Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Es... Caramba, es todo un regalo de cumpleaños.
—Tu familia recuperará su sitio. Nuestros hijos crecerán juntos. Uno de tus nietos podría compartir el trono con uno de los míos. Has sido el mejor amigo que un hombre podría desear, Logan, y eso es algo que se concede a pocos príncipes. Quiero tratarte bien. Serás feliz, te lo prometo. Jenine se está convirtiendo en una mujer fantástica. Como creo que has notado. —El príncipe señaló con la cabeza.
Entonces Logan la vio, mirándolo desde la otra punta del salón, y se dio cuenta de que ya había reparado en ella esa noche. O al menos en sus pechos.
Le ardía la cara. Intentó hallar palabras, pero lo abandonaron todas. Allí estaba Jenine, al otro lado de la sala y luciendo una elegancia impropia de su edad, por lo menos hasta que una amiga le hizo un comentario y empezaron a soltar risitas.
El príncipe se rió.
—Dime que sí y podrás hacer todo lo que te imaginabas hace un minuto. Legítimamente.
—Hum, eh... —Por fin Logan recuperó el habla—. Estoy enamorado de Serah, alteza. Gracias por el ofrecimiento, pero...
—¡Logan! Haznos un favor a todos. Di que sí. Tus padres se volverán locos de alegría. Tu familia se salvará. Jenine estará en las nubes.
—No se lo habrás dicho a ella, ¿verdad?
—Pues claro que no. De todos modos, piénsatelo. Serah es genial, aunque seamos sinceros: es guapilla, pero no tan lista como a ti te gustan, y ya sabes los rumores que corren sobre sus devaneos...
—No es casquivana sino todo lo contrario, Aleine. Ni siquiera ha ido más allá de besarme.
—Pero los rumores...
—Los rumores se deben a que la gente odia a su padre. Yo la amo. Voy a casarme con ella.
—Disculpadme —dijo una joven rubia.
Se deslizó entre los dos y estiró el cuerpo más allá del príncipe para coger un bollo. Era un escándalo en color rojo. La fricción entre su ropa y la del príncipe estuvo a punto de sacarle los pechos del vestido, con un escote que parecía más pensado para el ombligo que para el busto. Logan observó que el príncipe se había fijado. Aunque claro, solía fijarse. Igual que Logan.
—Soy Viridiana —dijo la chica, sosteniendo la mirada del príncipe cuando esta volvió hacia arriba—. Lo siento mucho, disculpad. —La frase tenía tanto de disculpa como lo anterior de accidente.
Viridiana volvió a escurrirse entre la multitud, robando a Logan los ojos y los pensamientos del príncipe con su cuerpo de bailarina.
—Bueno, eso, eh, piénsatelo. Mañana hablamos, antes de que se lo pidas —dijo el heredero del trono, mientras seguía con la mirada a Viridiana, que se dirigía hacia el porche de atrás. La chica miró por encima del hombro y, al verlo, sonrió.
El príncipe bajó la vista a su plato, lleno a rebosar de todos los manjares de la mesa. Después contempló el de Logan, rebosante de una sola cosa.
—Esta, amigo mío —dijo—, es la diferencia entre nosotros. Si me disculpas, he visto un plato que debo probar de todas todas.
Logan suspiró. Sus ojos volvieron a dar en Jenine, que seguía mirándolo. Parecía que sus amigas la estaban instando a ir a hablar con él.
«Maldición. ¿Dónde se ha metido Serah?»
Había guardias en todas las escaleras. Eso no era buena noticia. Kylar se había abierto paso con disimulo entre la fiesta, intentando parecer tan corriente que nadie se molestara en mirarlo dos veces, pero no era fácil. Y mucho menos si al mismo tiempo debía andarse con cien ojos por si aparecía Hu Patíbulo, quien probablemente estaría haciendo lo mismo. Si Hu lo veía, perdería su única ventaja.
Llegó hasta el porche de atrás. En circunstancias normales, lo habría evitado, porque estaba lleno de parejas. Si algo garantizaba a uno sentirse solo, era ver a otra gente besándose con pasión en un mirador a la luz de la luna.
En esa ocasión, sin embargo, lo que Kylar buscaba era una manera de llegar al primer piso. Justo encima del porche había un balcón; si imaginaba la manera, podría encaramarse a él lo bastante rápido para que nadie lo viese. Por supuesto, una vez en el piso de arriba, aún le quedaría encontrar el ka'kari, pero apostaba por mirar primero en la habitación de la duquesa. A la gente le gustaba guardar cerca sus joyas favoritas.
La pared no tenía emparrado. Quizá podría usar la barandilla para saltar hacia arriba, coger impulso rebotando en la pared y agarrarse al balcón, que estaba a unos cuatro metros y medio. Probablemente podría, pero tendría que conseguirlo a la primera. Si caía, todos oirían el ruido cuando aterrizase sobre los rosales de debajo.
«Sigue siendo mejor que quedarse aquí como un pasmarote.» Respiró hondo.
—¿Kylar? —Era una voz de mujer—. Kylar, hola. ¿Qué haces aquí?
Se volvió con expresión de culpabilidad.
—¡Serah! Hola. —Daba la impresión de que la chica se había pasado el día entero arreglándose para la fiesta. Su vestido era de corte recatado, pero clásico, bello y, obviamente, mucho más caro de lo que el conde Drake podía permitirse—. Caramba, Serah. Ese vestido...
Ella sonrió, radiante, pero solo un momento.
—Me lo regaló la madre de Logan.
Kylar se volvió y apoyó las manos en la barandilla. Al otro lado del río, tras las altas murallas, las torres del castillo resplandecían a la luz de la luna, tan cercanas e inalcanzables como la propia Serah. La chica se acercó y se puso a su lado.
—¿Sabes que Logan va a...? —preguntó ella.
—Lo sé.
Serah puso una mano sobre la suya. Kylar se volvió y se miraron a los ojos.
—Estoy tan confusa, Kylar. Quiero decirle que sí. Creo que le amo. Pero también...
Kylar la agarró bruscamente entre sus brazos, con una mano en su espalda y otra en la nuca. La acercó a él y la besó. Por un momento, ella se quedó paralizada. Después correspondió al beso.
A lo lejos, como si fuese al otro lado del río, en algún punto del castillo, oyó un portazo. Pero estaba tan lejos que no tendría ninguna importancia. Entonces notó que Serah se ponía rígida entre sus brazos y se apartaba.
Una mano se posó en su hombro, con poca delicadeza.
—¡Qué diablos estás haciendo! —gritó Logan, mientras le hacía girarse.
Asomaron las cabezas desde todos los rincones y el porche quedó en silencio. Kylar vio la cara del príncipe entre las demás.
—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo —dijo Kylar—. ¿Pasa algo?
—Oh, mierda —exclamó el príncipe, que empezó a intentar desenmarañarse de la joven rubia agarrada a él en un saliente del porche.
Kylar dio la espalda a Logan como si pretendiera besar a Serah de nuevo, pero Logan volvió a darle media vuelta sin miramientos. Lo primero en llegar fue el puño de Kylar, que chocó con la mandíbula de Logan. El hombretón trastabilló hacia atrás y parpadeó.
Serah se hizo a un lado, horrorizada, pero nadie se acordaba de ella. Logan dio un paso al frente, con las manos levantadas como un digno boxeador. Kylar adoptó una postura baja de combate cuerpo a cuerpo, el Viento en los Álamos.
Logan atacó y luchó como Kylar sabía que lo haría: de forma honorable. Sus puñetazos iban dirigidos por encima de la cintura. Golpes cortos y ganchos de manual. Era más rápido de lo que aparentaba pero, luchando con un estilo tan encorsetado, podría haber sido un tullido. Kylar bailaba entre sus puñetazos, desviándolos con gestos medidos y retrocediendo poco a poco.
En cuestión de un momento se reunió una multitud. Alguien gritó que había pelea y la gente empezó a salir al porche en tropel.
Los guardias, con admirable diligencia, fueron los primeros en llegar. Se dispusieron a separarlos.
—No —dijo el príncipe—. Que peleen.
Los guardias se detuvieron. Kylar se quedó tan sorprendido que no esquivó y el siguiente puñetazo le cortó la respiración. Se tambaleó hacia atrás mientras Logan lo acorralaba contra la barandilla, cargando el peso en los dedos de los pies.
Kylar jadeó durante unos instantes, bloqueando con dificultad los puñetazos de su amigo. Cuando recobró la respiración, sintió un acceso de rabia. Paró un puñetazo alto, se agachó por debajo del brazo de Logan y descargó cuatro golpes rápidos en las costillas mientras se apartaba de la barandilla.
Logan se volvió adelantando una pierna y aprovechó la inercia para lanzar un amplio gancho lateral. Kylar esquivó por debajo y dio un rápido puntapié en la pelvis de su amigo. En vez de completar el paso, Logan descubrió que su pie no estaba donde él le había ordenado, y cayó. Entonces Kylar le asestó un puñetazo en la cara y lo derrumbó en el suelo.
—No te levantes —dijo.
Cundió un silencio atónito entre la multitud, seguido de murmullos. Nunca habían visto nada parecido a lo que Kylar estaba haciendo pero, por eficaz que fuese, no era noble pegar patadas cuando se boxeaba. A Kylar le daba igual. Tenía que poner fin a aquello de inmediato.
Logan se puso a cuatro patas y después de rodillas, con la evidente intención de levantarse. Dioses, lo mismo que en el estadio. No sabía cuándo quedarse en el suelo. Kylar lo tumbó de una fuerte patada en la sien.
Serah corrió junto a Logan.
—Bueno, Serah, siempre has querido vernos pelear. Parece que gano yo. —Kylar le dedicó una sonrisa triunfal. Los murmullos comenzaron de inmediato, todos ellos desaprobatorios.
Serah le dio un bofetón seco que le hizo castañetear los dientes.
—No eres ni la mitad de hombre que Logan. —Se arrodilló al lado del joven noble, y Kylar constató que de repente ya no formaba parte de su mundo.
Se alisó la túnica y la capa y se abrió paso entre la multitud. Las primeras filas le cedieron el paso, como si el mero contacto con él pudiera abochornarlos, pero al adentrarse fue topando con invitados que empujaban para salir, desesperados por presenciar una pelea de cuyo final aún no sabían. A unos pocos pasos de la puerta, se convirtió en otro noble más entre la multitud. Siguió una pared hasta la escalera de servicio, momentáneamente desprotegida, y subió por ella.
Bueno, no podía decirse que hubiera sido un éxito clamoroso. Le había costado su reputación y muy probablemente había revelado su presencia a Hu Patíbulo. Sin embargo, le había procurado vía libre al piso de arriba, que por el momento era todo lo que importaba. Ya se preocuparía de las consecuencias al día siguiente. El resto del trabajo sería más fácil. Tenía que serlo, ¿verdad?
Hu Patíbulo había sentido el impulso de subir por la escalera en cuanto los centinelas fueron a detener una pelea idiota entre nobles. Una escalera sin vigilancia era una tentación, pero Hu confiaba en sus habilidades. Además, su plan funcionaría de todos modos, y le proporcionaría información que no podía conseguir si subía enseguida.
La dama Jadwin estaba de pie cerca de la salida al porche, consternada o fingiendo estarlo. Que el rey la hubiese escogido como amante era uno de esos pequeños misterios de la vida. Sin duda tenía que haber mujeres más atractivas dispuestas a acostarse con un rey, incluso con ese rey. La dama Jadwin era la prueba viviente de los peligros de la endogamia. Era una mujer alta de rostro caballuno, lo bastante corpulenta y lo bastante mayor para que su vestido de esa noche resultara inapropiado, y conocida por su voracidad sexual, extensiva a todos los habitantes del reino... salvo su marido.
Supuso que la consternación era fingida. La dama Jadwin era una mujer apasionada, pero en general imperturbable. Seguramente aprovecharía el incidente como excusa para subir al piso de arriba.
«Ahí estamos.» La noble cruzó unas breves palabras con uno de sus guardias y retomó sus disculpas ante los invitados que regresaban del porche, la mayoría decepcionados por haberse perdido la diversión.
El guardia, con la sutileza característica de los soldados, fue directo al centinela que en ese momento regresaba a su puesto en la escalera de servicio. Se le acercó y le susurró una orden. El centinela asintió. Entretanto, la duquesa esperó a que el príncipe entrara por la puerta. Le dijo unas palabras y después empezó a fingir más consternación todavía mientras él se quitaba de encima a una joven rubia que llevaba del brazo.
Al cabo de unos segundos más, la duquesa se excusó, le dijo a su marido que no se encontraba bien, rechazó lo que debió de ser un ofrecimiento de enviar a alguien con ella y se dirigió sola a la escalinata principal. Sin duda, le había explicado que solo necesitaba echarse un ratito. «Disfruta tú de la fiesta, querido», le habría dicho, o algo parecido.
El príncipe fue más discreto, pero no más difícil de seguir. Caminó hacia los dulces, charló cortésmente con unas cuantas damas, se disculpó y se dirigió al aseo, que se encontraba justo pasada la escalera de servicio. Salió del oscuro pasillo al cabo de un minuto, echó un vistazo rápido para asegurarse de que nadie lo miraba y pasó por delante del centinela, que fingió no verlo.
Hu siguió de cerca al príncipe, envolviéndose en sombras. El guardia estaba tan ocupado no viendo al heredero que seguramente el ejecutor podría haberle pasado por delante incluso sin ellas.
La escalera de servicio daba al pasillo principal, a la altura de los aposentos del duque. El suelo del corredor era del mismo mármol blanco, con una alfombra roja en el centro que lo recorría de un ala a otra, desde las habitaciones del duque hasta las de la duquesa. Las luces habían sido atenuadas para indicar a los invitados que esa vez la primera planta no estaba abierta a los huéspedes.
Kylar no sabía de cuánto tiempo disponía para conseguir el Orbe de los Filos, pero estaba seguro de que cuanto antes lo encontrara, mejor. Se le ocurrió que tal vez no fuera el único que había aprovechado la oportunidad que brindaban las escaleras desprotegidas. Quizá Hu Patíbulo ya estuviera en el piso de arriba.
La única ventaja que tenía Kylar, o eso esperaba, era que Hu probablemente no estaba allí solo para un robo limpio; lo más seguro era que pretendiese matar a alguien. Si ese hubiera sido el objetivo de Kylar, la manera más sencilla habría sido esperar a que la duquesa entregara el ka'kari al agente del rey, quienquiera que fuese, y entonces liquidarlos a los dos. Haciéndolo así, Hu saciaría su sed de sangre matando a las dos personas que conocían la historia a ciencia cierta. El rey ignoraría si la joya había sido robada o no, y no podría preguntarlo sin reconocer en público que la dama Jadwin era su amante.
Si estaba en lo cierto, Kylar tenía tiempo hasta que la dama Jadwin subiera para coger el Orbe de los Filos. En una hora o en dos minutos.