. Kylar siempre había querido ser Durzo, siempre lo habían fascinado sus habilidades. Durzo era el mejor, pero ¿dónde estaba el hombre tras la leyenda?

—Entonces mi Crisol fue Elene. —Kylar sonrió amargamente al vacío que sentía dentro—. ¿No hay manera de que luches junto a mí y contra ellos?

—¿Y dejar que Roth torture y mate a mi hija? He aquí mi alternativa, chico: o mueres tú o muere mi hija. —Durzo sacó un gunder de oro de una bolsa—. Corona gana Roth, castillo pierdo yo.

Lanzó la moneda, que rebotó sobre la mesa e, increíblemente, aterrizó de canto.

—Siempre hay otra opción —dijo Kylar, soltando poco a poco su Talento. «Joder, ha funcionado.»

Blint centró y volvió a centrar su jarra vacía sobre la mesa.

—Trabajé durante casi quince años para conseguir el Orbe de los Filos, Kylar. No sabía dónde estaba. No sabía si estaba enlazado a alguien. No sabía qué clase de defensas mágicas lo protegían. Sabía que las personas como tú en teoría llamaban a los ka'kari, y que tu necesidad de él reforzaría esa llamada. Por eso te llevé a trabajos en todos los rincones de la ciudad. ¿Cómo podía saber que lo tenía el rey Gunder y lo tomaba por una joya cualquiera? Nadie hablaba de él porque nadie sabía que era especial. A nadie le importaba. Y pensé que a lo mejor me equivocaba, que solo tenías un bloqueo. Que, si te presionaba lo bastante, usarías tu Talento. Después de perseguirlo durante quince años, ¿te creías que sería fácil entregarlo sin más? ¿Crees que es fácil renunciar a quince años de tu vida?

—Pero ibas a hacerlo. —Kylar estaba asombrado.

—Y un cuerno. En cuanto lo hubiese tenido, no lo habría regalado nunca —dijo Durzo.

Kylar no le creyó. Blint tenía planeado darle el ka'kari desde el principio... hasta que llegó Roth.

—Maestro, trabaja conmigo. Juntos podemos con Roth.

Durzo guardó silencio durante unos instantes.

—¿Sabes? Yo también fui como tú, chico. Durante mucho tiempo. Deberías haberme conocido entonces. Te habría caído bien. Podríamos haber sido amigos.

«Me caes bien, maestro. Me gustaría ser amigo tuyo», dijo Kylar, pero solo en su cabeza. Por algún motivo las palabras no lograron abrirse paso entre sus labios. Quizá no importaba: Durzo no le creería, de todas formas.

—Roth es un príncipe khalidorano, chico. Tiene un vürdmeister. Pronto tendrá más brujos que magos hay en las tierras del sur, y de remate un ejército. Es el dueño del Sa'kagé. No hay esperanza. Ya no hay modo de plantarle cara. Ni los mismísimos Ángeles de la Noche lo intentarían.

Kylar levantó las manos, harto del fatalismo y las supersticiones de Blint.

—Y yo que pensaba que eran invencibles.

—Son inmortales. No es lo mismo. —Blint se echó a la boca un diente de ajo—. Puedes llevarte lo que quieras de mi casa. No me gustaría verte morir solo porque yo tengo mejor equipo.

—No lucharé contra ti, maestro.

—Lucharás. Morirás. Y te echaré de menos.

—¿Maestro Blint? —dijo Kylar, al recordar algo que Dorian había dicho—. ¿Qué significa mi nombre?

—¿«Kylar»? ¿Conoces la palabra «huésped»?

—Quiere decir invitado, ¿no? —preguntó Kylar—. Como en una casa de huéspedes, por ejemplo.

—Sí, pero a la vez puede referirse al anfitrión. En otras palabras, huésped significa al mismo tiempo «el que hospeda» y «el que es hospedado». Dos sentidos opuestos. Así es tu nombre: significa «el que mata» y «el que es matado».

Other books

Velvet Haven by Sophie Renwick
The Heroic Baron by Nikki Poppen
The Darkest Lie by Pintip Dunn
Out to Lunch by Stacey Ballis
God Only Knows by Xavier Knight
Underdog by Laurien Berenson
Sweet One (Titan Book 8) by Cristin Harber